Sombras de Plata (50 page)

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Authors: Elaine Cunningham

Tags: #Aventuras, #Fantástico, #Juvenil

Ni ella ni el lythari eran muy aficionados a hablar, y cada uno de ellos tenía un puñado de asuntos que atesorar y que contemplar.

Una vez más, Arilyn descubrió que tenía que pedirle un favor a su amigo. Cada vez le resultaba más fácil hacerlo. En la comunidad que se había desarrollado entre las criaturas del bosque, no parecía una intrusión pedir u ofrecer ayuda, en especial ahora que todos los habitantes se sentían más unidos que nunca.

—Antes de que abandone a los elfos del bosque, hay una cosa que debo hacer — empezó Arilyn—. Me dijiste en una ocasión que llegaría un día en que tendría que caminar entre mis dos mundos. Necesito tu ayuda para hacerlo.

Ganamede se quedó mirándola durante largo rato, y luego asintió como gesto de comprensión y aprobación. —Te llevaré a Siempre Unidos —le prometió.

La reina Amlaruil se sobresaltó cuando el anillo que llevaba en el dedo meñique emitió una alarma silenciosa. Había llevado puesto el anillo durante muchos años para que la advirtiese si alguien entraba por la puerta mágica que había en un extremo de palacio. También le permitía trasladarse allí de inmediato, junto con quien tuviera a mano. Pero aunque tuviese que acudir allí sola, no tenía miedo. No era una figura frágil que tuviese que ser envuelta en algodones y protegida; ella misma era una de las salvaguardas más poderosas que mantenían seguro a Siempre Unidos. Amlaruil conocía la magia milenaria de los elfos y portaba un poder especial del Seldarine. Pocas fuerzas podían superar en poder a la formidable reina de Siempre Unidos.

Hizo un gesto de asentimiento a su escriba y a su guardia de honor y acarició el anillo. Los cuatro elfos emergieron de inmediato en un claro de bosque profundo y arbolado, donde los esperaban dos figuras: un lythari de gran envergadura y piel plateada, y una alta y esbelta hembra elfa de la luna. Por el momento, ninguno de los dos se había dado cuenta de la llegada de la reina.

Arilyn contemplaba embelesada el hogar de sus antepasados. Un puñado de mariposas revoloteaban sobre las flores que salpicaban el prado y los robles centenarios que bordeaban el calvero estaban envueltos por los tonos verde esmeralda propios de finales del verano. Era una escena que podía encontrarse en un bosque virgen de cualquier territorio, salvo por la aureola de energía sobrenatural que lo rodeaba, tan penetrante como la luz del sol.

—Siempre Unidos —murmuró Arilyn.

—Te dejaré aquí y regresaré cuando me necesites —se ofreció Ganamede, instantes antes de esfumarse.

Arilyn percibió el tintineo de la magia en un costado y echó una ojeada a su hoja de luna. Una débil neblina azul emergía de la espada.

Siguió con la vista el remolino de humo y abrió los ojos, boquiabierta, al ver cómo la niebla formaba, como si se tratara de dedos rutilantes, la silueta de una reluciente puerta ovalada. Arilyn la había visto en una sola ocasión antes, pero conocía su existencia. Era el poder que su madre había otorgado sin querer a la hoja de luna, un punto de unión entre el mundo elfo y el humano.

—¿Quién eres tú, que osas violar este lugar?

La pregunta podría haber resultado brusca, a no ser por el tono dulce de la voz que la había formulado. Arilyn sintió un nudo en la garganta cuando la voz alcanzó las profundidades de su memoria y recordó las nanas con que su madre la había acunado cuando era niña. Era como luz de estrellas líquida, por alguna razón era así como recordaba Arilyn la voz de su madre. Y la que oía ahora tenía el mismo tono nítido, resplandeciente.

Arilyn se volvió para enfrentarse cara a cara con Amlaruil Flor de Luna, reina de Siempre Unidos.

Ahora fue la dirigente elfa quien dio un brinco, sobresaltada.

—¿Amnestria? —susurró, con una voz cargada de añoranza y respeto.

Aquello sorprendió a Arilyn porque no sabía que se parecía tanto a su madre. La reina comprendió enseguida su error y volvió a imbuir a sus facciones de una máscara de serenidad real. Amlaruil tampoco se parecía demasiado a Amnestria, en opinión de Arilyn. Las facciones de la reina eran más delicadas y su pelo más sedoso y del color de las llamas. Era alta, más alta incluso que Arilyn, y poseía una belleza pálida, de otro mundo, que recordaba a Arilyn la belleza de las hembras lytharis. Y, a pesar de que la inclinación de Amnestria había sido ser casi tan solitaria como su hija, la reina iba acompañada de una pareja de guardias elfos dorados y un elfo de la luna de mayor edad, sin duda un consejero o un escriba.

Al menos tenían una cosa en común, pensó Arilyn: cada una de ellas había visto a Amnestria en la otra. Ella misma no lo habría creído posible, y dudaba que la reina elfa aceptara nunca el lazo de unión entre ellas. Así sería. Ella misma tenía asuntos que atender.

La Arpista desenfundó la hoja de luna y apoyó una rodilla en tierra. Luego, depositó la espada elfa en la hierba a los pies de Amlaruil.

—Soy Arilyn Hojaluna, hija y heredera de la espada de Amnestria de Siempre Unidos. Mientras el fuego de Myth Drannor arda en el interior de esta espada, serviré al Pueblo y a su legítima reina.

Se sucedió un prolongado silencio. La monarca elfa permaneció inmóvil como una estatua de mármol y piedras preciosas. Arilyn comprendía su silencio. Todas las hojas de luna estaban comprometidas con el Pueblo, pero la reina no podía aceptar una espada sin aceptar a quien la blandía. Sin embargo, Arilyn siguió hablando y proporcionó a la reina una vía de escape. Cogió el pergamino firmado por Amlaruil y que le había entregado en mano el capitán Carreigh Macumail y lo depositó junto a la espada.

—He cumplido mi cometido como embajadora de Siempre Unidos y he venido a entregar mi informe.

—Levántate y habla —dijo por fin la reina. Con un ademán, hizo retirarse a los guardias e indicó con un gesto al anciano escriba que se sentase en un leño caído.

Arilyn relató de forma concisa pero completa lo sucedido en el bosque de Tethir. Cuando acabó, Amlaruil le hizo una serie de preguntas y, al final, la reina hizo un gesto de asentimiento.

—No es la tarea que te encomendé, pero aun así lo has hecho bien.

—Entonces, permitidme recibir mis honorarios —repuso Arilyn con voz seria—. Carreigh Macumail me dijo que le habían dado permiso para aprobar cualquier solicitud que yo pidiese. No tengo objeciones para aceptar semejante generosidad, pero en el futuro quizá deseéis poner una cifra antes de firmar la nota.

Aquello pareció divertir a la reina.

—Sin duda eres la hija de Amnestria —comentó, irónica—. Siempre decía lo que pensaba. Aunque también veo que en ti hay mucho de tu padre.

—Lo que veis delante de vos es algo creado por mí —respondió Arilyn en un tono pausado y uniforme—. No soy una sopa, resultado de poner un poco de aquí y un poco de allí. En cuanto a mi padre, nos conocimos por primera vez hace tres inviernos. —Hizo una pausa para acariciar la gema que llevaba incrustada en su hoja de luna—. Vos y los vuestros os asegurasteis de que así fuera.

No había un tono acusador en su voz, sino una simple constatación de los hechos. Por decreto de Amlaruil, la hoja de luna había sido inutilizada y la espada y la piedra habían quedado divididas entre la madre y el padre de Arilyn. Aquello había impedido que la peligrosa puerta elfa se convirtiera en algo tan poderoso como debía ser, pero también había robado a Arilyn su familia y el conocimiento del verdadero poder de su espada.

La mirada de la reina no se alteró.

—Supongo que siempre te habrás preguntado por qué nunca fui en tu busca tras la muerte de Amnestria.

—No.

Amlaruil levantó una ceja.

—No vas a hacerlo fácil, ¿verdad? Lo comprendo. Tampoco lo haría yo en tu lugar. De todos es conocido que aquellos que tienen la sangre mezclada son expulsados del reino de la isla. Tienes que comprenderlo. Siempre Unidos es el último retiro, nuestro único refugio seguro de las incursiones de la humanidad. Muchos de los nuestros, en particular los elfos de alta categoría, temen que nuestra cultura se vea superada por la de los humanos. Los semielfos no son en sí mismos una amenaza, pero el simbolismo es demasiado poderoso. No podemos hacer excepciones, ni siquiera en tu caso. Quizás
especialmente
en tu caso.

—Y sin embargo, aquí estoy —señaló Arilyn.

—Sí. —La reina se quedó en silencio durante largo rato y la mirada que depositó sobre la semielfa se hizo más inquisitiva. Por primera vez sus rasgos mostraron un toque de pesadumbre—. Lo has hecho francamente bien. Que yo sepa, nadie hasta ahora había tenido que descubrir solo los poderes de una hoja de luna. Si hubiese sabido que poseías el potencial de manejar una hoja de luna, las cosas habrían tomado otro curso. Sabíamos, por supuesto, que la hoja de Amnestria pasaría a ti, pero nunca habríamos esperado que tú...

—¿Sobreviviese? —acabó Arilyn, secamente.

—Pocos elfos están a la altura de las exigencias de una hoja de luna centenaria — señaló la reina—. Muchas han quedado adormecidas durante siglos, y sólo un puñado de espadas conservan su poder. Muchos elfos rehúsan convertirse en herederos de una de ellas, sin deshonor alguno. No era ilógico que pensáramos que una chiquilla semielfa no pudiera aceptar el desafío.

—Pero me dejasteis intentarlo con la esperanza de que muriera. Desenvainé la hoja de luna aquella primera vez sin saber nada de eso, ni de las exigencias ocultas de la espada.

—De haberlo sabido, ¿habrías actuado de otro modo?

La pregunta era perspicaz y, momentáneamente, Arilyn se sorprendió ante la intuición de la reina. Era evidente que no podía negar la verdad de las palabras de Amlaruil, así que respondió con el gesto que haría un espadachín al que alcanza un golpe.

—Lo hecho, hecho está y me gustaría dejarlo así —explicó Arilyn—, pero hay un motivo por el cual estoy hablando de todos estos asuntos ahora. Mi madre hablaba a menudo de su hermano menor y he decidido nombrar al príncipe Lamruil mi heredero de espada. ¿Os encargaréis de hablarle de esa herencia y de que esté preparado para recibirla? Yo blandí la espada sin estar preparada y no me gustaría que a otro le sucediera igual.

La reina se quedó en silencio durante largo rato.

—Así se hará. En nombre de mi hijo, te agradezco el honor que le confieres. — Hizo una pausa como si meditase qué decir a continuación—. Has hablado de tus honorarios —le recordó la reina, deseosa de reconducir la conversación, y a aquella semielfa extraordinaria, a términos que pudiese comprender y controlar.

Arilyn clavó en ella su calma mirada.

—Quiero un amplio pedazo de tierra del este del bosque de Tethir, desde los límites del castillo de Spulzeer al nacimiento del río Sulduskoon. Haced que vuestros agentes, o los Arpistas, o quien más os plazca, obtenga esas tierras.

—Tus honorarios son elevados —comentó la reina.

—Dicen las fábulas que la riqueza de Siempre Unidos es incalculable y dijisteis que podría poner el precio.

La reina la observó con mirada inquisitiva.

—¿Y qué harás con esas tierras?

Como respuesta, Arilyn hundió una mano en su bolsa y extrajo un puñado de semillas de arce, de pinos y bellotas.

Durante largo rato, la reina y la semielfa se contemplaron fijamente.

—Se hará como has solicitado. Las tierras te serán concedidas para que hagas con ellas lo que creas conveniente.

Arilyn hizo una reverencia y caminó hacia el lugar donde había desaparecido Ganamede.

—Una cosa más —intervino Amlaruil con suavidad—. En nombre del Pueblo, acepto tu lealtad y tu espada. Confío en que siempre las sirvas tan bien como has hecho hasta ahora.

La semielfa se volvió a mirar a la reina y, tras extraer la espada, hizo con ella un gesto elfo de respeto.

Las dos mujeres elfas se quedaron contemplándose la una a la otra durante mucho rato, pero ninguna de las dos podía añadir nada más. Era improbable que volvieran a encontrarse, y la verdad era que Amlaruil no podía conceder a la semielfa más conocimiento que ése, pero era más de lo que Arilyn se había atrevido a prever y por eso se sentía contenta.

Como si percibiese que había acabado la entrevista, el lobo plateado apareció de nuevo y Arilyn pudo regresar en su lomo y a través de su mundo al bosque de Tethir.

A su espalda, la reina elfa se quedó contemplando pensativa la puerta reluciente que había conducido a la semielfa a Siempre Unidos. Como seguía siendo la reina, parte de su mente tenía que ocuparse de temas prácticos. Nunca se le había ocurrido que los lytharis pudiesen tener acceso a aquella puerta en particular y, aunque nunca había conocido a un lythari traidor, debería ocuparse de poner vigilancia.

Amlaruil se inclinó a recoger el pergamino que la semielfa había dejado en el suelo. Con mirada ausente, lo desplegó y echó un vistazo a la elegante escritura. Su mirada topó con una runa curva en particular y se sintió de repente sobresaltada. Un sutil y hábil cambio de tinta había convertido el nombre elegido por la semielfa «Hojaluna» en «Flor de Luna», el nombre del clan de la familia real.

—Capitán Macumail —murmuró Amlaruil, adivinando de inmediato el origen de la falsificación.

La sensación de ultraje que esperaba sentir por aquel sacrilegio no acabó de llegar. Había perdido a Amnestria..., pero la hija de su hija defendía al Pueblo, y al clan.

—Arilyn Flor de Luna —repitió con suavidad la reina. Aunque sabía que ningún elfo de Siempre Unidos podía oírla jamás pronunciar aquellas palabras, sonaban bien en sus labios.

Al alba, varios días después, los supervivientes de la Resistencia de Zoastria se reunieron en los límites más orientales de Tethir. Habían acudido todos: elfos verdes, tanto elmaneses como Suldusk, lytharis e incluso faunos y centauros. Sólo faltaban Jill y Kendel Hojaenrama porque ahora que el enano había cumplido con la tarea que se había impuesto a sí mismo, estaba ansioso por ver a los suyos y los dos habían iniciado el viaje la tarde anterior.

Todos los reunidos llevaban los nietos de Cormanthor, semillas de los árboles milenarios que en los siglos venideros iban a extender aquel bosque maravilloso en unos cuantos kilómetros. Era tal vez un gesto insignificante si se consideraba todo lo que los elfos habían perdido y todo lo que todavía les quedaba por soportar, pero cada árbol era un vínculo vivo con su amada arboleda y un símbolo de la nueva coalición entre las tribus, los lytharis y las demás criaturas sylvanas. Los que a duras penas habían conseguido sobrevivir, se dedicarían ahora a la reconstrucción.

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