Authors: Angie Sage
El abatido grupo se sentaba en la playa mojada. Comieron tristemente el último queso de cabra y los últimos bocadillos de sardina húmedos que les quedaban y apuraron los restos de la petaca de concentrado de remolacha y zanahoria.
—Hay momentos —reflexionó Alther— en que realmente echo de menos no poder comer...
—Pero este no es uno de ellos —concluyó por él Jenna.
—Has dado en el blanco, princesa.
Jenna sacó a Petroc Trelawney del bolsillo y le ofreció una pegajosa mezcla de sardina chafada y queso de cabra. Petroc abrió los ojos y miró la oferta. La roca mascota se sorprendió; ese era el tipo de comida que solía darle el Muchacho 412, mientras que Jenna siempre le daba galletas. Pero se lo comió igualmente, además de un pedacito de queso de cabra que se le había quedado pegado en la cabeza y luego en el interior del bolsillo de Jenna.
Cuando acabaron de comer los últimos bocadillos remojados, Alther dijo seriamente:
—Ahora, de vuelta al trabajo.
Tres rostros preocupados miraron al fantasma.
—Escuchadme todos. Debéis volver directamente a casa de la cuidadora. Quiero que le digáis a Zelda que mañana os lleve a todos al Puerto a primera hora. Alice, que ahora es jefe de la oficina de aduanas, os está buscando un barco. Vosotros iréis a los países lejanos mientras que yo intento solucionar algo aquí.
—Pero... —exclamaron Jenna, Nicko y el Muchacho 412.
Alther hizo caso omiso de sus protestas.
—Me reuniré con vosotros en la taberna El Áncora Azul en el Puerto mañana por la noche. Tenéis que estar allí. Vuestra madre y vuestro padre también irán, junto con Simón. Están de camino hacia el río en mi viejo barco, el
Molly.
Me temo que Sam, Eric y Fred y Jo—Jo se han negado a abandonar el Bosque; se han vuelto muy salvajes, pero Morwenna los vigilará.
Se hizo un triste silencio. A nadie le gustó lo que acababa de decir Alther.
—Eso es huir —dijo tranquilamente Jenna—. Nosotros queremos quedarnos y luchar.
—Sabía que dirías eso —suspiró Alther—. Es justo lo que tu madre habría dicho.
Nicko se puso en pie.
—De acuerdo —musitó a regañadientes—. Nos veremos mañana en el Puerto.
—Bien —dijo Alther—. Buen viaje. Hasta mañana.
Se elevó y observó a los tres muchachos regresar desconsoladamente al
Muriel 2.
Alther los vigiló hasta comprobar que se internaban en el Dique Profundo y luego aceleró por el río, volando bajo y rápido, para encontrarse con el
Molly,
hasta que pronto solo fue un pequeño punto a lo lejos.
Fue entonces cuando el
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viró en redondo y puso rumbo hacia la
Venganza.
En el
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se produjo una larga deliberación.
—En realidad no lo sé. Puede que Marcia ni siquiera esté en la
Venganza.
—Pero apuesto a que sí está.
—Tenemos que encontrarla. Estoy seguro de que podemos rescatarla.
—Mira, solo porque hayas estado en el ejército no significa que puedas abordar barcos y rescatar a la gente.
—Significa que puedo intentarlo.
—El tiene razón, Nicko.
—Nunca lo lograremos. Nos verán llegar. Todo barco tiene un vigía a bordo.
—Pero podemos hacer ese hechizo, ya sabéis...
—¿Cuál?
—Hazte invisible a ti mismo. Fácil. Luego podríamos remar hasta el barco y yo subiré por la escala de cuerda y luego...
—¡Marcia me rescató cuando yo estaba en peligro!
—Y a mí.
—Muy bien. Vosotros ganáis.
Mientras el
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doblaba el último recodo del Dique Profundo, el Muchacho 412 buscó en el bolsillo interior de su sombrero rojo y sacó el anillo del dragón.
—¿Qué es ese anillo? —preguntó Nicko.
—¿Es ahí donde lo guardas? —Dijo Jenna—. Me preguntaba dónde lo harías. Papá siempre se guarda las cosas en el sombrero, pero luego se olvida de lo que ha metido.
—¿Qué es ese anillo? —preguntó Nicko.
—Hum... Es Mágico. Lo encontré... bajo tierra.
—Se parece un poco al amuleto —comentó Nicko.
—Sí —admitió el Muchacho 412—, yo también lo creo.
Se lo puso en el dedo y notó que el anillo se calentaba.
—Entonces, ¿hago el hechizo? —preguntó.
Jenna y Nicko asintieron y el Muchacho 412 empezó a entonar:
Que desaparezca en la atmósfera,
que mis enemigos no sepan adonde he ido,
que quienes me buscan por mí lado pasen,
que su mal de ojo no me alcance.
El Muchacho 412 desapareció lentamente en la lluvia, dejando un remo de canoa pendiendo fantasmagóricamente en el aire. Jenna respiró hondo e intentó el hechizo.
—Aún estás aquí, Jen —observó Nicko—. Vuelve a intentarlo.
A la tercera fue la vencida. El remo de Jenna se elevaba ahora en el aire cerca del remo del Muchacho 412.
—Tu turno, Nicko —dijo la voz de Jenna.
—Esperad un minuto —protestó Nicko—, yo nunca he hecho este.
—Bueno, entonces haz el tuyo —le aconsejó Jenna—. No importa, mientras funcione.
—Bien, esto... no sé si funciona. Y no sirve para que el mal no me alcance en absoluto.
—¡Nicko! —protestó Jenna.
—Muy bien, muy bien, lo intentaré.
—Ni visto ni
oído...
ejem... esto... no me acuerdo de lo que sigue.
—Inténtalo: «Ni visto, ni
oído,
ni un susurro, ni una palabra» —sugirió el Muchacho 412 desde ninguna parte.
—Ah, sí. Eso es. Gracias.
El hechizo funcionó. Nicko desapareció lentamente.
—¿Estás bien, Nicko? —Preguntó Jenna—. No te veo.
No hubo respuesta.
—¿Nicko?
El remo de Nicko se movía rápidamente arriba y abajo.
—No podemos verle y él no nos puede ver a nosotros, porque su hechizo de invisibilidad es distinto del nuestro —explicó el Muchacho 412 en un tono de leve desaprobación— y tampoco podremos oírle, porque sobre todo es un hechizo de silencio. Y no le protegerá.
—Entonces, eso no es nada bueno —opinó Jenna.
—No —coincidió el Muchacho 412—. Pero tengo una idea. Intentaré hacer un hechizo de reconocimiento. Este debería funcionar: «Entre los hechizos que obran en nuestro poder, una armoniosa hora déjanos tener».
—¡Ahí está! —exclamó Jenna, mientras aparecía la forma algo neblinosa de Nicko—. ¿Nicko puede vernos? —preguntó. Nicko sonrió y levantó los pulgares. —Uau, eres bueno —le dijo Jenna al Muchacho 412. Empezó a formarse la niebla mientras Nicko, haciendo uso de la parte de silencio de su hechizo, remaba para salir del Dique Profundo hasta las aguas abiertas del río. Nicko se cuidaba mucho de armar el menor revuelo posible, por si acaso un par de ojos avizores divisaba desde la cofa extraños remolinos en la superficie del agua, mientras él bogaba a ritmo constante hacia la nave.
Nicko avanzaba rápidamente y pronto los empinados costados negros de la
Venganza
se irguieron ante ellos a través de la niebla lluviosa, y la invisible
Muriel 2
llegó al principio de la escalera de cuerda. Habían decidido que Nicko se quedaría en la canoa mientras Jenna y el Muchacho 412 intentaban averiguar si Marcia se encontraba prisionera en el barco y, si era posible, liberarla. Si necesitaban ayuda, Nicko estaría preparado. Jenna esperaba que no fuera necesario; sabía que el hechizo de Nicko no le protegería si se encontraba con algún problema. Nicko mantendría firme la canoa mientras, primero Jenna y luego el Muchacho 412, se agarraban como podían a la escalera y empezaban la larga y precaria ascensión a la
Venganza.
Nicko los vigilaba con una sensación de desasosiego. Sabía que sus invisibles podían proyectar sombras y crear extrañas perturbaciones en el aire, y a un nigromante como DomDaniel no le costaría localizarlos, pero lo único que Nicko podía hacer era desearles suerte en silencio. Había decidido que si no regresaban cuando la marea hubiera subido hasta la mitad del Dique Profundo, iría a buscarlos, con hechizo protector o sin él.
Para matar el rato, Nicko subió a la canoa del cazador. También podía pasar buena parte de su espera, pensó, sentado en un barco decente. Aunque estuviera un poco más viscoso y apestoso. Pero olían peor ciertos barcos de pesca en los que solía faenar.
Fue una larga ascensión por la escala de cuerda, y no fue fácil. La escala saltaba contra los húmedos costados negros de la nave y Jenna temía que alguien a bordo pudiera oírlos, pero todo estaba tranquilo. Tan tranquilo que empezó a preguntarse si no sería una especie de buque fantasma.
Al llegar arriba, el Muchacho 412 cometió el error de mirar hacia abajo. Se mareó. La cabeza le daba vueltas con una sensación de vértigo y casi se suelta de la escala de cuerda debido al repentino sudor que empapaba sus manos. El agua estaba vertiginosamente lejos. La canoa del cazador parecía diminuta y por un momento creyó haber visto a alguien sentado en ella. El Muchacho 412 sacudió la cabeza. «No mires abajo —se dijo con severidad a sí mismo—. No mires abajo.»
A Jenna no le daban miedo las alturas. Se encaramó sin dificultad a la
Venganza
y ayudó al Muchacho 412 a saltar el hueco que quedaba entre la escalera y la cubierta. El Muchacho 412 mantuvo los ojos fijos en las botas de Jenna mientras se subía a la cubierta y temblorosamente se ponía en pie.
Jenna y el Muchacho 412 miraron a su alrededor.
La
Venganza
era un lugar estremecedor. La tupida nube que flotaba sobre sus cabezas proyectaba una ancha sombra sobre todo el buque, y el único ruido que oían era el rítmico crujido del barco al balancearse suavemente en la marea creciente. Jenna y el Muchacho 412 caminaron en silencio y con cuidado sobre la cubierta, pasaron por delante de cabos cuidadosamente recogidos, ordenadas hileras de barriles alquitranados y un cañón aislado que apuntaba, amenazador, hacia lo marjales Marram. Aparte de la opresiva negrura y de unos pocos restos de baba amarillenta en la cubierta, el barco no daba ninguna pista sobre su posible propietario. Sin embargo, al llegar a la proa, una fuerte presencia Oscura casi tumbó de espaldas al Muchacho 412. Jenna continuó, sin notar nada y el Muchacho 412 la seguía; no quería dejarla.
La Oscuridad procedía de un trono imponente instalado junto al palo de trinquete, de cara al mar. Era un mueble impresionante, extrañamente fuera de lugar en la cubierta de un barco. Estaba tallado en ébano y adornado con pan de oro rojizo, y en él se encontraba DomDaniel, el nigromante; en persona. Sentado muy erguido, con los ojos cerrados; la boca algo entreabierta y caída, DomDaniel estaba durmiendo la siesta de la tarde emitiendo un gorjeo húmedo al respirar bajo la lluvia, desde lo más profundo de su garganta. Por debajo del trono, como un perro fiel, yacía una Cosa durmiente en un charco de baba amarillenta.
De repente, el Muchacho 412 apretó el brazo de Jenna tan fuerte que casi la hizo chillar. Le señaló la cintura de DomDaniel. Jenna bajó la vista y luego miró al Muchacho 412 con desespero. De modo que era cierto. Apenas podía creer lo que Alther les había contado, pero allí, ante sus ojos tenía la verdad. Alrededor de la cintura de DomDaniel, casi oculto en sus ropas oscuras, estaba el cinturón de mago extraordinario. El cinturón de maga extraordinaria de Marcia.
Jenna y el Muchacho 412 contemplaron a DomDaniel con una mezcla de repugnancia y fascinación. Los dedos del nigromante se aferraban a los reposabrazos ebúrneos del trono; unas gruesas uñas amarillas se curvaban alrededor de las puntas de sus dedos y se clavaban a la madera como unas garras. Su rostro aún tenía cierta palidez grisácea, adquirida durante los años transcurridos en el subsuelo, antes de trasladarse a su guarida en las montañas Fronterizas. Era un rostro común y corriente en muchos sentidos — tal vez tenía los ojos un poco hundidos y la boca era demasiado cruel para ser del todo agradable—, pero era la Oscuridad que había tras ellos lo que casi hizo estremecer a Jenna y al Muchacho 412 al verlo.
En la cabeza, DomDaniel llevaba un alto sombrero negro cilíndrico como una chistera baja, que, por alguna razón que no acertaba a comprender, le quedaba siempre un poco grande, por mucho que se encargara una nueva a su medida. Esto molestaba a DomDaniel más de lo que estaba dispuesto a admitir y estaba convencido de que, desde su regreso al Castillo, se le había empezado a encoger la cabeza. Mientras el nigromante dormía, el sombrero se le había resbalado y ahora descansaba sobre sus blanquecinas orejas. El sombrero negro era un anticuado sombrero de mago que ningún mago se hubiera puesto ni hubiera querido ponerse, pues se asociaba con la Gran Inquisición Maga de hacía unos cientos de años.
Por encima del trono, un dosel de oscura seda roja, blasonado con un trío de estrellas negras, colgaba pesadamente.
El Muchacho 412 cogió la mano de Jenna. Recordaba un pequeño y apolillado panfleto de Marcia que había leído una tarde de nieve llamado
El hipnótico influjo de la Oscuridad,
y podía sentir cómo Jenna era atraída por él. La apartó de la figura durmiente hacia una escotilla abierta.
—Marcia está aquí —le susurró a Jenna—. Noto su presencia.
Al llegar a la escotilla percibieron un sonido de pasos que corrían bajo la cubierta y luego subían rápidamente la escalera. Jenna y el Muchacho 412 retrocedieron de un salto y un marinero que sostenía una larga antorcha apagada subió corriendo a cubierta. El marinero era un hombre pequeño y enjuto vestido con el típico atuendo negro de los custodios, pero a diferencia de los guardias custodios no tenía la cabeza rapada, sino que tenía el cabello largo cuidadosamente atado en una fina y negra trenza que le llegaba hasta mitad de la espalda. Llevaba pantalones holgados por debajo de la rodilla y una camiseta con amplias rayas negras y blancas. El marino sacó una caja de yesca y con la chispa prendió la antorcha. La antorcha brilló y una radiante llama anaranjada iluminó la tarde grisácea y lluviosa, proyectando sombras danzarinas sobre la cubierta. El marinero caminó con la resplandeciente antorcha y la colocó en un pebetero de la proa del barco. DomDaniel abrió los ojos. Su siesta había acabado.
El marinero se quedó rondando nerviosamente junto al trono, aguardando las instrucciones del nigromante.
¿Han vuelto?
El marinero inclinó la cabeza evitando la mirada del nigromante.
—El chico ha vuelto, señor. Y vuestro criado.