Sombras de Plata (38 page)

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Authors: Elaine Cunningham

Tags: #Aventuras, #Fantástico, #Juvenil

Foxfire se quedó mirándola, divertido por la rapidez con que había tomado su decisión. En momentos como aquél, la semielfa le parecía muy diferente a él, casi por completo humana: impetuosa, impaciente.

Decidió que no tenía importancia mientras se apresuraba a alcanzarla.

—Dime lo que necesitas y te lo proporcionaré.

Arilyn sonrió brevemente.

—Varios pellejos me irían bien para empezar. También me serviría carne seca..., viajaré deprisa y cuanto menos tiempo tenga que dedicar a la caza, antes llegaré allí.

—No irás sola —protestó él—. Yo iré contigo, y Hurón también.

Arilyn titubeó un instante, y luego asintió. Todavía no le gustaba ni confiaba en la elfa, pero Hurón había demostrado ser una asesina efectiva. La hembra de elfo salvaje poseía habilidades mortíferas que podían resultar valiosas, así como pocos escrúpulos. Ambas cualidades le serían útiles para la misión que tenía que emprender.

En total se apuntaron cuatro al viaje de tres días con destino a las zonas más meridionales de Tethir. Ala de Halcón había pedido unirse al grupo y, aunque Arilyn tenía reservas, tuvo que admitir que la joven cumplía con su cometido. Ala de Halcón era una de las estudiantes más aplicadas de Arilyn y había demostrado su destreza en la batalla en más de una ocasión, pero la Arpista no estaba segura del todo de que la joven pudiese cumplir tan bien con su papel una vez fuera del bosque. La chiquilla era demasiado impetuosa y no sólo no tenía miedo a nada sino que tampoco se detenía a pensar. Aun así, Arilyn había empezado a darse cuenta de que para librar aquella batalla tendría que aceptar todos los aliados que se le fueran presentando.

El viaje rumbo al sur transcurrió con rapidez y, poco después del mediodía del tercer día de trayecto, los cuatro salieron a campo abierto. Del bosque emergía una corriente de agua que Arilyn se dispuso a seguir y que se fue ampliando y ahondando con rapidez hasta unirse al ramal norte del río Sulduskoon. Caminaron a orillas de aquella corriente durante varias horas, hasta que la Arpista ordenó un alto.

—¿Veis aquella colina de allí arriba? —preguntó, señalando—. Ha sido horadada para construir una vivienda. ¿Veis la chimenea en forma de tocón y las puertas que hay en el costado?

Los elfos verdes entrecerraron los ojos y luego asintieron, sin demasiada convicción. Todos los elfos tenían en cierta medida el don de percibir puertas ocultas, pero era una capacidad que pocas veces desarrollaban los habitantes del bosque. En él podían encontrar un rastro que fuera invisible al mejor explorador humano, pero fuera de la cobertura del bosque, la vista de Arilyn era mejor que la suya.

—Esto es un puesto avanzado de la fortaleza. Los hombres apostados allí controlan el comercio que va y viene por este ramal del río. Son demasiados para que podamos luchar en contra y, aunque consiguiéramos más efectivos, todavía tendrían la ventaja de su posición y sus armas. Así que esto es lo que haremos: primero, recoged varios palos y construid una balsa. Necesitaré esas pieles que llevas —añadió, señalando el fardo que llevaba Foxfire a la espalda.

El elfo descargó las pieles y contempló con interés cómo Arilyn cogía dos diminutos frascos de su bolsa. La Arpista esparció unos polvos parduscos sobre una de las pieles y luego lo roció con líquido del segundo frasco. Una vez hecho eso, unió las dos pieles, y fue repitiendo el proceso con cada piel hasta formar una pequeña pila. Luego, ató el fardo con una cuerda que llevaba también en su bolsa. Mientras, Hurón y Ala de Halcón habían acabado con la balsa y se habían acercado a ver.

—Voy a poner este amasijo en la balsa y navegar, sola, por delante del campamento. Como elfa de la luna, soy la que más me parezco a una humana de los cuatro —explicó Arilyn y, tras acallar las protestas de Ala de Halcón, añadió—: Pensarán que soy una trampera que llevo mercancía al punto comercial más cercano.

Acarició con los dedos el pellejo reluciente de una nutria de río.

—Dudo que me dejen pasar sin exigirme alguna de estas bellezas como impuesto. Lo más probable es que me hagan salir del agua y cojan la pila entera.

»Pero no os preocupéis por mal que vayan las cosas, quedaos fuera de la vista — advirtió a los elfos—. Volveré al agua en cuanto pueda y me alejaré nadando. Cuando los mercenarios se dispongan a examinar el fardo, se llevarán una desagradable sorpresa. Cada una de esas pieles, si se separa de las demás, provocará una explosión que hará estallar la cima de esa colina.

—¿Explosión? —preguntó Ala de Halcón.

—Una súbita sacudida parecida a la de los relámpagos —explicó Hurón, tensa—. Como las que nos lanzaba ese hechicero humano en el bosque. ¡No sabía que podías invocar hechizos semejantes! —exclamó, volviéndose en tono acusador a Arilyn.

—No puedo —replicó Arilyn—. Ni siquiera es magia, aunque se le parece en muchos aspectos. Resulta que tengo un socio que se complace en encontrar nuevos sistemas para hacer estallar las cosas.

—¿Como cuando se lanza una antorcha a los gases que emergen del pantano? —intervino Foxfire.

—Exacto —repuso ella, aliviada al tener una explicación alquimista que los demás pudiesen comprender—. Después de la explosión, reanimaremos a varios de los supervivientes para recoger uniformes, botas, salvoconductos..., todo lo que pueda servirnos a Hurón y a mí para acercarnos a la fortaleza.

La semielfa se quitó la cota de malla, la capa y las botas y las apiló junto a unos arbustos a orillas del río. No sólo era difícil nadar con todos aquellos atavíos sino que armaduras y botas de fabricación elfa no eran precisamente el tipo de indumentaria que podía esperarse que llevara un cazador.

Arilyn titubeó un instante antes de añadir el resto de su disfraz. Se había sentido a gusto disfrazada de elfa y no sentía demasiado entusiasmo por cambiar su apariencia, pero se había enfrentado ya en una ocasión con los hombres de la fortaleza de Bunlap. Suponía que por allí pasaban pocas hembras elfas de la luna y cualquiera podía dejar un recuerdo indeleble en su memoria, en especial una que les había provocado una humillante derrota.

Así que cogió un diminuto frasco de ungüento oscuro de su bolsa y se esparció un poco por el rostro. Luego, se recogió el cabello por encima de las orejas y se lo ató en la nuca con una trenza de cuero. En la bolsa llevaba también una basta gorra enrollada, que desplegó y se colocó en la cabeza, hasta casi cubrirse los ojos. Por último, se soltó la blusa y permitió que le cubriera la cintura y se arremangó las polainas hasta las rodillas. Una vez hubo acabado, apoyó una mano en la empuñadura de su hoja de luna y, tras cerrar los ojos, evocó la imagen de un joven humano bronceado por el sol. Las exclamaciones de sorpresa de los tres elfos le sirvieron de indicativo para saber que la espada había cumplido su cometido.

Uno de los antecesores de Arilyn había imbuido a la espada con la capacidad de cambiar la apariencia de su portadora mediante sencillos disfraces. Era un ligero efecto, un pequeño cambio en la percepción, y Arilyn había aprendido a trabajar con la magia de la hoja de luna para crear una serie de personajes. Parte de la transformación se conseguía con pequeños cambios de ropa y además había aprendido a imitar los gestos y los movimientos de cada uno de los personajes de los que se disfrazaba: un muchacho humano, una cortesana, una sacerdotisa elfa dorada y tal vez una decena más. Sin embargo, para los elfos salvajes, su transformación de guerrera elfa de la luna en trampero adolescente tethyriano habría sido tan sorprendente, y extraña, como cualquier efecto que pudiese conseguir un brujo humano.

Aun así, no tenía tiempo para dar explicaciones sobre los poderes de la espada. Les ordenó que se mantuvieran a cubierto tras unos matorrales y que siguieran los acontecimientos sin intervenir. En cuanto sus compañeros se alejaron, Arilyn lanzó las pieles sobre la balsa y vadeó el río hasta sumarse a la corriente. Luego, se arrodilló sobre los troncos y empezó a dirigir la embarcación río abajo con ayuda de un palo.

Estaba casi frente a la colina cuando le llegó la primera flecha. Erró el blanco, pero con la visibilidad que ofrecían las estrechas hendiduras abiertas a modo de ventanas en el cuartel, dudaba de que el arquero fuese capaz de ver la diferencia. Con un alarido de fingida agonía, se tambaleó en la balsa y se precipitó al agua.

El sonido viaja con facilidad bajo el agua y, mientras se agazapaba junto a unas rocas en el fondo del río, oyó las exclamaciones de sorpresa de los mercenarios que habían acudido a rematar al trampero cuando se encontraron sin rastro de él. Arilyn vio cómo cogían la balsa y la arrastraban hasta la orilla, y bendijo a Perla Negra, su amiga semielfa marina, por haberle regalado el amuleto que le permitía permanecer bajo el agua.

Lástima que, demasiado tarde, se le ocurrió que tenía que haber explicado aquella capacidad mágica a sus compañeros. Según parecía, su consejo de que permaneciesen ocultos y en silencio sucediera lo que sucediese no fue suficiente para la leal Ala de Halcón. Se le heló la sangre al oír filtrado a través del agua un prolongado y agudo chillido. Había oído en demasiadas ocasiones el grito de guerra de la chiquilla elfa para saber de qué se trataba.

Arilyn apoyó los pies descalzos contra las piedras del fondo y se dio impulso con todas sus fuerzas. Cortó la superficie del agua y se acercó braceando a la orilla para unirse a sus amigos en la batalla. Probablemente, si Ala de Halcón había salido corriendo, los otros irían detrás.

La semielfa saltó a tierra de un brinco y desenvainó al mismo tiempo su espada. La escena que se estaba sucediendo allí no era digna de provocar entusiasmo. Al menos una treintena de hombres había salido del cuartel..., muchos más de los cuatro personajes con los que tenían que enfrentarse. Arilyn se lanzó al ataque, pero aun así no pudo más que contemplar cómo caía la valerosa chiquilla elfa, sujetándose con la mano un brillante tajo que una espada mercenaria había abierto en su brazo diestro.

Sin embargo, Ala de Halcón no estaba dispuesta a darse por vencida. Rodó hacia un costado y se puso de nuevo en pie, sujetando con la otra mano una daga. La muchacha elfa se movía con un ardor en los ojos que no podía amortiguar ninguna cantidad de sangre..., no la suya, ni por supuesto la de sus enemigos.

Arilyn alcanzó al primero de los mercenarios y descargó un revés perverso. El hombre pudo levantar su espada a tiempo para interceptar el golpe, pero la velocidad y la fuerza del impulso de Arilyn hizo que el arma se le cayera de las manos. La semielfa dio un paso atrás y volvió a embestir, dirigiendo con precisión la espada entre la tercera y la cuarta costillas del hombre, las que ocultaban el corazón. Sin detenerse, se volvió ligeramente para interponer el cuerpo del soldado entre ella y su segundo atacante. Acto seguido, empujó con el pie el cadáver y de un puntapié lo sacó de su espada y lo precipitó contra el segundo hombre.

El mercenario que atacaba no pudo apartarse a tiempo y la espada que sostenía frente a él a modo de lanza se hundió en el cuerpo de su compañero. Con tres pasos, Arilyn trazó un círculo hasta situarse detrás de su atacante y con un ágil movimiento le partió en dos la espina dorsal sin darle tiempo a extraer su espada.

Giró en redondo, con la hoja de luna sostenida en posición de defensa para enfrentarse al tercer hombre. Éste se aproximaba con pasos ligeros, templados, y lucía una expresión de absoluta confianza en el rostro. Esbozó una sonrisa y alzó la espada a modo de parodia del saludo que haría un caballero antes de enfrentarse a un duelo.

El hijo de un noble convertido en soldado de fortuna, pensó Arilyn, y que estaba dispuesto a divertirse a expensas del plebeyo que tenía delante. En definitiva, un idiota.

Arilyn soltó un breve bufido de disgusto. Esquivó el primer ataque del noble rufián y contraatacó con un rápido barrido bajo, que también fue interceptado; resonó el entrechocar de las espadas, pero él respondía a todas las acometidas y las sabía devolver. Era bueno como espadachín, pero no tanto como él pensaba.

La semielfa dio la vuelta, fingió un tambaleo y se quedó con una rodilla en tierra y de espaldas a él. Según todas las apariencias, se trataba de un movimiento fatal y casi le pareció ver su sonrisa de suficiencia mientras se disponía a descargar el golpe mortal.

Arilyn escuchó el silbido del filo de la espada al descender y, acto seguido, en el momento preciso, levantó la hoja de luna por encima de su cabeza para parar el golpe. De un brinco se puso en pie y se volvió para enfrentarse a él, mientras empujaba al mismo tiempo las dos espadas entrelazadas en un movimiento hacia abajo. La velocidad de aquel inesperado ataque hizo que el espadachín perdiera el equilibrio, pero Arilyn golpeó de repente hacia arriba con todas sus fuerzas y de un tajo le arrancó al hombre la oreja. Su oponente soltó un alarido de dolor, pero duró poco porque Arilyn se volvió hacia la izquierda y descargó la hoja de luna en un movimiento brusco y horizontal. La cabeza del espadachín se separó de sus hombros.

Arilyn prosiguió el movimiento lateral y flexionó el codo derecho hasta que los dos puños que sujetaban la hoja de luna casi le presionaron el hombro derecho. Se giró hasta situarse frente al hombre que tenía más cercano y dio un paso hacia él. Luego, adelantó el pie izquierdo y descargó la espada con todas sus fuerzas dirigiendo el golpe hacia su garganta. El tipo ni siquiera pudo levantar su espada para parar el golpe.

Tras extraer la espada de la garganta del hombre, dio la vuelta para ver cómo se las estaban arreglando sus compañeros.

No demasiado bien. Ala de Halcón había caído y Hurón estaba rodeada. El líder de guerra elfo estaba haciendo cuanto podía para abrirse paso hasta alguna de sus asediadas compañeras, pero lo sobrepasaban en número y, aunque luchaba de uno en uno, la daga de hueso de Foxfire no había sido diseñada para luchar contra acero templado.

Como si se tratara de una respuesta a sus pensamientos, la daga del elfo se despedazó ante el ataque de una espada de mercenario. El elfo saltó a un costado, ágil y rápido, pero lo acosaban varios hombres a la vez y Arilyn vio con claridad que no podría esquivarlos a todos.

Su respuesta fue fruto del instinto. Sosteniendo en alto la espada manchada de sangre frente a sí, gritó una orden a la magia que se ocultaba en su interior.

—¡Venid a mí! ¡Todos vosotros!

Ante la invocación de Arilyn, la magia pareció explotar en el interior de la hoja de luna..., una niebla blanca se alzó en torbellino en el aire con un ímpetu y una furia que parecían equiparables a la de una tromba marina.

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