Authors: Laura Gallego García
—¿Cómo supisteis que estaban en Drackwen? —susurró Zaisei—. ¿Cómo supisteis que Jack estaba vivo?
—Llegó un mensajero enviado por él. Un mago de los que antes habían servido a Ashran. Desgraciadamente, llegó demasiado tarde... para muchas cosas. Y sin embargo...
Sin embargo, había gente que se había dado cuenta de que los sheks empezaban a huir, antes incluso de que Allegra llevara a término su portentoso plan de prenderle fuego al cielo, entregando su vida en el intento. Si Jack y Victoria tenían previsto enfrentarse a Ashran aquella noche, existía una mínima posibilidad de que hubieran salido vencedores.
En medio del caos, de la incredulidad, de la desconfianza y de la alegría desbordada ante la retirada de los sheks, Qaydar había mantenido la cabeza fría y había reclutado a un grupo de magos para que lo acompañasen a la Torre de Drackwen, en busca de Jack y de Victoria.
—Al principio no supe si ir o no con ellos —le explicó a Zaisei—. No quería dejar a Alexander suelto por el bosque... Pero las dríades me dijeron que se había marchado de Awa y que iba en dirección al norte. Quizás hice mal, pero... en aquel momento sentí que tenía que ir a buscar a Jack y a Victoria, que habían estado solos demasiado tiempo. Necesitaba saber si seguían vivos...
Calló un momento. Zaisei esperó, pacientemente, a que continuara hablando.
—Los encontramos a los tres en Alis Lithban —prosiguió el mago—. No muy lejos de la Torre de Drackwen, que se había derrumbado sin que supiéramos por qué. ?Hizo una pausa—. Jamás podré olvidar ese momento.
Respiró hondo, perdido en sus recuerdos. Jack, Christian y Victoria.
Los tres, sucios, heridos, pálidos e inconscientes, yacían en el suelo, muy juntos, Victoria entre los dos chicos, que la abrazaban con gesto protector. El rostro de la muchacha reposaba sobre el pecho de Jack, que, tendido boca arriba, rodeaba con el brazo los hombros de ella. Al otro lado, Christian, encogido sobre sí mismo, se había abrazado a la cintura de Victoria como si temiera que ella fuera a desaparecer en cualquier momento.
Shail se había quedado contemplándolos un momento, conmovido. A aquellas alturas, ya sabían todos que Ashran, el Nigromante, había sido destruido, y que eran ellos, la tríada, los héroes de la profecía, quienes lo habían logrado. Acababan de salvar Idhún y, sin embargo, parecían tan frágiles...
El Archimago había tratado de separar a Christian de Victoria, pero Shail lo había detenido con su bastón y lo había mirado a los ojos, muy serio. Y Qaydar los había dejado juntos.
Los magos habían despertado primero a Jack. El muchacho parpadeó, aturdido, y lo primero que hizo fue girar la cabeza hacia Victoria. Pero sólo vio una maraña de pelo castaño oscuro. Alzó un poco la mano para enredar los dedos entre sus cabellos.
Después, los magos habían despertado a Christian. El joven jadeó y abrió al máximo sus ojos azules, como si acabara de regresar de una pesadilla. Se incorporó de un salto, sobresaltando a los hechiceros. Cuando ellos intentaron apartarlo de Victoria, se debatió con la furia de un felino salvaje.
Shail les había pedido que lo dejaran en paz. Christian lo había mirado como si no lo reconociera. A pesar de que parecía más despierto que Jack, aún estaba confuso y actuaba por instinto. Como si tuviera miedo de perderla, se había arrastrado de nuevo hasta Victoria, temblando.
Shail también temblaba. La muchacha tenía la cara oculta en el hombro de Jack, y no podía ver su expresión. Pero los magos la sacudían y ella no despertaba.
Uno de ellos se había atrevido por fin a volverle la cabeza. Cuando la luz de las lunas iluminó su rostro, Shail había dejado escapar una pequeña exclamación de horror.
La muchacha estaba pálida, muy pálida, tanto que su semblante parecía de porcelana. Y en el centro de su frente, entre los dos ojos, había un espantoso agujero.
No era un agujero físico ni una herida de la que brotara sangre. Era un círculo oscuro donde no había nada, una especie de cerco de tinieblas, un orificio de oscuridad.
Y no se trataba simplemente de que no hubiera nada, sino que estaba claro que ahí faltaba algo, algo que debería estar y no estaba, como el dedo amputado en una mano de cuatro dedos, como el agua que falta en un pozo vacío. Y en lugar de ese «algo» había ese extraño agujero, esa «nada» que era mucho más que «nada»: era la expresión de un ser, un cuerpo, un alma incompletos.
—Le habían arrebatado el cuerno —explicó Shail, a media voz.
—Dioses.., —susurró Zaisei, aterrada.
—Alguien dijo que estaba muerta. No recuerdo quién fue; tal vez Yber, tal vez el Archimago, o quizás algún otro hechicero. —Alzó la cabeza para mirar a Zaisei a los ojos—. Pero yo supe que no lo estaba. Por la forma en que ellos la abrazaban. Jack y Christian se habían aferrado a Victoria como si trataran de protegerla de cualquier mal, incluyendo nuestras insistentes miradas. Ellos sabían que estaba viva. Y por eso yo lo supe también.
—Y la trajisteis aquí.
Shail suspiró.
—Es obvio, ¿no? La Torre de Kazlunn, el gran cuerno de unicornio. Quizá pensamos que aquí podríamos atenderla mejor, o tal vez quisimos devolverle lo que había perdido. —Movió la cabeza, preocupado—. En cualquier caso, está claro que no lo conseguimos. Lleva todo este tiempo sin reaccionar, debatiéndose entre la vida y la muerte. Cualquier otro unicornio habría expirado ya, y no me cabe duda de que su alma de unicornio está fatalmente herida y tal vez no pueda recuperarse. Pero su alma humana sigue luchando por vivir... por mantener con vida ese cuerpo que las sustenta a las dos.
—¿Qué sucederá si su alma de unicornio abandona su cuerpo? —preguntó Zaisei en voz baja.
—Que arrastrará consigo a su alma humana, y Victoria morirá.
Hubo un largo silencio. Entonces, Zaisei preguntó:
—¿Fue Ashran quien le arrebató el cuerno? ¿Cómo pudo hacerlo?
—Todavía no lo sé. Y Jack no quiere hablar de ello. —Jack... ¿está bien?
Jack está bien. Agotado, pero bien. Sus heridas sanan rápido, y también las del shek.
Pronunció las últimas palabras con un tono de incertidumbre.
—El shek está aquí —susurró Zaisei en voz baja.
—Lo trajimos con nosotros, sí. Y no creas que fue fácil tomar la decisión. Todavía no sé a qué atenerme con respecto a él. Vi con mis propios ojos cómo mataba a Jack... pero ahora, Jack está vivo, y Ashran está muerto. Y Jack dice que mató a Gerde también y recuperó la Torre de Kazlunn. No entiendo a qué juega ese chico, no sé dónde están sus lealtades ni qué quiere exactamente, pero hace mucho tiempo que ya no dudo de sus sentimientos por Victoria. Es por eso por lo que decidimos traerlo, para que esté cerca de ella. Cualquier cosa que ayude a que vuelva con nosotros será bienvenida. Después... ya veremos.
—¿Dónde está ahora? ¿Se lleva bien con Jack?
—Va y viene, es difícil controlarlo. Pero nunca se aleja demasiado de la habitación de Victoria. Creo que está sinceramente preocupado por ella, y en cuanto a Jack... no sé si se llevan bien o no. Podría decirse que se toleran. O que están demasiado cansados como para ponerse a pelear. Le pedí a Jack que tuviera un ojo puesto en él, por si acaso, pero es pedirle demasiado, dadas las circunstancias. No quiere separarse de Victoria ni un solo segundo.
Zaisei desvió la mirada.
—La Madre quería hablar con el shek —dijo.
—¿Con Christian? ¿Para qué? Un momento —se detuvo, perplejo—. ¿La Madre está aquí?
—Sí, y también el Padre. No quería decírtelo, para no preocuparte más. Hemos llegado todos juntos, y ahora mismo deben de estar entrevistándose con Qaydar.
—¿Han venido por Victoria?
Zaisei vaciló.
—En parte. Pero hay algo más. Los Oráculos... parecen haberse vuelto locos.
Shail la miró, sorprendido.
—¿Los Oráculos? ¿Está ya operativo el Oráculo de Awa?
—Pensábamos que no, pero... las voces han hablado. Las voces del Oráculo de Gantadd, y las del Oráculo de Awa. Hablan tanto... tan alto y tan deprisa que es difícil entender lo que dicen, o al menos eso nos han comunicado los Oyentes.
Shail asintió. En cada uno de los templos principales de las Iglesias había una Sala del Oráculo, una estancia abovedada iluminada tenuemente con suaves luces de colores misteriosos y cambiantes. En cada una de esas salas resonaban voces. Shail no sabía cómo conseguían los sacerdotes que la voz de los Oráculos se escuchase en los edificios que construían para tal fin, porque era un secreto celosamente guardado. Pero lo cierto era que sonaban voces, o retazos de voces, susurrantes, etéreas, enigmáticas, tan lejanas que apenas podían escucharse, y en las ocasiones en que se oían con más claridad, su mensaje resultaba difícil de interpretar. Para eso estaban los Oyentes: sacerdotes y sacerdotisas entrenados para escuchar la voz de los Oráculos, para anotar las palabras que lograran descifrar y separar el susurro incoherente de los verdaderos mensajes divinos. Oyentes permanecían en la sala noche y día, en todo momento, escuchando la voz de los dioses. Cuando el mensaje era tan claro que no había dudas al respecto, cuando todos los Oyentes en los tres Oráculos anotaban palabras semejantes, entonces se formulaba una profecía... como la que ataba el destino de Jack y Victoria, y, más tarde, de Christian, a la vida y la muerte de Ashran el Nigromante.
—¿Quieres decir que...?
—...que los Oráculos nos hablan a gritos, Shail, y eso no ha sucedido nunca en toda nuestra historia. Las voces resuellan con tanta fuerza que los Oyentes no las soportan. Por primera vez desde que se crearon los Oráculos no hay nadie escuchándolos... tres de los Oyentes se quedaron sordos, y dos más se volvieron locos. Y el sexto está tan aterrorizado que no quiere volver a acercarse a la sala.
—Por todos los... —susurró Shail.
—El Padre dice —prosiguió Zaisei— que no es que nos hablen a gritos; es que los dioses están mucho más cerca de nosotros de lo que jamás han estado, y por eso oímos sus voces con tanta claridad. Shail, ¿qué está ocurriendo? ¿Acaso los dioses nos premian por haber derrotado a Ashran y a los sheks? Si es así, por qué sus voces parecen tan terribles?
Shail negó con la cabeza.
—No lo sé, Zaisei, pero no me gusta nada. En cualquier caso —añadió, mirándola, muy serio—, si los Venerables han venido a consultar a Qaydar, están hablando con la persona equivocada. Si alguien puede contarnos qué sucede con los dioses, ésos son Jack y Christian... y Victoria, en el caso de que estuviera en condiciones de hablar. Porque fueron ellos quienes hicieron cumplir la profecía.
Zaisei asintió, pensativa.
¿Es por eso por lo que Gaedalu quiere hablar con Christian? —quiso saber Shail.
—Creo que no. Pero, de todas formas, lo que dices parece tener sentido. —Alzó la cabeza, decidida—. ¿Dónde puedo encontrar a Jack?
Shail esbozó una sonrisa cansada.
—Con Victoria. ¿Dónde, si no?
—Llévame con él.
Minutos después, ambos entraban en la habitación donde Victoria se debatía entre la vida y la muerte. Había varios feericos con ella, un par de magos, algunas sacerdotisas de Wina, y todos ellos parecían estar realizando un ritual con la joven. La muchacha, ajena a todo, yacía sobre la cama, pálida, con aquel agujero de tinieblas en la frente. Sólo observándola con mucha atención se podía advertir que su pecho subía y bajaba muy lentamente, en una respiración tan débil que era apenas un hálito de vida.
Junto a ella, ignorando a los feéricos y a su ritual curativo, estaba Jack, sentado en una silla, con el rostro entre las manos, los hombros hundidos y gesto cansado. Alzó la cabeza al oírlos entrar, y Shail lo vio mucho más serio y más maduro que nunca. Su palidez y sus ojeras denotaban que llevaba tiempo sin dormir.
Pero Zaisei detectó algo más. Aparte del dolor, la angustia, el miedo y la incertidumbre propios de quien está a punto de perder a un ser amado, el corazón de Jack rebosaba sentimiento de culpa. La celeste comprendió al instante que, por alguna razón, Jack se sentía responsable del estado de Victoria. Sin embargo, no hizo ninguna pregunta. Los celestes leían con facilidad el corazón de otras personas, pero sabían que debían guardarse ese conocimiento para preservar su intimidad. Y el sufrimiento de Jack era demasiado intenso y profundo como para obligarle a compartirlo, si él no quería.
Shail dejó caer una mano sobre el hombro del muchacho, tratando de brindarle apoyo.
—¿Cómo está?
—Igual —murmuró Jack—. Por lo menos, no está peor. Por lo menos sigue aquí, su corazón continúa latiendo...
Shail respiró hondo. También a él le costaba mirar a la cara a Victoria, su pequeña Victoria. La había conocido cuando apenas era una niña, la había visto crecer y convertirse en mujer... para luego permitir que Ashran le arrebatara algo tan preciado para ella. «¿Dónde estaba yo mientras tanto?» , se preguntó, con amargura. Shail había perdido una pierna... pero Victoria había perdido su cuerno, la esencia misma del unicornio que habitaba en ella. Alexander había perdido una parte muy importante de su humanidad; aunque regresara siendo más o menos el de siempre, nada volvería a ser como siempre para él, ni después de haber asesinado a su propio hermano. Y Allegra.. Allegra había entregado su propia vida. ¿También Jack había perdido la vida? Shail lo miró, con cierta aprensión. Lo había visto morir. Nadie habría podido sobrevivir a una herida como aquélla, a una caída como aquélla. ¿Era realmente Jack?
Lo observó atentamente, y vio que sus ojos verdes, aunque cansados, no se apartaban de Victoria. Y ya no tuvo más duda., Sólo Jack era capaz de mirar a Victoria de aquella manera.
Oprimió suavemente su hombro.
—Si tienes un momento... a Zaisei le gustaría hablar contigo.
Jack se volvió para mirarla. Pareció reparar en ella por primera vez.
—Ah, hola —murmuró—. Me alegro de volver a verte. —También yo —sonrió la celeste—. Todos te dábamos por muerto, es un milagro que estés bien.
Jack ladeó la cabeza, incómodo, pero no dijo nada. Shail sabía de antemano que no les iba a contar cómo había regresado del reino de la muerte. No se lo había contado a nadie, excepto, probablemente, a Victoria... y tal vez a Christian.
«Si Alexander estuviera aquí —pensó—, quizá sí se sinceraría con él.»
—¿Tienes un momento? —insistió el mago.
Jack miró a Victoria, dubitativo, pero finalmente asintió. Se incorporó con gesto resuelto, acarició con suavidad la fría y pálida mejilla de ella y salió de la habitación, en pos de Shail y Zaisei. Al llegar al pasillo, se recostó contra la pared, junto a la puerta, dando a entender que no pensaba ir más lejos.