Authors: Angie Sage
Se tapó los oídos con los dedos y empezó a cantar en voz lo bastante alta como para sofocar la fantasmal tonadilla.
—No estoy escuchando, no estoy escuchando, no estoy escuchando —cantaba el aprendiz a pleno pulmón mientras el triunfante espectro giraba alrededor de la canoa, satisfecho de su trabajo nocturno. Normalmente el espectro tardaba mucho más en reducir a un joven a una piltrafa balbuciente, pero aquella noche había tenido un golpe de suerte. Misión cumplida: el espectro de los marjales se convirtió en una delgada hoja de niebla que fue ondulándose, para pasar el resto de la noche flotando sobre su ciénaga favorita.
El aprendiz remó obstinadamente, sin preocuparse por la sucesión de llorones de los pantanos, insectos embotadores y una colección muy tentadora de fuegos de los marjales que danzaron en torno a su canoa durante horas. Para entonces, al aprendiz no le importaba lo que ninguno de ellos hiciera, mientras no cantase.
Cuando el sol se alzó sobre los distantes confines de los marjales Marram, el aprendiz se percató de que estaba absolutamente perdido. Se encontraba en una extensión informe de pantanos que le parecían todos iguales. Remó cansinamente hacia delante, sin saber qué otra cosa hacer, y ya era mediodía cuando llegó a una amplia y recta franja de agua que parecía como si fuera a dar a algún lugar, en vez de perderse en otra saturada ciénaga.
Exhausto, el aprendiz viró hacia lo que era el tramo alto del Dique Profundo y lentamente tomó rumbo hacia el río. Su descubrimiento de la pitón gigante de los marjales merodeando en el fondo del canal e intentando enderezarse, apenas le alteró; estaba demasiado cansado para importarle. También estaba muy decidido a que nadie le impidiera llegar a su cita con DomDaniel, y esta vez no iba a estropearlo. Muy pronto la Realícía lo lamentaría. Todos lo lamentarían, sobre todo el pato.
Aquella mañana, de nuevo en la casa, nadie podía creer que el aprendiz se las hubiera arreglado para escabullirse a través de la gatera.
—Yo pensaba que tenía la cabeza demasiado grande para colarse por la gatera —había dicho con sorna Jenna.
Nicko salió a inspeccionar la isla, pero regresó pronto.
—La canoa del cazador no está y era un barco rápido. Ahora ya estará bastante lejos.
—Tenemos que detenerlo —opinó el Muchacho 412, que sabía demasiado bien lo peligroso que podía ser un chico como el aprendiz— antes de que le cuente a alguien dónde estamos, lo que hará en cuanto pueda.
Y de este modo Jenna, Nicko y el Muchacho 412 tomaron el
Muriel 2
y salieron en persecución del aprendiz. Mientras el pálido sol de primavera se alzaba sobre los marjales Marram, proyectando largas sombras de refilón sobre los lodazales y las ciénagas, la desgarbada
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los llevó a través del laberinto de zanjas y canales. Navegaba lenta pero inexorablemente, demasiado lenta para Nicko, que sabía lo rápidamente que la canoa del cazador debía de haber cubierto la misma distancia. Nicko se mantuvo ojo avizor ante cualquier señal de la esbelta canoa negra, aunque esperaba verla volcada en unas arenas movedizas de los Brownies, o vacía y a la deriva en un canal, pero, para su decepción, no vio nada, salvo un madero largo y negro que solo por un momento había avivado sus esperanzas.
Se detuvieron un rato para comer un poco de queso de cabra y bocadillos de sardina junto a la ciénaga de los espectros de los marjales. Pero los dejaron en paz, pues los espectros hacía tiempo que se habían ido, evaporados en el calor del sol naciente.
Eran las primeras horas de la tarde y empezaba a caer una llovizna gris, cuando por fin entraron en el Dique Profundo. La pitón de los marjales dormitaba en el barro, medio cubierta por el agua turbia de la reciente marea alta. Ignoró al
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para gran alivio de sus ocupantes, y se quedó esperando la nueva afluencia de pescado que traería consigo la marea alta. La marea estaba muy baja y la canoa se asentaba muy abajo de las inclinadas riberas que se levantaban a cada lado de ellos, así que, hasta que hubieron doblado el último recodo del Dique Profundo, Jenna, Nicko y el Muchacho 412 no vieron lo que les estaba aguardando.
La
Venganza.
Un silencio mortal reinaba en la canoa
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. A una remada de distancia, la
Venganza
descansaba tranquilamente, parada bajo la llovizna de las primeras horas de la tarde, quieta y anclada en mitad del canal de aguas profundas del río. La enorme nave negra constituía una visión imponente: la proa descollaba sobre el agua como un acantilado y, con sus harapientas velas negras plegadas, sus dos mástiles se erguían como huesos negros contra el cielo encapotado. Un opresivo silencio rodeaba el barco en la luz grisácea de la tarde; ninguna gaviota se atrevía a sobrevolarlo en busca de desperdicios. Los pequeños barcos que navegaban por el río veían la nave y pasaban calladamente por las aguas poco profundas de la orilla del río; preferían arriesgarse a encallar antes que acercarse a la famosa
Venganza.
Encima de los mástiles se había formado una densa nube negra que proyectaba una sombra oscura sobre todo el barco, y en la proa ondeaba amenazadoramente una bandera de color rojo sangre con una línea de tres estrellas negras.
Nicko no necesitaba que la bandera le dijese a quién pertenecía la nave. Jamás se había pintado ningún otro barco del color negro intenso que empleaba DomDaniel y ningún otro barco habría estado rodeado de una atmósfera tan maligna. Hizo un gesto desesperado a Jenna y al Muchacho 412 para que remaran hacia atrás y, al cabo de un momento, el
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estaba oculto y a salvo detrás del último recodo del Dique Profundo.
—¿Qué es esto? —susurró Jenna.
—Es la
Venganza
—le explicó bajito Nicko—. La nave de DomDaniel. Supongo que estaba esperando al aprendiz. Apuesto que es allí adonde ha ido el pequeño sapo. Pásame el catalejo, Jen.
Nicko se acercó el telescopio al ojo y vio exactamente le que estaba temiendo. En las profundas sombras proyectadas por los inclinados costados negros del casco estaba la canoa del cazador. Se mecía en el agua, vacía y eclipsada por la mole de la
Venganza,
amarrada al pie de una gruesa escala de cuerda que conducía a la cubierta del barco.
El aprendiz había llegado a su cita.
—Demasiado tarde —exclamó Nicko—. Allí está. ¡Oh, puaj! ¿Qué es eso? ¡Oh, qué asco! Esa cosa acaba de salir de dentro de la canoa. ¡Es tan viscosa! Pero realmente puede subir por la escalerilla de cuerda... es como un mono espantoso... —Nicko se estremeció.
—¿Ves al aprendiz? —Susurró Jenna—.
Nicko barrió la escalera con el catalejo. Asintió. Con toda seguridad, el aprendiz casi había llegado arriba, pero se había detenido y estaba contemplando con horror la cosa que subía rápidamente. En cuestión de minutos, el Magog había alcanzado al aprendiz y pasaba por encima de él, dejando un reguero de baba amarilla sobre su espalda. El aprendiz pareció titubear un momento y casi se suelta de la escala, pero se esforzó por subir el último tramo y se desplomó sobre la cubierta, donde yació desapercibido durante algún tiempo.
«Se lo merece», pensó Nicko.
Decidieron echar un vistazo a la
Venganza
más de cerca, aproximándose a ella a pie. Amarraron la
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a una roca y caminaron por la playa donde habían tomado la merienda campestre la medianoche que escaparon del Castillo. Al doblar el recodo, Jenna se quedó estupefacta. Allí ya había alguien. Se paró en seco y retrocedió hasta un viejo tronco de árbol. El Muchacho 412 y Nicko chocaron con ella.
—¿Qué pasa? —susurró Nicko.
—Hay alguien en la playa —contestó bajito Jenna—. Tal vez sea alguien del barco. Montando guardia...
Nicko miró alrededor del tronco de árbol.
—No es nadie del barco —sonrió.
—¿Cómo lo sabes? —le preguntó Jenna—. Podría ser.
—Porque es Alther —se rió Nicko.
Alther estaba tristemente sentado en la playa, mirando con melancolía a través de la lluvia. Llevaba allí tres días, con la esperanza de que apareciera alguien de la casa de la conservadora. Necesitaba urgentemente hablar con ellos. — ¿Alther? —susurró Jenna.
—¡Princesa! —El rostro de Alther, agobiado por las preocupaciones, se iluminó. Flotó hasta Jenna y la envolvió en un cálido abrazo—. Bien, creo que has crecido desde la última vez que te vi.
Jenna se llevó un dedo a los labios.
—Chist, podrían oírnos, Alther —le advirtió.
Alther parecía sorprendido. No estaba acostumbrado a que Jenna le dijera lo que tenía que hacer.
—Ellos no pueden oírme —se rió—, a menos que yo quiera; he puesto una pantalla antigritos. No oyen nada.
—¡Oh, Alther! — Exclamó Jenna—. Nos alegramos tanto de verte, ¿verdad, Nicko?
El rostro de Nicko dibujaba una gran sonrisa y confirmó:
—Es fantástico. ; Alther miró al Muchacho 412 con una expresión burlona.
—Aquí hay alguien que también ha crecido —se rió—. Estos chavales del ejército joven son siempre tan delgaduchos... Es agradable ver que has engordado un poco.
:
El Muchacho 412 se sonrojó.
—Ahora también se ha vuelto bueno, tío Alther —le comentó Jenna al fantasma.
—Supongo que siempre ha sido bueno, princesa —respondió Alther—. Pero no te dejan ser bueno en el ejército joven. Está prohibido.
Sonrió al Muchacho 412 y este le devolvió una tímida sonrisa.
Se sentaron en la playa azotada por la lluvia, fuera del alcance de la
Venganza.
—¿Cómo están mamá y papá? —preguntó Nicko.
—¿Y Simón? —Preguntó Jenna—. ¿Qué hay de Simón?
—¡Ah, Simón! —Dijo Alther—. Simón se había escapado deliberadamente de Sarah en el Bosque. Parece que él y Lucy Gringe habían planeado casarse en secreto.
—¿Qué? —se sorprendió Nicko—. ¿Simón se ha casado?
—No. Gringe lo descubrió y lo entregó a los guardias custodios.
—¡Oh, no! —exclamaron Jenna y Nicko a la vez.
—No os preocupéis por Simón —los tranquilizó Alther, extrañamente huraño—. No sé cómo se las arregló para pasar un par de semanas detenido por el supremo custodio y salir como si hubiera estado de vacaciones. Aunque tengo mis sospechas.
— ¿A qué te refieres, tío Alther? —preguntó Jenna.
—Oh, probablemente no sea nada, princesa. —Alther parecía no querer seguir hablando de Simón.
Había algo que el Muchacho 412 quería preguntarle, aunque aún le parecía extraño hablar con un fantasma. Pero tenía que hacerlo, así que hizo acopio de valor y le preguntó:
—Esto... disculpe, pero ¿qué le ha ocurrido a Marcia? ¿Está bien?
Alther suspiró.
—No.
—¿No? —preguntaron los tres a la vez.
—Le tendieron una trampa —suspiró Alther—. Una trampa urdida por el custodio supremo y la Oficina de Raticorreos. El custodio supremo colocó allí a sus propias ratas o, mejor dicho, a las ratas de DomDaniel. Y son bastante despiadadas. Solían dirigir la red de espías desde casa de DomDaniel en las Badlands. Tienen una malísima reputación. Vinieron con la plaga de ratas de hace cientos de años. Nada bueno.
—¿Quieres decir que la rata mensaje era una de ellas? —preguntó Jenna acordándose de que le había gustado bastante.
—No, no. La despidieron de la Oficina de Raticorreos. Ha desaparecido. Pobre rata. Yo no daría mucho por ella —comentó Alther.
—¡Oh, eso es horrible! —opinó Jenna.
—Y el mensaje para Marcia tampoco era de Silas —les contó Alther.
—Nunca creí que fuera de él —manifestó Nicko.
—Era del custodio supremo —suspiró Alther—. Así que cuando Marcia apareció en las puertas de palacio para encontrarse con Silas, los guardias custodios la estaban esperando. Claro que no habría sido ningún problema para Marcia si hubiera seguido bien los minutos de la medianoche, pero su reloj andaba veinte minutos atrasado. Y había prestado su mantente a salvo. Mal asunto. DomDaniel le ha quitado el amuleto, así que me temo que ahora él es... el mago extraordinario.
Jenna y Nicko se quedaron sin habla. Aquello era peor de lo que habían temido.
—Discúlpeme —se atrevió el Muchacho 412, que se sentía desgraciado. Era culpa suya. Si hubiera sido su aprendiz, podría haberla ayudado. Nada de esto habría ocurrido—, pero Marcia aún está... viva, ¿verdad?
Alther miró al Muchacho 412. Sus gastados ojos verdes tenían una expresión amable cuando, utilizando su turbador vicio de leer la mente de las personas, dijo: — No hubieras podido hacer nada, chaval. Te hubieran capturado a ti también. Marcia estaba en la mazmorra número uno, pero ahora...
El Muchacho 412 hundió la cabeza entre sus manos con desesperación. Sabía todo lo de la mazmorra número uno.
Alther le puso un brazo fantasmal alrededor del hombro.
—Tranquilízate. Yo estuve allí con ella la mayor parte del tiempo y lo estaba haciendo muy bien. Y siguió llevándolo muy bien, creo yo, tal como están las cosas. Pocos días antes de que partiéramos en el
Molly
salí para controlar varios pequeños... esto... proyectos que tenía en marcha en las dependencias de DomDaniel en la torre. Cuando regresé a la mazmorra ya no estaba. Miré por todos los lugares que pude. Incluso puse a varios Antiguos a buscar. Ya sabes, los fantasmas realmente viejos. Pero están muy apagados y se confunden enseguida. La mayoría de ellos ya no conocen el camino alrededor del Castillo; se topan con una pared o una escalera nuevas y se quedan atascados. No funciona. Ayer tuve que ir a sacar a uno de las basuras de la cocina. Resulta que solía ser el refectorio de los magos hace quinientos años. Francamente, los Antiguos, aunque entrañables, dan más problemas que otra cosa —suspiró Alther—, aunque me pregunto si...
—¿Si qué, Alther? —preguntó Jenna.
—Si ella podría estar en la
Venganza.
Por desgracia, no puedo entrar en ese condenado barco para averiguarlo.
Alther estaba enojado consigo mismo. Ahora, con su experiencia, aconsejaría a todo mago extraordinario que fuera a tantos lugares como pudiese en vida, para que como fantasma no estuviera tan impedido como él. Pero era demasiado tarde para Alther cambiar lo que había hecho mientras estaba vivo; ahora tenía que sacarle el mejor partido.
Al menos, al principio, cuando fue nombrado aprendiz DomDaniel había insistido en llevar a Alther a dar un largo y muy desagradable paseo por las más hondas mazmorras. En ese momento, Alther no había soñado con que un día se alegraría de ello, pero si hubiera aceptado la invitación a la fiesta de inauguración de la
Venganza...
Alther recordaba cómo, siendo uno de los prometedores jóvenes y potenciales aprendices, le invitaron a una fiesta a bordo del nuevo juguete de DomDaniel. Alther había rechazado la invitación porque era el cumpleaños de Alice Nettles. No se permitían mujeres a bordo de la nave, y Alther no estaba dispuesto a dejar a Alice sola el día de su cumpleaños. Pero, en la fiesta, los aprendices potenciales se habían desmadrado y causado un montón de destrozos en el barco, acabando así con sus expectativas de que el mago extraordinario les ofreciera algo más que un puesto de limpieza. Poco después, a Alther le ofrecieron convertirse en el aprendiz del mago extraordinario. Alther nunca había tenido la oportunidad de visitar la nave. Tras la desastrosa fiesta, DomDaniel la llevó a Bleak Creek para repararla. Bleak Creek era un tétrico fondeadero lleno de barcos abandonados y en descomposición. Al nigromante le había gustado tanto que dejó el barco allí y lo visitaba cada año durante las vacaciones de verano.