Tríada (103 page)

Read Tríada Online

Authors: Laura Gallego García

—Es cuestión de tiempo que alguien trate de matarte, Christian —dijo Jack con suavidad.

—Que lo intenten —sonrió él.

Jack se volvió para mirarlo, muy serio.

—No deberías tomártelo tan a la ligera. No eres invencible.

Christian le devolvió la mirada.

—¿Ah, no? ¿Acaso conoces a alguien que tenga poder para herirme?

Estaban jugando a un juego peligroso, y ambos lo sabían. Pero se entregaron a él sin pensar en las consecuencias, porque necesitaban conjurar su angustia y su dolor.

—Yo mismo —replicó Jack, respondiendo a la provocación; entornó los ojos y clavó en Christian una mirada siniestra—. ¿Es cierto que, si mueres, las serpientes volverán al lugar del que vinieron?

El shek esbozó una media sonrisa torva.

—¿Te atreves a intentar comprobarlo?

El rostro de Jack se ensombreció.

—¿Por quién me tomas? Soy perfectamente capaz de matarte, shek. Ya lo sabes.

—Te recuerdo que fui yo quien te mató a ti la última vez. —Entonces, ha llegado la hora de mi revancha, ¿no te parece?

Jack desenvainó a Domivat. A pesar de que se hallaba, en teoría, a salvo, entre amigos, nunca se separaba de ella. Habiendo pasado tanto tiempo huyendo, luchando, de sobresalto en sobresalto, ocultándose de tantos enemigos que querían matarlo, el muchacho se había acostumbrado a ir armado siempre. Y era una costumbre muy difícil de quitar.

Christian, por su parte, no tardó en sacar a Haiass de su vaina. Y, con un grito de ira, los dos se lanzaron el uno contra el otro, y de nuevo, como tantas otras veces, el fuego y el hielo se enfrentaron en una pelea a muerte.

El ruido de las espadas pronto alertó a otros habitantes de la torre. Alguien salió corriendo a la terraza, gritando, pero ellos estaban demasiado concentrados en lo que hacían como para prestarle atención. Sin embargo, Christian lo vio por el rabillo del ojo y comprendió que no tardarían en ser interrumpidos, de modo que arrojó a Haiass a un lado y se transformó en shek. Alzó el vuelo, se detuvo en el aire, unos metros por encima de Jack, y le dedicó un furioso siseo, enseñándole los colmillos. Jack aceptó el desafío y se metamorfoseó a su vez para acudir a su encuentro. Momentos después, las dos formidables criaturas peleaban, en un caos de rugidos y silbidos, de alas y es camas, de garras y colmillos, suspendidas en el cielo sobre la Torre de Kazlunn. Muchos se asomaron a las ventanas y a los balcones para verlos, sin saber qué hacer. Todos comprendieron, de alguna manera, que aquél era un dragón de verdad, que era Yandrak, el último dragón, y le lanzaron vítores y palabras de aliento. Pero muy pocos intuyeron que el shek contra el que peleaba era Kirtash, el hijo del Nigromante; y los que lo hicieron tampoco fueron capaces de interpretar lo que estaban viendo.

Kimara se reunió con Shail y con Zaisei en el mirador.

—¡Tenemos que hacer algo! —les urgió—. ¡Lo va a matar!

Pero Shail contemplaba la escena con el ceño fruncido. Sólo parecía estar ligeramente preocupado.

—¡Lo va a matar, Shail! —gritó Kimara—. ¡Como la última vez!

El mago negó con la cabeza.

—No, no es como la última vez. ¿No te das cuenta? El dragón no está utilizando su fuego. La serpiente no ha tratado de morderlo. No quieren matarse.

Kimara se volvió hacia él, con violencia.

—¿Que no quieren matarse? ¿Cómo puedes estar tan seguro? ¿Cómo sabes que el shek no lo morderá cuando se le presente la oportunidad? ¿Como puedes confiar en él?

Shail no pudo contestar, porque en aquel momento las dos criaturas cayeron al mar, enredados el uno en el otro, sin posibilidad de mover las alas. La marca estaba subiendo, y el choque contra la formidable ola que se elevaba hacia las lunas fue brutal. De todas las gargantas salió un de alarma.

Entonces, el shek salió a la superficie. Batió las alas, con fuerza, y cuando emergió un poco más todos vieron que arrastraba tras de sí el pesado cuerpo del dragón. Aprovechando que la ola estaba a punto de chocar contra el acantilado, la serpiente remontó el vuelo hasta dejarse caer en tierra firme. El dragón aterrizó pesadamente a su lado.

Kimara dio media vuelta y salió corriendo del mirador.

Jack abrió los ojos lentamente. Volvía a ser humano. Y Christian, a su lado, también. Los dos estaban empapados Y exhaustos, pero se sentían mucho mejor—.

—¿Lo ves? —dijo Christian no pueden vencerme.

Jack sonrió.

—Tampoco tú puedes vencerme

Callaron un momento. Oyeron entonces los gritos procedentes de la torre.

—Creo que esto no ha sido muy sensato —murmuró Jack, tratando de incorporarse—. Ahora pensaran que has intentado matarme otra vez.

Christian ya se había puesto en pie y estaba echando un vistazo calculador a la gente que se acercaba desde la torre.

—¿Y qué te hace pensar que no lo he intentado? —dijo, peligrosa suavidad.

Jack se volvió para mirarlo, sombrío, pero enseguida sonrió.

—No vas a engañarme. No has usado tu veneno.

Christian se encogió de hombros.

—Sé por experiencia que si mueres tendré muchos problemas. Así que de momento me conviene que sigas con vida. —¡Jack! —sonó de pronto una voz en la lejanía—. Jack, ¿estás bien?

Jack se volvió al reconocer la voz de Kimara, que llegaba corriendo, preocupada por el resultado de la pelea que acababa de presenciar.

—Supongo que habrá que darles una explicación, ¿no crees?— —comentó, preocupado.

No obtuvo respuesta. Al volverse, descubrió que el shek, como de costumbre, se había marchado sin decir nada.

Regresó junto a Victoria, y estuvo a su lado varias horas más, sin apartar los ojos de ella, esperando detectar algún cambio. Pero la muchacha seguía sin reaccionar.

Al cabo de un rato, alguien le anunció que Covan había vuelto.

Con un suspiro, Jack salió de la habitación donde velaba a Victoria, y fue a su encuentro.

Había conocido a Covan apenas unos días atrás, pero ya habían hecho buenas migas. El viejo maestro de armas le recordaba mucho a Alexander, había algo familiar en él que hacía que Jack se sintiera a gusto en su presencia. Y, sin embargo, había cosas en las que no estaban de acuerdo.

Una vez acabada la amenaza de Ashran, Covan se había propuesto resucitar la antigua Orden de caballería de Nurgon. Reconstruirían la Fortaleza, esta vez con más medios, y comenzarían a entrenar de nuevo a jóvenes caballeros. Ya le había dicho a Jack que contaba con él, pero el muchacho aún no había tomado una decisión al respecto. Antaño había apoyado y admirado los principios de la Orden, que eran también los de Alsan, pero ahora veía las cosas desde un punto de vista diferente. Los caballeros consideraban que era su deber exterminar a todas las serpientes sin distinción. Sólo la firme oposición de Jack y Shail había logrado que tolerasen la presencia de Christian en la torre. Pero Jack no podía hacer nada para evitar que, de vez en cuando, algunos guerreros y magos, liderados por Covan, saliesen a cazar sheks. Y aunque lo comprendía en el fondo y su instinto de dragón le apremiaba a unirse a ellos, Jack nunca había tomado parte en aquellas expediciones.

En aquella ocasión salió al encuentro de Covan porque sabía que el grupo de cazadores había vuelto de una ronda por el norte de Nandelt que les había llevado varios días.

—¿Hay noticias de Alexander? —le preguntó al maestro de armas, después de intercambiar con él un amistoso saludo. Covan negó con la cabeza.

—Nada. Estoy empezando a pensar que ha intentado franquear el Anillo de Hielo para llegar a Nanhai. Y.. no sé, Jack. Es un viaje muy peligroso para cualquier hombre, aunque se trate de alguien como él.

Jack no dijo nada.

Covan procedió a contarle las novedades. Le dijo que había pasado por Shur-Ikail, que los bárbaros estaban aún reponiéndose de la batalla de Awa y que, cuando terminaran de reunirse todos, tendrían que elegir a un nuevo Señor de los Nueve Clanes.

También le contó que habían acorralado a una hembra shek cerca de las fuentes del río Adir.

—Se nos escapó, la condenada —gruñó Covan—. Pero estuvimos muy cerca de acabar con ella.

—No entres en detalles —le cortó Jack, con cierta dureza. Covan lo miró, ceñudo.

—Pensaba que a los dragones os gustaba matar sheks.

—Sí —replicó Jack—, y, créeme, no es algo de lo que me sienta orgulloso.

Se despidió con un gesto y dio media vuelta para regresar a la habitación de Victoria.

Estaba subiendo ya las escaleras cuando alguien le salió al encuentro: una figura nerviosa, de cabello blanco y azulado y ojos rojizos que chispeaban con urgencia.

—¡Jack! Te estaba buscando,

—¿Qué pasa, Kimara? —preguntó él, tratando de calmarla; parecía muy preocupada.

—Tienes que venir... Victoria... rápido...

Jack se irguió como si hubiese recibido una descarga eléctrica.

—¿Qué le pasa? —preguntó, con una nota de pánico en la voz.

Se maldijo a sí mismo por haberla dejado sola, aunque fuera sólo un instante, y echó a correr escaleras arriba a grande, zancadas. Kimara lo alcanzó.

—El shek está con ella —explicó.

—¿Christian está con ella? —Jack se relajó; parecía ser una de las pocas personas de la torre que sabía que Victoria estaría segura si el hijo del Nigromante la velaba.

—Leestáechandounconjurooalgoparecido. —Kimara estaba tan nerviosa que habló atropelladamente, como solían hacer los yan—. Suenaextrañoseráunmaleficio...

—Calma, calma. No va a hacerle daño. Los ojos de Kimara relucieron de furia.

—¿Cómo puedes hablar así? ¡Ese malnacido estuvo a punto de matarte!

Jack respiró hondo. Miró a Kimara. Todavía se le hacía raro verla con la túnica de aprendiz que le habían proporcionado los magos.

—Iré a ver —le dijo para tranquilizarla.

—Voy contigo.

—Pero en silencio. No debemos interrumpirlos.

Kimara lo miró sin comprender, pero no preguntó nada más.

Subieron varios pisos más hasta la habitación de Victoria. Jack retuvo a Kimara en el pasillo y le impidió asomarse. Se pegaron a la pared y escucharon.

La voz del shek llegó hasta ellos, apenas un suave susurro, en un canto que parecía estar destinado sólo a los oídos de Victoria, y cuyas palabras Kimara no podía comprender. Pero para Jack estaban llenas de significado, y sonrió.

—No es un maleficio —le susurró a Kimara.

—Entonces, ¿qué es? —preguntó ella en el mismo tono. La sonrisa de Jack se hizo más amplia.

—Es una canción de amor.

Kimara lo miró, perpleja.

—No es posible.

—Míralos —la invitó Jack.

Se asomaron, con precaución, para no ser descubiertos, y contemplaron la escena, sintiéndose algo culpables, sabiendo que estaban espiando un momento íntimo. Pero Victoria no estaba en condiciones de reprochárselo, y Christian parecía tener ojos sólo para ella. La joven seguía pálida, yerta, con aquel horrible agujero de nada en su frente, sin ser capaz de moverse ni de reaccionar. Christian la acunaba entre sus brazos, con infinita ternura, mientras le cantaba al oído las palabras de la canción que había compuesto para ella tiempo atrás.

Nobody could reach me,

Nobody could defeat me,

Standing alone in my kingdom of ice.

Frost and darkness, poison and silence,

And 1 liked it, my lady of light.

But I'd never seen a soul like yours,

Shining like nothing I knew before,

A new star warming my life

So precious, so brilliant, so painful,

And I needed it, my lady of light.

So I looked for you, babe

And the moon showed me your face,

The waters whispered your name,

The winds brought me your smell.

What can I do, oh, what can I do?

If you're the only one

I should not look?

You could have anyother face,

Anyother name, anyother smell.

You could be anyone else,

But you, oh you, why you?

I tried lo keep you out of may way,

Tried to defeat this damned fate,

But no ice can freeze your smile,

And I like you, my lady of light

And I need you, my lady of light.

What can I do, oh, what can I do?

If you’re the only one

I should not look?

You could have anyother face,

Anyother name, anyother smell.

You could be anyone else,

But you, oh, you, why you??
[1]

La voz de Christian se extinguió. Sin embargo, él siguió allí, junto a Victoria, abrazándola. Jack se preguntó de pronto qué pasaría con el shek si Victoria moría, qué haría, adónde iría, qué le quedaría. No encontró respuesta a aquellas preguntas.

Movió la cabeza, preocupado, e hizo ademán de marcharse. Kimara lo retuvo y le dirigió una mirada de urgencia. Jack le respondió con gestos que los dejara solos.

Kimara no lo siguió cuando él se alejó de allí. Sacudió la cabeza, se sentó al pie de la escalera y aguardó a que Christian saliera de la habitación.

Al shek no le hizo mucha gracia encontrársela allí. Kimara se levantó, muy seria. Los dos cruzaron una mirada tensa y cautelosa.

—Quiero que sepas —dijo ella entonces— que no me fío de ti. Christian esbozó una breve sonrisa.

—Haces bien —dijo solamente.

Kimara entrecerró los ojos.

—Me parece que no me has entendido. No se trata de que seas un shek, o el hijo del Nigromante. Todo eso no me importa. Pero has estado a punto de matar a Jack en varias ocasiones, y no dudo de que algún día te saldrás con la tuya.

Christian ladeó la cabeza.

—¿Y?

Kimara rechinó los dientes. Le desconcertaba la impasibilidad de él. Y le sacaba de sus casillas.

—Que no voy a permitirlo —murmuró.

Y, rápida como el rayo, se lanzó sobre él, extrayendo una daga de una de las amplias mangas de su túnica. Kimara había crecido en el desierto, sabía luchar y solía ser letal cuando se lo proponía, pero no tenía nada que hacer contra Christian, quien, como de costumbre, fue más rápido. La sujetó por las muñecas y la acorraló contra la pared.

Other books

Driven to Date by Susan Hatler
Run With the Hunted by Charles Bukowski
The Fury by Sloan McBride
A Woman To Blame by Connell, Susan