Un inquietante amanecer (10 page)

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Authors: Mari Jungstedt

Tags: #Policiaco

Kihlgård parecía pensativo.

—Pero eso parece bastante raro, ¿no? ¿Por qué iba a sentarse si había salido a correr?

—Tal vez empezaron a hablar y se sentaron en la playa, ¿qué sé yo? —Karin se encogió de hombros—. Me cuesta creer que lo matara por casualidad. Puede que incluso hubieran acordado verse.

Llegó el segundo plato y permanecieron un rato en silencio.

—Ya no parece que se trate simplemente de un loco que dispara al azar —dijo Kihlgård abstraído.

—Pero ¿piensas realmente que es alguien que se alojaba en el cámping? —preguntó Karin con voz indecisa—. ¿No sería un poco tonto matar a alguien que se aloja en el mismo lugar? El asesino tendría que haber supuesto que iba a ser interrogado y acribillado a preguntas.

—Sí, claro, pero si no estaba planeado o ha ocurrido en un arrebato de cólera pudo haber sido así. Aunque también es posible que fuera alguien ajeno al cámping, que se aloje en la colonia de casas de vacaciones. Realmente está más cerca del lugar de los hechos que el propio cámping. O quizá sea alguien de fuera.

—Sí, claro —dijo Karin ausente, mientras masticaba la pizza caprichosa de la que no había dejado de picotear. Kihlgård ya se había comido la mayor parte de su
calzone
.

—De todos modos, yo creo que tenemos que partir de la hipótesis de que fue un asesinato planeado y ejecutado con un objetivo concreto. Tanto esa sensación de estar siendo perseguido como las llamadas anónimas son piezas importantes en este rompecabezas.

Karin abrió la boca para decir algo. Kihlgård hizo una señal con la mano para detenerla.

—Sí, sí, sé que se le consideraba algo depresivo y mentalmente débil. Pero eso no descarta que alguien lo siguiera, ¿no? Por lo cual debemos hacernos la pregunta: ¿quién era Peter Bovide? ¿A qué se dedicaba? ¿Con quién se juntaba? ¿Cómo vivía?

—Esas amenazas encubiertas, o lo que fuera, podrían estar relacionadas con la contratación ilegal —dijo Karin—. Quiero decir que en el sector de la construcción está muy extendida la contratación de mano de obra ilegal. Será muy interesante ver qué aporta la inspección de la contabilidad de la empresa. Lo peor es que costará un tiempo interminable.

Apartó el plato, a pesar de que más de la mitad de la pizza estaba intacta.

—Después tenemos eso de que, al parecer, de joven era un pendenciero —dijo Kihlgård—. Estoy pensando en la denuncia por delito de lesiones. Esas cosas casi nunca ocurren de forma aislada. El motivo del asesinato puede ser lejano. En cualquier caso, el modo de actuar me lleva a pensar en la mafia. Puede que Peter Bovide, de joven, estuviera envuelto en algún asunto serio y ahora el tiempo le ha dado alcance. Ha ocurrido antes.

Mientras hablaba, lanzaba ávidas miradas al plato de Karin.

—Cómetelo tú —ofreció ella.

—Es una pena tirar una comida tan buena.

Inmediatamente, cambió su plato vacío por el de su colega.

Justo cuando Karin le iba a rebatir a Kihlgård su teoría, sonó su móvil. Era Knutas.

—No me digas. ¿Tú otra vez? —bromeó ella—. ¿Acaso no confías en que pueda hacerme cargo de la investigación? Relájate, Anders; estás de vacaciones.

—Ya no.

—¿Qué?

—Acabo de cruzar la puerta de la comisaría. Sí, he venido directamente aquí desde el aeropuerto.

—¿Qué?

—No he podido evitarlo. De todas formas, después del asesinato no podía desconectar. Estaba demasiado cerca de casa. Lo mejor era venir. La familia sigue en Dinamarca, pero yo tomé el primer avión de vuelta.

Kihlgård observaba el gesto desconcertado de Karin.

—Está bien…

—No pareces muy entusiasmada —dijo Knutas resentido.

—No, sí, claro que me alegro de que estés aquí. Por supuesto. Lo sabes de sobra.

E
mma acababa de acercarse la copa de vino a los labios cuando vio a Johan en el Donners Bar, sobresaliendo por encima de todas las cabezas. Muy típico que, para una vez que a ella se le ocurría salir, él estuviera en el mismo sitio.

Dio varios sorbitos al vino sin perderlo de vista. Él no la había visto; estaba charlando animadamente con Pia Lilja y otro chico al que Emma creía conocer pero no sabía de qué. Junto a Johan había una chica desconocida. Su aspecto era cuando menos irritante. Era todo lo contrario de Emma: baja, morena, enigmática y con curvas. Sonreía dulcemente como una gata en celo y le daba empujoncitos cariñosos a Johan, que, seguramente, la provocaba juguetón, tal como solía hacer. Él tenía el pelo más largo y más rizado de lo normal, iba sin afeitar y su palidez contrastaba con el bronceado de los turistas. ¿A qué se dedicaba en realidad?, pensó Emma enojada. ¿Se pasaba las noches de juerga y dormía hasta mediodía? ¿Por qué estaba tan pálido, él que se ponía moreno enseguida? No reparó en ello cuando se encontraron el día anterior en Almedalen. Entonces le pareció que estaba guapo.

Lo observó irritada. El padre de su hija pequeña se encontraba en ese momento en el otro extremo de la terraza con una cerveza en la mano y un cigarrillo en la otra flirteando despreocupadamente, sin pensar para nada en ella ni en Elin.

Lo cierto era que la había llamado unas cuantas veces al móvil y que le había dejado mensajes. Ella no se había molestado en contestar, ya que cuando no sabía cómo manejar una situación, huía. Emma era consciente de ello pero no era capaz de cambiar de actitud.

Su relación con Johan había entrado en un callejón sin salida y no le veía solución. Él iba a trabajar en Gotland todo el verano y ella había empezado a planear por su cuenta cómo compartir el cuidado de Elin entre los dos. No se sentía con fuerzas para pensar a más largo plazo.

Ahora tenía que encontrar la manera de salir de allí sin tropezarse con él. No había acabado de pensarlo cuando él la vio. Emma vio que Johan se sobresaltó y entonces giró rápidamente la cabeza, como si no lo hubiera visto. A los diez segundos ya lo tenía delante.

—Hola, Emma.

Una ola de calor subió por su estómago cuando él pronunció su nombre. Lo miró a los ojos castaños. Apartó la vista para no quedar prendida. Sentía debilidad por él, hasta la médula.

—Hola —respondió serena.

—¿Qué haces aquí?

—¿Y tú?

—Salimos ahora del trabajo, Pia, yo y Peter y Madeleine que trabajan para los informativos nacionales. Por lo del asesinato de Fårö, ya sabes.

—Ah, sí, claro —asintió contenida.

Así que eran eso, compañeros de trabajo.

—¿Qué tal está Elin?

—Bien, muy bien —respondió con una sonrisa forzada—. Mis padres están en casa y se han quedado cuidándola esta noche.

—Bien.

Johan asintió con la cabeza y miró a sus colegas.

Emma se sintió incómoda.

—¿No vas a volver con tus compañeros de trabajo? —le preguntó pronunciando con retintín la antepenúltima palabra.

La amiga con la que Emma estaba había desaparecido entre la gente. Qué putada no haber estado allí con un tío.

Johan se volvió hacia ella.

—Oye, te he llamado unas cuantas veces hoy. ¿Por qué no me has contestado?

Tembló durante una milésima de segundo, quiso desaparecer entre sus brazos y que se detuviera el mundo. Pero, en vez de eso, le respondió:

—He estado muy ocupada. Además, ahora tengo que irme.

Fingió que hacía una señal con la mano a alguien que se encontraba junto a la entrada y se apresuró a salir. Observó la cara de Johan por el rabillo del ojo, pero cuando miró hacia la barra, antes de salir a la calle, él estaba de nuevo hablando despreocupadamente con aquella morena. Se retorció de amargura. Sin saber por qué, se sentía humillada. No entendía por qué reaccionaba con tanto ímpetu.

Sentía como si ahora todo se hubiera acabado definitivamente con Johan. En serio.

Miércoles 12 de julio

E
l grupo encargado de la investigación recibió a Knutas con los brazos abiertos, al comienzo de la reunión de la mañana donde todos estaban presentes. A él la única que le preocupaba era Karin. Esperaba que no se tomara mal su regreso y que no lo interpretara como una falta de confianza. No había mostrado su cordialidad habitual.

Sobre la mesa había café y bollos de canela de la pastelería Siesta. Knutas lanzó una mirada a Kihlgård, que tenía dos bollos delante. Estaba claro que había sido él quien había prescindido de la fruta.

Acaban de empezar cuando se abrió la puerta y entró Erik Sohlman agitando un papel en la mano. Llevaba el cabello pelirrojo alborotado y le brillaban los ojos. Knutas reconoció esa expresión, era la misma que ponía Sohlman cuando veía un partido de fútbol o cuando ganaba su equipo, el AIK de Solna.

—Hola, siento llegar tarde, pero he estado hablando con el SKL, y con el médico forense. Han sido increíblemente rápidos esta vez.

Con sus palabras, aumentó la expectación en la sala y todos lo miraron con curiosidad.

—Hemos recibido respuesta del SKL en lo que se refiere a la munición. Es rusa.

—¿Rusa? —repitió Knutas tontamente.

—Sí, sí, como lo oyes. Y es tan especial que incluso me han podido decir de qué arma procede. De una pistola del ejército ruso fabricada por Tulski, el modelo se llama Korovin. Se trata de una pistola automática de un calibre poco frecuente, 6,35 milímetros. Es bastante antigua; se fabricó en 1926.

—¿Quién puede utilizar una pistola del ejército ruso con más de ochenta años? —exclamó Wittberg—. No parece demasiado profesional.

—Tendremos que controlar a todas las personas con licencia de armas en Gotland, y quizá en toda Suecia —dijo Knutas—. Por si hay alguien que tenga licencia para un arma así. ¿Qué aspecto tiene? ¿Tienes una foto, Erik?

—No, pero la conseguiré enseguida. Si no recuerdo mal, es una pistola bastante pequeña, del tipo Browning.

—Tenemos que averiguar qué contactos con Rusia ha mantenido Peter Bovide —continuó Knutas—. ¿Quién puede haber importado una vieja pistola del ejército ruso y, sobre todo, qué clase de persona se sirve de un arma así cuando decide asesinar a alguien?

—Lo mejor sería, claro está, que encontráramos la pistola, pero cada día que pasa disminuyen las posibilidades —dijo Sohlman—. Los buzos de la guardia costera seguirán rastreando hoy, pero mañana suspenden la búsqueda. Y no creo que el arma esté en la playa. En ese caso, la habrían encontrado los perros.

—Aparte de los fijos, ¿cuántos empleados temporales tenía la empresa? —preguntó Wittberg—. ¿Sabemos si Peter Bovide contrataba mano de obra ilegal?

—He pedido a Delitos Económicos que haga una inspección —contestó Karin—. Están examinando todo: los libros de contabilidad, los empleados, los encargos que tenía. Todo.

—Todas las empresas de construcción echan mano de trabajadores temporales y, como se sabe, el sector es un hervidero; al menos, de polacos y gente de los países bálticos —continuó Wittberg—. Quizá también rusos.

—Sí, claro, pero no hay nada que diga que el autor tiene que ser ruso, solo porque el arma proceda de allí —objetó Karin—. Hay un montón de armas rusas en circulación en el mercado negro.

Knutas se volvió hacia Kihlgård, que tenía la boca llena.

—¿Qué tal va la biografía de Peter Bovide?

Kihlgård terminó tranquilamente de masticar el bocado antes de responder.

—Hemos comenzado por familia, amigos y círculo de conocidos; se ha realizado una gran cantidad de interrogatorios y puedo decir, resumiendo, que hasta el momento no ha trascendido nada extraño. Ningún vecino ha observado nada raro en la familia ni que el matrimonio Bovide haya discutido o hayan estado enfadados. Ni una sola persona ha confirmado que Peter Bovide se sintiera espiado o que hubiera recibido llamadas anónimas en la oficina. Hasta el momento, esa información solo nos la ha proporcionado su socio, Johnny Ekwall.

—¿Y el resto de los empleados? ¿Linda, la secretaria? —preguntó Karin.

Kihlgård negó con la cabeza.

—Responde con vaguedad, afirma que puede que haya llamado alguien, pero que ella pensaba que se trataba de una llamada de broma. Dice que no sabía nada de que Peter Bovide se sintiera perseguido.

Kihlgård tomó un buen sorbo de café y continuó:

—Según sus familiares, eran la pareja perfecta, un matrimonio como Dios manda. Tenían la casa limpia, los niños, aseados y sin remiendos, y siempre se han comportado como la pareja más unida del mundo. Todas las personas con las que hemos hablado parecen realmente impresionadas tras el asesinato.

—Algo que me viene a la cabeza al oír que se ha utilizado un arma rusa es que pueda estar relacionado con el tráfico de los barcos que transportan carbón ruso hasta el puerto de Slite —intervino Wittberg—. Me refiero a que los barcos llegan varias veces al mes y todo el mundo sabe que venden alcohol de manera ilegal.

Karin recordó la noticia del periódico. A ella le había asaltado ese mismo pensamiento.

Knutas corroboró la verosimilitud del razonamiento de Wittberg. Los barcos que transportaban el carbón suponían un problema. La policía era muy consciente de que se dedicaban a la venta ilegal de alcohol, pero carecía de recursos para inspeccionar todos los barcos. Lo único que podían hacer eran inspecciones aleatorias.

—Es una posibilidad —dijo Kihlgård—. Una pista que deberíamos seguir.

—¿Alguien sabe cuándo llega el próximo barco? —preguntó Knutas—. ¿Y quién es el responsable de las descargas en la parte sueca?

—Es el jefe del puerto de Cementa —dijo Wittberg—. Allí va el carbón. Lo usan como combustible para los hornos.

—Está bien —dijo Knutas—. Lo llamaré después de la reunión.

—Espera —rogó Kihlgård—. Uno de los vecinos mencionó algo sobre Cementa.

Hojeó a toda prisa su bloc de notas.

—Sí, aquí. Un tal Arne Nilsson, vecino de Peter Bovide, contó que no hacía mucho, Peter había celebrado su cuarenta cumpleaños con una gran fiesta. Al parecer, en la celebración no escaseó el alcohol. Dijo algo del vodka… Sí, que corría el vodka y que no era vodka normal del que venden en el Systembolaget,
[2]
sino una variedad más fuerte importada directamente de Rusia. Por lo visto, procedía de uno de los barcos rusos que suministran carbón a Cementa.

—Que la gente compre alcohol de forma ilegal tampoco es nada nuevo —objetó Erik Sohlman—. ¿Por qué iba a estar relacionado con el asesinato?

—Vale la pena comprobarlo —dijo Knutas—. Me informaré de cuándo se espera que llegue el próximo barco.

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