Incidentalmente, uno de los protagonistas de la revolución que supusieron los blogs, Evan Williams, aparece implicado en la concepción y desarrollo de otra herramienta: los llamados microblogs, representados especialmente por Twitter. Concebido originalmente como una herramienta para que los usuarios puedan, simplemente, actualizar en la red lo que están haciendo en cada momento, Twitter comienza una escalada de popularidad vinculada al efecto que provoca en sus usuarios: el de sentirse automáticamente más cerca de aquellos a los que siguen. El fenómeno Twitter solo puede ser entendido por aquellos que lo han probado: de entrada, la idea de escribir lo que uno está haciendo en un máximo de ciento cuarenta caracteres suena banal, incluso absurdo para mucha gente, rayano en el exhibicionismo. Sin embargo, adquiere pleno sentido cuando se produce en compañía de otros: de repente, las relaciones entre personas pasan a adquirir una sensación de proximidad absoluta, incluso cuando se desarrollan a miles de kilómetros de distancia.
Patrimonio al principio de usuarios relativamente avanzados, y desarrollado a caballo del fenómeno de los blogs, Twitter no tarda en demostrar que ninguna de las iniciativas desarrolladas con la misma idea puede hacerle sombra - a pesar de que algunas de ella provenían de empresas como Google, Facebook o los creadores de Digg - y a empezar a colonizar el segmento del gran público. En 2008, Twitter da un paso más y se convierte en herramienta habitual de los famosos a la hora de manejar sus relaciones naturalmente asimétricas en la web, lo que conlleva una tasa de crecimiento muchísimo mayor. En 2009, una nueva ronda de financiación sitúa el valor de Twitter, una empresa que en ningún momento de su historia había llegado a facturar nada, en mil millones de dólares, valoración que muy poco tiempo después empieza a parecer más factible en cuanto la compañía anuncia acuerdos con Microsoft y Google para que éstos hagan uso de la información generada por los millones de actualizaciones de Twitter, en lo que empieza a denominarse como la
“real-time web”
, la “web en tiempo real”, que muestra lo que está ocurriendo en este mismo instante. Actualmente, Twitter factura a estas empresas en función de la indexación de su tráfico, y ultima el desarrollo de herramientas de publicidad no convencionales (según las palabras de uno de los fundadores de la empresa) y de servicios por los que los usuarios puedan estar interesados en pagar.
En paralelo al desarrollo de todas las herramientas de la web social, encontramos otro fenómeno que interconecta con el mismo: el crecimiento de la movilidad, uno de los fenómenos de difusión tecnológica sujetos a una evolución más rápida. Los teléfonos móviles dejan de ser simplemente teléfonos, y empiezan a ser auténticos microordenadores de bolsillo, con capacidad para conectarse a la red, actualizar información, consultar lo que hacen los contactos de una persona, etc. En este momento, la difusión de la telefonía móvil en casi todas las economías desarrolladas supera el 100%, y el crecimiento en economías en vías de desarrollo es asimismo enormemente pujante. Como comenta acertadamente Howard Rheingold, autor de
Smart Mobs
, uno de los libros más recomendables en este sentido, “no todo el mundo tiene una cuenta bancaria, pero casi todo el mundo tiene un teléfono móvil”. En diciembre de 2008, el total de usuarios de telefonía móvil en el mundo era de 4.100 millones, sobre una población mundial de 6.700 millones de personas.
El segmento de mayor crecimiento es el de los denominados
smartphones
, caracterizados por su capacidad de acceso a la web, y que encuentran en las aplicaciones sociales un verdadero factor fundamental para su desarrollo. Los usuarios de redes sociales son verdaderos demandantes de movilidad, un hecho que ha sido aprovechado por varios fabricantes de terminales para lanzar cada vez más aparatos destinados al consumo constante de este tipo de contenidos, una tendencia que continúa creciendo de manera imparable y que está determinando una pléyade de cambios sociales en la forma de utilizar los dispositivos y de integrarlos en nuestra vida cotidiana. El teléfono móvil es el aparato sin el que muchas personas jamás salen de casa: sin él se encuentran perdidos, indefensos... básicamente, desconectados. El terminal es la conexión permanente con sus amigos, su red, su actualidad y su contexto.
La función primigenia de la comunicación mediante voz queda, en algunos rangos de edades, completamente minimizada por el uso que hacen de conexión permanente con sus redes sociales, compartición de fotografías y vídeos, mensajería de todo tipo, navegación en la red o incluso actualización de su posición geográfica: el 40% de los móviles que se fabrican hoy llevan incorporado un sistema GPS, un porcentaje que en tan solo dos años, será del 100%. Por otro lado, las implicaciones de que una amplísima mayoría de la población lleve en todo momento encima una cámara de fotos o vídeo, un disco duro capaz de transportar infinidad de datos de todo tipo o un dispositivo capaz de mantener una transmisión de banda ancha con un servidor están todavía comenzando a desvelarse. Existen ya algunos proyectos, como el
Total Recall
de Microsoft Research o los de varias
start-ups
que esperan lanzar productos comerciales en el año 2010, que especulan en torno al concepto de
life-recorders
, la posibilidad de una vida completamente grabada: cámaras de botón en miniatura que graban de manera permanente la vida de una persona, y suben imágenes y sonido a un servidor. Las implicaciones de una vida con todas sus imágenes y sonidos completamente recogidos sobre un soporte indexable tienen connotaciones de muy largo recorrido, mucho más de lo que podemos imaginar fácilmente: pensemos en compartir recuerdos con amigos, en evocar momentos anteriores de nuestra vida, o en decidir qué recuerdos conservar y cuáles eliminar. ¿Perderemos conciencia de los recuerdos desagradables, como hoy nos ocurre con los números de teléfono que antes de la llegada del teléfono móvil solíamos recordar sin ningún tipo de dificultad?
El futuro es ilimitado, prácticamente exponencial. Recientemente, en los laboratorios de Alcatel, se ha obtenido una velocidad de transmisión de cien petabytes por segundo y kilómetro a través de fibra óptica mediante el uso de láser, unas diez veces más rápida que la de un cable transoceánico, una base fundamental para soportar la escalada de ancho de banda en la que vivimos, y un golpe más para aquellos agoreros que afirmaban que Internet “se llenaría”, “se saturaría” o “sería imposible de manejar”.
“La especie que sobrevive no es la más fuerte ni la más inteligente, sino la más adaptable al cambio”
Charles Darwin
¿Cuáles son las implicaciones de que una parte rápidamente creciente de nuestra sociedad, de que un porcentaje cada vez mayor de nuestros ciudadanos, estén interconectados entre sí y con la información de una manera que ven como algo completamente natural? Muchas de estas implicaciones están simplemente empezando a insinuarse, pero nos permiten inferir que van a afectar poderosamente a muchísimas áreas, desde cómo vivimos, a como consumimos, nos comunicamos o hacemos política.
Cuando a finales del año 2008, un político norteamericano, Barack H. Obama, resultó elegido como 44º Presidente de su país, muchos empezaron a frotarse los ojos de manera extrañamente persistente. Sin duda, la elección de Barack Obama había roto una gran cantidad de moldes. Además de ser el primer Presidente de color, había confiado una parte enormemente significativa de su campaña electoral a la red con una eficiencia verdaderamente notable, y anunciaba que, tras haber usado la tecnología para acceder a la política, se disponía a seguir utilizando la tecnología para cambiar la política.
Obama había sido capaz de, utilizando una combinación de aprendizaje desarrollado durante campañas de candidatos demócratas anteriores como la de Howard Dean en el año 2004 y el estado de madurez de la web social, obtener enormes réditos de cara a su candidatura: una financiación récord aportada por pequeñas donaciones individuales de simpatizantes le liberaban de compromisos con los lobbies económicos habituales en todas las campañas anteriores, mientras que su participación en redes sociales y páginas web le proporcionaba un apoyo sin precedentes. Había conseguido apalancar la participación en la web para convertirla en la traslación moderna del significado de una militancia política que se hallaba en franco desuso hasta el momento, pero que de repente pasaba a ser una opción sencilla, atractiva y al alcance de cualquiera. Personas de todos los rangos de edad reenviaban a sus amigos vídeos de YouTube con intervenciones del candidato, utilizaban las fotos que publicaba en Flickr con licencia Creative Commons para ilustrar sus entradas en blogs, o defendían sus posturas en discusiones interminables en redes sociales como MySpace o Facebook, o en filtros sociales como Digg.
A mediados de 2008, Twitter se consideraba todavía un servicio para usuarios relativamente avanzados: los “famosos” no habían prácticamente hecho su aparición, y el usuario con más seguidores, 56.000, era Kevin Rose, fundador de Digg. En Agosto de 2008, Barack Obama superó a Kevin Rose con 58.000 seguidores, mientras su más directo oponente, John McCain, tenía pocos más de mil en una cuenta en la que resultaba incluso difícil averiguar si pertenecía al propio candidato. No se deje engañar por las magnitudes: Twitter, como hemos comentado, era en aquel momento un servicio relativamente poco conocido entre el gran público. En el momento de escribir este capítulo, la cuenta @barackobama tenía ya más de 2.650.000 seguidores.
El importante papel jugado por la red en la elección de Barack Obama no podía de ninguna manera calificarse como de espejismo. De hecho, ni siquiera había sido especialmente original en el uso de herramientas: simplemente había dado con el momento adecuado de madurez y de penetración para hacer un uso eficiente de ellas. Si interpretásemos la campaña de Obama como un movimiento de tipo empresarial, cuyo objetivo es vender el candidato a un mercado de electores, la compañía resultante habría estado notablemente retrasada con respecto a dicho mercado: los hipotéticos “compradores” eran, en un porcentaje importante, más avanzados en el uso de herramientas que la compañía a la que “compraban”. Pero en comparación con Obama, el resto de los candidatos presidenciales no solo palidecerían, sino que directamente vestirían pieles y habitarían en cavernas: eran, en su gran mayoría, una panda de absolutos ignorantes que o bien no eran capaces ni de consultar su correo electrónico (verídico, en el caso del septuagenario John McCain), o que se aproximaban a Internet como quien se acerca a repartir folletos a la puerta de una estación de metro.
El ejemplo de Barack Obama y su campaña presidencial de 2008 nos sirve como perfecto argumento para introducir el tema: esa es exactamente la situación actual. Mientras el conocimiento de herramientas de la llamada Web 2.0 o web social ya es de uso común en muchos estratos de la sociedad, las empresas permanecen en su gran mayoría al margen de la misma, y los pocos ejemplos que son capaces de mostrar una proactividad levemente mayor obtienen de ello sabrosas plusvalías comparativas, acentuadas además por las mieles del llamado “efecto pionero”.
Pero entremos en detalles: ¿qué significa exactamente el término “sociedad hiperconectada”, y qué implicaciones presenta para personas y empresas? Una sociedad hiperconectada es, como hemos mencionado en capítulos anteriores, una en la que sus elementos constituyentes, sean personas físicas, personas jurídicas o instituciones, se encuentran unidas por líneas virtuales de comunicación bidireccionales de diversa naturaleza. En nuestra sociedad actual, todos nos hallamos unidos por una serie de líneas de comunicación más o menos visibles, que se expresan de una manera u otra en la red. Una cantidad creciente de personas desarrollan una presencia en Internet, que puede ser de muchos tipos: voluntaria o involuntaria, deseada o no deseada, gestionada por ellos o por terceros. Esa presencia puede ir desde la aparición de su nombre en un Boletin Oficial a causa de una multa de tráfico inadvertidamente impagada, hasta una página personal que recoge todos los detalles de su vida incluyendo un listado exhaustivo de sus actividades durante las últimas horas.
Estar o no en Internet, o de qué manera estar depende de muchísimos factores, del nivel de actividad y conocimientos de las personas, del componente público o privado de su perfil, de su nivel de visibilidad, de las personas que tienen en su entorno... un cargo público en el gobierno de una nación no puede elegir entre estar presente o no en la red: como mucho, podrá optar por un nivel de presencia más o menos activo, pero la gran mayoría de los factores implicados no solo no dependen de sí mismo, sino que resultan completamente incontrolables: un personaje no especialmente polémico puede aparecer de la noche a la mañana en mil quinientas páginas en la red por el simple hecho de salir casualmente en una fotografía con los ojos cerrados y aspecto adormilado, aunque de hecho no tuviese el más mínimo sueño y se trate de un mero capricho de la instantánea.
Todos, desde nuestra abuela de ochenta años que jamás ha puesto una mano en un ordenador hasta los hijos de nuestros vecinos de cuatro y seis años, estamos sujetos a un nivel de exposición inédito en las sociedades humanas. La privacidad como tal se ha convertido, de hecho, en una anomalía histórica: mientras los seres humanos vivíamos en pequeños núcleos de población, la privacidad prácticamente no existía. Nos sabíamos con cierto detalle las vidas de nuestros vecinos, los hijos que tenían, sus enfermedades y los detalles de su trabajo. Solo en el período histórico en el que las ciudades se fueron haciendo más grandes y la tecnología no se había desarrollado lo suficiente fuimos capaces de tener cierto nivel de privacidad, debida a que mentalmente éramos incapaces de abarcar el número de personas que teníamos cerca. Con el desarrollo de Internet, un número creciente de nuestras actividades pasan a dejar automáticamente trazas en la red: organismos públicos, redes sociales, actividades de nuestros amigos y conocidos... si el resultado de una búsqueda de un nombre y un apellido no devuelve ningún resultado conocido de una persona determinada, empezamos a pensar que se trata de un caso muy raro, y casi nos empieza a sonar mal hasta el punto de preguntarnos si será primo lejano de Ted Kaczynski, también conocido como Unabomber
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. Cada día más, la red nos rodea, como un constituyente más de nuestras vidas, como un líquido en el que estamos inmersos queramos o no, y resulta no solo imposible, sino incluso poco recomendable permanecer al margen de ella.