Todo va a cambiar (14 page)

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Authors: Enrique Dans

Tags: #Informática, internet y medios digitales

Y Weblogs, S.L. no es un caso aislado: en todas las empresas, en mayor o menos medida según su disposición para abrazar el cambio, empiezan a aparecer procesos de este tipo, que aligeran la estructura y proporcionan una mayor flexibilidad a trabajadores, proveedores y clientes. En muchos casos, ni las estructuras de las empresas ni los propios esquemas mentales de los trabajadores están preparados para acomodar el cambio: la flexibilidad de una empresa creada hoy en torno a estas herramientas y entorno es muy superior que la que puede tener una empresa de toda la vida. A día de hoy, vivimos casos de personas que podrían hacer la totalidad o gran parte de su trabajo desde la comodidad de su casa, pero que no lo hacen debido a absurdos convencionalismos sobre la presencia en el lugar de trabajo. A medida que las telecomunicaciones vayan proporcionando experiencias de uso más próximas a la realidad, este tipo de presiones y desfases se irán intensificando. ¿Qué ocurrirá cuando la televisión plana de cincuenta pulgadas que muchas personas tienen en su casa pueda ser una ventana abierta para reunirse con cualquier otra persona en tiempo y tamaño prácticamente real, o cuando empieces a olvidar qué cosas hablaste con una persona por teleconferencia y cuáles en una conversación “real”? ¿Es una conversación a través de una pantalla menos “real” que una en la que las dos personas se encuentran a un metro de distancia?

A día de hoy, empresas como Weblogs, S.L. son capaces de organizar flujos complejos de trabajo de una manera hipereficiente gracias a la reducción de costes de transacción y comunicación, y esto ya no afecta simplemente a cuatro empresas vanguardistas, sino que empieza a extenderse entre empresas de todo tipo. Las metodologías que Weblogs, S.L. y un número cada vez mayor de empresas utilizan en su flujo productivo normal contradicen todos los mitos habituales acerca de la conjunción entre trabajo y tecnología: un trabajador de Weblogs, S.L. no tiene un despacho en la compañía, trabaja desde la comodidad de su casa, pero no tiene ataques de soledad, ni se siente desvinculado de la empresa. En lugar de eso, se encuentra en situación de hiperconexión: se coordina constantemente con los otros autores del blog, y tiene, en caso de necesitarlo por la razón que sea, a su director editorial o incluso al director general de la compañía a tan solo un clic de distancia. Comparemos esta situación con la habitual en una gran compañía, en la que el fundador de la empresa es una especie de mito viviente al que un empleado normal no tiene acceso de ningún tipo. La productividad, como es lógico, se incrementa no solo por el hecho de trabajar tranquilamente desde casa (o desde donde buenamente quiera siempre que haya una conexión), sino que evita los tiempos de desplazamiento. La tecnología, en este caso, permite que una serie de personas trabajen haciendo algo que les gusta, desde la comodidad de su casa, y que en lugar de “aislarse” o “sentirse solos”, mantengan una vida social virtual - además, lógicamente, de la que mantienen con su familia y amigos - de lo más activa. Por supuesto, esto conlleva una alteración del balance ocio-trabajo, pero de todas las alteraciones que he visto en este sentido, creo que es una de las que más positivas me parece.

En breve, aquellas empresas que sean capaces de aprovechar este tipo de tecnologías en sus procesos productivos serán, simplemente, más eficientes que aquellas que no lo hacen: ¿qué tal eso como expresión del más puro y descarnado darwinismo digital? La supervivencia, para aquel que mejor se adapta al entorno.

Muchos de los cambios que la tecnología trae consigo vienen, en gran medida, determinados por ese fortísimo cambio en los costes de transacción y comunicación. Empresas como eBay o Amazon establecen su ventaja competitiva sobre dichas reducciones de costes: solo eliminando gran parte de los costes implicados en la subasta o en el proceso de venta de un artículo pueden obtenerse rendimientos que justifiquen las rentabilidades de estas compañías. En el caso de eBay, resulta evidente que antes de Internet, habría resultado completamente imposible llevar a cabo toda una subasta (imagínesela, con su señor impecablemente trajeado empuñando un mazo de madera y todos los posibles compradores presentes en la misma sala) para un artículo de un precio tan bajo como un dispensador de caramelitos Pez. Antes de Internet, resultaba imposible para una librería ofrecer la práctica totalidad de los libros del mundo, en un formato que cada vez incluye más libros en los que el cliente puede pasar páginas y curiosear, con información completa acerca de su precio y disponibilidad.

Pensemos, por ejemplo, en un periódico: un periódico servía, en cierto sentido, para hacer que la información de una serie de sucesos ocurrida en diferentes puntos salvase los costes de transacción y comunicación y llegase a una serie de personas dispuestas a pagar por el acceso a ella. Para poner en marcha un periódico, era necesario disponer de corresponsales, servicios de agencia, redactores, una imprenta, y una distribución. Todos esos procesos se entrelazaban de la mejor manera posible intentando reducir al máximo los costes de transacción y comunicación internos, para que así los lectores, que no tenían acceso a esas reducciones de costes, pudiesen disfrutar de las noticias a un precio razonablemente bajo. Antes de la invención de la imprenta, cuando los costes implicados en la producción y la comunicación eran más elevados, los periódicos eran un producto de lujo, que únicamente ricos mercaderes y políticos podían pagar. Si la imprenta, como comentábamos en un capítulo anterior, supuso la posibilidad de generar muchas copias de manera inmediata y a precio bajo y supuso el abaratamiento de los periódicos hasta costar únicamente una
gazzetta
, ¿qué esperamos que ocurra cuando la información pasa a fluir de manera inmediata y a coste prácticamente cero de un ordenador a otro a través de la web, mediante sistemas como Facebook, Twitter o simple correo electrónico? Creer que el negocio de la prensa, o muchos otros, va a permanecer inalterado y que los vastos imperios mediáticos constituidos en la segunda mitad del siglo XX van a seguir “manteniendo su papel” es, sencillamente, no tener ni idea acerca de cómo nos afectan los costes de transacción. Y por supuesto, equivocarse de parte a parte.

La disminución brusca de los costes de transacción y comunicación conforma el cambio más brusco que hemos vivido en nuestro sistema económico desde la época de la Revolución Industrial de finales del siglo XVIII, un cambio comparable al de una glaciación. Cuando piense en los cambios que la tecnología provoca a personas y empresas, piense en esta dimensión: hemos vivido un cambio drástico en el entorno, y nos toca adaptarnos a él. Al menos, a aquellos que sobrevivan.

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La generación perdida: la resistencia a la tecnología

“No existe ninguna razón por la cual una persona podría querer tener un ordenador en su casa”

Ken Olsen, fundador, CEO y Presidente de Digital Equipment Corp. (1977)

Toda revolución, indefectiblemente, conlleva bajas. A veces, esas bajas lo son en toda la extensión de la palabra, y aparecen de una forma tan tangible como cadáveres ensangrentados en las calles, que convierten en afortunado a aquel que únicamente los tiene que ver desde la lejanía de la pantalla de su noticiero. En otras ocasiones, las bajas se escenifican como personas obligadas a un cambio de vida drástico, brutal, que tambalea todas sus referencias anteriores, como en el caso de los campesinos y labriegos de la Revolución Industrial que acabaron emigrando a los barrios periféricos de las ciudades tras tantas generaciones de vidas dedicadas al cuidado de los campos: de repente, las habilidades necesarias para proporcionar sustento a su familia eran otras que ellos no poseían, y la mecanización había hecho que en el campo sobrase una ingente cantidad de personas, abocadas a una redefinición dramática de sus vidas, a desenvolverse en un lugar inhóspito y con reglas completamente diferentes a las que habían conocido hasta ese momento.

Ned Ludd, según algunas fuentes llamado Ned Ludlam o Edward Ludlam, era un operador de la industria textil inglesa que, en 1779, cegado por un ataque de rabia tras haber sido reprendido por su bajo nivel de productividad, rompió a martillazos dos grandes telares de la empresa en la que trabajaba. La historia, contada y exagerada en innumerables ocasiones, fue ganando cuerpo hasta que, alrededor de 1810, su figura fue utilizada para simbolizar los movimientos obreros en contra de una mecanización y unos avances tecnológicos que amenazaban con dejarlos sin trabajo o reducirlos al papel de autómatas. Estos movimientos tomaron en su honor el nombre de “luditas” y firmaban sus cartas con seudónimos como Capitán Ludd, General Ludd o Rey Ludd. En realidad, los luditas protestaban contra la introducción de un nuevo tipo de telar que permitía que personas sin ningún tipo de entrenamiento pudieran realizar la tarea de artesanos textiles especializados, un tipo de protesta recurrente a lo largo del tiempo y que caracteriza uno de los dos extremos de la resistencia al progreso de la tecnología: el de aquellos que sienten que la nueva tecnología permite que otros hagan algo que anteriormente a ella solo ellos podían hacer.

Históricamente, este tipo de resistencia se ha manifestado en un ingente número de ocasiones: casi todas las tecnologías cuentan con detractores de este tipo, con obvios y patentes conflictos de intereses, que menosprecian la nueva tecnología y a quienes la utilizan, y la convierten en responsable de todos los males de la Humanidad: los daguerrotipos ofendían a los retratistas del mismo modo que la imprenta a los copistas o el ferrocarril a los carreteros, porque amenazaba su trabajo y su modo de vida. Dentro del mundo de la tecnología, el telégrafo fue criticado porque demasiada velocidad haría que las personas no tuviesen nada que decirse, y el teléfono lo fue porque “nada era suficientemente importante como para no poderse comunicar mediante el telégrafo, que además dejaba un registro escrito, mientras que el teléfono no se podía grabar”. Protestas tal vez comprensibles, pero completamente estériles: jamás en la Historia una tecnología se ha detenido debido a las protestas de quienes utilizaban o dominaban la tecnología anterior a la que sustituía. A pesar de esa obvia realidad histórica, toda tecnología cuenta con detractores y genera resistencias enconadas: por un lado, como afirma el refranero, no se aprende en cabeza ajena. Y por otro, conseguir un retraso, aunque sea leve o incluso percibido, en la difusión de determinadas tecnologías, puede suponer cuantiosas ganancias para algunos.

Un ejemplo patente es la actual resistencia de la industria de la música ante el avance de las tecnologías P2P, que permiten la distribución de copias de obras de cualquier tipo a través de la red independientemente de que se hallen protegidas o no por derechos de autor. La abundancia de recursos a disposición de la industria le permite armar y desarrollar un poderosísimo lobby de poder, capaz de influenciar las decisiones de todo tipo de estamentos: la dialéctica de la industria, unida a la evidencia de que la industria dependiente de los derechos de autor es una de los principales generadores económicos de un país como los Estados Unidos, han llegado a condicionar incluso el nombramiento del Vicepresidente del Gobierno, Joe Biden, bajo cuyo mandato se sustituyó la cúpula del Departamento de Justicia con más de seis ex-abogados de la Recording Industry Ass. of America, lo que supuso un fuerte endurecimiento de las penas impuestas a las personas denunciadas por descargas de música. En una patente demostración del fortísimo poder de este tipo de asociaciones de defensa de intereses privados, la todopoderosa Organización Mundial del Comercio (WTO) llegó hasta el punto de condicionar la entrada de Rusia en la organización al cierre de la página web AllofMP3, dedicada a la venta de música en formato MP3, y que cumplía religiosamente con la legislación de su país. En otros países, como Francia, se ha llegado hasta el punto de legislar en contra de derechos fundamentales de los ciudadanos tan importantes como el secreto de las telecomunicaciones: en el país vecino, los proveedores de acceso a Internet espían a los usuarios, y los denuncian cuando detectan descargas sujetas a derechos de autor. En España, la fuerza de estas asociaciones se escenificó cuando unas semanas antes de la disolución de Las Cortes previa a las elecciones del 9 de Marzo de 2008, una serie de reuniones secretas en casa de un conocido miembro de la directiva de la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE) determinó la aprobación por la vía rápida de un canon dedicado supuestamente a “compensar” a la industria y a los autores por las descargas de sus obras, canon que gravaba una amplia variedad de soportes físicos tales como CDs, memorias USB o discos duros, y que suponía una infusión de miles de millones de euros desde el bolsillo de los consumidores en manos de una asociación que los repartía de manera completamente arbitraria.

Sin embargo, a pesar de la pujanza de estas asociaciones y de su proximidad al poder político, ninguna de sus acciones ha condicionado un descenso del uso de tecnologías P2P. En países como los Estados Unidos, en donde una persona puede ser sometida a demandas cuantiosas por descargarse una obra sometida a derechos de autor, el uso de redes P2P ha aumentado de manera consistente durante los últimos diez años, siguiendo una serie temporal completamente independiente a las acciones y esfuerzos de la industria, e igualmente ha ocurrido en prácticamente todo el mundo. En la actualidad, empieza a ganar un consenso cada vez mayor la idea de que la legislación que protege los derechos de autor no está adaptada a los tiempos actuales, y que es preciso una reforma de la misma que evite la criminalización de un acto, la descarga y generación de copias, que está dentro de los usos y costumbres de la práctica totalidad de los usuarios de la red.

En otras ocasiones, el destino de los ataques son los nuevos modelos de negocio que la red propone, que son invariablemente calificados de ruinosos, imposibles o engañabobos, a menudo recurriendo a la comparación con la denominada “burbuja de Internet” de principios de siglo. Indudablemente, lo ocurrido a principios de siglo supuso un colapso económico de primera magnitud en el que infinidad de inversores perdieron su dinero, pero interpretar esa circunstancia con una pérdida de validez de Internet como medio supone un cortoplacismo total: en todo ecosistema nuevo surgen excesos de confianza, abusos, planteamientos absurdos y extrapolaciones a veces arriesgadas, sin que ello suponga necesariamente una quiebra del sistema.

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