Sueño del Fevre (45 page)

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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástica

—Capitán Marsh —dijo Yoerger—. Deje al menos que Cat y yo nos quedemos.

—No, váyanse.

—Capitán. . .

—¡Fuera! —gritó Marsh con el rostro congestionado—. ¡Váyanse!

Yoerger palideció, tomó del brazo al desconcertado piloto y le hizo salir de la cabina. Cuando se hubieron alejado, Abner Marsh dirigió una nueva mirada al río, sin ver nada todavía, y bajó a su camarote. Tomó el fusil del estante, comprobó que estaba cargado y deslizó la caja de la munición dentro de uno de los bolsillos de su tabardo blanco. Ya armado, Marsh regresó a la cubierta superior y colocó la silla donde pudiera observar las aguas. Los del
Sueño del Fevre
podían pensar o no que el
Eli
Reynolds
hubiese tomado el atajo, pero con seguridad se darían cuenta de que, para hacerlo, el
Reynolds
tendría que aminorar la marcha y sondear constantemente la profundidad. Y, si lo pensaban, seguro que no se alejarían río abajo a todo vapor. Al contrario, dispondrían el
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junto a la salida del atajo y aguardarían a su presa. Y mientras tanto, los hombres —o seres de la noche— que sin duda harían bajar en la punta de la isla se acercarían en una yola por el atajo, por si acaso el
Reynolds
se había detenido o había embarrancado. Aquello era, al menos, lo que hubiera hecho el propio Abner Marsh.

La pequeña extensión del río que alcanzaba a divisar estaba aún solitaria. Sintió un ligero escalofrío mientras aguardaba. Esperaba ver en cualquier momento la yola surgiendo tras los árboles, llena de figuras oscuras y silenciosas de rostros pálidos, sonriendo a la luz de la luna. Comprobó una vez más el arma y deseó que Yoerger se estuviera dando prisa.

Yoerger y Grove, junto al resto de la tripulación del
Eli Reynolds
, hacía quince minutos que se habían marchado, y aun no se había producido movimiento en el río.

La noche estaba plagada de ruidos. El agua borboteaba alrededor del casco astillado del barco, el viento murmuraba entre los árboles y los animales chillaban en la espesura. Marsh se levantó con el dedo en el gatillo del fusil y oteó el río, inquieto. No había nada que ver, salvo el agua llena de sedimentos que rozaba los bancos de arena y las raíces al descubierto y el tronco negro del árbol caído que había destrozado la rueda de palas del
Reynolds
. Observó varios maderos a la deriva, pero nada más.

—Quizá no sean tan listos —murmuró para sí.

Marsh vio entonces, con el rabillo del ojo, algo pálido sobre la isla, al otro lado de la corriente de agua. Se volvió hacia allí, llevándose el fusil al hombro, pero no había nada salvo los árboles tupidos y el espeso fango del río. Entre él y la isla oscura y desierta habían veinte metros de aguas poco profundas. Abner respiraba con agitación. ¿Y si no iban con la yola por el atajo?, pensó. ¿Y si atracaban y se dirigían al barco andando?

El
Eli
Reynolds
crujió bajo sus pies y Marsh se inquietó aún más. No era nada, sólo que el casco que se estaba asentando en la arena, pensó. Sin embargo, otra parte de su ser le susurraba que quizá el crujido había sido un paso, que quizá se habían introducido en el barco mientras él observaba el río. Quizá ya estaban a bordo. Quizá el propio Damon Julian subía ahora la escalerilla, deslizándose por el salón principal, con aquel silencioso andar que tan bien recordaba Abner, y estaba buscando en los camarotes, en dirección a la escalera que le llevaría hasta él, hasta la cubierta superior.

Desde la escalera le llegó un apagado susurro.

Allí estaban cavilando cómo atraparle. Estaba arrinconado y sólo, arriba. Y no era que le importara estar solo. Ya antes había buscado ayuda y no le había servido de nada. Marsh se levantó y avanzó hacia la escalera, escrutando la oscuridad apenas rota por la pálida luz de la luna. Asió con fuerza el arma, parpadeó y aguardó a que apareciera lo que fuese. Esperó mucho rato, escuchando los vagos susurros con el corazón a toda marcha como el viejo y cansado motor del
Reynolds
. Pensó que estaban aguardando a que hiciera algún ruido. Deseaban verle atemorizado. Se habían deslizado hasta el barco como fantasmas, tan rápidos y silenciosos que no los había visto llegar, y ahora intentaban meterle el miedo en el cuerpo.

—Sé que estáis ahí —gritó—. Venid, tengo algo para ti, Julian.

Alzó el arma. Silencio.

—Maldito seas —volvió a gritar.

Algo se movió al pie de las escaleras; una silueta veloz pálida. Marsh alzó el fusil para dispararle, pero la figura desapareció antes de que pudiera apuntar. Soltó una maldición y bajó dos escalones, deteniéndose a continuación. Aquello era precisamente lo que querían que hiciese. Intentaban atraerle allí, a la cubierta de calderas, a los camarotes oscuros y al salón polvoriento. Allá arriba, en la cubierta superior, podía hacerles frente. No era fácil el acceso, y podía verlos si intentaban subir por la escalerilla, o escalar los lados. En cambio, abajo, era evidente que quedaría a su merced.

—Capitán —se oyó una suave voz—. Capitán Marsh...

Abner levantó el arma, con los ojos semicerrados.

—No dispare, capitán. Soy yo, sólo yo.

La figura a la que pertenecía la voz surgió ante su vista en la parte baja de la escalera.

Valerie.

Marsh dudó un instante. Valerie le sonreía con su melena con reflejos de rayos de luna, aguardando. Llevaba unos pantalones y una camisa masculina de volantes, desabrochada. Tenía la piel suave y pálida, y sus ojos se cruzaron con los de Marsh y se fijaron en ellos, despidiendo insinuantes destellos violeta, profundos, hermosos e infinitos. Marsh casi podría sumergirse en aquellos ojos, para siempre.

—Baje, capitán —decía Valerie—. Estoy sola. Joshua me ha enviado. Baje y hablaremos.

Marsh descendió dos escalones, atrapado por aquellos ojos resplandecientes. Valerie extendió los brazos.

El
Eli
Reynolds
crujió y se movió, inclinándose de repente a estribor. Marsh tropezó y se dio con la barbilla contra la escalera. El dolor le llenó los ojos de lágrimas. Oyó que llegaba una leve risa desde abajo y vio desaparecer la sonrisa del rostro de Valerie. Con una maldición, Marsh se llevó de nuevo el fusil al hombro y abrió fuego. El retroceso casi le arrancó el hombro y le lanzó contra los escalones. Valerie había desaparecido, se había esfumado como un fantasma. Marsh soltó otro juramento, se puso en pie y se llevó la mano al bolsillo para sacar otro proyectil, al tiempo que se retiraba escalera arriba.

—¡Qué diablos, Joshua! —rugió hacia la oscuridad—. ¡Ha sido Julian quien te ha enviado, maldito sea!

Cuando volvió hacia atrás, hacia la cubierta superior, que ahora presentaba una inclinación de treinta grados, Marsh notó algo muy duro que le oprimía la espalda, entre los omoplatos.

—Vaya, vaya —dijo una voz a sus espaldas—, si es el capitán Marsh...

Los otros fueron apareciendo, uno por uno, cuando Marsh hubo tirado al suelo el fusil, que cayó con estrépito sobre el entarimado de la cubierta. Valerie fue la última en aparecer, y no dirigió su mirada a Abner. Este la maldijo una y otra vez, tratándola de traidora y de puta. Al fin, ella le dedicó una mirada terrible y acusadora.

—¿Cree que tenía alguna elección? —dijo amargamente.

Marsh cesó inmediatamente en sus reproches. No porque las palabras de Valerie le hubieran convencido, sino por lo que vio en sus ojos. Pues en aquellas inmensas profundidades color violeta, y en un brevísimo momento, Marsh reconoció la vergüenza, el terror... y la sed.

—Muévase —dijo Sour Billy Tipton.

—Maldito seas —contestó Abner Marsh.

CAPÍTULO VEINTISEIS
A bordo del vapor
OZYMANDIAS
, río Mississippi, octubre de 1857

Abner Marsh esperaba encontrar oscuridad pero, cuando Sour Billy le hizo cruzar la puerta del camarote del capitán, la habitación estaba iluminada por la suave luz de las lámparas de aceite. Había más polvo del que Marsh recordaba. Aparte de esto, estaba como la solía tener Joshua. Sour Billy cerró la puerta y Marsh se quedó a solas con Damon Julian. Agarró con fuerza su bastón de nogal —Billy había arrojado al agua el fusil, pero le había permitido conservar el bastón— y lo miró con altivez.

—Si va a matarme, venga a intentarlo —dijo—. No estoy de humor para juegos.

—¿Matarle, capitán? —dijo Julian sonriendo—. ¡Vaya, si había preparado una buena cena para usted!

Sobre la mesilla, entre los dos grandes sillones de cuero, había dispuesta una cazuela de plata. Julian alzó la tapa y le presentó un plato de pollo frito con guarnición de verduras, nabos y cebollas, así como un pedazo de pastel de manzana con queso por encima.

—También hay vino. Siéntese, capitán, por favor.

Marsh se adelantó con cautela. No tenía idea de qué se proponía Julian, pero tras un momento de vacilación decidió que no le importaba gran cosa. Quizá la comida estaba envenenada, aunque no le encontraba mucho sentido a eso, pues disponían de otras formas de eliminarle más sencillas. Se sentó y se sirvió una pechuga de pollo. Todavía estaba caliente. Empezó a comer con fruición y recordó cuánto tiempo hacia que no tomaba una comida decente. Quizá no le faltaba mucho tiempo para morir, pero al menos lo haría con el estómago lleno.

Damon Julian, magnífico con su traje marrón y su chaleco dorado, observó cómo comía Marsh con una divertida sonrisa en el rostro.

—¿Vino, capitán? —fueron sus únicas palabras. Llenó dos vasos y tomó un trago del suyo.

Cuando Abner Marsh hubo terminado el pastel, se echó hacia atrás en su sillón y eructó. Después, torció el rostro en una mueca.

—Una buena comida —dijo de mala gana—. Y bien, Julian, ¿por qué estoy aquí?

—La noche de su apresurada partida, capitán, intentaba explicarle que sólo quería hablar con usted, pero decidió no hacerme caso.

—Naturalmente que no —dijo Marsh—, y sigo en las mismas. Sin embargo, ahora no puedo hacer gran cosa al respecto, así que usted dirá.

—Es usted valiente, capitán. Y fuerte. Le admiro.

—No puedo decir lo mismo de usted.

Julian se echó a reír, con una risa que era verdadera música. Sus ojos oscuros brillaron.

—Sorprendente —comentó—. Vaya carácter.

—No sé qué se propone hacer conmigo, pero no le servirá de nada. Ni todo el pollo frito del mundo conseguiría hacerme olvidar lo que hizo usted con aquel condenado bebé, ni con el señor Jeffers.

—Parece que no recuerda usted que Jeffers me atravesó con su puñal —contestó Julian—. Eso es algo que nadie puede tomarse a la ligera.

—Pero el niño no tenía ningún puñal.

—Era un esclavo —dijo Julian en tono ligero—. Legalmente, quiero decir. Según las leyes de su propio pueblo capitán. Un ser inferior, según sus compatriotas. Le ahorré una vida de esclavitud, capitán.

—¡Váyase al infierno! —replicó Marsh—. Era sólo un bebé, y usted le cortó la mano como si estuviera degollando un pollo, y luego le aplastó la cabeza. Y él no le había hecho nada.

—No —reconoció Julian—. Pero tampoco le había hecho ningún mal a usted o a su gente Jean Ardant, y sin embargo usted y su primer oficial le aplastaron el cráneo mientras dormía.

—Pensábamos que era usted.

—¡Ah! —suspiró Julian con una sonrisa en los labios—. Fue un error, entonces. Bueno, pero fuera o no una equivocación, lo cierto es que mataron a un inocente. Y, sin embargo, no parece consumido hasta el fondo de su alma por la culpa.

—No era un hombre lo que matamos. Era uno de los suyos, un vampiro.

—Por favor —le interrumpió Julian frunciendo el ceño—. Comparto con Joshua el desagrado por esa palabra.

Marsh se encogió de hombros.

—Se contradice usted, capitán Marsh. Me toma por el diablo por hacer lo mismo que a usted le parece totalmente correcto: arrancar la vida de los que son distintos a usted. No importa. Usted defiende a su propia raza, e incluye en ella incluso a los de piel oscura. Le admiro por ello, ¿comprende? Usted sabe quién es y comprende su lugar y su naturaleza, tal como debe ser. Usted y yo somos iguales en eso.

—Yo no soy igual que usted en nada —contestó Marsh.

—¡Sí que lo es! Tanto usted como yo aceptamos cuál es nuestra naturaleza, no hemos buscado ser lo que somos ni pretendemos ser lo que no somos. Me disgustan los débiles, esos tipos que se odian tanto a sí mismos, que pretenden convertirse en alguien distinto. Y usted piensa como yo.

—No.

—¿De verdad? Entonces, ¿por qué odia tanto a Sour Billy?

—Porque es un ser despreciable.

—¡Naturalmente! —asintió Julian, que parecía extraordinariamente divertido—. El pobre Billy es débil y ansía ser fuerte. Hará lo que sea por convertirse en uno de nosotros. Lo que sea. He conocido a otros como él, a muchos. Resultan útiles y a veces divertidos, pero nunca respetables. Usted desprecia a Billy porque imita a nuestra raza y pertenece a la de usted, capitán. El querido Joshua siente de la misma manera, sin darse cuenta de que encuentra en Billy su propio reflejo.

—Joshua y Billy Tipton no se parecen en nada —insistió Marsh, tozudo—. Billy es una maldita comadreja. Joshua quizá haya hecho algunas maldades, pero está intentando compensarlas. Podría haberles ayudado a todos ustedes.

—No. Nos hubiera hecho como son ustedes, capitán Marsh. Observe que incluso su país está muy dividido en el tema de la esclavitud, una esclavitud basada únicamente en el color de la piel. Suponga que se pudiera poner término a esas diferencias. Suponga que hubiera un modo de volver a todos los hombres blancos de este país en hombres negros de la noche a la mañana. ¿Le gustaría esa perspectiva?

Abner Marsh meditó un momento. No le gustaba ni un ápice la idea de volverse negro, pero vio por dónde quería ir Julian y no quiso seguirle el juego; por tanto permaneció callado.

Damon Julian tomó un sorbo de vino y sonrió.

—¡Ah! —dijo—. ¿Ve usted? Incluso los abolicionistas que hay entre ustedes reconocen que los negros son una raza inferior. No tendrían ningún tipo de consideración con un negro que pretendiera pasar por blanco, y les desagradaría mucho que un blanco tomara una pócima para volverse negro. Yo no le hice daño al bebé aquel por maldad, capitán Marsh, pues no hay maldad en mí. Lo hice para hacer reaccionar a Joshua, al querido Joshua. Es un hombre hermoso, pero me pone enfermo.

»Usted, es otro caso. ¿De verdad temió que le atacara aquella noche de agosto? Bueno, quizás lo hubiera hecho, con el dolor y la rabia que sentí tras su comportamiento, pero antes de eso, no. Me atrae lo bello, capitán Marsh, y usted no tiene un gramo de esa cualidad —se echó a reír—. No creo haber visto nunca a un hombre más feo. Es usted gordo, lleno de grasa, cubierto de pelo hirsuto y de verrugas, apesta a sudor, tiene la nariz chata, los ojos de cerdo y los dientes mellados y amarillentos. No despertaría la sed en mí más de lo que la despierta Sour Billy. En cambio, es usted fuerte, tiene un valor muy apreciable y sabe cuál es su lugar. Yo admiro esas cualidades. Además, sabe usted dirigir un barco. Capitán, no deberíamos ser enemigos. Unase a mí. Lleve el
Sueño del Fevre
, o como se llame ahora —sonrió—, por mí. Billy decidió que había que cambiarle el nombre, y Joshua sacó este no sé de dónde. Puede volverlo a cambiar, si lo desea.

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