Un asesinato musical (27 page)

—¿Qué es lo que nunca le ha gustado? —preguntó a Theo ya con la mano en el picaporte.

—¿Cómo? —dijo Theo confuso.

—A Izzy —insistió Michael—. Me estaba diciendo que había algo que no le gustaba. ¿Qué es?

—Ah —dijo Theo recordándolo, y esbozó un ademán desdeñoso—. No tiene importancia. No le gustaba mi forma de interpretar la música, mi manera de dirigir, en especial las obras clásicas, Mozart y Haydn, pero también criticaba mi Brahms. En una ocasión me dijo que no concebía como yo el uso de las trompetas y la percusión. Según él, debería emplearlas igual que en tiempos de Brahms. Lo dijo al respecto del
Réquiem alemán...
pero eso no tiene nada que ver...

Michael miró a Nita, que seguía inmóvil; salió y cerró la puerta tras de sí.

—Pensé que te gustaría saber que ya hemos terminado el registro de la escena del crimen —susurró Yaffa—. No hemos encontrado nada, y hemos empezado con la sala. Quizá también deberíamos registrar las oficinas. Ahora estamos peinando el escenario y la sala centímetro a centímetro, pero es una zona amplia, nos llevará su tiempo. Y Balilty te está esperando en el patio de butacas.

—Dile que enseguida estoy con él —dijo Michael, y sintió que se le aceleraba el pulso, como si estuviera a punto de ocurrir algo decisivo. Regresó al despacho y le pidió a Theo que lo esperase allí—. La llevaremos a casa pronto —prometió, y se encaminó a la sala a través del escenario.

El equipo del laboratorio gateaba por el escenario, recogiendo migajas con pinzas y guardándolas en bolsitas de plástico. Bajo los potentes focos que iluminaban la escena, la sala se veía oscura pese a que también en ella se habían encendido todas las luces; un par de hombres recorrían a gatas la alfombra en busca de pistas. Michael oteó el patio de butacas desde el borde del escenario, con una mano sobre los ojos, y así pudo distinguir a Balilty, que ocupaba una butaca de la última fila, casi junto al pasillo, y, con las piernas reposando en el respaldo de la butaca de delante, jugueteaba con un papelito. Al llegar a su lado, Michael vio que era el envoltorio de un chicle. El estallido de una pompa se había oído de lejos. Balilty dejó el papel en la butaca de su izquierda, se enderezó y dio unas palmaditas en la butaca de su derecha.

—Según me han dicho, ha sido una auténtica película de terror —dijo a la vez que posaba las manos sobre su barriga—. Con garganta cortada y charco de sangre incluidos, no ha faltado detalle.

Michael asintió.

—Ahí fuera espera la prensa en pleno. A fin de cuentas, se trata de la familia Van Gelden. Los periódicos de la tarde no hablarán de otra cosa. Eli ha colocado gente en las puertas, no se permite la entrada a nadie. La escena del crimen es todo el edificio, ¿no es así?

Michael suspiró.

—Su Majestad me ha hecho llamar —le recordó Balilty volviéndose hacia él. La satisfacción, casi regocijo, que aleteaba en los ojos de Balilty, no llegó a despertar la indignación de Michael—. Van Gelden, Gabriel, degollado —dijo Balilty para sí—. Seguramente me vas a decir que los dos crímenes están relacionados. ¿Quieres apropiarte también del caso del cuadro robado? ¿El primer caso Van Gelden? ¿Por eso me has hecho venir? ¿Has visto a la inútil que te han encajado en el equipo? Le tengo echado el ojo desde hace un mes. ¡Menudo cuerpo!

Michael hizo un gesto de asentimiento. Encendió un cigarrillo y se quedó con la cerilla en la mano. Balilty se puso en pie, se encaminó a un rincón y regresó con una tapa oxidada, que colocó sobre el respaldo de la butaca de delante. Se sentó con mucho estrépito y cruzó las manos ceremoniosamente.

—¿Es eso todo lo que quieres de mí? —preguntó provocador—. Para eso no hacía falta que me arrastraras hasta aquí. Podrías haber solicitado el expediente. No ibas a sacar mucho en claro, créeme. No tenemos ni una pista.

—Tal vez Gabriel van Gelden era el heredero legal del cuadro —señaló Michael.

—En ese caso, te lo habría comunicado. El hecho es que el testamento de Van Gelden divide la propiedad entre los tres con mucha ecuanimidad. Lo he verificado. La tienda para los tres a partes iguales, y el dinero también, mientras que la casa y el cuadro se los ha legado a tu amiga. En eso habéis salido bien parados —comentó con un atrevido guiño—. Y hasta le da permiso para venderlos.

—¿Para vender el cuadro? —preguntó Michael atónito.

—Eso es lo que dice: «Y puede disponer de ellos según su voluntad». De lo que deduzco que le da permiso para vender el cuadro.

—¿Y por qué no lo ha vendido él?

—¿Cómo quieres que lo sepa? Preferiría esperar. Tal vez el mercado estaba a la baja, yo qué sé. Dinero no le faltaba. Y era una herencia familiar, no lo olvides, y está el Holocausto por medio. Ya sabes cómo se toman estas cosas.

—Habrá que hacer pesquisas más adelante —dijo Michael, suspirando.

—¿Qué te has creído, que no he estudiado el testamento? ¿Que no he verificado con Zurich y París si alguien ordenó el allanamiento? ¿Por eso querías verme? —repitió Balilty.

—No, no sólo por eso —reconoció Michael.

—Entonces, ¿por qué? —preguntó Balilty con brusquedad, y giró el cuerpo repentinamente, como un tigre adormilado que se hubiese despabilado—. No te hacen falta más hombres. Dentro de poco tendrás aquí a todo el cuerpo. Hasta han retirado a Tzilla de un caso por ti. Si Shorer no estuviera preocupado por otros asuntos, si el comisario jefe no estuviera ocupado con la inspección estatal, ellos mismos se habrían presentado hace horas. Las personas implicadas son importantes, muy, muy importantes. Bueno, ¿para qué me necesitabas? —aquella pregunta provocativa dejaba traslucir una honda humillación y también el ánimo triunfante de quien sabe que le van a dar acceso a regiones previamente vedadas—. ¿Y tú? —añadió con mayor delicadeza—. Tú no deberías estar aquí, eres parte de... en fin, da igual. ¿En qué te puedo ayudar?

—Quiero... —Michael se refrenó. Tenía que andar de puntillas, elegir bien las palabras para ganarse la confianza de Balilty y evitar que recelara y pusiera obstáculos en su camino—. Quiero que te integres en el Equipo Especial de Investigación. Quiero pedirte que te hagas cargo del caso oficialmente, o al menos que trabajes en él conmigo.

Balilty hizo un gesto con el que no se comprometía a nada, se reclinó en su asiento, volvió a estirar las piernas sobre la butaca de delante y se quedó en silencio.

—En primer lugar, es lógico debido a la conexión con el caso del viejo Van Gelden —adujo Michael esperanzado, pero Balilty no reaccionó—. Ya sabes —prosiguió Michael—, que esto me plantea un problema. Conozco a los implicados, a la hermana, sobre todo, pero quiero ocuparme del caso. Por casualidad, por un golpe de suerte, estaba libre, pendiente de que me asignaran un caso, y han podido encargarme éste, y lo quiero. Eli y Tzilla ya me han dado su opinión —se apresuró a añadir—. No necesito que me repitan otra vez que es insano y que es imposible ser objetivo cuando eres una parte interesada. Y no soy una parte interesada, pero sí estoy implicado, es cierto, por eso te estoy pidiendo esto, porque confío en que me des un toque de atención si a mí se me pasa algo por alto. Tú verás lo que yo sea incapaz de ver o prefiera no ver. Y, como es natural, no podré interrogar a Nita. Por otro lado —agregó con energía—, no hay más remedio que investigar ambos casos al unísono.

Balilty respiró hondo, hinchó los carrillos y expulsó el aire sonoramente.

—Tengo que pensármelo —dijo tras una larga pausa—. Tengo que pensármelo mucho. No es asunto sencillo. Corro el riesgo de meterme en camisa de once varas, y, además, el caso no será fácil. Según me han contado Eli y Tzilla, por lo visto, cualquiera de estos
kleizmer
podría... Son casi cien personas, date cuenta de la situación... ¡y tú estás viviendo con esa mujer!

—No vivo con ella. Hemos hecho un pacto... para cuidar a los niños.

—¿Recuerdas lo que te dije hace unos días? Cuando viniste a mi despacho te dije que hacer las cosas con normalidad, como todo el mundo, tiene su lógica. Y, por cierto, ¿qué tal va la búsqueda de la madre? No la encontrarán, créeme. Pero la encuentren o no, ¿no te parece que has sufrido un pequeño arrebato de locura? Una niña es lo último que necesitas. ¿Desde cuándo te gustan tanto los niños?

Michael suspiró.

—¿Cuánto tiempo necesitas?

—¿Para pensármelo? Una o dos horas, digamos —replicó Balilty. Hizo un guiño y sonrió—. ¿Acaso crees que no sé que soy imbécil perdido? Los dos sabemos lo que va a pasar al final. Pero tengo mis principios. Tengo que pensármelo y estoy pensándomelo. Puede que sea imbécil, pero no he nacido ayer. Sé cuándo me porto como un imbécil. Por lo menos no soy como todas esas mujeres que te persiguen con la lengua fuera. Yo pienso, ellas no —Michael hizo un ademán desdeñoso y estaba a punto de decir algo como: «¿Qué mujeres?». Pero Balilty lo detuvo poniéndole una mano en el brazo—. Siento debilidad por ti, como todos los demás, señor Ohayon. Soy como arcilla en tus manos. Pero hasta ahí podíamos llegar. ¿Me silbas y voy corriendo? ¿Sin pararme a pensar? También tengo que preocuparme de mí mismo, ¿no crees?

—¿A qué te arriesgas? ¿Qué tiene de terrible lo que te he pedido?

—¿Estás de guasa? —dijo Balilty, y volvió a estirar las piernas, cruzó las manos sobre la panza y se quedó mirando el escenario y a las personas que gateaban por él—. ¿Me designarán jefe del EEI y mi papel será cubrirte las espaldas? Tú harás lo que te venga en gana y yo seré tu mascota, lo sabemos muy bien. Y, aun así, no te he dicho que «no» de entrada, tenlo en cuenta —dijo, e hizo una pausa para agitar un dedo admonitorio. Luego su cuerpo se relajó y añadió con resignación—: Lo que pasa es que estás acostumbrado a salirte con la tuya. Te crees que nadie puede resistirse a tus encantos. Pues bien, hace falta algo más que un par de ojos castaños para derretirme —añadió, la vista fija en el escenario—. Aunque sean los tuyos. Y no pongas esa cara —le advirtió volviéndose hacia él—. No vas a conseguir nada.

—¿Cómo puedes decir que estoy acostumbrado a salirme con la mía? —protestó Michael.

—Bueno, quizá no siempre —dijo Balilty, ablandándose después de dirigirle una mirada escrutadora—. Quizá no te hayan servido en bandeja algo que querías, pero que me zurzan si sé qué puede ser —gruñó, y volvió a ablandarse—. No quiero decir que te salgas con la tuya en todo, pero en algunos campos sí. Esta vez puede resultar más difícil porque, por ejemplo, tal vez yo no pueda acudir corriendo cuando me llames, porque a lo mejor estoy trabajando en otro caso. Dicho de otra forma, puede que esté ocupado. ¿Se te había ocurrido pensarlo?

—¿En qué estás trabajando? —preguntó Michael con desconfianza.

—Dime una cosa: ¿ya no trabajas con nosotros? ¿No lees los periódicos? ¿Es que el asunto de la niña, a la que, por cierto, todavía no conozco, te ha fundido por completo el cerebro? ¿Ni siquiera has oído hablar de nuestro último golpe? —Balilty miró a Michael con curiosidad—. Ya no eres el mismo, yo qué sé... Me desorientas, estás en las nubes.

—Últimamente no he seguido la actualidad de cerca —reconoció Michael avergonzado—. He tenido tantos jaleos...

—¿Entonces no sabes que hemos descubierto cuadros valorados en millones? ¿Picassos? ¿Van Gogh?

—No lo sabía —confesó Michael.

—¿Cómo lo ibas a saber? Estás demasiado ocupado calentando biberones día y noche, cambiando pañales, corriendo a casa como si... Tienes la mente en otro sitio —Balilty meneó la cabeza y contempló pensativo la butaca de delante.

—¿Cuántas veces piensas repetírmelo?

—Te quejas como una mujer —le reprochó Balilty, y Michael hizo una mueca—. ¿Por qué estás tan susceptible? A mí también me gustan los niños —dijo Balilty tranquilamente, y mascó el chicle con energía—. La historia es la siguiente —prosiguió a la vez que retiraba los pies del respaldo de delante—. ¿Me escuchas? Hace unos días pescamos a una mujer, Clara Amojal, la dueña de una galería de arte de Tel Aviv, y a un turista francés, Claude Raphaël. Personas muy respetables; ella debe de rondar los cuarenta y cinco, pero es un monumento, un auténtico monumento —hizo una pausa como para evocar su imagen—. Los pescamos con seis cuadros, incluidos un Picasso y un Van Gogh.

—¿Cómo los descubristeis?

—Nos dieron el chivatazo —reconoció Balilty—. Si no, habría sido imposible. Recibimos una llamada anónima, hace tres días, telefonearon a la policía para facilitar la matrícula de un coche y la división antifraude se puso en marcha, y a mí me llamaron porque yo los había metido en el caso del cuadro de Van Gelden. Los detuvimos en la autopista Tel Aviv-Jerusalén. Gracias a la llamada anónima. El que llamó dijo: «Registren el coche, no se arrepentirán». Motti, ¿lo conoces?, el de la cara de niño y las mejillas rosadas, Motti se tomó el chivatazo en serio y decidió lanzarse. Detuvieron el coche, lo registraron y encontraron los seis cuadros. ¡Ni te lo imaginas! —dijo riéndose—. Es todo un museo. Como te lo digo, te sientas en ese piso de Yefe-Nof, un piso de lo más elegante, cerca de donde vivía Begin, y entre los seis cuadros del coche y otros ocho descubiertos allí, te sientes como en París. En comparación, el cuadro de Van Gelden se queda en nada.

—¿Crees que tiene relación con el caso Van Gelden?

—No lo sé, aún no sé gran cosa —dijo Balilty—. Arrestamos a la pareja: la marchante de arte y el francés, pero ellos no tienen ni idea de quién es Van Gelden. Llevan poco tiempo en el negocio. Por lo visto, está implicado un tipo de Jerusalén, pero aún no han dado con él. Yo mismo los interrogué hace un par de días, con detector de mentiras y toda la pesca. Su abogado —refunfuñó— consiguió que los soltara al ver que la prueba salía bien.

—¿Los soltaste? ¿Cómo pudiste hacer algo así? ¿Ya los tenías entre rejas y los soltaste? Pero si...

—Pensé que merecía la pena intentarlo —lo interrumpió Balilty impaciente—. Los tengo vigilados. No pueden ni mear sin que nos enteremos. Está todo bajo control. El piso, el coche, la galería de Tel Aviv. Estando en la calle, pueden darnos más pistas. Y, en todo caso, de Van Gelden no sabían nada. No tienen ni idea de eso. La Interpol está muy interesada en el caso.

—Habrá que ver si no son falsificaciones —dijo Michael.

—Aunque lo fueran, son de muchísima calidad. Los expertos llevan un par de días examinando los cuadros y aún no han descubierto ninguna prueba de que sean falsos. Nuestro laboratorio es un camelo comparado con ellos, a pesar de todos sus microscopios y escáners. ¿Sabes cómo se determina si un cuadro antiguo o importante es falso?

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