—Estamos cruzando una tierra a la que llaman los Campos Palentinos. Es tierra de nadie y se corre bastante peligro en este tramo.
—Campos Palentinos… —Deja correr la mirada por las llanuras. Frunce los labios—. ¿Por qué no se los han anexionado los suevos? Es obvio que esta zona es tierra fértil. Daría buenas cosechas.
—Creo que por eso es tierra de nadie. Los suevos y los godos han luchado por su posesión desde que se asentaron en Hispania. Ninguno está dispuesto a que el otro se haga dueño de ella.
—Así pues, a lo que tenemos que temer por aquí es a un encuentro con incursores godos.
—O con forajidos.
—¿Y por qué hemos tomado esta ruta? Podríamos haber viajado por rutas más al norte.
—Tendrás que preguntárselo a Caddoc. Pero te aseguro que no es un hombre que corra riesgos en vano. Supongo que por los caminos del norte llegaríamos más tarde, porque son mucho peores. Además, somos muchos. Somos fuertes.
Al decir esto último, la voz de la chica ha cambiado de cualidad. Se ha teñido de orgullo. Maelogan, acostumbrado a la poesía, tiene la sensación de que eso de «somos muchos, somos fuertes» tal vez sea el estribillo de alguna canción de la tierra. Se hace el propósito de averiguarlo en otro momento.
—¿Sabes si tardaremos en llegar a la provincia de Cantabria?
—Solo una jornada más. Llegaremos a Segisama Julia, que es una ciudad libre. Al norte de ella están ya las tierras de Nepociano, que es uno de los senadores de la provincia.
—¿Senadores?
—Así se titulan a sí mismos los poderosos de Cantabria. Gobiernan reunidos en senado. Eso es lo que dijo Caddoc anoche.
Asiente el bardo. Está visto que tendrá que hablar con Caddoc si quiere conocer algo de esa que sus habitantes llaman provincia de Cantabria. Es obvio que el resto de los de la columna saben muy poco o nada de esa tierra interior para ellos remota.
¿Qué les habrá movido a alistarse para una aventura guerrera tan lejos de sus casas?
Ha podido comprobar que estos que marchan en columna por las llanuras interiores son hijos de su tiempo y de la tierra que les vio nacer. Su horizonte vital está en las cosechas, la pesca, la recolección de frutos, bayas y setas en los bosques. Procuran mantener las tradiciones heredadas. Vigilan y se preocupan de los conflictos internos de los suevos que, a la postre, son los que pueden poner en peligro sus vidas y las de sus familias.
Por lo que acaba de escuchar, unos son hijos y otros nietos de exiliados de las Islas. Los demás descienden de familias asentadas en las costas galaicas incluso varias generaciones antes. De todos ellos, solo unos pocos parecen soñar con restaurar todavía el Imperio de Occidente. Y con reunir después, gracias a esa circunstancia, un gran ejército para cruzar el Canal y expulsar a los bárbaros del solar de sus antepasados.
Dicen que la ignorancia puede ser una bendición. Si es así, este es uno de esos casos. Estas nuevas generaciones de britones ya no sufren la pérdida de la tierra ancestral de una forma tan sangrante como aquellos que tuvieron que vivir en carne propia las derrotas y el exilio.
Mas también la ignorancia puede ser peligrosa. Muy peligrosa. Tiene Maelogan la impresión de que muchos de estos no saben lo que reposa en el fiel de la balanza. Marchan por las viejas calzadas con el ánimo liviano. Para los más jóvenes todo esto no debe de ser más que una excusa para la aventura, una forma de alejarse un tiempo del terruño natal.
—¿Qué opinas tú de esta expedición, Hafhwyfar?
Ella, las riendas del caballo sujetas con la zurda, vuelve el rostro. Le contempla con esos ojos tan azules suyos.
—¿Opinar sobre qué? No te entiendo, sabio viajero.
—Tal vez tú seas la única que no está aquí por su propia decisión. Sé que el obispo Mailoc te pidió que nos acompañases. Por eso te pregunto a ti.
—Creo que es necesaria, si es eso lo que quieres saber. Hacemos lo que debemos.
—¿Por qué?
—Es necesario para defender nuestros hogares y a nuestra religión.
—¿Crees de verdad eso?
Ella asiente con solemnidad casi impropia de alguien tan joven.
—Sí, contador de historias. Leovigildo es como un segador con guadaña. Está desbrozando de hierbas antes de atacar al árbol. Y el reino suevo es el árbol. Por eso es mejor luchar en la Sabaria, en la Arauconia o en la provincia de Cantabria que en nuestras propias tierras.
»Tenemos que guerrear lejos, para tratar de no tener que hacerlo en casa. Por eso estamos aquí.
Calzadas romanas (Wpedia)
La antigua Cartagena (Vídeo)
Es noche despejada, de cielo lleno de estrellas. Corre el viento por gargantas y precipicios. Silba, aúlla entre las peñas. Al oír sus lamentos, es fácil creer que fantasmas y lémures rondan por la oscuridad gritando sus penas.
El
comes
Mayorio está invitado esta noche a la fogata de Basilisco. También el médico del bandon, Octaviano, y Pasícrates, que es el
procurator
del
magister militum
en esta expedición. Hay también varios isauros presentes, por descontado.
Es ya su segunda pernocta. A lo largo de las dos jornadas, Mayorio ha tenido ocasión de discutir con el ciego sobre su misión, así como acerca del camino elegido. Basilisco es meticuloso. Hasta la más pequeña decisión obedece a algún motivo. Si en ocasiones resultan incomprensibles es porque el viejo taimado cree en la utilidad de guardarse secretos.
Sin embargo, esta noche se está explicando con detalle al calor del fuego.
Su plan es dirigirse al norte por caminos apartados. Evitar las poblaciones. Viajar rápido para estar ya a salvo entre aliados para cuando las noticias sobre su presencia puedan llegar a los godos. Por eso hizo correr el rumor de que el bandon embarcaba rumbo a las Baleares, tal como sospechó en su momento Mayorio. También es la razón de su desembarco en las ruinas de Lucentum.
Estas primeras jornadas se ven obligados a dar un rodeo para orillar la Oróspeda
[24]
. Y ha sido la mención a ese territorio tan hostil como misterioso el que ha suscitado un diálogo entre Octaviano y el ciego.
El médico, romano de la ciudad de Roma, es de esos hombres que siempre andan preguntándose acerca del «porqué» y el «cómo» de las cosas. No como Mayorio, que suele conformarse con el conocimiento que pueda tener para él alguna utilidad práctica.
Por eso el
comes
sabe solo que la Oróspeda ocupa un terreno montañoso al norte de la provincia de Spania. Que sus habitantes son enemigos mortales tanto de romanos como de godos. Y, como su bandon nunca estuvo destacado a esa frontera, jamás se ha preocupado de averiguar nada más.
Pero Octaviano está hecho de otra madera.
Al principio se pronunció sobre el tema con tiento, ya que el maestro de espías tiene fama de carácter espinoso. Pero a Basilisco le gustan los hombres curiosos y los eruditos. Y si ambos se juntan en uno solo, más todavía. Así que respondió con cordialidad. Y el médico, ya más cómodo, no tardó en dejarse llevar por su temperamento.
Pese a la fama que tiene el ciego de saber de casi todo, no es mucho lo que conoce de la Oróspeda. Ese país es un misterio. Tierra vedada. Sus pobladores son intratables y no admiten la presencia de viajeros. Comercian en puntos concretos de sus fronteras y dan muerte atroz a cualquiera que se atreva a entrar en sus tierras.
Magister
y médico discuten. Teorizan. El
comes
asiste al diálogo sin intervenir. Tampoco lo hace el
procurator
Pasícrates, aunque algo en su actitud da a entender que le disgusta lo que oye. Pero Basilisco no tiene ojos con los que advertir su mal rictus y Octaviano está demasiado enfrascado en lo que hablan como para percibirlo.
El
comes
sí repara en ello. Estudia al otro con disimulo mientras se pregunta si no será su propia imaginación. La luz agitada de las llamas suele retorcer los rasgos y crea expresiones que no son tales. Pero no. Esa boca fruncida. Los ojos achicados… Al
procurator
no le agrada lo que se está hablando.
¿Quién sabe qué le ha disgustado? Y ya puestos, ¿a quién le importa? Al
comes
no le agrada a su vez el
procurator
. Ni a él ni a casi nadie, por no decir a nadie. Pasícrates está en la embajada por designación expresa del
magister militum spaniae
. Su misión es representarle. También ha de entregar un informe pormenorizado del viaje y sus resultados a la vuelta a Carthago Spartaria.
No es empero ese encargo, que tiene un poco de espionaje y algo de control, lo que produce el rechazo de soldados y funcionarios. Tampoco su físico de buitre desgarbado. Son sus malos modales, sus maneras esquivas, ese mirar suyo de través que pone a sus interlocutores en guardia.
Poco sabe Mayorio de Pasícrates. Que es de buena familia, de la propia Constantinopla, y poco más. Se rumorea que fue enviado a Spania como castigo. Pero eso, sea verdad o mentira, nada significa. Lo mismo se cuenta de muchos y en gran parte de los casos es cierto. Con Justino II, las provincias de Spania y Mauretania Secunda se han convertido en destinos disciplinarios. Apartaderos de militares y burócratas que dieron algún mal paso o disgustaron a quienes no debían.
Aparta Mayorio sus pensamientos de ese sujeto desagradable para ponerlos en lo que se habla junto al fuego. Basilisco menea despacio la cabeza a modo de contestación a algo que acaba de decir Octaviano.
—No. No sabemos en qué fecha pudo convertirse la Oróspeda en territorio aparte. El derrumbe de la administración imperial en Hispania causó una ausencia casi total de registros. Nadie dejó nada escrito al respecto o tal vez los documentos se perdieron.
El médico asiente a su vez con respeto.
—Pero, si no hay nada sobre la Oróspeda antes de la irrupción de los honoriacos
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en Hispania, es de suponer que surge después.
—Es probable. Los honoriacos abrieron la caja de Pandora en estas tierras. Sí. Esos perros bárbaros dieron el golpe de gracia a cualquier asomo de orden imperial en Hispania.
»Pero lo poco que sabemos de los oróspedanos induce a pensar que no son una consecuencia del derrumbe imperial. No. La Oróspeda no es una zona que se organizase por su cuenta al quedar librada a sus propios medios.
—¿Ah, no?
El ciego vuelve a negar despacio. Calla unos momentos como si reflexionase o estuviera escogiendo sus palabras. Mayorio aprovecha para alargar las manos hacia el fuego y de paso observar a los ahí reunidos.
Basilisco se cubre con un sago militar de lana oscura y lleva capucha, tal como suele ser su costumbre haga o no frío. Aunque su barba se mantiene poblada, el cabello le ralea en el cráneo debido a su mucha edad. Tal vez de ahí le venga ese hábito de ir encapuchado casi siempre. Sea como sea, hoy tiene más que motivos para usarla, ya que las noches en estas tierras altas son muy frías.
También Octaviano —como el propio
comes
— viste sago militar. Como él, se toca con gorro panonio. El manto de Pasícrates es de telas menos rústicas, de color verde. Pero él también usa gorro panonio. Es un detalle que causa no poca perplejidad a Mayorio. No es ningún secreto que Basilisco fue en tiempos soldado. Pero hasta donde él sabe no es el caso del
procurator
.
—Lo repito. Sabemos muy poco sobre los oróspedanos. Pero esa beligerancia contra los forasteros, la prohibición bajo pena de muerte de entrar en su tierra…, todo eso tiene que ser la clave de algo.
»En el pasado libramos combates con ellos. Sus tropas parecen estar formadas por campesinos, como los ejércitos privados de los terratenientes. Pero, cuando hemos podido interrogar a prisioneros, todos han negado servir a ningún
potente
. Juran que se gobiernan a ellos mismos. Es más, se jactan de ello.
—¿Y qué conclusiones podemos sacar de eso,
illustris
?
—A mi entender, una muy clara. La Oróspeda no es un caso de organización postimperial de emergencia. Tampoco un regreso al tribalismo. Tenemos que considerar a los oróspedanos como herederos triunfantes de las bagaudas. Descendientes de rebeldes al imperio que no solo vencieron a los
optimates
locales, sino que consiguieron articular algún tipo de organización al amparo de todas esas montañas.