Tarzán y el león de oro (15 page)

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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #Aventuras

Kraski no había hablado; se había sentado con la vista clavada en el suelo y escuchaba a los demás. Entonces levantó la cabeza.

—Hemos perdido nuestro oro —dijo— y antes de regresar a Inglaterra tenemos que gastarnos el resto de nuestras dos mil libras; en otras palabras: nuestra expedición ha resultado un fracaso total. Vosotros quizás estéis satisfechos regresando sin blanca, pero yo no. Hay otras cosas en África aparte del oro de Opar, y cuando abandonemos el país no hay razón para que no nos llevemos algo que nos compense por el tiempo y la inversión que hemos hecho.

—¿A qué te refieres? —preguntó Peebles.

—He pasado mucho tiempo hablando con Owaza —respondió Kraski—, tratando de aprender su estúpido lenguaje, y me he enterado de muchas cosas sobre ese viejo villano. Es tan perverso como lo pintan, y si tuvieran que colgarle por todos sus asesinatos, tendría que tener más vidas que un gato pero, no obstante, es astuto, y me he enterado de mucho más de él; en realidad, me he enterado de tantas cosas que puedo afirmar con seguridad que si seguimos juntos podemos salir de África con un botín considerable. Personalmente, todavía no doy por perdido el oro de Opar. Lo que hemos perdido, perdido está; pero queda una gran cantidad en el lugar de donde lo sacamos, y algún día, cuando todo esto haya terminado, volveré para coger mi parte.

—Pero ¿y esa otra cosa? —preguntó Flora—. ¿Cómo puede ayudarnos Owaza?

—Ahí abajo hay un grupo de árabes —explicó Kraski— que roban hombres para hacerlos esclavos y marfil. Owaza sabe dónde están trabajando y dónde está su campamento principal. Son pocos y casi todos sus negros son esclavos que se volverían contra ellos sin vacilar. La idea es esta: dispondremos de un grupo lo bastante numeroso para vencerles y cogerles el marfil si conseguimos que sus esclavos se pongan de nuestro lado. Nosotros no queremos a los esclavos; no haríamos nada con ellos, así que podemos prometerles la libertad a cambio de su ayuda y dar a Owaza una parte del marfil.

—¿Cómo sabes que Owaza nos ayudará? —preguntó Flora.

—Por lo que sé, la idea ha sido suya —respondió Kraski.

—A mí me parece bien —intervino Peebles—. No me gustaría volver con las manos vacías.

Y uno tras otro fueron dando su aprobación al plan.

CAPÍTULO XI

ARDE UN EXTRAÑO INCIENSO

C
UANDO Tarzán se llevó el bolgani muerto de la aldea de los gomangani, dirigió sus pasos en dirección al edificio que había visto desde la linde del valle, pues la curiosidad del hombre era superior a la precaución natural de la bestia. Viajaba de cara al viento y los olores que le llegaban le indicaban que se aproximaba al lugar donde vivían los bolgani. Entremezclado con el rastro de olor de los hombres gorila, estaba el del gomangani y el de comida cocida, y la insinuación de un olor muy dulce, que el hombre-mono sólo podía relacionar con el del incienso encendido, aunque era imposible que semejante fragancia emanara de las moradas de los bolgani. Quizá procedía del gran edificio que había visto, un edificio que debió ser construido por hombres y en el que aún podían morar seres humanos, aunque entre los numerosos olores que percibía su olfato ni una sola vez captó el más mínimo asomo de olor a hombre blanco.

Conforme el olor se fue haciendo más penetrante, se dio cuenta de que se estaba acercando a los bolgani, Tarzán subió a los árboles con su carga para tener más probabilidades de no ser descubierto y entonces, a través del follaje, vio un muro elevado y, más allá, el insólito contorno de una extraña y misteriosa mole, contorno que sugería un edificio de otro mundo, tan poco terrenal era. De detrás del muro provenía el olor de los bolgani y la fragancia del incienso, entremezclado con el de Numa, el león. El entorno del muro que rodeaba el edificio estaba despejado en unos quince metros, de modo que no había ningún árbol cuyas ramas colgaran sobre el muro; pero Tarzán se acercó todo lo que pudo, mientras quedaba razonablemente oculto por el follaje. Eligió un punto a una altura suficiente para poder ver.

El edificio situado en el interior del recinto era de gran tamaño y sus diferentes partes parecían proceder de diferentes períodos, con un absoluto desprecio por la uniformidad, del que resultó un conglomerado de edificios y torres que se conectaban pero en el que no había dos iguales, sin embargo, el conjunto ofrecía un aspecto agradable aunque extraño. El edificio se erguía sobre una plataforma de unos tres metros y estaba rodeado por un muro de protección de granito; una amplia escalinata lo unía al suelo. Alrededor del edificio había arbustos y árboles, algunos de los cuales daban la impresión de ser muy viejos, mientras que una enorme torre se hallaba cubierta de hiedra casi por completo. Sin embargo, lo más notable del edificio era, con mucho, su rica y bárbara ornamentación. Incrustado en el granito pulido del que se componía, había un complicado mosaico de oro y diamantes; miles de relucientes piedras titilaban en las fachadas, minaretes, cúpulas y torres.

El recinto, que constaba de unas seis u ocho hectáreas, lo ocupaba en su mayor parte el edificio. La terraza en la que se elevaba estaba dedicada a paseos, flores, arbustos y árboles ornamentales, mientras la zona inferior, que se hallaba al alcance de la vista de Tarzán, parecía dedicada al cultivo de hortalizas. En el jardín y en la terraza había negros desnudos, tal como había visto en la aldea donde había dejado a La. Allí hombres y mujeres se ocupaban de cultivar el huerto dentro del recinto. Entre ellos, varias criaturas similares a gorilas como la que Tarzán había matado en la aldea, pero éstas no realizaban ninguna labor, sino que, al parecer, dirigían el trabajo de los negros, hacia los que mostraban una actitud altiva y dominante, incluso brutal, a veces. Estos hombres gorila iban cubiertos de ricos ornamentos, similares a los que llevaba el cuerpo que ahora descansaba en la horcadura del árbol, detrás del hombre-mono.

Mientras Tarzán observaba con interés la escena que se desarrollaba allí abajo, dos bolgani salieron por la puerta principal, un enorme portal, de unos nueve metros de ancho y quizá cuatro de alto. Los dos lucían cintas en la cabeza con largas plumas blancas. Cuando salieron se apartaron a ambos lados de la entrada, hicieron bocina con las manos ante la boca y emitieron una serie de estridentes gritos semejantes a llamadas de trompeta. Inmediatamente, los negros dejaron de trabajar y se dirigieron al pie de la escalera que descendía de la terraza al jardín, donde formaron una hilera a cada lado de la escalera, y de forma similar los bolgani formaron dos hileras en la terraza desde el portal principal hasta la escalera, formando un pasillo vivo de uno al otro. Entonces, procedentes del interior del edificio, se oyeron unas llamadas como de trompeta y unos instantes después Tarzán vio emerger la cabeza de una procesión. En primer lugar salieron cuatro bolgani de frente, cada uno de ellos con un tocado adornado de plumas y una gran cachiporra en la mano. Detrás de ellos iban dos trompeteros y, unos seis metros detrás de los trompeteros, un gran león con la cabellera negra avanzaba sujeto con una traílla por cuatro robustos negros, dos a cada lado, que sujetaban lo que parecían ser cadenas de oro que iban hasta un reluciente collar de diamantes que la bestia llevaba al cuello. Detrás del león marchaban otros veinte bolgani, cuatro de frente. Éstos portaban lanzas, pero si eran con el fin de proteger al león de la gente o a la gente del león, Tarzán lo desconocía.

La actitud de los bolgani que se alineaban a ambos lados del camino entre el portal y la escalera indicaba extrema deferencia, pues, mientras Numa pasaba entre sus filas, inclinaron sus cuerpos desde la cintura en una profunda reverencia. Cuando la bestia llegó a la cima de la escalera, la procesión se detuvo, e inmediatamente los gomangani alineados abajo se postraron y con la frente tocaron el suelo. Numa, que era a todas luces un león viejo, permanecía en actitud altiva, mientras examinaba con la vista a los humanos que estaban postrados ante él. Sus ojos perversos y vidriosos brillaban, mientras mostraba los colmillos en una mueca salvaje, y del fondo de sus pulmones surgió un rugido espantoso, sonido ante el que los gomangani temblaron de terror no disimulado. El hombre-mono frunció el entrecejo y se quedó pensativo. Nunca había presenciado una escena tan notable de humillación del hombre ante una bestia. Entonces la procesión prosiguió su camino descendiendo la escalera y torciendo a la derecha por un camino que cruzaba el jardín, y cuando hubo pasado por delante de ellos, los gomangani y los bolgani se levantaron y reanudaron las labores que habían interrumpido.

Tarzán permaneció en su escondite observándoles, tratando de hallar explicación a la extraña y paradójica escena que había contemplado. El león, con su séquito, había doblado ya la esquina del fondo del palacio y desaparecido de la vista. ¿Qué era para aquellas gentes, para aquellas extrañas criaturas? ¿Qué representaba? ¿Por qué aquella ordenación al revés de las especies? Allí el hombre era inferior que la semibestia, y por encima de todos, por el respeto que le había sido mostrado, se alzaba una verdadera bestia: un carnívoro salvaje.

Tarzán se quedó absorto en sus pensamientos tras la desaparición de Numa por el extremo oriental de palacio cuando el sonido de otras estridentes trompetas atrajo su atención. Volvió los ojos en aquella dirección y vio como la procesión volvía a aparecer y se dirigía hacia la escalera por la que había descendido al jardín. En cuanto las notas de la estridente llamada llegaron a oídos de los gomangani y los bolgani, éstos volvieron a ocupar su posición desde el pie de la escalera hasta la entrada de palacio y una vez más rindieron homenaje a Numa en su entrada triunfal en el edificio.

Tarzán de los Monos se pasó los dedos por la masa de pelo enmarañado, pero al final se vio obligado a mover la cabeza negativamente en gesto de derrota: no encontraba ninguna explicación a todo lo que había presenciado. Sin embargo, le picaba tanto la curiosidad que estaba decidido a investigar el palacio y los terrenos circundantes antes de seguir su camino en busca de un lugar por donde salir del valle.

Dejó el cuerpo del bolgani donde lo había escondido y despacio empezó a rodear el edificio para examinarlo por todos lados desde el follaje del bosque que lo rodeaba. Encontró que la arquitectura era igual en todo su perímetro y que el jardín rodeaba por completo el edificio, aunque una parte en el lado sur de palacio estaba destinada a corrales en los que se guardaban numerosas cabras y gallinas. Asimismo, en un lado, había varias cabañas colgantes como las que viera en la aldea de los gomangani. Supuso que se trataba de los alojamientos de los esclavos negros, que realizaban todas las tareas duras y secundarias relacionadas con el palacio.

El alto muro de granito que rodeaba todo el recinto estaba horadado por una sola puerta que se abría al otro lado del extremo oriental de palacio. Esta puerta era grande y de construcción masiva, y daba la impresión de haber sido construida para soportar el ataque de fuerzas numerosas y bien armadas. Tan fuerte parecía que el hombre-mono no pudo sino albergar la opinión de que había sido construida para proteger el interior de fuerzas equipadas con pesados arietes. Parecía muy improbable que aquella fuerza hubiera existido en tiempos históricos próximos, y Tarzán conjeturó, por lo tanto, que el muro y la puerta eran de una antigüedad inimaginable, que se remontaba sin duda a la olvidada época de los atlantes y había sido construida, quizá, para proteger a los constructores del Palacio de Diamantes de las fuerzas bien armadas que habían venido de la Atlántida a trabajar en las minas de oro de Opar y a colonizar el África central.

Si bien el muro, la puerta y el palacio mismo sugerían en muchos aspectos una época remota, se hallaban, no obstante, en tan buen estado que resultaba evidente que los habitaban criaturas racionales e inteligentes. En el lado sur Tarzán había visto una torre nueva en vías de construcción, donde un grupo de negros bajo la dirección de los bolgani cortaba bloques de granito y los colocaba en su lugar.

Tarzán se había detenido junto a un árbol cerca de la puerta oriental para observar el ajetreo de entradas y salidas de los terrenos de palacio bajo un antiguo portal, y mientras observaba, emergió del bosque y entró en el recinto una larga procesión de fuertes gomangani. Este grupo transportaba bloques de granito toscamente tallados colocados en pellejos sujetos entre dos palos, cuatro hombres para cada bloque. Dos o tres bolgani acompañaban la larga hilera de porteadores, que eran precedidos y seguidos por un destacamento de guerreros negros, armados con hachas de guerra y lanzas. La conducta y actitud de los porteadores negros, así como de los bolgani, sugirió al hombre-mono nada más y nada menos que una caravana de mulas, avanzando penosamente arreadas por sus conductores. Al rezagado se le aguijoneaba con la punta de una lanza o golpeaba con un mango. No se exhibía más brutalidad de la que se exhibe cuando se manejan bestias de carga corrientes en cualquier parte del mundo, ni en la conducta de los negros había más asomo de objeción o rebelión que la que puede apreciarse en una larga hilera de mulas cargadas; en realidad, constituían un estúpido ganado al que conducían. Poco a poco, cruzaron la puerta y desaparecieron de la vista.

Unos instantes después, otro grupo salió del bosque y entró en los terrenos de palacio. Este grupo constaba de cincuenta bolgani completamente armados y el doble de guerreros negros con lanzas y hachas. Rodeados por completo por estas criaturas armadas, iban cuatro fornidos porteadores que transportaban una pequeña litera, en la que iba atado un cofre ornamentado de unos sesenta centímetros de ancho por metro veinte de largo, con una profundidad de aproximadamente sesenta centímetros. El cofre mismo iba sobre una madera oscura y estropeada por el tiempo y estaba reforzada por correas y esquinas de lo que parecía oro virgen con muchos diamantes incrustados. Lo que contenía el cofre Tarzán, por supuesto, no podía imaginarlo, pero que era considerado de gran valor lo evidenciaban las medidas de seguridad que lo rodeaban. Llevaron el cofre directamente a la gran torre cubierta de hiedra situada en el rincón noreste de palacio, cuya entrada, según observó Tarzán por primera vez, estaba bloqueada por unas puertas grandes y pesadas como las de la entrada al recinto.

A la primera oportunidad que tuvo de hacerlo sin ser descubierto, Tarzán cruzó el sendero de la jungla y regresó por los árboles al lugar donde había dejado el cuerpo del bolgani, se lo echó al hombro y volvió a un punto próximo al sendero cerca de la puerta oriental y, aprovechando un momento en que hubo un respiro en el tráfico, arrojó el, cuerpo lo más cerca que pudo del portal.

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