Tríada (47 page)

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Authors: Laura Gallego García

—¿Vulnerables? —repitió Jack—. ¿Quieres decir, ante Ashran? ¿Por la profecía?

Pero Victoria no contestó.

Jack comprendió que, en la situación en la que se encontraban, era mucho más importante planear su estrategia contra Ashran que solucionar su complicada relación amorosa. A regañadientes, reconoció que necesitaban al shek en su bando para salir vivos de allí, y se propuso hacer lo posible por llevarse bien con él.

Al día siguiente, sin embargo, ya estaban discutiendo otra ver.

—¡Te has vuelto loco! ¿Es que quieres matarnos, o qué?

—Jack, cálmate...

—¡No, no me pidas que me calme, Victoria! ¡Este condenado shek ha vuelto a traicionarnos!

—Deja al menos que se explique, ¿no?

—¿Necesitas más explicaciones? ¡Nos lleva derechos a Ashran!

—Por supuesto que voy a llevaros ante Ashran. ¿Adónde si no pensabais que os conducía?

—Pero...

—¿Lo ves, Victoria? ¡Sabía que no podíamos fiarnos de él!

—Nunca te he pedido que te fíes de mí, dragón. Pero si tu limitado cerebro es incapaz de comprender por qué tenemos que ir a Drackwen, entonces no voy a perder el tiempo intentando explicártelo.

—¡Ya he aguantado suficiente, shek!

Con un rugido, Jack se transformó en dragón y se volvió hacia Christian, en medio de una violenta llamarada. El mantuvo su forma humana, pero desenvainó a Haiass, con un destello acerado brillando en sus ojos.

La cría de shek, que los observaba, siseó al ver a Jack bajo su otra forma, y se ocultó tras una roca, sin dejar de mirar al dragón, con los ojos cargados de odio.

Victoria se interpuso entre Jack y Christian. No llevaba el báculo, no blandía ningún arma. Sólo su cuerpo entre las garras y el aliento del dragón, y el gélido filo de Haiass. Pero no titubeó ni un solo momento, ni bajó la mirada, ni le tembló la voz cuando dijo:

—Si os matáis el uno al otro, me mataréis a mí también.

Christian la miró un momento y, con un soberano esfuerzo de voluntad, envainó de nuevo su espada. Jack emitió algo parecido a un gruñido y volvió a transformarse. Respiró hondo varias veces, para calmarse, pero en sus ojos todavía llameaba el fuego del dragón.

—¿Y bien? —preguntó entonces Victoria, volviéndose hacia Christian—. ¿Por qué nos has hecho cruzar el río? ¿A qué viene este cambio de ruta?

—Yo no he cambiado la ruta —repuso el shek—. Desde el principio he tenido la intención de llevaros hasta la Torre de Drackwen, y eso es exactamente lo que estoy haciendo.

—¡Para entregarnos a Ashran! —acusó Jack.

—Para enfrentarnos a él —corrigió Christian—. Vais a hacerlo tarde o temprano, así que, cuanto antes, mejor. Vuestro amigo Alexander ha iniciado una rebelión en el norte, y con un poco de suerte los sheks todavía os buscarán en el sur. Es el mejor momento para atacar a Ashran.

—Tan pronto... —murmuró Victoria.

Christian la miró.

—Hemos de hacerlo antes de que sea demasiado tarde, Victoria. Mi padre espera de mí que mate al dragón; por eso me devolvió a Haiass, por eso se encargó de resucitar mi parte shek. Y si esto continúa así, terminaré haciéndolo...

—¿De verdad crees que ganarías en una pelea contra mí? —replicó Jack, ceñudo; pero Christian no le hizo caso.

—... así que lo mejor es acabar con esto cuanto antes. Matar a Ashran antes de que nos matemos los unos a los otros.

Victoria se estremeció. Jack iba a replicar, pero se detuvo un momento, consciente de pronto de las palabras de Christian.

—¿Estás hablando de matar a tu propio padre? ¿Harías eso de verdad?

Christian se volvió hacia él.

—La otra salida que tengo, y es muy tentadora, créeme, es matarte a ti y acabar con esa condenada profecía. Entonces Victoria estaría a salvo. Los sheks no tienen nada contra ella, y mi padre tampoco.

»Pero si te mato, dragón... una parte de Victoria morirá contigo. Y, lo creas o no, me importa de verdad lo que ella siente. Ésa es la única razón por la que sigues vivo todavía.

Jack abrió la boca para replicar, pero no le salieron las palabras.

—¿Te importan a ti sus sentimientos, te importa ella, más que tu odio hacia mí? —prosiguió el shek—. ¿O es que resulta que ese amor que dices que sientes no es más que un cúmulo de palabras sin sentido?

Jack le dio la espalda, malhumorado. Christian recogió al pequeño shek, se lo cargó a los hombros y se puso en marcha de nuevo. Al pasar junto a Jack, éste oyó su voz en su mente:

«No, no la estoy enviando a la muerte. Te juro que matare y moriré para protegerla, y si Victoria ha de morir, yo moriré con ella.»

Jack no dijo nada. La cría de shek le lanzó un furioso siseo, enseñándole los colmillos, cuando Christian pasó junto a él, pero el muchacho no reaccionó hasta que Victoria llegó a su lado y le cogió de la mano.

—Yo estoy preparada —dijo ella con suavidad—. ¿Y tú?

El chico la miró a los ojos, y Victoria no leyó en ellos el miedo a la muerte. No; lo que abrumaba a Jack, lo que le hacía dudar, era un profundo pánico a perderla. Y la joven se dio cuenta de que ella sentía exactamente lo mismo, el mismo miedo que había tenido en el desierto, cuando Christian había estado a punto de llevársela consigo, dejando atrás a Jack. Sintió que una cálida emoción la inundaba por dentro al darse cuenta, una vez más, de lo mucho que la querían los dos.

Jack se sobrepuso y le devolvió una afectuosa sonrisa, y por un momento pareció el Jack de siempre, el muchacho cariñoso y agradable que era cuando no lo nublaba su odio hacia el shek.

Los tres prosiguieron, pues, su viaje, aunque en esta ocasión ya no marchaban hacia el norte, sino hacia el oeste.

«Vienen hacia aquí», dijo Zeshak, entornando los ojos.

—Bien —respondió Ashran, sin alterarse.

«No era eso lo que esperábamos», objetó la serpiente.

—Subestimas a Kirtash. Es listo, sabe que no le queda mucho tiempo. Por muy obstinado que sea, por mucho que le importe esa muchacha, no tardará en sucumbir a su instinto. Lo sabe perfectamente.

«Si fuera un verdadero shek habría matado a ese dragón hace mucho tiempo», opinó Zeshak con desprecio.

—Sin duda. Pero una parte de él sigue siendo un shek. Aún les queda un largo viaje hasta la Torre de Drackwen. ¿Cuánto tiempo crees que podrá resistir?

Les perdieron la pista en Vaisel.

Aquélla era la ciudad más importante de Celestia, después de Rhyrr, la capital. Shail, Zaisei y Kimara, que los había acompañado en su viaje hacia el norte, esperaban obtener allí noticias de Jack y de Victoria. Días antes, en un pequeño pueblo junto al río Yul, un celeste les había dicho que había alojado a la pareja en su casa una noche de tormenta. Sólo que no eran dos, sino tres.

—Christian va con ellos —dijo Shail, inquieto.

Por un lado se alegraba, ya que el joven shek era un aliado valioso, y si luchaba a su lado tendrían más posibilidades de salir con vida. Pero, por otra parte, sabía que Jack era ya un dragón. Y Christian, si no se equivocaba, había abandonado la Resistencia para volver a ser un shek.

El celeste les dijo que los tres chicos iban hacia el norte, hacia Vaisel; pero ellos llevaban ya un par de días en la ciudad, y nadie parecía haber visto allí a ninguno de los tres. Esto desconcertaba a Shail; si viajaban hacia Nandelt siguiendo el río Yul, a la fuerza debían haber pasado por Vaisel. Aquella noche, en la posada, examinando un mapa del continente y señalando con el dedo la ruta que habían seguido, Shail comprendió que, si no iban a Nandelt, sólo quedaba una posibilidad.

—La Torre de Drackwen —murmuró, horrorizado—. Han cruzado el río y van al encuentro del Nigromante.

Trató de levantarse, olvidando por un momento su incapacidad, y cayó al suelo con estrépito, haciéndose daño en el codo. Zaisei lo ayudó a incorporarse y, por una vez, él no la rechazó con dureza.

—Tenemos que alcanzarlos antes de que sea demasiado tarde. No es así como debe suceder, no pueden atacar la torre ellos solos.

—Puede ser que ese shek los lleve directos a una trampa —dijo Kimara, frunciendo el ceño.

—Se dejaría matar antes que entregar a Victoria.

—A Victoria, tal vez no. Pero ¿qué hay de Jack?

Shail no quería esperar un minuto más, de modo que abandonaron la posada aquella misma noche. Y a pesar de que sabían que era más seguro viajar por tierra, Shail pidió a la sacerdotisa que llamara a las aves doradas.

No había nidos de pájaros haai cerca de la ciudad, pero no importaba. Las aves podían oír cuándo alguien las llamaba, por muy lejos que estuviera.

Cuando dos magníficos pájaros dorados se posaron en tierra, junto a los viajeros, Shail se volvió hacia Kimara.

—¿No vienes con nosotros?

La semiyan vaciló. La idea de volver a ver a Jack le resultaba tentadora, pero no olvidaba las últimas palabras que él le había dirigido y supo que no podía fallarle.

—No; seguiré mi camino, rumbo a Nandelt. He de entregar un mensaje.

Shail comprendió. Asintió, pero no dijo nada más.

Kimara se quedó mirando un momento cómo las dos doradas se alejaban hacia el horizonte, dando la espalda a la aurora, y envió un beso tras ellas.

—Para ti, Jack —murmuró—. Recuerda tu promesa: recuerda que me dijiste que volverías vivo.

Los sueños siguieron repitiéndose cada noche.

Todas las mañanas, Christian se despertaba con una sola idea en la cabeza: matar a Jack. Cada día era un poco más difícil resistir aquel impulso.

Tenía un modo de hacerlo, sin embargo. Lo primero que hacía al despertarse era volver la cabeza para mirar a Victoria.

La encontraba, siempre, dormida en brazos de Jack. Desde aquella noche en que Christian les había dicho que no debían reprimir sus sentimientos, ellos dos estaban siempre muy juntos, como si aquellos días de distanciamiento hubieran sido insoportables para ambos y ahora quisieran recuperar el tiempo perdido.

A Christian no lo molestaba. Los celos nacen de las dudas, de la inseguridad, y Christian, que leía con tanta claridad los pensamientos de los demás, era incapaz de sentirse celoso. Porque no tenía más que mirar a los ojos de Victoria para saber con absoluta certeza lo que ella sentía por él, para ver en su mirada un amor tan intenso como inquebrantable. Y con eso le bastaba.

Además, también ellos dos tenían sus momentos íntimos. Jack lo sabía, pero no decía nada cuando ambos se adelantaban para reconocer el terreno, o cuando iban juntos a buscar agua al río. Sabía de sobra que Christian y Victoria aprovechaban para compartir besos, alguna caricia, y aquello lo enervaba pero, a su vez, calmaba el odio en su interior. Porque en aquellos momentos veía a Christian más humano que shek, sólo un joven enamorado de una chica, igual que él. Y aunque de buena gana se habría desahogado a golpes con él, no encontraba motivos para matarle. Desde su conversación con Victoria, además, había dejado de preocuparse por los sentimientos que ella profesaba al shek, para plantearse qué sentía él mismo en realidad. Victoria ya le había dejado claro que los amaba a los dos, y seguiría haciéndolo, pasara lo que pasase. Ahora él debía decidir si aceptaba o no aquella situación. Si se conformaba con compartirla con Christian o, por el contrario, prefería renunciar a sus sentimientos por ella y esperar a encontrar otra mujer a quien no tuviera que compartir con nadie. Y pensaba en Kimara, y se dio cuenta entonces de que también él tendría que elegir.

Sin embargo, las cosas no habían cambiado desde aquella noche, en Hadikah, en que Jack había rechazado a la semiyan.

No, no habían cambiado. Le gustaba Kimara. Pero no la amaba.

Y a Victoria, sí.

Era muy confuso y complicado, así que por el momento decidió aplazar su elección y simplemente disfrutar de los instantes que pasaba con Victoria, y hacer como que no sucedía nada cuando ella desaparecía con Christian. Jack intentaba mirarlo por el lado bueno: ella seguía durmiendo a su lado todas las noches. Seguía dedicándole más tiempo a él que al shek, así que, en principio, salía ganando...

Christian, por su parte, se obligaba a sí mismo a mirar a Jack y Victoria cuando estaban así, dormidos, el uno en brazos del otro. No sólo para mantener viva su parte humana. También porque aquella imagen le ayudaba a recordar lo duro que había sido para él salvar a Jack en el desierto, y, sobre todo, la razón por la que lo había hecho: porque, según se alejaba, con Victoria a cuestas, había sentido el intenso dolor de ella, había sabido que si la apartaba de Jack, algo en su interior moriría sin remedio.

Y evocaba, una vez más, la mirada de los ojos de Victoria cuando le había suplicado que la dejase con Jack. No debía olvidar nunca lo que había visto en aquellos ojos, no debía olvidar que, si Jack moría, Victoria acabaría por morir con él.

No debía olvidarlo, porque, en el momento en que lo hiciera, mataría a aquel dragón... igual que en sus sueños.

Le intrigaba que el deseo de acabar con su enemigo lo obsesionara hasta el punto de soñar con lo mismo todas las noches. A1 principio había pensado que se debía al hecho de que los dos habían vuelto a encontrarse y pasaban todo el día juntos. Pero Jack no parecía tener sueños similares, y Christian empezó a preguntarse si su odio se manifestaba de forma diferente... o había algo extraño en todo aquello.

Pronto divisaron en el horizonte la cordillera conocida como los Picos de Fuego.

Era un espectáculo sobrecogedor, porque se trataba de toda una larga cadena de volcanes que partían el horizonte con sus conos truncados. Algunos aún estaban en activo, y lanzaban volutas de humo al cielo anaranjado.

En cuanto vio las montañas, Jack se quedó mirándolas, con una extraña expresión en el rostro.

—¿Qué es? —preguntó Victoria, inquieta—. ¿Qué tienes? —Drackwen —dijo Christian—. Los Picos de Fuego. Dicen las leyendas que aquí se vio al primer dragón, en tiempos remotos.

—Lo sabía —respondió Jack al punto—. Bueno, no lo sabía —rectificó—. Lo intuía.

—¿Vamos a tener que cruzar esas montañas? —preguntó Victoria.

—Podemos rodearlas, pero me parece más seguro atravesarlas. Dentro de cada uno de esos volcanes hay una caldera, por no hablar de la sima que recorre la cordillera de norte a sur, y por cuyo fondo corre un río de lava. Demasiado fuego para los sheks. Nunca vienen por aquí.

—¿Y no hará demasiado calor para nosotros? —inquirió Jack—. ¿Y el aire? ¿Es respirable?

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