Sombras de Plata (44 page)

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Authors: Elaine Cunningham

Tags: #Aventuras, #Fantástico, #Juvenil

—¿Cómo ha podido suceder esto? ¿Cómo han descubierto este lugar los humanos?

La respuesta acudió a la mente de Arilyn de forma súbita, lacerante y aguda como el filo de un cuchillo.

—Seguramente tenían algún clérigo —admitió—. Algunos sacerdotes pueden forzar a los espíritus de los que han sido asesinados para que les respondan a preguntas. Ala de Halcón cayó cerca de la fortaleza humana y no pudimos traer su cuerpo hasta el bosque. Todo lo que sabía ella, lo saben ahora ellos.

Los elfos se quedaron mirando a Arilyn en silencio, horrorizados. Lo que estaba diciendo era una abominación indescriptible pues ningún elfo se atrevería a alterar el rumbo de otro después de su muerte.

—Has sido tú quien ha permitido que violaran a Ala de Halcón y quien ha traído esta pérdida sobre todos nosotros —intervino una de las elfas con voz baja.

—Tú alejaste a Ala de Halcón y a los demás elfos del bosque —añadió otro—. Si no lo hubieses hecho, esto no habría sucedido.

Murmullos sombríos se diseminaron por la asamblea de elfos. Arilyn no podía culparlos. Los elfos se sentían magullados y asediados, y en las situaciones críticas era lógico que se refugiaran de forma natural en las costumbres antiguas. Como extraña y como elfa de la luna, despertaba recelo. Se preguntó brevemente qué pensarían cuando conociesen a Jill o a Chatarrero.

—Seguimos tus planes; escuchamos tus palabras —proclamó el Portavoz con solemnidad—. Y, al hacerlo, hemos sufrido. Tienes que abandonar este bosque y no regresar jamás.

—¿Piensas dejarla marchar? —preguntó, incrédula, una de las elfas—. ¿No habría que impedir que nos traiga todavía más humanos? No tiene que partir; ¡no tiene que
vivir
! ¡Ha llegado el momento de que el clan proteja a los suyos!

—Ha llegado el momento —anunció una voz tintineante—, de que los hijos de Tethir se unan y emprendan la lucha. No haréis daño a Arilyn Hojaluna.

Los elfos se volvieron al unísono para contemplar a quien había hecho aquella proclama. En el otro extremo del devastado calvero estaba Ganamede, cuyo pelaje plateado rivalizaba en tonalidad con las cenizas que impregnaban el aire. Incluso en un momento como aquél, inmersos como estaban en su dolor y su pérdida y su rabia, la visión de un esquivo lythari esparcía un hechizo de éxtasis sobre los elfos del bosque.

En cuanto vio que todos lo estaban mirando, el lythari alzó su plateado hocico y emitió una llamada prolongada y ondulante al bosque. Luego, avanzó hasta situarse junto a Arilyn y, con un breve relumbrar de luz plateada, su cuerpo de lobo adquirió su forma elfa.

Como si fueran una sola garganta, una exclamación de maravilla y asombro emergió del clan elfo. Ninguno de ellos había visto jamás un lythari transformado en elfo. Ganamede se quedó, alto y orgulloso, al lado de Arilyn, apoyando una mano en su hombro en señal de amistad y de apoyo. Con la otra mano sostenía un arco elfo y llevaba el pelo plateado recogido hacia atrás, con el rostro anguloso pintado para la batalla según las costumbres de los elfos del bosque.

Las maravillas se sucedían unas tras otras. En respuesta a su llamada, una docena de enormes lobos plateados aparecieron en el claro y formaron un semicírculo alrededor de la elfa de la luna y su protector lythari. Éstos no se transformaron, pero sus extraños ojos azules se clavaron con firme propósito en los ojos de los elfos del bosque. El mensaje era obvio: nadie movería un dedo en contra de Arilyn a menos que pelease antes con las sombras plateadas.

—Viajé hasta llegar a las tierras de los Suldusk —anunció Ganamede, rompiendo el profundo e insondable silencio—. Su asentamiento también fue destruido, pero no tuvieron tanta suerte como vosotros. Los pocos que lograron sobrevivir fueron capturados y encerrados en jaulas en los límites del bosque arrasado. Al otro lado, junto a la ribera del río, está el campamento humano. —Se volvió hacia Arilyn—. Conoces las costumbres humanas mejor que cualquiera de nosotros. Si nos diriges, te seguiremos y atacaremos.

—Los elmaneses tenemos ya bastantes problemas —protestó Rhothomir con aspereza—. ¡No puedes esperar que acudamos en ayuda de los Suldusk!

Ganamede depositó una mirada tranquila sobre el Portavoz y, al cabo de un momento, Rhothomir bajó la vista, visiblemente avergonzado. Si los lythari estaban dispuestos a abandonar el bosque para acudir en ayuda de los Suldusk, ¿cómo podían ser ellos menos?

—Hay más —prosiguió el lythari—. Los humanos han estado talando árboles milenarios y quemando zonas extensas de tierras boscosas y eso es una amenaza para todos los hijos de Tethir. En una ocasión, todas nuestras tribus se unieron para detener la maldad. Debemos hacerlo de nuevo.

Hurón se situó en el centro del devastado calvero con los ojos ardientes de vehemencia.

—¡Y eso haremos! Algunos de nuestros mayores recuerdan la batalla de la que habla el lythari. También recordarán a Soora Thea, ¡quien nos condujo a la victoria! Hoy la leyenda se ha hecho realidad. Venid, todos, y contemplad a la heroína que ha regresado.

Un atisbo de esperanza empezó a brillar en los ojos de los elfos del bosque, pero Arilyn vio también que muchos seguían mirándola con desconfianza e incluso odio. No olvidarían con facilidad la destrucción de su hogar y tampoco tenían la suficiente amplitud de miras para aceptar a un humano y a un enano en su cohorte.

Dio unas palmaditas en el brazo de Ganamede y tras indicar con un gesto que los demás lytharis tenían que seguirla, echó a correr hacia el lugar donde esperaban Jill y Chatarrero.

El lythari se transformó con un destello en su forma lobuna y corrió tras ella, seguido de su clan.

Encontraron al alquimista sentado en un tronco, con la cabeza entre las manos y una expresión desamparada en su rostro mofletudo y cetrino. Si no tenía trabajo que hacer ni propiedad alguna que destruir, Chatarrero se sentía incómodo. Jill estaba sentado a su lado, dando pequeños sorbos a un frasco de aguamiel que había conseguido quitarle a Hurón. Kendel no se veía por ninguna parte. El enano y el hombre de Gond vieron cómo se aproximaba Arilyn y se quedaron doblemente impresionados ante la visión de los lobos enormes que corrían en silencio tras la semielfa.

—No hay tiempo para explicaciones. Chatarrero, súbete a lomos de este lythari. Otro que lleve al enano y varios más que vayan al bosque a buscar a un elfo de la luna macho de pelo rojizo y ojos azules. Probablemente estará cazando. Llevadlos a los tres al lugar donde se librará la batalla y esperadnos allí. Pero te prometo por las entrañas de Gond, Chatarrero, que si vuelas algo por los aires antes de que lleguemos nosotros, ¡te apañarás solo!

El alquimista se levantó, se encogió de hombros y se echó a la espalda su enorme bolsa antes de subir con dificultades a lomos del lythari. Jill lo imitó, no sin antes soltar una retahíla de imprecaciones por lo bajo. Los dos lytharis desaparecieron por el bosque, tambaleándose un poco por el peso de su carga.

Por suerte, desaparecieron justo a tiempo porque al cabo de un instante, Hurón se precipitó en el claro con el pueblo de Árboles Altos pegado a los talones.

La hembra elfa se detuvo y señaló la figura durmiente de Zoastria.

—Ysaltry, Nimmetar, vosotros que luchasteis a las órdenes de Soora Thea, adelantaos y decidme si ciertamente es ella.

Los dos elfos ancianos se acercaron y contemplaron durante un rato el rostro inmóvil de la mujer elfa, recordando tiempos remotos y batallas antiguas. Al final, hicieron un gesto de asentimiento.

Hurón desvió la vista hacia la semielfa.

—Empieza —la instó.

Arilyn desenfundó con calma la hoja de luna y la sostuvo en alto frente a ella. Una débil luz azul emergía de la piedra que tenía incrustada en la empuñadura y se extendía por toda la longitud del filo. Aquellos elfos que no habían visto nunca la espada mágica en pleno combate lanzaron una exclamación de asombro.

Ninguno de ellos era ajeno al significado que tenía. Todos habían oído la historia de Soora Thea, la heroína durmiente. Todos sabían que Arilyn llevaba una hoja de luna. Poco a poco, se fueron dando cuenta de que la espada que tenía en sus manos era la misma que había portado la antigua guerrera.

Darse cuenta de eso y de la maravilla que se obraba ante ellos encendió una llama en los ojos de los supervivientes de Árboles Altos. Aun así, Hurón pronunció las palabras en voz alta en el tono rimbombante de un narrador de historias.

—Durante centenares de años, se nos ha transmitido que mientras el fuego mágico de Myth Drannor brille en esta espada, un héroe regresará en tiempos de absoluta necesidad. En una ocasión Soora Thea condujo a nuestra tribu a la batalla. Volverá a venir ahora en respuesta a la llamada de su hija.

Utilizando la entrada que le proporcionaba Hurón, Arilyn se situó de pie junto a la elfa durmiente. La luz de la hoja de luna se posó sobre su rostro impertérrito y extrajo destellos de la trenza de color zafiro.

La semielfa respiró hondo y luego habló en el expectante silencio.

—Acude, tú que fuiste una vez Zoastria, conocida entre el pueblo de Tethir como Soora Thea. Tu tiempo ha llegado de nuevo.

Un remolino de niebla surgió del filo de la espada y envolvió la forma durmiente de la elfa. La sombra elfa de Zoastria, pálida, insustancial y fantasmagórica, se plantó delante del pueblo elfo.

Mientras todas las miradas se concentraban en la silueta espiritual, la esencia de la mujer elfa empezó a tomar sustancia con lentitud. Gradualmente, el perfil fantasmagórico empezó a hacerse sólido y mortal como cualquier otra criatura del bosque. Al cabo, se quedó como si la hubieran sorprendido en un trance, con los ojos cerrados y el cuerpo inmóvil. Poco a poco, el color reapareció en su rostro, cuya tez cambió del color de la nieve a un tono perlado. Al final, sus ojos se abrieron y depositó la mirada sobre el pueblo de Tethir.

Barrió con la mirada el grupo de elfos reunidos hasta detenerse en los rostros embelesados de los dos mayores. Caminó hacia adelante para coger la muñeca de la anciana Ysaltry en un gesto propio de guerreros.

—Te recuerdo bien, Ysaltry, hija de Amancathara. Y a ti también, aunque tu nombre no me acude rápido a la mente. Ambos luchasteis con valentía en un tiempo remoto. Vuestra sabiduría y vuestros recuerdos nos son necesarios ahora. Muchas cosas hemos de enseñar a vuestra gente antes de la batalla —anunció con voz firme e imperativa.

Los ojos de los habitantes del bosque se volvieron hacia el lugar donde momentos antes había reposado el cuerpo durmiente de la mujer elfa.

Arilyn seguía allí, sosteniendo con ambas manos una hoja de luna ahora silenciosa y apagada, pero la camilla estaba vacía. La sombra y la sustancia habían vuelto a convertirse en un solo ser.

Un silencio, completo y profundo, se apoderó del pueblo del bosque. Luego, Rhothomir puso una rodilla en tierra ante la diminuta guerrera elfa de la luna. Todos a una, el pueblo de Árboles Altos cayó de rodillas sobre el suelo del bosque, impaciente por seguir a la heroína que había regresado.

El resto del día transcurrió entre reuniones del consejo y preparativos frenéticos mientras los elfos se disponían a marchar hacia el centro de explotación forestal. Hasta los miembros del clan de los lytharis pululaban alrededor, escuchando los planes. Cada individuo tenía una misión, y todos sentían la necesidad de combinar sus acciones con las de sus nuevos aliados.

Al final, con la llegada de la noche, Arilyn y Hurón tuvieron por fin ocasión de enterarse al detalle de la destrucción que había tenido lugar durante su ausencia. Buscaron a Foxfire y los tres se retiraron a las sombras del improvisado campamento de los elfos. Allí compartieron un pedazo de conejo asado, la primera comida sólida que habían probado los tres durante todo el día, y se dispusieron a escuchar la triste historia.

—Los humanos se abalanzaron sobre nosotros con más rapidez de la que habría creído posible —explicó Foxfire con voz pausada—. Conocían el camino y habían sido avisados de todas nuestras defensas. Su hechicero mató a nuestros vigilantes e incluso incendiaron los árboles de las dríadas, pero creo que antes invocaron hechizos de silencio. Si no llega a ser por la advertencia de los pájaros, nos habrían pillado desprevenidos. Pudimos retirarnos al bosque antes de que el fuego del hechicero se abalanzara sobre Árboles Altos, pero por los pelos.

—¿Cómo escapasteis a la persecución? —preguntó Hurón.

—No nos persiguieron.

Arilyn captó un matiz en el tono de Foxfire y el terror tácito que brillaba en sus ojos.

—Crees que nos han lanzado un cebo, que nos conducen a una batalla que ellos han elegido librar.

El líder de guerra clavó la mirada en sus ojos.

—Sí, los humanos hicieron eso una vez con anterioridad. Devastaron el Claro del Consejo y dejaron varias flechas mías entre los asesinados. Luego, nos dejaron averiguar dónde estaban y nos tendieron una emboscada. —Hizo una pausa—. Hay un asunto pendiente entre ese líder humano y yo, y este ataque lo demuestra.

—¿Qué hicieron esta vez? —preguntó la semielfa con suavidad.

Durante largo rato, el elfo salvaje se quedó en silencio.

—Una vez te dije que había dejado mi marca en el rostro del humano conocido con el nombre de Bunlap. El cuerpo de uno de nuestros exploradores, Uleeya Cantomatutino, fue depositado en el centro del círculo de ceniza, con mi marca esculpida en la mejilla.

Arilyn se inclinó hacia adelante y puso ambas manos en los hombros del elfo salvaje.

—Si los dioses te son favorables, nunca llegarás a conocer a tantos hombres malvados como conozco yo, pero debes creer en lo que voy a contarte.

El macho hizo un gesto para que siguiera hablando.

—Cuando estaba en Espolón de Zazes, me enteré de que ese hombre, Bunlap, había sido contratado para proteger un campo de tala que habían instalado en Suldusk. No me sorprendería que la tarea le hubiese resultado más difícil de llevar a cabo de lo que había supuesto, y es probable que las primeras batallas con las tribus de Suldusk provocaran en él un odio profundo hacia todos los elfos. Tú sólo ves la parte de ese odio que descarga sobre tu clan, pero no dudes que debe de haber otros pueblos en el bosque que se estén preguntando por qué se merecen tanta cólera.

»He conocido a muchos hombres como Bunlap y no existe una explicación única y sencilla para toda la maldad que llevan dentro, así que por favor, amigo mío, no cargues sobre ti más peso del necesario —concluyó con voz suave.

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