Un gran chico (22 page)

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Authors: Nick Hornby

Will sabía que jamás sería bueno de esa manera. Jamás se pararía a mirar una chaqueta peluda como aquélla intentando descifrar por qué era tan apropiada para él y debía ponérsela a todas horas. La contemplaría y llegaría a la elemental conclusión de que la persona que se la había regalado estaba mal de la cabeza. Eso mismo era lo que hacía a todas horas: miraba a un tío de veinticinco años que iba en patines por Upper Street, por ejemplo, con sus gafas de sol levantadas sobre la frente, y pensaba una de estas tres cosas: 1) Qué gilipollas; 2) ¿Quién coño te crees que eres?, o 3) ¿Cuántos años tienes? ¿Catorce?

Así era todo el mundo en Inglaterra, pensó. Nadie se paraba a mirar a un tipo en patines y con unas gafas de sol ultramodernas y pensaba vaya, qué cojonudo, ni siquiera anda, qué manera más divertida de hacer ejercicio. Todo el mundo pensaba: vaya imbécil. Marcus no era así. Marcus era muy capaz de no fijarse ni siquiera en el tipo, o bien de quedarse boquiabierto, rendido de admiración. Y eso no se debía a que fuese un chiquillo, pues como bien sabía Marcus, y lo sabía a su propia costa, todos sus compañeros de clase pertenecían a la línea de pensamiento del «qué gilipollas». Se debía, sencillamente, a que era Marcus, hijo de Fiona. Dentro de veinte años seguramente empezaría a cantar con los ojos cerrados y a tragarse frascos enteros de pastillas, pero al menos tenía elegancia a la hora de aceptar sus regalos navideños. Claro que esto no le compensaba por los largos años que le quedaban por delante.

23

Estaba muy bien eso de tener un padre y una madre que no tomaban las decisiones de común acuerdo, pensó Marcus; de ese modo, en Navidad uno se llevaba lo mejor de ambos mundos. A uno le hacían regalos prácticos, como una chaqueta y unas partituras, pero también recibía juegos de ordenador y cosas divertidas. Y si sus padres no se hubieran separado, ¿cómo habría sido pasar las navidades los tres solos? Seguramente muy aburrido. De este otro modo la reunión, con Will y Lindsey, parecía más una fiesta, y aunque la presencia de la madre de ésta no es que lo entusiasmase, al menos la mujer hacía bulto.

Después de los regalos se sentaron a la mesa. La comida era un enorme roscón, con una estupenda salsa de nata y champiñones en el agujero central. A continuación tomaron pudding de Navidad, dentro del cual había escondidas monedas de cinco peniques (a Marcus le tocaron dos en su porción), tiraron petardos y se pusieron gorritos, sólo que Will no llevó el suyo mucho tiempo, pues dijo que le producía picor.

Luego vieron a la reina por la tele (nadie quería verla, nadie salvo la madre de Lindsey, pero los viejos, según la experiencia de Marcus, siempre se salen con la suya) y Clive se lió un porro, lo que provocó una pequeña discusión. Lindsey se enfadó con éste a causa de su madre, que no tenía ni idea de lo que él estaba haciendo hasta que todos se pusieron a gritar sobre el asunto, y Fiona se enojó debido a Marcus, que ya había visto a su padre liar porros y Rimárselos al menos mil millones de veces.

—Me ha visto hacerlo cientos de veces —se justificó Clive. Fue un grave error, por lo que Marcus se alegró de no haber hecho el mismo comentario.

—Podrías habértelo callado —dijo Fiona—. No tenía ninguna necesidad de saberlo.

—¿Por qué? ¿Pensabas que había dejado de fumar canutos el mismo día en que nos separamos? ¿Por qué se supone que iba a dejarlo?

—Marcus era más pequeño entonces, y cuando empezabas a liar porros ya estaba acostado.

—Yo nunca he probado uno, mamá —intervino el chico—. Papá no me deja.

—Pues mira qué bien. Mientras tú no empieces a fumar, no me importa que él se dedique a drogarse en tu presencia.

—Ja, ja —dijo Marcus.

Todos lo miraron extrañados, y acto seguido continuó la discusión.

—Hay una gran diferencia entre drogarse y fumar un porro de cuando en cuando —replicó Clive—. ¿No te parece?

—No, no me lo parece.

—¿Qué tal si hablamos de esto en otro momento? —preguntó Lindsey. Su madre permanecía en silencio, aunque estaba claro que empezaba a interesarle lo que se decía.

—¿Por qué? ¿Porque está tu madre?

Marcus nunca había visto a Fiona enojarse con Lindsey, pero era evidente que ahora lo estaba.

—Por desgracia —prosiguió ella—, y debido a razones que no consigo entender, nunca puedo tener una conversación normal con el padre de Marcus sin que tu madre esté presente. Así que lo siento, pero no te queda más remedio que aguantarlo.

—Mira, creo que lo mejor será dejar el tema para otro día, ¿de acuerdo? Ahora nos tranquilizamos todos y vemos
Doble triunfo
por televisión y nos olvidamos del asunto.

—No ponen
Doble triunfo
—señaló Marcus—. Ponen
Indiana Jones y el templo maldito
.

—No es eso lo que trataba de decir, Marcus.

Marcus no estaba de acuerdo con ella, si bien se lo calló; quizás no fuese lo único que había tratado de decir, pero sin duda era parte de lo que había dado a entender.

—Ya sé que consume drogas —soltó de repente la madre de Lindsey—. No soy tan boba.

—Yo no... consumo drogas —dijo Clive.

—¿Ah, no? Entonces, ¿cómo llamas a eso que haces? —preguntó la mujer.

—Eso no es consumir drogas. Es... algo normal y corriente. Tomar drogas es algo muy distinto.

—¿Acaso cree usted que se droga solo? —le preguntó Fiona a la madre de Lindsey—. ¿Piensa que su hija se cruza de brazos y se limita a mirarlo?

—¿A qué te refieres?

—A nada, señora. Encuentro que la idea de Clive ha sido excelente. Dejémoslo estar y juguemos a las charadas o algo parecido.

—Yo no he hablado de jugar a las charadas. Lo que he dicho es que podríamos ver
Doble triunfo
.

—No ponen
Doble...
—comenzó Marcus.

—Calla, Marcus —dijeron todos a la vez, y se echaron a reír.

Al menos la discusión había hecho que cambiara el ambiente. Clive y Fiona decidieron dejar para otra ocasión el asunto de las drogas. Ésta y Lindsey todavía se lanzaron un par de dardos, y el propio Will mostraba un talante diferente, aunque todo eso no tuviera nada que ver con él. Marcus supuso que, hasta ese momento, Will se lo había pasado muy bien, pero después pareció quedarse un tanto al margen, mientras que antes cualquiera lo hubiese tomado por uno más de la familia. Era casi como si se riera de ellos en la cara tras presenciar su discusión, pero por razones que el chico no atinaba a entender. Y luego, después de la cena (para los comedores de carne hubo fiambres, que Marcus sólo probó porque quería ver qué cara se le ponía a su madre), llegó Suzie con su hijita y les tocó a todos el turno de reírse de Will.

Marcus ignoraba que Will no veía a Suzie desde el día en que su madre le había contado lo de Ned, el SPAT y todo aquello. Nadie había dicho una palabra al respecto, pero eso significaba bien poco. Marcus siempre había dado por sentado que cuando él se iba al colegio o a la cama los adultos hacían infinidad de cosas de las que ni siquiera se enteraba, pero entonces se le ocurrió que eso no era cierto, y que al menos los adultos que él conocía no llevaban ninguna clase de vida secreta. Quedó clarísimo cuando Suzie entró en la sala: fue un momento delicado, sobre todo para Will, que se puso de pie, se sentó, volvió a levantarse y se ruborizó, para añadir a continuación que ya era hora de que se marchara a su casa; Fiona, sin embargo, le dijo que no fuera tan ridículo, de modo que tomó nuevamente asiento. La única silla libre estaba en la misma esquina en que se encontraba él, así que Suzie tuvo que sentarse a su lado.

—¿Lo habéis pasado bien, Suzie? —preguntó Fiona.

—Oh, sí. Ahora veníamos de casa de la abuela.

—¿Qué tal está la abuela? —inquirió Will.

Suzie lo miró, abrió la boca como si fuera a responder, cambió de opinión y no le hizo ni caso. Fue una de las escenas más apasionantes que Marcus había visto en su vida, y sin duda la más emocionante de cuantas había presenciado en la sala de estar de su casa. (Su madre y el vómito, el Día del Pato Muerto, no contaban. Aquello no había sido excitante, sino espantoso.) Suzie estaba desairándolo, dedujo. Había oído hablar de eso de los desaires, pero nunca había visto cómo se hacía. Era increíble, aunque diese también un poco de miedo.

Will se puso de pie y volvió a sentarse. Si de veras hubiera querido irse, pensó Marcus, nadie habría podido impedírselo. Mejor dicho, sí habrían podido impedírselo, pero para eso habrían tenido que sujetarlo, y así no habría llegado muy lejos (Marcus sonrió para sus adentros al pensar en la madre de Lindsey sentada sobre la cabeza de Will), pero no iban a hacerlo. ¿Por qué no se limitaba a ponerse de pie y echar a andar? ¿Por qué insistía en levantarse y sentarse? Tal vez hubiera algún aspecto del arte de desairar que Marcus desconocía. Quizás existiesen ciertas normas al respecto, como permanecer sentado aunque a uno no le apeteciera.

Megan se agitó en el regazo de su madre y se acercó al árbol de Navidad.

—A lo mejor hay un regalito para ti, Megan —dijo Fiona—. Mira debajo del árbol.

—¡Oh, Megan! —exclamó Suzie—. ¡Un regalito!

Fiona se acercó al árbol, tomó uno de los dos o tres últimos paquetes y se lo dio. La pequeña permaneció en el sitio, abrazada a su regalo, mirando alrededor.

—No sabe a quién dárselo —explicó Suzie— Hoy se lo ha pasado igual de bien dando los regalos a los demás que abriendo los suyos.

—Qué monada —dijo la madre de Lindsey.

Todos miraron expectantes a Megan mientras ésta decidía qué hacer a continuación. Fue casi como si la chiquilla hubiera entendido de qué iba el asunto ese de los desaires y quisiera hacer una travesura, porque se acercó a Will y le plantó el regalo delante.

Will no se movió.

—Bueno, tendrás que aceptarlo, so bobo —dijo Suzie.

—El condenado regalo no es para mí —soltó Will.

Bien hecho, pensó Marcus. Haz tú también algún desaire. El único problema consistía en que, tal como estaban las cosas, no sería Suzie la desairada, sino Megan, y para Marcus no era correcto hacerle algo así a una menor de tan sólo tres años. Además, ¿qué sentido tendría? A la niña no pareció importarle, sin embargo, pues continuó ofreciéndole el presente hasta que él lo tomó.

—¿Y ahora? —preguntó Will, malhumorado.

—Ábrelo con ella —indicó Suzie. Esta vez tuvo más paciencia; la ira de Will parecía haberla calmado un poco. Si tenía ganas de discutir con él, saltaba a la vista que no deseaba hacerlo allí, en presencia de todos.

Will y Megan empezaron a arrancar el papel del envoltorio, hasta que quedó al descubierto un juguete de plástico con una especie de mecanismo musical. La chiquilla lo miró y lo agitó en las narices de Will.

—¿Y ahora qué? —preguntó él.

—Juega con ella —respondió Suzie—. Dios, adivinad quién es el que no tiene hijos aquí.

—Te diré algo —replicó Will. Arrojó el juguete hacia Suzie y añadió—: Ya que soy tan despistado, juega tú con ella.

—Tal vez te iría bien aprender a no ser tan... despistado —repuso Suzie.

—¿Para qué?

—Hombre, yo diría que para tu método de trabajo te serviría saber cómo jugar con niños pequeños.

—¿Y cuál es tu método de trabajo? —preguntó la madre de Lindsey con toda cortesía, como si ésa fuera una conversación normal entre personas normales.

—No se dedica a nada —intervino Marcus—. Su padre compuso «Santa's Super Sleigh», y gana un millón de libras por minuto.

—Finge que tiene un hijo para unirse a los grupos de apoyo a padres y madres separados y de ese modo ligar —señaló Suzie.

—Sí, pero por eso no le pagan —apuntó Marcus.

Will se puso de pie, sólo que esta vez no volvió a sentarse.

—Gracias por la comida y por todo. Me voy —anunció.

—Will, Suzie tiene todo el derecho a expresar su enojo —dijo Fiona.

—Desde luego, y lo ha hecho, y yo tengo todo el derecho a irme a casa. —Will avanzó hacia la puerta, sorteando regalos e invitados.

—Es amigo mío —dijo Marcus de repente—. Yo le he pedido que venga. También podría decirle cuándo ha de marcharse.

—No estoy muy seguro de que la hospitalidad funcione de ese modo —observó Will.

—Pero yo no quiero que se vaya todavía —prosiguió Marcus—. No es justo. ¿Cómo es que la madre de Lindsey sigue ahí sentada si nadie la ha invitado, y la única persona a la que he invitado yo tiene que marcharse porque todo el mundo se está comportando fatal con ella?

—En primer lugar —dijo Fiona—, a la madre de Lindsey la he invitado yo, y ésta es mi casa. Y no nos hemos comportado fatal con Will. Suzie está enfadada con él y tiene todo el derecho del mundo a estarlo, y a hacérselo saber.

Marcus empezó a tener la sensación de que se encontraba en una obra de teatro. Se había puesto de pie, al igual que Will y que Fiona, pero Lindsey, la madre de ésta y Clive seguían sentados en el sofá, observando boquiabiertos lo que ocurría.

—Todo lo que hizo fue inventarse un hijo durante un par de semanas, por Dios —dijo—. Eso no es nada. ¿Qué más da? ¿A quién le importa? En el colegio, los chicos hacen cosas peores a diario.

—Lo que sucede, Marcus, es que Will dejó el colegio hace muchísimo tiempo. Tendría que haber madurado lo suficiente como para no andar inventándose a nadie.

—Ya, pero desde entonces se ha portado mucho mejor, ¿no?

—¿Puedo marcharme? —preguntó Will. Nadie le hizo caso.

—¿En qué? ¿Qué es lo que ha hecho?

—Él no quería que fuera a verlo a su casa todos los días, pero yo fui igual. Y me compró unas deportivas, y me escucha cuando le hablo de lo mal que lo paso en el colegio; no se limita a decirme que me acostumbre, como vosotros. Y además sabe quién es Kirk O'Bane.

—Kurt Cobain —lo corrigió Will.

—¿Acaso hay alguno de vosotros que nunca haya hecho nada malo? —prosiguió Marcus—. O sea... —Tenía que andar con cuidado en ese punto. Sabía que lo mejor sería no mencionar el incidente del hospital—. A ver... ¿Cómo conocí yo a Will, eh?

—Pues porque le tiraste un chusco enorme a un pato, le diste en la cabeza y lo mataste. Más que nada por eso.

Marcus se preguntó cómo era posible que Will sacara aquello a colación. Se suponía que había que hablar de que todo el mundo hacía cosas que estaban mal, no de que él había matado un pato. Y entonces Suzie y Fiona se echaron a reír, y Marcus comprendió que Will sabía muy bien lo que estaba haciendo.

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