Tierra de vampiros (30 page)

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Authors: John Marks

Stimson, tranquilízate. Vete al cine. Nos vemos esta noche.

E., ¡mierda!, noticias extrañas y alarmantes. ¿Puedes aclarármelas? ¡No te lo pediría si no fueran tan extraordinarias! Existe el rumor, que acabo de conocer por Julia Barnes, y que lo supo directamente por Austen Trotta, de que te han encontrado, de que estás viva, de que te estás recuperando de algún trauma desconocido en un monasterio al norte de Rumania. Ella tenía dudas al respecto, se sentía un tanto aturdida ante esa posibilidad. Todo este asunto ha salido muy caro. Yo sonreí, por supuesto, porque sabía que no podía ser verdad, sabía que debía de tratarse de otra persona. Y cuando Julia me dijo: «Jesús, Stim, se te ve muy mal», me di cuenta de que debía de estar gastándome una broma, que intentaba hacerme sentir como un pobre infeliz. Entonces le di la espalda, un exquisito momento de victoria. Y a pesar de ello, debo preguntarte: ¿es posible? ¿De verdad vas a venir a verme esta noche? No serías tan perversa, ¿verdad? No me mentirías sobre algo así, no me mentirías en nada. ¿Lo harías, Evangeline?

LIBRO 8

La resurrección y la vida

Treinta y tres

1 de febrero.

Diario terapéutico

D
esde Rumania ha llegado el rumor de que han encontrado a una chica. No es un rumor corroborado, pero es algo más que una habladuría. Estoy hecho una ruina, he vuelto a fumar, he vuelto a beber una botella de vino diaria. Si lo que dicen es cierto, no quiero pensar en cómo debe de encontrarse. Va a hacer de mí un judío practicante. Volaría hasta Bucarest esta noche si no fuera por el draconiano mandato de su padre. Al comunicar la noticia por correo electrónico, insistió en la orden de que nadie de
La hora
tenía que involucrarse, y declaró de forma contundente que su hija nunca volvería a trabajar para el programa. Me pregunto qué pensará ella del tema.

Si el rumor es cierto, yo debería ir, a pesar de su padre. ¿O debería quedarme? ¿Querrá verme? Con tal de sacarme de encima este peso, daría cualquier cosa, haría cualquier cosa. Pero desprecio esa loca esperanza; las falsas expectativas nunca acaban bien, suelen ser una especie de suicidio de la mente. No debería pensar esto. La necesidad de un rescate me acobarda. Un funcionario del gobierno rumano, que hace meses que se encuentra trabajando en el caso, ha informado al viejo Harker de que han encontrado a una mujer que concuerda someramente con la descripción de Evangeline en una clínica anexa a un monasterio en la región de Bucovina, al norte del país, uno de esos famosos monasterios pintados, según nos dice él; al parecer, ella no puede recordar gran cosa de sí misma, no tiene ninguna identificación y no desea abandonar el lugar bajo ninguna circunstancia. Es cualquier cosa menos una certeza, y si estas otras noticias, esta terrible coincidencia, no se hubieran dado, yo tendría una mayor serenidad, pero no es así como va a ser la vida para mí. No existirá la posibilidad de descansar en el glorioso otoño del retiro. Existirá una subida hasta la cresta del volcán y, luego, una larga caída. Empédocles en la emisora.

Recibí una llamada de Rogers preguntándome si sabía algo acerca de unas cajas que había en el pasillo trasero y que estaban dirigidas a mí. Le dije que no, y empezó a especular acerca de un complot. Afirmaba que las cajas habían sido colocadas allí por la emisora, y que de hecho eran aparatos de audio que estaban conectados con la planta entera. Pero se negó a hacer que las sacaran de allí porque, según dijo, no iba a destinar ni un penique de su presupuesto a un equipo enemigo, ni siquiera para hacer que lo desmonten. Ha indicado a la cadena que tiene conocimiento de ello y además, añade, como si tuviera una importancia secundaria, que también sabe del complot que existe para matar al prometido en la planta veinte, el prometido de Evangeline, que ha intentado suicidarse cortándose las venas en dos macabros intentos en una semana. Gracias a dios, no tuvo éxito. Menard Griffiths le encontró aquí, en la planta veinte, en la antigua oficina de Evangeline, y había perdido tanta sangre que estaba casi muerto. Rogers dice que es otro elemento de la campaña de la emisora, aunque está de acuerdo en que es uno muy extremo.

Francamente, me he quedado sin palabras ante estas noticias. Además, soy extremadamente aprensivo; en Vietnam me mantuve alejado de los hospitales militares. Pero tengo que volver a ello. Tengo que ver a este chico, como expiación. Debo hacerlo. Casi desearía que la mujer de Rumania fuera la doble de Evangeline, porque, si fuera ella, ¿cómo diablos va a manejar esta evolución de las cosas? ¿Quién la va a consolar? Si le queda la más mínima inteligencia, se culpará a sí misma.

¿Qué ha sido lo que ha poseído a este chico para que quisiera quitarse la vida precisamente en este momento de respiro? Y ¿por qué aquí? Es muy molesto, y es tan extraño que resulta sospechoso. Pero soy un ser humano viejo, cansado y atormentado por la rabia, lleno de sospecha e indignación. Nada de este mundo me da luz ya. La oscuridad cae como una lluvia.

3 de febrero

Prince vino a molestarme. Quería información. Es un adulador torpe en persona, igual que lo es en pantalla, pero yo tengo la ventaja de que no he estado nunca sometido a una investigación federal, ni tampoco me he sentido nunca impresionado por su celebridad. A pesar de ello, consiguió provocarme.

Fingió iniciar el turno de preguntas, como si hubiéramos estado manteniendo una conversación, cosa que no habíamos hecho.

—Lo que no me has dicho es que la han encontrado. ¿Correcto?

—Te encuentras en medio de un diálogo, por lo que veo. ¿Puedo añadirme?

Cruzó las manos sobre su pecho, hizo una mueca y se acercó más a mí.

—La han encontrado, ¿verdad?

—¿A quién?

—Lo sabes muy bien.

—¿A Amelia Earhart?
[2]

Bufó con aire petulante.

—Vete a la mierda, capullo marchito y canceroso.

Me reí de él, pero no se marchó.

A menudo, la gente me pregunta si Edward Prince me cae bien y siempre respondo que ésa no es la cuestión: deberían preguntar si Edward Prince le cae bien a alguien en cualquier lugar del mundo. Él es el rostro de nuestra emisora para millones de personas, no hay duda, y a pesar de ello es un ser disparatado. ¿Por qué la gente no lo comprende? No aparece ante las cámaras con mayor frecuencia que cualquiera de nosotros, pero su rostro se ha vuelto imborrable a base de atraer la atención de maneras que yo nunca podría aprobar; a base de exhibir sus traumas personales y sus fracasos ante la audiencia. Ese hombre se muestra repugnantemente cándido, pero su candor sólo aparece ante la cámara. Resulta difícil imaginarle confesándose ante su espejo, o ante un cura. Eso no tiene ningún incentivo. Su dios está allí fuera, al otro lado de la pantalla, y necesita alimento. ¿Me cae bien? El hecho de haberle mirado a la cara hace unos minutos, una cara más avejentada que la mía, aunque mucho más estudiada y cuidada, hace que sea fácil ofrecer la esperada respuesta. Desde luego que no.

Después de su divertido aprieto, redobló sus esfuerzos.

—Me refiero a Evangeline Harker. ¿La han encontrado?

Decírselo a Prince es como contárselo al mundo entero; así de simple. Ese hombre no tiene la mínima vida interior necesaria para vencer la tentación de hacer pública cualquier cosa. Me enfrenté a él.

—Levantarás la liebre, Ed.

Adoptó una expresión dolida y jubilosa a la vez porque sabía que eso era un precedente a la rendición:

—Nunca.

Si se lo decía a Prince, la historia acabaría en la portada del
Post
de la mañana. Por la tarde, todo el mundo de la televisión lo sabría. Y si Evangeline no aparecía, este maldito asunto habría vuelto a cobrar vida justo cuando habíamos llegado a unas aguas tranquilas, justo cuando parecía que la gente había empezado a olvidarlo. Y eso sin tener en cuenta el asunto del prometido, a quien Prince, por alguna razón, había pasado por alto.

Adoptó una actitud taimada y triunfante: se inclinó sobre mi escritorio con un gesto que tenía una cualidad lasciva.

—Cuéntame lo que sabes y yo también te contaré algo importante.

Había triunfado: mi debilidad se postró ante él, como siempre. Él se enteraba de todos los rumores; siempre lo había hecho. Contra lo que me quedaba de sentido común, se lo conté todo. Sonrió de oreja a oreja y yo tuve esa extraña sensación que era frecuente en mis intercambios con él: los pensamientos de ese hombre habían recorrido unos caminos muy distintos y mucho más limitados de lo que yo había imaginado. Le brillaron los ojos como pompas de jabón.

—Mi secreto es mayor -ronroneó.

Eso era lo que siempre me había resultado simpático, aunque sin gustarme, de Edward Prince. Ese hombre es ingenuo como un niño en lo que se refiere a sus miedos y esperanzas. No es un tipo astuto, como tantos en nuestro campo, y su ensimismamiento puede resultar tan encantador como el de un niño interesado por primera vez en su propia sombra. Esa chica le importaba un pimiento, solamente quería estar enterado: no era frialdad ni indiferencia. Prince se sentía como si estuviera sentado al lado de la única fuente de luz, en medio de una gran oscuridad, y abandonar ese pequeño fuego no sería solamente un acto gratuito, sería fatal.

—Escucharé tu secreto -le dije-, pero sólo con una condición.

—Dime cuál.

—No vas a pronunciar ni una palabra sobre el asunto Harker hasta que recibamos la confirmación. Si esto se sabe, y la historia es falsa, ya sabes qué sucederá.

Me dirigió una mirada de seriedad moral:

—Se nos irá todo al carajo.

—Nos entendemos. ¿Cuál es tu enorme secreto? Espero que no sea un perfil de Cloris Leachman
[3]
.

—Qué más quisieras. — Su falsa gravedad estalló en una briosa artimaña-. Querido amigo, he descargado al padrino de Europa del Este.

En la vida no sucede a menudo que la verdad estalle en la mente con la fuerza de un amanecer. Habitualmente, si es que puedo afirmar haber tenido alguna comprensión de algo, suele ser como tomarse una píldora al final de una larga noche en vela, como quedar bajo el efecto de una droga que me dejara sin sentido. Tengo unas costumbres demasiado arraigadas, unas opiniones demasiado arraigadas, mi carácter es así desde la infancia, cuando mi madre, antes de que me fuera al colegio, me decía que pasara un buen día y yo le replicaba que ella no tenía ni idea de qué día iba a pasar. Pero en ese momento lo vi: el enorme armazón de un plan, y me dejó absolutamente aterrorizado.

—¿Qué has dicho?

—Ya me has oído. El padrino de Europa del Este. Eso es a lo que llamamos la historia.

En ese mismo instante supe que Evangeline Harker había sobrevivido. La encontraríamos con vida. Y, según su estado de salud, que debía de ser nefasto, al final volvería a su oficina y descubriría que el motivo inicial de su viaje había sido entrevistado por la personalidad más respetada del periodismo televisivo. ¿Qué significaba eso? Seguramente la sangre dejó de llegarme a la cabeza.

—¿Estás celoso, viejo judío?

—¿Está aquí ese hombre?-tartamudeé.

—¿Quién?

—El de tu entrevista.

Prince se sentó en el sofá y apoyó el codo en un montón de absurdos periódicos del otro lado del Atlántico.

—Sé lo que estás pensando, Trotta, y ya puedes olvidarlo. Él no tiene nada que ver con tu lío, y puedo demostrarlo. No hay manera de que me hagas descarrilar, por mucho que lo desees.

No había tiempo para una desagradable competición entre dos don nadies.

—¿Cuál es su apellido, Ed?¿No será Torgu?

Prince realizó un gesto concesivo con la cabeza.

—Contactó conmigo personalmente… -Hizo una pausa y se quedó mirando las manchas de nicotina de la alfombra-. A través de un intermediario.

—¿Qué intermediario?

Prince se encogió de hombros.

—¿Necesitas saberlo?

—Vale, vale. ¿Cómo llegó hasta ti ese intermediario?

En ese momento Prince se plantó. Sabía que eso no conducía a nada bueno. Sabía que todo eso olía a podrido, pero no le importaba. Hacía muchos años que su dios le había devorado el corazón.

—Respóndeme, por favor -le pedí.

—Era un contacto personal. Alguien de la oficina que tiene conexiones con el antiguo bloque soviético. — Levantó la barbilla en un gesto de desafío-. Y debo añadir que el contexto de mi discusión con ese caballero fue la decepción. Una grave decepción.

—¿Qué diablos quiere decir eso?

—Te lo voy a decir: tu chica no se presentó nunca. Él estuvo esperando a que llegara un productor de
La hora
en el momento acordado y se le ofendió, la verdad sea dicha.

—Mierda, Prince, ¿no te parece mínimamente sospechoso todo esto? ¿El momento en que sucede? ¿Las circunstancias? Venga ya, eres un periodista, o lo eras. ¿No te parece más que extraño que el presunto padrino de Europa del Este se presente aquí y se ofrezca a realizar una entrevista meses después de que desapareciera la chica a quien mandamos para que iniciara los contactos previos? ¿No te parece plausible que puedas ser víctima de un engaño llevado a cabo por alguien que conoce lo suficiente nuestra situación como para hacerte quedar como un imbécil?

Prince me miró largamente con expresión de pesar. Lo había pillado. Me supo mal por él, pero tenía que hacerlo.

—Por dios. ¿A cuántos padrinos del hampa conoces que se ofrezcan a realizar entrevistas? Si no me falla la memoria, eso sólo sucede tras unos barrotes de prisión.

Prince superó ese momento de duda y se puso en pie.

—He conocido a ese hombre. Es el verdadero. Es real. — Chasqueó los dedos-. Más real que tú.

Esa confesión me hizo sentir un escalofrío.

—Le has conocido.

—Sí.

—¿Dónde?

—Aquí.

—¿Ha estado en las oficinas?¿Y no has alertado a nadie?

Prince negó con la cabeza.

—Pero ¿estás desvariando? ¿Alertar a quién? ¿A Menard Griffiths? ¿Hay alguien más? Tengo una historia tremenda, Austen, y te doy por avisado.

—¿Cuándo se produjo el encuentro?

Prince se puso las manos en los bolsillos.

—Tarde.

—Eres un fanfarrón idiota… ¡Él debe de saber algo de Evangeline!

Prince se dirigió hacia la puerta con paso decidido.

—Por supuesto, me echas toda la mierda encima. Lo has hecho durante treinta años, ¿por qué ibas a dejar de hacerlo ahora? Pero, mi querido Trotta, deberías saber que nuestro hombre ha sido investigado y ha pasado la prueba. Tiene petróleo, armas, opio y prostitución. Y si estás interesado en cuáles serán sus futuras actividades, predigo que irá a prisión como consecuencia inmediata de la entrevista. Lo desea. Es el lugar más seguro para él.

Estas noticias no me aplacaron en absoluto. Pero adopté un tono más solícito.

—Una pregunta más, si me lo permites.

Prince se volvió dándome la espalda para ocultar su herido sentimiento de triunfo.

—¿Quién hizo el trabajo de campo?

—¿Cómo?

—Quiero decir que quién investigó a ese tipo.

Prince adoptó un gesto indiferente.

—¿Qué quién le investigó?

—Venga, Ed. Quién verificó su identidad y esas cosas.

—Creo que fue Stimson Beevers.

—¿Esa es tu póliza de seguro? ¿Ese trepa insignificante?

—No, Austen, gracias. Te agradezco profundamente la reacción más despiadada que yo haya recibido nunca ante el anuncio de buenas noticias.

Yo necesitaba saber un último detalle.

—¿Cuándo tendrá lugar la entrevista?

Entrecerró los ojos con una expresión de rabioso desafío.

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