Sombras de Plata (46 page)

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Authors: Elaine Cunningham

Tags: #Aventuras, #Fantástico, #Juvenil

—¿Y la madera?

—Ha sido trasladada hasta Puerto Kir a través de una ruta retorcida e ingeniosa. El mercenario ha obtenido con ella una enorme riqueza que ha invertido en incrementar su ejército para ir en contra de los elfos del bosque y quizá tal vez para otros propósitos. Mucha de la madera ha acabado en unos astilleros que la utilizan para construir veleros muy veloces y bien armados. Ese Bunlap es un hombre peligrosamente ambicioso.

Hasheth se inclinó hacia adelante, con los ojos abiertos de par en par y expresión de impaciencia.

—Soy un hombre joven, duque Hembreon, y quizá no esté preparado para seguirle la pista a un hombre sin dejar marcas que me delaten, así que es posible que Bunlap esté al corriente de mis esfuerzos. Ha hecho algún intento de implicar a mi señor a modo de venganza y tengo motivos para temer que ha encontrado un cómplice en ese empeño, alguien próximo a Hhune. Todavía desconozco el nombre de ese rufián, pero os ruego que me dejéis proseguir en la búsqueda de su identidad. Si los Caballeros se inmiscuyen demasiado en los asuntos de Hhune, el traidor puede temer ser descubierto y emprender la huida.

El duque lo contempló con expresión sombría.

—Vuestras palabras parecen encerrar una gran sabiduría y también modestia, teniendo en cuenta vuestros años. Hacéis bien en hablar con tanta franqueza ante mí. Se hará todo como decís; los Caballeros dejaremos la búsqueda de la persona que ha traicionado a Hhune en vuestras manos, pero en cuanto a Bunlap..., ¿dónde podemos encontrarlo?

—Posee una fortaleza cerca de la desembocadura del ramal norte del río Sulduskoon. El campamento de tala está situado mucho más hacia el este, donde confluyen el río y el bosque.

El duque torció el gesto.

—¡Los Caballeros del Escudo no poseen un ejército que pueda ser enviado a semejante distancia!

—Un asesino, entonces —propuso el joven—. Conozco uno que cumpliría bien con el cometido y luego se lo comunicaría a los elfos. Es semielfa, y está ansiosa por restablecer la paz entre los compañeros de su padre y los de su madre. Los habitantes del bosque le han asegurado que la muerte de Bunlap pondría fin a los conflictos.

Aquello era una completa mentira, pero Hasheth estaba convencido que el resultado final convertiría en ciertas sus palabras. Después de todo, Arilyn había puesto todo su empeño en la destrucción de las operaciones de tala y, para hacerlo, tenía que sacar a Bunlap de en medio.

—Ocupaos de ello e informadme cuando esté acabado.

Viendo que sus palabras ocultaban un tono de despedida, Hasheth se puso de pie y salió de casa del duque Hembreon intentando por todos los medios disimular su entusiasmo.

La entrevista había ido mucho mejor de lo que esperaba. Con unos cuantos pasos más conseguiría el favor de Hhune, Hembreon y los Caballeros. Y el único coste sería la flota de barcos de Hhune.

Una bagatela, en opinión de Hasheth.

Al día siguiente, los elfos del bosque y los lytharis se reunieron en unas colinas cercanas al asentamiento de los Suldusk. Atacarían con la llegada del alba y todavía les quedaban muchos preparativos por hacer y planes que ultimar para la batalla que se avecinaba.

La tarea más difícil que tenían por delante sería rescatar a los elfos cautivos. Las mejores estimaciones de los exploradores lytharis hablaban de que quedaban con vida quizás unos cincuenta elfos Suldusk. Era difícil evaluar su número con certeza, porque habían sido apiñados en jaulas dispuestas sobre el desolado suelo, construidas con ramas de los árboles talados. El campamento humano estaba dividido: unos cuantos hombres vigilaban a los cautivos y el resto estaba acampado cerca del río, y por ese motivo las fuerzas elfas también tendrían que ser divididas.

A pesar del triste cariz de la tarea que tenían por delante, los elfos no pudieron dejar de contemplar con perplejidad a los extraños que se les habían unido. A Kendel Hojaenrama lo aceptaron sin dificultades, aunque su patente amistad con un enano era algo que escapaba a su comprensión, pero el humano los tenía fascinados.

Chatarrero se mantenía al margen, y no dejaba de murmurar y trastear con la colección de frascos y tarros y polvos que había llevado consigo. Los elfos habían oído todos la historia narrada por Hurón sobre la destrucción que su invento había provocado en los humanos de Espolón de Zazes y hasta Tamsin, quizás el más xenófobo de todos ellos, estaba más que dispuesto a dejar que Chatarrero se ocupara de sus asuntos sin ser molestado.

Arilyn se sentía bastante inútil ante todos aquellos preparativos. En muchos aspectos su participación en la batalla estaba ya acabada. Gracias a sus esfuerzos los lytharis se habían unido a los elfos del bosque, y Zoastria había regresado. La semielfa había enviado también en secreto a Ganamede al bosque en busca de aliados entre las criaturas sobrenaturales del bosque, unos seres tan reservados que ni siquiera los elfos eran capaces de encontrarlos si no deseaban ser localizados. El lythari conocía todos los secretos del bosque pero, aun así, Arilyn albergaba pocas esperanzas de que Ganamede tuviese éxito en su misión de ganar adeptos.

También se sentía extrañamente incompleta sin la hoja de luna atada en su cintura, porque desde su decimoquinto cumpleaños había estado siempre con ella. Tampoco tenía otra espada con la que sustituirla porque aquel tipo de armas escaseaban entre los habitantes del bosque.

Foxfire se fijó en esa carencia.

—No puedes participar en la batalla sin una espada.

Arilyn se encogió de hombros.

—Tengo una daga. Me será suficiente para desarmar a uno de los humanos. —Intentó esbozar una sonrisa—. Probaré alguna de las suyas y me quedaré la que más me guste.

—Aun así, debes tener un arma. Si no para ti misma, por el bien que harías a la tribu, al Pueblo —se corrigió. Ahora había tres razas de elfos unidas en la preparación de la batalla y los elmaneses, siempre tan reservados, empezaban a ampliar su concepto de comunidad—. ¡Nadie de los que estamos aquí pueden equipararse a ti en el manejo de la espada, ni siquiera Soora Thea!

Foxfire hizo un gesto de asentimiento hacia la diminuta elfa de la luna que estaba haciendo una demostración de una secuencia de ataque a un pequeño grupo de elfos adultos.

Pero Arilyn sacudió la cabeza.

—No, su técnica es mucho más precisa y limpia que la mía y jamás podré igualarla. Si hay alguna diferencia, es porque la hoja de luna ha aumentado de poder desde que ella la blandió por última vez. Al menos cuatro elfos han portado la espada desde que Zoastria la pasó y cada uno de ellos añadió a la hoja de luna una reserva de magia. A decir verdad, las hojas de luna son cada vez más difíciles de manejar — concluyó—. Dudo que haya muchas personas que puedan resistir su magia.

—Y menos todavía que puedan manejar semejante magia —razonó Foxfire—. Según dice la leyenda, una espada como ésa consumiría a todo aquel individuo que no se lo mereciera y que intentase blandirla. Debe exigir mucha valentía aceptar una hoja de luna.

La semielfa se limitó a encogerse de hombros, no por modestia sino porque había empuñado la espada por primera vez sin conocer todas sus implicaciones.

—A menudo he pensado en el poder que le otorgaste a tu espada. Dicen que ese don no es una elección deliberada, sino el resultado de la reflexión sobre las necesidades de su portador y de sus talentos —comentó él.

—O de la misión —añadió Arilyn—. A veces la magia acude en respuesta a una súbita necesidad. Uno de mis antepasados tuvo una discusión con un dragón rojo y acabó imbuyendo a la espada con capacidad de resistencia al fuego. ¡Imagina su sorpresa cuando se levantó y se encontró vivo después de semejante batalla!

El elfo verde chasqueó la lengua.

—Por eso resististe los disparos de fuego del hechicero. Vi cómo la espada trazaba un escudo a tu alrededor y he visto también cómo se mueve a una velocidad de vértigo. ¿Qué capacidad le imbuiste tú?

—Ninguna. Una hoja de luna puede ser sostenida por una sola persona —explicó Arilyn— y eso causa problemas si tienes un compañero. Mi aportación fue poder compartir la hoja y su magia, en caso de necesidad.

—Ah, eso explica muchas cosas —respondió Foxfire.

Arilyn le dirigió una mirada burlona.

—Durante la batalla junto al río, me vi muy presionado por los humanos — empezó a decir—. No obstante, vi a los guerreros de sombra que emergieron de tu espada y noté que entre ellos había uno que no era elfo, a pesar de que enseguida adoptó una apariencia diferente. Al principio, no entendía nada, hasta que tú me contaste que te habías vinculado en armonía con otra persona.

»No pongas esa cara sorprendida —prosiguió, sonriendo ante la expresión de perplejidad que apareció en el rostro de la semielfa—. Como tú misma me dijiste, hay muchos modos de compartir cosas. El hecho de compartir con ese humano tu hoja de luna fue el mayor lazo que jamás podías haberle hecho. Reflejaba, como tú dijiste, tu deseo más profundo. Y quizá fuese también producto de una necesidad, y por eso lo hizo la hoja de luna. Tú no eras capaz de ver la necesidad que tenías de ese humano o no sabías cómo abrirte paso hasta él.

La semielfa se quedó mirando a su amigo, perpleja por sus palabras, y más al darse cuenta de que no podía discutirlas. El poder que había otorgado a la espada era parecido a la capacidad de establecer un vínculo de armonía, ¡y ella había elegido a Danilo para compartir aquel don elfo tan preciado! ¡Era extraño el modo en que la mentira bien intencionada que había ofrecido a Foxfire como bálsamo para su orgullo herido acabara siendo la pura verdad!

Foxfire esbozó una sonrisa fugaz y arrepentida.

—No eres la primera que se compromete con un humano de una forma o de otra. Algo en su forma de ser atrae a muchos de nuestro Pueblo. Hay una canción que cantaban los elfos de Mercaderes que hablaba de esto, pero no recuerdo más que la última estrofa.

—Qué fugaz es su llama, ¡pero cuánto brilla! —recitó Arilyn—. Sí, la he oído cantar.

—Y has comprobado que es cierto, como hizo tu madre antes que tú —añadió con suavidad.

Arilyn dio un brinco, al darse cuenta de las implicaciones que tenían sus palabras.

—Lo sabes, sabes que soy semielfa. ¡Lo sabes desde hace tiempo!

—Casi desde el principio —confesó el elfo—. En un principio no hablé por el mismo motivo por el que Hurón guardaba silencio: parecía el mejor modo de servir a nuestro clan. Te necesitábamos. Enseguida me di cuenta de que tu condición de semielfa no era importante para mí, ni tampoco tenía que importar a nadie del Pueblo. Tienes el alma elfa, si no nunca habrías podido blandir una hoja de luna ni habrías podido comprometerte a otro en armonía. El hecho de que hayas elegido compartir ese vínculo con un humano no cambia tu naturaleza elfa ni la minimiza.

Por primera vez en toda su vida, comprendió Arilyn plenamente la dicotomía de su propia forma de ser.

—Gracias —susurró.

Foxfire le apoyó ambas manos en los hombros.

—Era preciso decir estas cosas. Mañana iremos a una guerra. Sabes lo que nos espera y sabes también que tengo que enfrentarme a Bunlap. Él morirá o será vengado. Sea como sea, este asunto debe concluir.

Un ligero rumor procedente del bosque sobresaltó a ambos elfos, que al alzar la vista se encontraron frente a frente con el rostro barbudo de un centauro.

Arilyn lo recordaba de la celebración del solsticio de verano. Llevaba una lanza larga y una expresión de seria resolución en el rostro. ¡Parecía que Ganamede había resultado convincente cuando había transmitido su mensaje a las demás criaturas del bosque!

—Hemos venido en cuanto hemos podido —anunció el centauro, con voz grave y profunda, en lenguaje elfo—. Soy Nesstiss, y traigo conmigo a diez guerreros centauros. Es posible que vengan también los faunos, pero no esperéis verlos hasta que empiece la batalla. ¿Quién dirige esto?

La aparición de los esquivos centauros sirvió de espoleta al ejército de criaturas del bosque. Su resolución grave se tornó salvaje regocijo, e incluso exaltación. Poco antes del alba, se prepararon para el ataque, ocultándose entre los árboles que había justo en la linde de la zona boscosa devastada por los leñadores.

La escena que se desarrollaba ante ellos se asemejaba en cierto modo a los límites más desolados del Abismo. La rica maleza del bosque había sido convertida en cenizas, de entre las cuales sobresalían tocones de árboles ennegrecidos como si fueran setas gigantescas. Sobre el territorio se extendía un halo opresivo de desesperación, pero hasta eso parecía estimular a los hijos de Tethir, pues la visión del bosque en ruinas era un lúgubre recordatorio del motivo por el que estaban luchando.

Arilyn ocupó su puesto entre aquellos que iban a realizar la primera carga por sorpresa. En su opinión, formaban un grupo lamentablemente poco numeroso e imaginó cómo resultaría su ataque ante los mercenarios. Siguiendo un impulso, rebuscó en su bolsa el frasco que Chatarrero le había dado hacía más de un mes, la pócima que había hecho con aquellas setas quejumbrosas.

Sacudió el frasco, lo abrió, vertió unas gotas en un trapo de lino y se acercó al capitán de los centauros.

—Nesstiss, dame una de tus pezuñas —pidió. El centauro pareció sorprendido, pero dobló una pata, obediente. Arilyn se agachó y vertió un poco de poción en la pezuña—. Ahora, apóyala en el suelo, pero con cuidado.

Nesstiss bajó la pata y el gesto de apoyar la pezuña sobre un guijarro que había en el suelo reverberó como si fuera un fuerte golpeteo. Contempló a Arilyn, asombrado.

—Cinco centauros acercándose al campamento por cada uno de los flancos parecerán una caballería completa lanzada a la carga. ¡Despertaremos a todos los mercenarios!

Vio que Zoastria la estaba mirando y que asentía con gesto solemne.

—Unta las pezuñas de los demás, rápido —ordenó—. Centauros, haced lo que Arilyn sugiere. Atacad desde ambos lados, sobresaltad a los humanos y enviadlos en estampida hacia nosotros. Luego, rodead el campamento y seguid hostigándolos.

Arilyn se acercó a los centauros para ponerlos en posición; luego, tendió otro pedazo de tela al elfo que tenía más cercano y le pidió que la ayudara. Cuando tuvo a todos los centauros listos, se acercó a Zoastria.

—Me quedan una o dos gotas en el frasco. Ya has oído cómo incrementa al sonido. Si te las bebes, tus órdenes se oirán en todo el campo de batalla :—sugirió Arilyn.

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