Sombras de Plata (42 page)

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Authors: Elaine Cunningham

Tags: #Aventuras, #Fantástico, #Juvenil

Arilyn contó a grandes trazos la historia de su misión anterior y describió el túnel repleto de agua que tenían que recorrer a nado para introducirse en el interior.

—Pero no podremos sacarla del mismo modo. Tendremos que sacarla por la puerta principal. Y el único modo de hacerlo es crear la suficiente confusión en el interior para que Assante se convenza de que tiene que utilizar ese túnel como vía de escape. Lo esperaremos allí y lo convenceremos de que nos saque sanos y salvos del recinto.

—Y entonces, morirá —añadió Hurón—. No se me ocurre un solo hombre que sea más peligroso que él si lo dejamos vivo para que alimente su venganza. Incluso dentro de los límites seguros de Tethir, ¡estaría toda la vida vigilando mi propia sombra! Pero ¿y luego? ¿Cómo llevaremos a nuestra heroína durmiente hasta Tethir?

—Tenemos suerte, tengo un amigo que trabaja en la Cofradía Marítima. Nos ayudará.

—Aquí está —intervino el alquimista, mientras tendía a cada mujer un pequeño recipiente. Arilyn contempló el suyo: parecía hecho de porcelana fina de Shou, y en el borde llevaba pintada una cenefa de dragones serpiente que echaban fuego por la boca. Una sustancia de color claro, parecida en textura a la cera, llenaba el cuenco, con una hebra de algodón que sobresalía en el centro. En el fondo del recipiente se veía una capa de cristales multicolores.

—Parece una vela —comentó Arilyn en tono de admiración—. ¿Cuánto tarda en quemarse la mecha?

Chatarrero se encogió de hombros.

—Una hora, quizás un poco menos. Aseguraos de estar bien lejos cuando explote. Ah, poned los cuencos de forma que el dragón fucsia, ¿lo veis, ese que está al lado?, señale en la dirección en que queréis provocar los mayores daños.

—El palacio de Assante está construido con mármol de Halruaa y los muros tienen más de treinta centímetros de grosor. ¿Estás seguro de que será suficiente?

El rostro del alquimista adquirió una expresión susceptible y quisquillosa.

—¡Con cinco como ésta destruiríamos la mayor parte de la ciudad! ¿Por qué será que los ignorantes creen que lo construido en Halruaa es más resistente que el resto del mundo? ¡Bahh...!

Una idea asaltó de repente a Arilyn, una que en épocas de menos necesidad habría descartado por ser una locura. La rivalidad entre los sacerdotes de Gond de Lantan y los artificieros de Halruaa era legendaria.

—¿Cómo prepararía un hechicero de Halruaa una fortaleza para ser atacada? — preguntó.

—Seguro que mal —replicó Chatarrero con un matiz de desprecio profesional—. ¡Un artificiero podría hacerlo mejor, pero ni siquiera así!

—¿Serías capaz de conocer de antemano sus trucos y desbaratarlos? Claro que sí... —respondió Arilyn con rapidez—. De acuerdo, esto es lo que vamos a hacer. Nosotros cuatro nos dirigiremos a Espolón de Zazes para asaltar el palacio de Assante. Luego, regresaremos aquí, te recogeremos y te llevaremos al campo de batalla. ¿Puedes tener listas para entonces las cosas que necesites?

—Espero que sí —respondió el alquimista en tono indiferente, con la atención concentrada de nuevo en su artilugio de madera—. Podrías recoger unas cuantas cosas para mí en la ciudad: un poco de carbón, sulfuro en polvo, una bolsa grande de alumbre y un tarro de arenque en escabeche. Para comer, ya sabes... —añadió, a modo de explicación.

Arilyn sofocó una sonrisa mientras se disponía a salir de la caverna. ¡Si Chatarrero quería arenques, conseguiría que los Arpistas y la misma Amlaruil le proporcionaran una flota de pesca propia! Eso suponiendo que alguno de ellos sobreviviese a la misión que iban a emprender.

A primera hora del día siguiente llegaron a Espolón de Zazes. Jill y Kendel se dirigieron a aquella zona de la ciudad donde los miembros de razas no humanas levantaban menos recelos, mientras las dos mujeres elfas se encaminaban a casa de Hasheth. Antes de llegar a las afueras de la ciudad, Hurón se había detenido para ponerse el disfraz que utilizaba para mezclarse con los humanos. Por algún motivo, disfrazada con la cara pintada y todas aquellas joyas y los vestidos de seda parecía más silvestre y más mortífera que ataviada con el atuendo de guerrera cazadora que le era propio.

—¿Quién es tu amigo? —le preguntó la elfa salvaje mientras caminaban por las amplias avenidas fingiendo ser dos mujeres elegantemente vestidas que salían a dar un paseo matutino.

—Hasheth, el hijo del bajá Balik.

—Ah, los Arpistas tienen una red de espionaje muy compleja —repuso Hurón en tono de aprobación—. Pero conozco a ese humano; es muy joven, ¿verdad? No es todavía un hombre.

—Ni tampoco un amigo —repuso Arilyn con una sonrisa maliciosa—, pero oye muchas cosas y transmite la información. Además, se está especializando en el tipo de intriga que podemos necesitar.

Abrió la puerta que conducía a una pequeña casa de mármol y cruzó el jardín que tenía enfrente. En la puerta los esperaba un criado con librea, que las acompañó hasta otra sala de espera donde un segundo criado les comunicó que el joven dueño se había levantado hacía poco y que enseguida bajaría a recibirlas. Arilyn notó que, según todas las apariencias, la fortuna personal de Hasheth seguía estando al alza.

Al cabo de unos momentos, se unió a ellas el joven príncipe, que saludó a Arilyn con una reverencia mientras dirigía una mirada apreciativa al vestido de seda de Hurón.

—¿Has finalizado tus asuntos en el este? Confío en que esta visita sea para celebrar tu éxito...

—Todavía no. Necesitamos cierta información, pero antes, dime, ¿cómo va tu fase de aprendizaje?

—De hecho, bastante bien —respondió Hasheth en tono de suficiencia—. Hhune es un hombre ambicioso que lleva a cabo planes bastante audaces.

—No olvides que uno de esos planes fue un intento de destronar a tu padre — respondió Arilyn en un intento de atemperar la admiración que a todas luces sentía el joven por el lord. Por lo que ella sabía de Hhune, no se merecía particularmente semejante adulación.

—Lo recordaré y estaré alerta —prometió él en tono conciliador—, pero dime lo que necesitas y empezaré la búsqueda.

—Necesito todo lo que puedas conseguir de un hombre que responde al nombre de Bunlap. Tiene una fortaleza junto al ramal norte del río Sulduskoon.

—El nombre me suena —respondió Hasheth en tono satisfecho, encantado de ir un paso por delante de la Arpista—. Es un capitán de mercenarios de las tierras del norte. Sus servicios tienen mucha demanda. Sus hombres están bien entrenados y son todo lo leales a su capitán como es de esperar. Lord Hhune lo emplea ocasionalmente como guardia personal o para la vigilancia de alguna caravana.

—¿Qué está haciendo Bunlap en el bosque de Tethir?

—Eso no te lo puedo decir. No debería estar propiamente en el bosque. Se supone que sus hombres tienen que vigilar para que la explotación forestal no sea atacada.

Hurón se puso de pie de un brinco, como si la hubiesen lanzado con una ballesta.

—¿Una explotación forestal? ¿Dónde?

—La verdad es que no lo sé. Según los libros de registro, los leños proceden de tierras del sur.

La mujer elfa estaba muy agitada mientras intentaba contener la furia..., y algo mucho más profundo que la cólera.

—Tengo que ver algo que se haya hecho con esos árboles. ¡Ahora!

Hasheth frunció el entrecejo, poco acostumbrado a que lo trataran en semejantes términos, pero al ver que Arilyn hacía un gesto de asentimiento, el joven salió de la habitación para volver con un círculo pulido de madera, de unos noventa centímetros de ancho, que estaba en proceso de convertirse en una mesa de juegos. Lo depositó en el suelo y, luego, miró con ojos inquisitivos a Hurón.

La hembra no le prestó atención. Soltó un grito breve, ahogado, y se arrodilló junto al círculo de madera para acariciar con la punta de los dedos los anillos de la madera y detenerse en los ojos que salpicaban las vetas. Al final, alzó una mirada furibunda a Arilyn.

—¡Este árbol era ya centenario cuando las colinas de Tethyr estaban pobladas solamente por lobos y ovejas salvajes! Hay pocos árboles de esta edad en las tierras del sur. Esto tiene que proceder del bosque de los elfos.

Un pesado silencio se apoderó de la estancia.

—No soy experto en ordenanzas locales, pero sé que eso sería tremendamente ilegal —repuso Arilyn—. ¿Por qué haría Hhune una cosa así?

—Quizás él no conozca el origen de la madera —sugirió Hasheth con rapidez.

—Lo dudo. Bueno, Hurón, es fácil saber cuál será tu próximo objetivo —comentó Arilyn en tono sombrío.

—Hhune —admitió la asesina elfa.

—Pero antes necesitamos tu experiencia en planificaciones —repuso Arilyn volviéndose hacia el joven, que permanecía tenso. Describió la misión y lo que esperaban de él. Hasheth accedió a todo pero algo en el tono distraído y mecánico de sus respuestas hizo que Arilyn desconfiara.

Cuando hubieron ultimado todos los detalles, el joven acompañó a las mujeres a la puerta principal. Siguiendo un impulso, Arilyn se volvió hacia Hasheth.

—Mira —comentó, con voz suave—. No me gusta especialmente Hhune, pero mientras se mantenga alejado del bosque y de los elfos, lo dejaré con vida. Haz lo que te digo: averigua por qué Hhune se está arriesgando tanto y quién puede estar al frente de todo esto. Si existe un modo de detener todo esto sin matar a tu nuevo patrón, lo haremos.

—Haré lo que pueda —prometió Hasheth de inmediato.

Se quedó en la puerta mucho tiempo después de que se hubiese marchado la semielfa con su exótica cortesana, meditando sobre cómo afrontar aquella nueva dificultad. Por supuesto, podía arreglar las cosas para que Arilyn y su asociada nunca llegaran a salir de la fortaleza de Assante. Eso sería sencillo, pues unas pocas palabras suyas describiendo los planes de la Arpista le valdrían sin duda su derecho a formar parte como miembro de los Caballeros de la Espada.

Pero no sabía lo que Arilyn había contado a sus superiores, ni sabía si los Arpistas iban a mandar agentes para sustituirla. Hasheth no deseaba que ningún norteño entrometido metiera las narices en los asuntos de Hhune o le quitara el puesto como informador de los Arpistas. No, tenía que proteger a Arilyn.

No obstante, no podía permitir que hiriese a lord Hhune. El mercader era un pilar básico para los planes que Hasheth había trazado para su propio futuro. Tendrían que hacerse varios sacrificios y los planes resultarían más complejos, pero sin duda todo aquello estaba a la altura de un hombre de su capacidad, concluyó Hasheth en tono de satisfacción.

El lythari salió de su guarida a través de una puerta oriental del bosque de Tethir, una que no se había utilizado desde hacía muchos años.

La puerta lo llevó a los límites más orientales del terreno que usaban de caza la tribu de Suldusk, cerca del borde del bosque. Ganamede no solía ir allí porque los elfos salvajes que habitaban entre aquellos árboles milenarios apenas se trataban con nadie que no fuese de su tribu. Sin duda había pocos elfos salvajes más hostiles y reservados que los de la tribu Suldusk.

Aun así, Ganamede había prometido servir a los intereses de todos los elfos verdes. En forma de lobo, avanzó sigiloso en dirección al asentamiento Suldusk.

El terreno allí era más agreste y salvaje que en las partes más occidentales del bosque. Los árboles crecían en las cimas de escarpadas colinas repletas de cavernas y salpicadas de riscos pedregosos y barrancos. A los ojos de Ganamede, aquella zona se parecía más a los bosques del Norland que a los terrenos de Tethyr. Además, los primeros refugiados de Cormanthor se habían instalado allí hacía tiempo y los árboles que habían traído del bosque elfo todavía contemplaban como vigilantes el territorio.

Sin embargo, los Suldusk habían vivido entre los árboles de Tethir desde tiempo inmemorial. La tribu estaba ya allí cuando se recibieron los refugiados de Cormanthor, los elfos que, transcurrido el tiempo, se convirtieron en la tribu elmanesa, y habían recibido el regalo de los plantones que habían traído del norte, pero las relaciones no habían seguido siendo cordiales entre tribus. Se habían sucedido siglos de conflictos entre ellos, seguidos de alguna incómoda tregua. Al final, había desaparecido el contacto por completo entre ambas tribus y ni siquiera los clanes de lytharis cazaban en tierras de los Suldusk.

El aguzado oído de Ganamede captó un sonido lejano, débil, pero ajeno al bosque y, por consiguiente, claramente audible. El lythari trepó por una enorme colina que desembocaba en el asentamiento. Desde allí podría tener una visión completa del valle. Aunque estuviese poblado de árboles, podría captar el origen de aquel sonido.

Con gran cautela, el elfo transformado en lobo coronó la cima y se detuvo al borde del precipicio. Se quedó allí, perplejo, contemplando el valle. Lo que una vez había sido un maravilloso bosque elfo había quedado devastado y desprovisto de vida y de magia. El terreno se veía salpicado de mojones enormes y el espeso follaje había sido quemado para que los árboles muertos pudiesen ser conducidos con más facilidad hacia el río para ser transportados.

Ganamede sacudió su cabeza plateada como si se negara a aceptarlo. ¿Cómo era posible? La feroz tribu de elfos Suldusk no habría permitido jamás que se destrozara de ese modo su hogar. No si seguían con vida, por supuesto.

El lythari dio media vuelta y se encaminó hacia el asentamiento elfo, que quedaba oculto en un valle no muy lejano del devastado bosque. Se detuvo, sin embargo, mucho antes de llegar, aturdido por el aroma de pesar, muerte y desesperación. Coronó la colina que se cernía sobre el valle de los Suldusk y vio que quedaba escasa cobertura. Con gran cautela, se fue acercando porque tenía que averiguar qué había sucedido con los elfos Suldusk.

Durante largo rato se quedó mirando Ganamede el devastado territorio. Luego, su silueta plateada parpadeó y desapareció, y él se quedó en el quemado círculo, plantado sobre dos piernas como un solemne elfo de cabellos plateados. Había completado aquella transformación sin pensar en ello, atraído por una fuerte y profunda necesidad.

En su forma de lobo, Ganamede no podía derramar una sola lágrima.

19

Unidas por la muñeca con el amuleto de respiración bajo el agua de Arilyn, las dos hembras elfas se introdujeron en el pozo que daba acceso al túnel de salida de Abrum Assante. Mientras el camarón gigante se abalanzaba frenéticamente para dar cuenta del jarrete que le había lanzado Arilyn como cebo, las dos remontaron nadando a toda prisa el pozo hasta asomar la cabeza por la superficie del agua, otear con cautela los pasadizos de mármol rosado por si había guardias de vigilancia y luego salir del agua.

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