Authors: Nick Hornby
La puerta del dormitorio de Ali no se diferenciaba de todas las de la casa: no había calaveras ni tibias cruzadas en ella, ni letreros de «Prohibido el paso» ni pintadas hip-hop. Una vez en el interior, sin embargo, no cabía la menor duda de que el cuarto era el de un niño atrapado entre la desgraciada etapa de la niñez y la no menos desdichada de la adolescencia, una fase además enclavada a comienzos de 1994. No faltaba nada: el póster de Ryan Giggs y el de Michael Jordan, el de Pamela Anderson y las pegatinas de Super Mario... En el futuro, cualquier historiador de la sociedad seguramente podría datar la habitación con un margen de error de menos de veinticuatro horas. Will miró de reojo a Marcus, que parecía atónito. Ponerlo delante de un póster de Ryan Giggs y otro de Michael Jordan fue como llevar a un chico de doce años normal y corriente a la National Portrait Gallery a ver los retratos de los Tudor. Ali estaba agazapado delante de la Playstation, con los auriculares puestos, sin hacer caso de los invitados. Su madre se acercó y le tocó un hombro, lo que provocó que Ali diese un respingo.
—Ah, hola. Lo siento. —Ali se puso de pie y Will comprendió en el acto que aquello no iba a funcionar. Ali lucía zapatillas de baloncesto, pantalones abolsados de skater y el pelo estilo grunge. Incluso llevaba un pendiente. Y se le ensombreció el rostro al ver los pantalones de pana amarillos y la chaqueta lanuda de Marcus.
—Marcus, Ali. Ali, Marcus —los presentó Rachel.
Marcus le tendió la mano y Ali se la estrechó de forma casi satírica.
—Ali, Will. Will, Ali.
Will enarcó las cejas al mirar a Ali. Pensó que apreciaría el detalle.
—¿Os apetece quedaros aquí un rato, chicos? —les preguntó Rachel.
Marcus miró de reojo a Will, que asintió cuando Rachel giró sobre sus talones.
—Sí. —Marcus se encogió de hombros y, por un instante, Will lo amó. De veras que lo amó.
—De acuerdo —dijo Ali, con menos entusiasmo todavía.
Rachel y Will bajaron y diez minutos después, tiempo suficiente para que éste hubiera soñado incluso que los cuatro alquilaban una casa en España para pasar el verano, se oyó un portazo. Rachel fue a investigar y estuvo de regreso al cabo de pocos segundos.
—Me temo que Marcus se ha marchado a casa.
Marcus lo había intentado de veras. Sabía que aquel almuerzo con Rachel era importantísimo para Will, y también sabía que, si representaba bien su papel, éste tal vez se sintiera en la obligación de echarle una mano con lo de Ellie. Pero Ali no le dio la menor oportunidad. Cuando Will y Rachel hubieron bajado, Ali lo miró fijamente por unos segundos y acto seguido se le echó al cuello.
—Ni lo sueñes —fue lo primero que le dijo.
—¿No? —repuso Marcus en un intento de ganar tiempo. Obviamente, ya se le había pasado algo por alto, aunque no tenía ni idea de qué.
—Te voy a decir una cosa —le espetó Ali—: si tu padre sale con mi madre, considérate muerto. Ésa es la puta verdad. Muerto. Así de claro.
—Ah... Pues debes saber que es un buen tipo —balbuceó Marcus.
Ali lo miró como si estuviera loco.
—Me da lo mismo que sea un buen tipo. No quiero que salga con mi madre, así que será mejor que no os vea por aquí ni a ti ni a él. Nunca más. ¿Me entiendes?
—Bueno —dijo Marcus—, pero no estoy muy seguro de que eso dependa de mí.
—Pues más vale que hagas algo. Si no, estás muerto.
—¿Me enseñas la Playstation? ¿Qué juegos tienes?
Marcus sabía que ese cambio de tema no por fuerza iba a funcionar. A veces servía, pero tal vez no sirviera de nada si el otro estaba amenazando con matarle.
—Oye, ¿tú estás sordo o qué te pasa?
—No, pero... No creo que por el momento pueda hacer gran cosa. Hemos venido a almorzar, y Will... O sea, mi padre, aunque yo le llamo Will, porque... Bueno, da igual. Will está hablando ahora con Rachel, que es tu madre...
—Ya sé que es mi madre, joder.
—... en la planta baja; si quieres que te diga la verdad, ella le gusta mucho, y, ¿quién sabe?, puede que a ella también le guste él, así que...
—¡A ELLA NO LE GUSTA ÉL! ¡A ELLA SÓLO LE GUSTO YO!
Marcus empezaba a darse cuenta de que Ali estaba como una regadera, pero no sabía muy bien qué hacer al respecto. Se preguntó si esa misma escena se habría repetido alguna otra vez y, en tal caso, si el chico que se había encontrado en su misma situación seguiría vivo o si estaría debajo de la alfombra cortado en pedacitos o atado de pies y manos dentro de un armario, donde Ali le daría de comer una vez al día las sobras de su cena. Seguramente, el pobre chico sólo pesaría veinte kilos y hablaría un lenguaje incomprensible, aunque nadie lo oiría jamás, porque no volverían a verlo con vida.
Marcus sopesó cuidadosamente sus opciones. La menos atractiva, y también la más improbable, según advirtió, era quedarse donde estaba y pasar el día con Ali, charlar de cualquier cosa intrascendente, reírse, echar un par de partidas con la Playstation; pero eso no iba a suceder. Podía ir a la planta baja y sumarse a lo que estuvieran haciendo Will y Rachel, aunque Will había dejado bien claro que se quedara arriba; si llegaba a bajar tendría que explicarles que Ali era un psicópata y estaba a punto de arrancarle los brazos y las piernas, lo que sería verdaderamente embarazoso. No. La única opción que le quedaba consistía en bajar corriendo sin que nadie se diera cuenta, salir por la puerta tratando de hacer el menor ruido y tomar un autobús que lo llevase de regreso a casa; y tras un instante de reflexión, eso fue lo que hizo.
Estaba en una parada de autobuses cerca de Camden Lock cuando Will lo encontró. Su sentido de la orientación no era ninguna maravilla, y de hecho estaba en el lado contrario de la calle, esperando un autobús que lo habría llevado al West End; quizás no estuvo del todo mal que Will detuviera el coche delante de la parada y le dijera que subiese.
—¿A qué estás jugando, si se puede saber? —le preguntó al chico, enfadado.
—Lo he echado a perder todo, ¿verdad? —dijo Marcus, y aunque no debería haberlo hecho, añadió lo primero que se le pasó por la cabeza—: ¿Me ayudarás con Ellie a pesar de todo?
—¿Qué ha pasado allá arriba?
—Ese tío está loco de remate. Me dijo que si salías con ella me mataría. Y me lo creí. Cualquiera se lo habría creído. Da miedo, de verdad. ¿Adonde vamos?
Estaba lloviendo. Camden era un atasco monumental. Marcus vio por todas partes hombres y mujeres con el pelo revuelto, como si tocasen en Nirvana o en alguna de las otras bandas de rock que le gustaban a Ellie.
—A casa de Rachel.
—Yo no quiero volver allá.
—Pues qué putada.
—Ella pensará que soy un idiota.
—No, no lo pensará.
—¿Por qué no?
—Porque ya se temía que pasara lo que ha pasado, o algo parecido. Me ha dicho que a veces Ali es difícil de tratar.
Marcus soltó un sonoro
¡ja!
, una risa como esas que se sueltan cuando no hay nada de que reír.
—¿Difícil de tratar? Pensaba atarme, encerrarme en un armario y darme de comer una sola vez al día.
—¿Eso fue lo que te dijo?
—Más o menos, pero sin tantas palabras.
—Da lo mismo, porque ahora está llorando como una criatura.
—¿De veras?
—De veras. Está berreando como un corderillo.
Aquello hizo que Marcus se animase muchísimo. Llegó a la conclusión de que estaba encantado de volver a casa de Rachel.
A la postre, resultó que haber salido por piernas fue lo mejor que pudo hacer. De haberlo sabido, no habría tenido tanto miedo cuando Will lo encontró en la parada de autobús, sino que le habría guiñado el ojo igual que un búho sabio y viejo y le habría dicho: «Tú espera y verás.» Cuando volvieron, todo había cambiado: fue como si cada uno de ellos supiera por qué estaban donde estaban, en vez de fingir que lo del almuerzo era una simple forma de conseguir que Ali y Marcus se pusieran a jugar con la consola.
—Ali tiene algo que decirte, Marcus —anunció Rachel en cuanto llegaron.
—Lo siento, Marcus. Perdona —gimoteó Ali—. No fue mi intención decir lo que te dije, de veras.
Marcus no alcanzó a comprender que se pudiera amenazar con matar a alguien por error, pero tampoco quiso hacer una montaña de ese granito de arena. Sólo por ver a Ali lloriquear prefirió mostrarse generoso.
—No pasa nada, Ali —dijo Marcus.
—Muy bien, chicos. Daos la mano —dijo Rachel. Y lo hicieron, aunque fue un apretón de manos un tanto peculiar y embarazoso. Subieron y bajaron las manos con demasiada energía por tres veces. Will y Rachel se echaron a reír, lo cual molestó a Marcus. Él sabía cómo estrecharle la mano a alguien. El otro idiota era quien lo había hecho fatal.
—Es que a Ali todo esto le resulta muy difícil.
—A Marcus también. ¿No es así, Marcus?
—¿El qué?
Se había abstraído por un instante, preguntándose si existiría alguna relación entre las lágrimas de Ali y la capacidad de éste de hacer daño: como lloraba con tanta facilidad, ¿quería eso decir que en realidad no era un tipo duro, o se trataba quizás de un psicópata capaz de arrancarle a uno la cabeza de cuajo sin dejar de sollozar? Tal vez lo de las lágrimas hubiera sido una pista falsa y Marcus corriese más peligro de lo que había temido.
—Pues... Esta clase de cosas, ya sabes.
—Sí —convino Marcus—. A mí me pasa lo mismo. —Tuvo la seguridad de que muy pronto averiguaría en qué sentido le pasaba lo mismo.
—Uno termina por hacerse a una idea fija, y cada nueva persona que aparece es como si representase una especie de amenaza.
—Exacto —dijo Rachel—. Y el último tío con el que... —Se calló—. Lo siento, no pretendía compararte con él. Y tampoco quiero decir con eso que tuviéramos..., ya sabes... —Se quedó irremediablemente sin palabras.
—No pasa nada —dijo Will con una sonrisa, que Rachel correspondió. De repente, Marcus entendió por qué había personas como Rachel y Suzie, mujeres simpáticas, atractivas, que en principio ni siquiera le hubieran dicho qué hora era, que luego se encariñaban con Will. Éste había adoptado esa manera de mirar que jamás utilizaba con Marcus: había en sus ojos algo raro, una especie de dulzura que, según comprobó el chico, funcionaba de maravilla. Mientras estuvo escuchando su conversación, trató de practicar: había que entornar los ojos y luego enfocar la mirada exactamente en la cara del otro. ¿Le gustaría a Ellie que la mirase así? Lo más probable era que si lo hacía le diese un buen mamporro.
—De todos modos —siguió Rachel—, el último tío con el que salí... No es que fuera la bondad en persona, y tampoco supo cómo encajar con Ali, así que terminaron... por no llevarse nada bien.
—Era un mamón —soltó Ali.
—Mira, lamento que todo se haya convertido en algo tan... poco sutil —dijo Rachel—. No tengo ni idea... O sea, es que no sé... En Nochevieja tuve la impresión... —Hizo una mueca de desesperación—. Dios mío, me muero de vergüenza. Y todo es culpa tuya, Ali. No deberíamos estar ahora hablando de todo esto.
—No pasa nada —la tranquilizó Marcus como si acabara de tener una idea brillante—. Tú le gustas de verdad. Me lo ha dicho.
—¿Te estás volviendo bizco? —le preguntó Ellie el lunes a la salida del colegio.
—Es probable —respondió Marcus. Resultaba más fácil decir eso que confesar que estaba ensayando un truco que le había visto hacer a Will.
—A lo mejor tienen que ponerte unas gafas nuevas.
—Quizás.
—¿Más gruesas que esas que llevas? —intervino Zoe. Marcus se dio cuenta de que no lo había dicho por fastidiar, sino por pura curiosidad.
El problema consistía en que iban andando hacia la tienda de periódicos que había entre el colegio y su casa y que no estaban hablando de nada en concreto. Will y Rachel se habían sentado cara a cara, y habían hablado sobre todo de lo mucho que se gustaban el uno al otro. Ir caminando por la calle suponía que Marcus debía volver la cabeza para hacer bien el truco de la mirada, y sin duda debía de tener una pinta un tanto extraña; lo malo era que a Ellie y a él jamás se les presentaba la ocasión de sentarse cara a cara. Caminaban alrededor de la máquina de los refrescos, y en ocasiones, como ahora, se reunían después de clase y paseaban un rato por ahí sin hacer nada en concreto. ¿Qué podía hacer? ¿Cómo iba a mirarla a los ojos si todo lo que podía ver de ella eran sus orejas?
La tienda estaba llena de chicos del colegio. El dueño les gritaba a unos cuantos que se largaran a la calle. No se parecía en nada al señor Patel, que jamás daba voces y nunca les decía a los chicos que se fueran.
—Yo no pienso irme —replicó Ellie—. Soy una clienta, no una cría. —Siguió repasando el estante de las golosinas atenta para pillar lo primero que le apeteciera.
—Entonces, lárgate tú —le dijo el dueño a Marcus—. Fuera de aquí.
—No le hagas caso, Marcus. Es un atentado contra los derechos humanos —protestó Ellie—. Te está llamando ladrón sólo porque eres pequeño. Yo en tu lugar lo denunciaría.
—Da igual —dijo Marcus— No quiero nada.
Salió de la tienda y se quedó mirando las notas del tablón de anuncios que había en el escaparate. «JÓVENES DISCIPLINADOS — UNIFORMES DISPONIBLES.» «BOTAS DE FÚTBOL PUMA, NÚMERO 40, A ESTRENAR.»
—Eres un pervertido, Marcus. —Era Lee Hartley con un par de colegas suyos. Últimamente, Marcus no había tenido problemas con ellos y eso se debía, casi con toda seguridad, a que andaba con Ellie y con Zoe.
—¿Qué?
—Me juego lo que quieras a que ni siquiera sabes de qué van esas notas.
Marcus no atinaba a imaginar cómo casaba la primera frase con la segunda. Si hubiese sido un pervertido, habría entendido a la perfección el contenido de las notas. Prefirió dejarlo pasar, tal como dejaba pasar cualquier situación como ésa. Uno de los colegas de Lee Hartley alargó la mano, le quitó las gafas y se las puso.
—Joder —dijo—. No me extraña que no tenga ni puta idea de lo que está pasando. —Comenzó a dar vueltas sobre sí mismo con los brazos extendidos a la vez que soltaba gruñidos, como si quisiera dar a entender que Marcus era un deficiente mental.
—¿Te importa devolvérmelas? —pidió Marcus—. Sin gafas no veo nada.
—Vete a tomar por culo —le espetó el colega de Lee Hartley.
De pronto Ellie y Zoe salieron de la tienda.
—Sois unos mierdas que dais pena —dijo Ellie—. Devuélvele las gafas si no quieres que te dé un bofetón, gilipollas.