Sombras de Plata (49 page)

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Authors: Elaine Cunningham

Tags: #Aventuras, #Fantástico, #Juvenil

Antes de que Kendel pudiese hacerle una advertencia, un humano armado con una lanza se abalanzó sobre el preocupado enano y, al hundir la punta en la barba, hizo que el enano levantara la cabeza y la echara hacia atrás.

Jill se quedó un instante paralizado. Buscó con la mirada a su amigo elfo y se despidió de él con un sentido encogimiento de hombros.

Pero Kendel no estaba dispuesto a perder a su curioso compañero. Sintió que le asaltaba la inspiración y, señalando al enano, empezó a chillar.

—Jill! —gritaba a la desesperada—. ¡Ese enano se llama Jill!

El mercenario se echó a reír.

—¿Y qué? —respondió, sin acabar de comprender el truco del elfo—. ¡No tengo inconveniente en matar a un enano macho o a una hembra, aunque aseguro por Cyric que no sabría distinguir la diferencia entre uno y la otra!

Una nube de tormenta empezó a arremolinarse sobre el ceñudo rostro de Jill.

—¡Yo no soy una cursi hembra! —rugió en un tono de voz cuya profundidad ningún humano era capaz de alcanzar—. Vosotros los humanos tenéis la agudeza visual de un topo y el encanto de un caballo castrado, no me extraña que vuestras mujeres se enamoren de los elfos y los halflings.

El insulto pareció tocar una fibra sensible del mercenario.

—¿Jill? —repitió, esta vez en tono de burla.

Al final, la palabra pronunciada con sorna tuvo el efecto deseado. Espoleado por el insulto que tan familiar le resultaba, el enano se abalanzó hacia adelante y agarró la caña de la lanza; se inclinó hacia atrás y apartó el arma hacia un costado, sin fijarse en las matas de barba castaña que quedaron enganchadas en la púa en forma de V del extremo de hierro. Luego se lanzó sobre el arma y golpeó con fuerza la caña.

Antes de que el hombre pudiese recobrarse de la sorpresa que le había causado aquel insólito contraataque, Jill masticó algo y escupió un montón de astillas de roble sobre el rostro del hombre, antes de saltar sobre él sosteniendo en la mano parte de la lanza rota como si fuera una daga. El hombre se tambaleó y cayó ante la furia de los ataques, y de inmediato se vio clavado en el suelo por casi ochenta kilos de peso de enano iracundo.

—Jill era el nombre de mi madre —gruñó el corpulento guerrero enano antes de disparar la lanza.

El enano se puso de pie y se limpió las manos salpicadas de sangre en la túnica. Todavía imbuido por el fragor de su propia batalla particular, saltó un par de veces sobre la cabeza del semiorco muerto y, cuando le hubo quebrado el cráneo por completo, pudo recuperar su hacha.

Kendel acudió a toda prisa junto a su amigo.

—La batalla aún no ha acabado —comentó con una sonrisa—. Todavía tengo que presentarte a mucha gente...

Al comprender la estratagema, y el suave deje de humor de su amigo, los ojos gris pizarra del enano sonrieron, chasqueó la lengua y se situó junto al elfo.

—Oh, ésta me ha gustado —comentó en tono admirado mientras trotaban en dirección a la escaramuza más cercana—. Por muy escuálido que seas, elfo, eres inteligente en plena batalla. Mis compañeros se van a quedar encantados al escuchar esta historia, en cuanto hayamos acabado este asunto y regresemos a las montañas Tierra Rápida. Piensa en ello —añadió el enano—. Tengo una prima preciosa a la que te encantará conocer.

Kendel parpadeó, sorprendido no sólo por la invitación del enano a acompañarlo de regreso al hogar de sus antepasados, sino por la calida bienvenida que Jill preveía para los dos y por la perspectiva en cierto modo desalentadora de que fuera a cortejar a una joven doncella enana. Por extraño que pareciese, para un elfo sin hogar ni compromiso de ningún tipo, la oferta parecía incluso atrayente.

—No se llamará Jill, ¿verdad? —preguntó como de pasada mientras levantaba la espada para enfrentarse a un mercenario que arremetía contra ellos.

El enano frunció el entrecejo y se situó en mitad de la trayectoria del hombre que venía a la carrera.

—Por supuesto —respondió en tono beligerante—. ¿Y qué?

Bunlap avanzó hacia el elfo, con el rostro barbudo contraído en una mueca entusiasta y la espada sostenida en alto y hacia atrás. El brazo desgarrado y sangrante de Foxfire rehusaba responder. Cogió la espada con la otra mano, la levantó y aunque no pudo frenar del todo el primer ataque, al menos lo aguantó.

El hombre volvió a arremeter con un movimiento rápido, como si asestara puñaladas, pero Foxfire volvió a esquivar el golpe, esta vez con mayor seguridad. Durante varios minutos estuvieron luchando, y los golpes sonaban cada vez más fuertes y más rápidos.

No obstante, la pérdida de sangre empezaba a hacer mella en el elfo. Sentía la visión nublada y el humano había conseguido atravesar sus defensas y hacerle un corte profundo en el pecho. Foxfire se abalanzó sobre su oponente, pero cuando Bunlap saltó hacia atrás para esquivar el ataque, el elfo cayó de bruces al suelo.

La esperada estocada de gracia no llegaba. Una bota pesada, de hierro, le dio un puntapié en la parte baja de la espalda, lo que provocó que oleadas de agonía repercutieran por todos los nervios de su cuerpo. Vagamente, Foxfire percibió que la espada del hombre trazaba líneas profundas y dolorosas sobre su piel. En apariencia Bunlap pretendía marcar al elfo como él mismo había sido marcado. Se tomaba su tiempo, porque estaba esculpiendo su firma sin prestar atención al dolor, y el placer sádico que le causaba era tan tangible para el elfo casi desmayado como su propio dolor.

De repente, Foxfire oyó una exclamación de sobresalto y notó que la pesada bota que lo mantenía clavado en el suelo había desaparecido.

El elfo levantó la cabeza y la sacudió en un intento de despejar la nube de dolor y de sangre. Para su sorpresa, vio que Arilyn se había interpuesto entre él y aquel humano, con una espada elfa sujeta con ambas manos.

—Otra vez tú —murmuró Bunlap en un tono de voz siniestro—. Apártate de mi camino. Este elfo me pertenece.

—Yo creo que no —repuso la mujer con frialdad. Aguantó las primeras acometidas del mercenario y descargó un revés circular que hizo que el hombre tuviera que separar mucho el brazo que sostenía la espada.

Bunlap se acercó un poco y le dio un puñetazo con los nudillos desnudos al hermoso rostro elfo. Ella retrocedió y sacudió la cabeza como si quisiera aclararse la vista. Acto seguido se agachó para esquivar un nuevo embate de la espada humana, esta vez hacia abajo y de través. A punto estuvo de alcanzarla; un espeso mechón de cabellos ondulados de color zafiro cayó al suelo.

La mujer elfa volvió a incorporarse cuan alta era y situó la hoja de luna de nuevo frente a ella. Se lanzó al ataque, hizo una finta y volvió a atacar, con movimientos tan vertiginosos que Bunlap se vio obligado a echarse hacia atrás.

Como respuesta, el humano lanzó un puntapié brutal a Foxfire en las costillas.

El hermoso rostro de su contrincante elfa se ensombreció de rabia. Tras enfundar la espada en su vaina antigua, saltó hacia adelante con las manos extendidas para agarrar a Bunlap por las muñecas.

El ataque fue inesperado, como sorprendente fue también el siguiente movimiento de la hembra. Tras sujetar el brazo con el que el hombre sostenía su espada, giró sobre sí misma hasta situar su espalda contra el pecho de él y, tras doblar la cintura, tiró con fuerza del brazo que mantenía sujeto. Bunlap salió proyectado por encima de ella y cayó pesadamente de espaldas mientras su espada caía con estrépito al suelo.

Gruñendo como un oso enfurecido, Bunlap rodó sobre sí mismo y agarró a la mujer elfa por los tobillos. Tiró con fuerza para hacerla caer.

Con agilidad elfa, la mujer forcejeó y consiguió poner las manos por debajo antes de caer, lo cual amortiguó en gran medida el golpe, pero no consiguió liberarla del hombre que la mantenía sujeta.

Bunlap se puso de pie y, con un movimiento rápido y cruel, hizo girar el cuerpo de la mujer elfa hasta ponerla de espaldas al suelo. Luego, la arrastró hacia sí y se abalanzó encima para sujetarla contra el suelo.

Era un hombre corpulento, de casi metro ochenta de altura y con un peso que sobrepasaba los ciento veinte kilos, y ninguna mujer, por habilidosa que fuera en la batalla, podía resistir aquello.

Bunlap se apoyó en un codo y, con la mano libre, empezó a propinarle puñetazos en la cara. Se tomó su tiempo, dejando moretones rojizos en la pálida piel, pero sin llegar a quebrar ningún hueso. Era una especie de venganza, y tenía mejor sabor si se hacía con lentitud.

Al principio, la elfa forcejeaba por debajo de él, golpeándole el pecho con las manos. Gradualmente, el espíritu de lucha desapareció de su cuerpo y sus ojos, unos ojos extraños, azules, con vetas doradas, se hicieron distantes y se desenfocaron. Bunlap había visto cosas como aquélla con anterioridad. El terror provocaba reacciones extrañas en las mujeres y esa especie de renuncia no era inusual. Por eso no se extrañó de que sus labios empezaran a entonar un canto elfo, ni que sus manos, que habían caído lánguidamente a ambos costados, se moviesen con gestos sutiles, ligeros, arcanos.

Bunlap no se dio cuenta de nada. Su ansia de venganza había dado paso a una emoción más oscura. Desgarró en dos la túnica exterior de la mujer elfa y esbozó una sonrisa mientras acariciaba con ambas manos la cota de malla plateada y suave que llevaba debajo.

Fue en ese momento cuando la mujer elfa finalizó su canto. Una energía sobrenatural emergió de su cuerpo y el metal de su espada y su armadura resplandecieron como si fueran fuego blanco. Bunlap soltó un grito de agonía y de rabia mientras las oleadas de poder lo sacudían, pero por más que lo intentó no consiguió soltarse de la mortífera cota de malla elfa.

No fue consciente del momento en que la oleada mortífera se detuvo, ni supo cuándo la mujer elfa consiguió escabullirse. Cuando recobró la conciencia, estaba de rodillas, con las manos ennegrecidas extendidas ante él como si fueran las garras de un pájaro chamuscado.

—Ponte de pie —lo invitó la mujer elfa en voz baja, musical—. Si te queda algo de honor, aguanta y lucha.

Bunlap miró primero los ojos de la mujer elfa y luego la punta de su espada. Ambos relucían con fuego arcano, azulado y colérico. Sintió que las ganas de luchar desaparecían.

—¿Con esto? —preguntó mientras mostraba sus manos requemadas—. ¿Cómo puedes hablar de honor?

—Te doy la oportunidad de morir de pie con una espada en las manos. Es más de lo que te mereces. Si rehúsas, te mataré ahí mismo donde te humillas.

El desprecio que destilaba su tono de voz estimuló al hombre orgulloso a entrar en acción. Cogió su espada, resistió el dolor lacerante que le produjo su contacto en la mano y se puso de pie.

Bunlap era un mercenario experimentado. Había matado a su primer hombre a los trece años y desde entonces se había ganado la vida con la espada. Pero en sus casi cuarenta años de lucha constante, nunca se había encontrado con un espadachín que igualara al que tenía en aquel momento delante.

La elfa, fría e inexorable meditaba todos los movimientos de su espada en cada ataque, cada defensa y cada embestida. Al final, obligó al hombre a apuntar con la espada al suelo. Con un rápido movimiento, golpeó el filo de la espada de un puntapié y lo obligó a soltarla.

Sosteniéndole la mirada, le hundió la espada en el corazón.

Foxfire presenciaba toda la escena como si contemplara el mundo a través de un cristal ahumado. No podía moverse, ni hacer nada para impedir que su enemigo hiciese daño a la elfa que adoraba por encima de todas las cosas. Irreal, también, le pareció la ayuda que le prestó la elfa cuando se inclinó junto a él.

Unas manos suaves ayudaron a Foxfire a recostarse contra un árbol, le exploraron las magulladas costillas y le vendaron las heridas, antes de darle un frasco de agua para que bebiese. Cuando el dolor empezó a remitir, la elfa cogió el rostro del elfo entre sus manos y le sostuvo la mirada.

Con un ligero sobresalto, Foxfire se dio cuenta de que aquélla no era en absoluto Arilyn, sino alguien tan parecido a ella como una hermana gemela. Sólo el cabello, de un tono raro, como de color zafiro, y unos rasgos más angulosos distinguían las facciones de su rostro de las de su descendiente semielfa.

—Por todo lo que has hecho por mi hija, te estoy agradecida —murmuró la mujer elfa en una voz que sonaba a viento y a música—. Has mostrado a Arilyn que posee un alma elfa. Dile que su madre está orgullosa de ella. Dile que ella y yo estaremos de nuevo juntas, al servicio del Pueblo mientras sea necesario, y en Arvandor cuando nuestra tarea haya sido completada. ¡Díselo! Me gustaría decírselo yo misma —añadió la elfa con evidente anhelo—, pero si vuelvo a ella aceleraré nuestra reunión, y eso no debo hacerlo. El Pueblo necesita a Arilyn. ¿Le dirás todas estas cosas?

Foxfire hizo un gesto de asentimiento, y la hermosa elfa de la luna se disipó como niebla a plena luz del día.

El temor inundó el corazón del elfo verde; en una sola ocasión había visto a los guerreros de las sombras desaparecer durante la batalla, poco después de la caída de la dama de la hoja de luna. Luchó por ponerse de pie y se acercó tambaleante a la luz resplandeciente que rodeaba la espada de Arilyn.

La hoja de luna yacía en la tierra empapada de sangre y su fuego arcano y azulado se disipaba con rapidez. Su portadora había caído en un lugar cercano, pero junto a la guerrera caída le sorprendió ver arrodillada a Hurón, sujetando con gesto protector su cabeza de cabellos negros como el azabache. A su alrededor danzaba un círculo de guerreros exultantes: elfos verdes, tanto elmaneses como Suldusk, centauros, faunos, lytharis, e incluso un magullado pero sonriente enano.

Hurón alzó la vista y prendió su mirada con la del elfo.

—¡Hemos ganado la batalla y Arilyn sigue con vida!

24

Después de que los heridos fueran atendidos y los muertos regresaran al bosque, los elfos emprendieron ruta hacia el norte.

De común acuerdo, habían decidido repoblar y formar un nuevo asentamiento en el Claro del Cisne, uno que aceptara por igual a miembros de la tribu elmanesa y Suldusk. Después de la batalla, para todos había quedado clara la conveniencia de vivir juntos.

Arilyn y Ganamede caminaban uno al lado del otro. La semielfa todavía se sentía débil por su hazaña y había adelgazado, pero se sentía también fortalecida por el éxito de su misión y por la calidez del mensaje que Foxfire le había transmitido.

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