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Authors: Mari Jungstedt

Tags: #Policiaco

Un inquietante amanecer (7 page)

—¿Sabes si tu marido tenía enemigos? Me refiero a si lo habían amenazado o si había alguien que le tuviera especial animadversión.

Una sombra cruzó el rostro de Vendela.

—No, no sé.

—¿No lo sabes?

—No lo creo. Peter era una persona muy generosa y caía bien a todo el mundo; era bueno y servicial y rara vez discutía con alguien. Detestaba los conflictos. En su relación conmigo era igual. No discutíamos casi nunca.

La voz de Vendela se fue debilitando y Karin advirtió claramente que era el momento de terminar. Su cuerpo delgado cada vez estaba más hundido en la cama.

—¿Cómo se sentía Peter? ¿Era feliz?

La respuesta se hizo esperar. Parecía como si la mujer estuviese meditando la pregunta. Como si fuera nueva para ella, inesperada.

—Creo que era todo lo feliz que podía ser.

—Comprendo que es duro para ti —dijo Karin con amabilidad—. Lo siento, pero tengo que hacerte estas preguntas para poder detener al culpable lo antes posible. ¿Ha pasado algo fuera de lo normal últimamente?

—No.

—¿Habéis conocido vosotros, o solo Peter, a alguna persona nueva?

Parecía como si Vendela estuviera madurándolo.

La respuesta volvió a ser negativa.

—¿Tú también trabajas?

—Sí, cada dos sábados trabajo unas horas en un salón de belleza de Visby.

—¿Cómo se llama?

—Sofias Nail and Beauty.

Karin anotó el nombre en su cuaderno.

—¿Nada más?

Karin advirtió una ligera vacilación en Vendela, antes de que volviera a abrir la boca.

—A veces trabajo de crupier en el Casino Cosmopol de Estocolmo.

—¿Ah, sí? ¿Con qué frecuencia?

—Una vez al mes. Me voy el viernes por la tarde, trabajo durante el fin de semana y vuelvo a casa el domingo por la tarde. Mi hermana y mi madre viven en Estocolmo, y me suelo quedar en casa de mi hermana, que vive en Söder.

—Muy bien.

—Bueno, la abuela paterna nos ayuda y se hace cargo de los niños.

—Entiendo.

Era el momento de terminar. Le agradeció la colaboración y abandonó la habitación.

Vendela Bovide se había hundido totalmente en la cama y miraba ausente por la ventana. Parecía como si ya se hubiera olvidado de Karin.

D
espués de dejar a Elin con Emma tras la visita de ella al dentista, Johan subió la cuesta del puerto, cruzó las serpenteantes y estrechas calles de la ciudad y salió del recinto amurallado. Los estudios de Radio y Televisión Sueca, donde tenía su sede también la redacción de
Noticias Regionales
, estaban en el sureste de la ciudad, fuera de la muralla.

No veía a la gente con la que se cruzaba por la calle, seguía con la imagen de Emma en la retina. En la calle Hästgatan pasó por delante del Café Vinäger, donde la besó la primera vez. Un beso fugaz, pero llevaba su recuerdo grabado en el cuerpo. Ninguno de los dos podía imaginar entonces lo que les aguardaba. De haberlo sabido, ¿se habría expuesto a todo esto? Sin duda. Aunque solo fuera por Elin.

Pasó junto a la Puerta Sur y compró un helado italiano en el quiosco. En la cola delante de él había chavales de la edad de Sara y Filip. Los hijos mayores de Emma. Había establecido una relación con ellos los dos últimos años. ¿Habían resultado inútiles todos sus esfuerzos? Y, lo más importante de todo, Elin. Él la quería. ¿Iba a crecer la niña viéndole solo cada dos semanas? La idea le resultaba insoportable.

¿Por qué tenía que ser todo tan difícil? Emma seguía inaccesible, parecía encerrada totalmente en sí misma. Era imposible hablar con ella. No conseguía nada, pese a que lo había intentado por todos los medios posibles. Desde ser dulce, positivo, cariñoso y no pedir nada a cambio, hasta convertirse en un mártir llorón que se quejaba de que ella no le hiciera caso; finalmente, había probado a distanciarse y hacer como si Emma ya no le importara. Nada había dado resultado. ¿Es que ella ya no sentía nada por él? En primavera, cuando rompió su compromiso, se fue con Elin a Fårö, a casa de sus padres, y se negó a verlo. La vida de Johan se desmoronó. Por primera vez en su vida, cayó en algo parecido a una depresión y perdió por completo las ganas de vivir. Recibió ayuda de una asistente social del servicio médico de la empresa, que lo ayudó a salir de la crisis. En estos momentos, ni siquiera sabía si tendría fuerzas para intentarlo de nuevo.

Se detuvo delante de los estudios de Televisión Sueca y se fumó un cigarrillo. Tenía que despejarse un poco. Tal vez debería alejarse un tiempo de Emma y concentrarse en el trabajo. Seguro que el asesinato lo mantendría ocupado, al menos durante los siguientes días.

Entró en el vestíbulo, saludó a la recepcionista y subió las escaleras hasta llegar a la redacción de
Noticias Regionales
.

Pia Lilja estaba allí. Miraba muy concentrada la pantalla del ordenador.

—Hola —le saludó, y se metió una bola de rapé sin dejar de mirar la pantalla.

Llevaba el cabello recogido en una especie de moño despeinado que parecía más bien un nido de pájaros. Los ojos, como de costumbre, muy maquillados, y en la nariz le brillaba una piedra de un rojo rabioso. Los labios pintados de un rojo tan fuerte como el de la piedra.

—Hola, ¿qué tal? Qué bonito llevas el pelo. —Johan, para picarla, le tiró de uno de sus tiesos mechones—. ¿Para qué sirve esto? ¿Para sujetar un bolígrafo?

—Ja, ja, qué divertido —refunfuñó ella, aunque en la comisura de sus labios se dibujaba una sonrisa.

—Pero si es guay… De verdad.

Pia tenía un estilo y una manera de ser particulares, y a él le gustaba.

—¿Alguna novedad? —preguntó Johan mirando la pantalla por encima del hombro de Pia.

—No, la verdad es que no. Pero mira esto, publican nuestras fotos en la portada.

La foto del helicóptero de la policía en la playa aparecía a doble página en los periódicos de la tarde.

—Deberías cobrar por ello.

—De eso nada. Me contento con el prestigio. A propósito, ha llamado Grenfors. Quiere que lo llames.

—¿Por qué no me llama al móvil? —bufó Johan. El jefe de redacción no estaba entre sus compañeros favoritos.

Finalmente, Pia apartó los ojos de la pantalla y se volvió hacia él.

—Porque lo tienes apagado. Yo también lo he intentado.

—Joder…

Sacó el móvil del bolsillo de los vaqueros y lo conectó.

—Esta bien, ¿qué hacemos hoy?

—Supongo que hoy sabremos algo más acerca de quién es la víctima y de cómo se produjo el asesinato. La policía ha convocado una rueda de prensa a las tres de la tarde. A mí me parece que lo mejor sería que fuéramos antes a Sudersand. Ver qué ambiente se respira el día después, por ejemplo. Hablar con la gente, no solo con los que se alojan en el cámping, sino también con las personas que trabajan allí. Al parecer, la víctima llevaba ya varios días con su familia. Quizá se relacionaron con alguien. Tiene que haber gente que tenga algo que decir. Pero primero llama a Max para ver lo que quiere.

—Claro.

El redactor jefe parecía estresado.

—Me alegro de que hayas llamado. ¿Qué sabéis?

—Lo mismo que ayer. Acabo de llegar a la redacción. Ni siquiera he tenido tiempo de mirar los teletipos de la Agencia de Noticias TT.

—Me he reunido con los de informativos nacionales y todos quieren tener hoy vuestro reportaje, preferiblemente antes del almuerzo.

—Permíteme que me sonría. No hay ninguna posibilidad.

—Pero ¿no podéis hacer al menos una entrevista rápida con la policía? Para que tengan algo.

Johan empezó a encenderse. Le molestaba enormemente que
Noticias Regionales
siempre estuviera tratando de quedar bien con las redacciones grandes e importantes de información nacional y las proveyera de todo tipo de material, siempre a costa de sus propias emisiones.

—En ese caso, ¿cómo has pensado que nos va a dar tiempo de subir hasta Fårö, tomar fotos del día después, hacer entrevistas e intentar conseguir información propia? Además, la policía ha convocado una rueda de prensa a las tres. ¿Cómo vamos a asistir si tenemos que dedicarnos a ayudar a los de nacionales con tonterías? Tendrán que enviar a sus propios reporteros.

—Tranquilo, solo era una pregunta. He hablado con ellos. Ya han pensado en enviar a alguien. Será mejor que lo hagan cuanto antes, incluido un fotógrafo. Comprendo que es demasiado para vosotros. Luego te llamo.

Johan colgó y miró enfadado a Pia, que le dio una palmadita en el hombro.

—Vamos —le dijo para animarlo—. En marcha.

E
n el cámping de Sudersand, en el extremo norte de Fårö, apenas se percibía nada del drama que se había vivido el día anterior. Al menos a primera vista. Los turistas se movían entre la recepción y el camino que bajaba hasta la playa y la cafetería. No se veían policías ni rastros del cordón policial.

Tras el mostrador de la recepción había una señora mayor con el cabello gris. Los recibió con un saludo mecánico:

—Hola. ¿En qué puedo ayudarles?

Johan se presentó y presentó a Pia, lo cual hizo que la señora alzara las cejas con interés manifiesto.

—Nos gustaría saber algo más sobre el hombre que murió ayer tiroteado —comenzó Johan—. ¿Quién era? ¿Cuántos días llevaba aquí?

—La policía me ha dicho que no puedo decirles nada a los periodistas.

La señora cerró la boca con una mueca expresiva, y les dedicó una miradad airada, como si desconfiara de ellos. —Lo comprendemos y lo respetamos. Pero quizá pueda contarnos algo acerca de las reacciones que se ha encontrado a lo largo del día. A Pia y a mí nos ha sorprendido mucho, al llegar aquí, que dé la impresión de que no ha pasado nada. Los campistas parecen estar tan tranquilos. Sería bueno, al menos, poder mostrar en televisión el ambiente del día después del asesinato. Me refiero a informar de que el cámping funciona con toda normalidad. ¿Han recibido alguna cancelación?

—No muchas, la verdad.

—¿Podría hablar de ello mientras grabamos? Ustedes son los más interesados en que los telespectadores vean que todo está bien aquí.

Johan se avergonzó de su amenaza encubierta, pero la suspicaz señora sentada al otro lado del mostrador no le inspiraba ninguna simpatía.

Dejó que se lo pensara unos segundos.

—No —respondió frunciendo la boca—. No voy a decir nada. Pueden marcharse de aquí ahora mismo. Y llévense también la cámara.

Justo en ese momento entró un hombre por la puerta. Era alto, delgado y tenía el pelo revuelto. Llevaba los brazos cargados de cartones de tabaco. Se presentó como Mats Nilsson, el dueño del cámping.

—Hola —lo saludó Johan ignorando a la vieja gruñona—. Somos de
Noticias Regionales
. ¿Podemos hablar un momento?

—Sí, claro.

—¿Podemos salir?

—De mil amores. Estaba pensando fumarme un cigarrillo.

Una vez fuera, le explicaron lo que querían y, tras unos minutos de conversación, al dueño del cámping se le iluminó el rostro.

—¡Pero si ya sé quién eres! —exclamó dándole un golpecito a Johan en el estómago—. Te he visto en la tele.

—¿Ah, sí?

—¿Sabes que tú y yo nos hemos tirado a la misma tía?

Mats Nilsson soltó una risotada que dejó al descubierto sus dientes llenos de manchas de nicotina. Johan lo miraba atónito sin saber a qué se refería.

—Estás con Emma, ¿no? Con Emma Winarve, ¿no es así?

—Bueno… —empezó a decir Johan vacilante.

—Hasta tenéis un hijo. Lo leí en el periódico. Yo salí con Emma cuando estábamos en noveno; ella iba a mi curso, pero estaba en otra clase. Era endiabladamente guapa entonces, mucho más que ahora. Aunque tenía poco… bueno, tú ya sabes a lo que me refiero.

El tipo señaló su propio pecho.

Johan no daba crédito a lo que estaba oyendo. Vio la mirada de Pia y se dio cuenta de que estaba a punto de decirle algo hiriente al repugnante dueño del cámping. Él tuvo que contenerse todo lo que pudo para no soltarle un puñetazo. A la velocidad del rayo, optó por la mejor táctica para aquella situación y decidió pensar en el reportaje; es decir, adoptó la vía lisonjera. Aunque le costara.

—Sí, qué gracia, ya tenemos algo en común.

Consiguió forzar una sonrisa. Mats Nilsson, al parecer, no notó el sarcasmo en el tono de su voz. Johan aprovechó para cambiar de conversación.

—¿Cómo te sientes después de que ayer mataran a tiros a ese chico?

El rostro del dueño del cámping se ensombreció.

—Yo no lo llamaría chico… Peter pasaba de los cuarenta. Ha sido una putada horrible.

A Johan se le aguzaron los oídos. La policía aún no había desvelado la identidad de la víctima. Ahora se trataba de avanzar con precaución.

—¿Lo conocías?

—Sí, claro, bastante bien. Su mujer y él llevan viniendo aquí varios años seguidos, y al final uno acaba conociendo a los clientes habituales. Ha sido una putada que saliera y lo mataran a tiros. Me pregunto qué habrá detrás.

—¿Puedo filmar mientras habláis? —preguntó Pia.

—Sí, claro.

—¿Cómo se apellidaba?

—Bovide.

—¿Cuántos días llevaban aquí cuando ocurrió?

—Solo el fin de semana. Llegaron el viernes por la tarde y se iban a quedar un par de semanas. Siempre lo hacían así. Y siempre ocupaban la misma plaza. Cuando se iban ya la dejaban reservada para el año siguiente.

—¿Dónde está esa plaza?

El dueño hizo un gesto con la cabeza señalando al fondo.

—Es la cincuenta y tres, la más alejada de la recepción y la que está más cerca de la playa. Hay una placa con el número, pero ahora está acordonada, por lo que no podéis pasar. Les dimos ese sitio el primer verano que vinieron y ya no quisieron cambiar la caravana. Aunque no hay tomas de electricidad, ¿sabes? Tenían que utilizar gasóleo, pero también puede uno arreglárselas con eso.

—¿Así que estaba casado y tenía hijos?

—Sí, claro. Su mujer se llama Vendela y tienen dos hijos, una niña y un niño.

—¿Cuántos años tienen los niños?

—No son muy mayores, no. Tres y cinco años, o algo así. Qué voy a saber yo, si no tengo hijos.

—¿De dónde eran?

—De Slite, así que no tenían que hacer un viaje muy largo, la verdad.

—¿Sabes a qué se dedicaba?

—Sí, era constructor y tenía su propia empresa. Era más listo que la leche. Además le gustaba echar una mano, ¿sabes? Me hizo unas cuantas cosas, por eso yo le hacía una buena rebaja en el alquiler y me ocupaba de que tuviera la plaza que él quería. De alguna manera hay que devolver los favores. Sé que ayudaba también a otras personas dentro del cámping cuando tenían algún problema. Sabía de casi todo.

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