Un inquietante amanecer (2 page)

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Authors: Mari Jungstedt

Tags: #Policiaco

Ya de vuelta, vislumbró a lo lejos una figura que venía caminando hacia él, y que de pronto tropezó y cayó en la arena. Se quedó en el suelo sin hacer ningún movimiento para levantarse. Peter corrió hacia allí preocupado.

—¿Está bien?

Hacia él se volvió un rostro inexpresivo, una mirada fría e indiferente. La pregunta quedó sin respuesta.

El tiempo se detuvo durante unos segundos; él se quedó paralizado. Un inquietante vuelco en el estómago. Algo oculto en lo más profundo de su ser cobró vida, algo que había tratado de ocultar durante muchos años. Finalmente le había dado alcance.

Aquellos ojos clavados en él pasaron a irradiar desprecio.

Peter se quedó mudo. Respiraba con dificultad y el conocido dolor en el pecho se dejó sentir. Hizo cuanto pudo para no desplomarse.

Su cuerpo perdió firmeza, se quedó sin fuerzas.

Entonces vio el cañón de la pistola. Se puso de rodillas instintivamente, todo enmudeció dentro de su cabeza. Dejó de pensar.

E
l disparo lo alcanzó entre los ojos. La detonación hizo que las gaviotas que planeaban sobre la superficie del mar alzaran el vuelo con un graznido asustado.

E
l comisario Anders Knutas andaba ocupado en la amplia cocina rústica de sus suegros, mientras el resto de la familia aún dormía. Pensaba sorprenderlos con su desayuno preferido: tortitas americanas con jarabe de arce. Tenían un sabor muy parecido al del bizcocho y cuando estaban calientes se deshacían en la boca. Knutas no era ningún experto en cocina, pero tenía dos especialidades: los macarrones gratinados y las tortitas.

Tras preparar la mezcla, la dejó reposar un rato en el recipiente. Cogió la taza de café y se sentó fuera, en la escalera. La casa se encontraba en un cabo a las afueras de un pequeño pueblo costero de la isla de Fyn, rodeado de agua por todas partes. El sol no había dejado de brillar desde que llegaron. Al principio, cuando Line propuso pasar dos semanas enteras en Dinamarca a Knutas no le hizo mucha gracia. Él prefería pasar las vacaciones holgazaneando en la casa de veraneo que ellos tenían en Lickershamn, en el noroeste de Gotland, pero Line lo convenció. Por una vez, sus suegros estaban de viaje y tendrían la casa para ellos solos. Además, Line siempre tenía ganas de volver a su país. Por muy bien que se sintiera en Suecia, su corazón seguía estando en Dinamarca.

Tras una semana en Fyn, Knutas agradeció que Line se hubiera mantenido en sus trece. Hacía muchos años que no se sentía tan relajado. Podía pasar un día entero sin pensar en el trabajo. Y el tiempo era magnífico, mucho mejor que en casa. Habían salido a nadar, a pescar y se habían deleitado con el marisco, que era mucho más rico en esa zona. Por las tardes daban una vuelta por el pueblo, se sentaban a la orilla del mar y bebían una copa de vino; cuando anochecía jugaban a las cartas en la terraza. Sus mellizos, Petra y Nils, se lo pasaban muy bien allí. Habían hecho amistad con otros chicos con los que se juntaban todos los veranos cuando iban a visitar a sus abuelos maternos y apenas les veían el pelo en todo el día. Pronto cumplirían dieciséis años y pasarse todo el tiempo con sus padres no era precisamente su plan favorito.

En ese momento les venía bien. Knutas y Line necesitaban tiempo para ellos. Quería a su mujer, pero durante la primavera su matrimonio había estado en punto muerto. Él se quedó exhausto tras la investigación de otro asesinato complicado y se sintió culpable; le había dado vueltas en la cabeza durante bastante tiempo, y no se vio con fuerzas suficientes para atender también a Line.

Ella se quejaba de que Knutas parecía ausente y falto de interés, lo cual, a todas luces, era cierto. Seguramente uno y otro habían esperado que el amor se volviera más fogoso ahora que por fin estaban juntos de vacaciones, pero no fue así. Seguían con sus tranquilas costumbres, su vida sexual no valía gran cosa y ninguno de los dos estaba particularmente interesado en tomar la iniciativa.

No es que Line no le resultara atractiva, en absoluto. Ella, con su melena pelirroja, la piel pecosa y los ojos cálidos, seguía siendo tan guapa como siempre. Pero ahora la veía como un mueble, un sillón cómodo que tenía en casa. Tranquila y segura, agradable, pero no muy excitante. Line ejercía de comadrona en el hospital de Visby y estaba encantada con su trabajo. Contaba siempre las mismas historias de las madres y de sus partos con idéntico entusiasmo e interés. Él las había oído ya miles de veces. Antes le parecía que eran entretenidas y singulares, ahora escuchaba con amabilidad mientras pensaba en otra cosa. A ella le preocupaban los sentimientos. Quizá solo se tratara de un bajón. Su deseo sexual se había adormecido, le parecía que casi no valía la pena el esfuerzo. A veces se preguntaba si no sería cosa de la edad. Pero solo tenía cincuenta y dos años.

La primavera había sido poco llevadera en casi todos los sentidos. El tiempo, frío y lluvioso. En el trabajo había tenido que ocuparse de un montón de papeleo y demás tareas administrativas, cosa que detestaba. Tenía la impresión de que nunca estaba preparado. Sin embargo, se sentía satisfecho por el nombramiento de Karin Jacobsson, la compañera de trabajo con quien mantenía una relación más estrecha, como subcomisaria. Karin destacaba en muchos aspectos. Tenía tal dosis de energía que podía hacerlo sentirse apático y poco espabilado. Pero eso no le molestaba. Anders Knutas admiraba a Karin desde que empezaron a trabajar juntos, y de eso hacía ya más de quince años.

Las caras largas que aparecieron cuando se hizo público su nombramiento habían empezado a remitir. Al único al que aún le costaba digerir el ascenso de Karin era al portavoz de prensa, Lars Norrby, quien contaba con que ese puesto sería para él. Aunque habían sido compañeros de trabajo durante muchos años, Knutas deseaba a veces que Norrby abandonara la comisaría de Visby. Su actitud hacia Karin desde que la nombraron subcomisaria resultaba penosa.

Deseaba que a ella le fuera bien mientras él estaba de vacaciones. Todo parecía tranquilo cuando se marchó. Era cierto que la temporada turística había empezado de verdad, pero se repetía la misma rutina de todos los años. El mayor problema lo tenían con los jóvenes procedentes de Estocolmo que llegaban en masa en barcos para divertirse en Visby. Con ellos desembarcaban borracheras, peleas, drogas y, lamentablemente, también varias violaciones cada verano. Era desagradable, pero nada que Karin no pudiera resolver.

Dentro de una semana él empezaría a trabajar de nuevo. Esperaba que no ocurriera nada extraordinario mientras estaba de vacaciones.

E
l lunes por la mañana, a las 09.42 horas, llegó la alarma a la policía de Visby. Dos chavales habían encontrado el cuerpo sin vida de un hombre dentro del agua en la playa de Sudersand, en la isla de Fårö. Uno de los chicos se había topado con el cuerpo flotando a unos veinte metros de la playa.

Cuando la subcomisaria Karin Jacobsson y el inspector Thomas Wittberg llegaron al escenario del crimen ya se había concentrado en la playa un grupo de gente. Después de la noche lluviosa asomaban los rayos de sol. El técnico de la policía Erik Sohlman había conseguido ayuda para acordonar la zona y levantar una tienda blanca de plástico alrededor del cadáver para protegerlo del sol y de los curiosos. Fuera de la tienda, Sohlman tomó del brazo a Karin.

—Lo han asesinado, sin duda. Además, no se trata solo de un tiro en la frente. Tienes que activar la alarma cuanto antes; luego te lo enseño.

Karin sacó el teléfono, pidió refuerzos y patrullas caninas a Sudersand y que controlaran todos los vehículos que salieran de la isla de Fårö en el ferry. Se volvió hacia los agentes que estaban colocando el cordón policial y les gritó:

—¡La zona acordonada tiene que ser mucho más amplia!

Karin y Sohlman se acercaron al cuerpo que yacía cubierto con una sábana de algodón en la improvisada tienda de campaña.

—¿Estás preparada?

Sohlman miró la cara pálida de su colega. Karin era muy impresionable ante la visión de los cadáveres. Casi siempre se sentía mal en el lugar del crimen. Cuando el técnico de la policía retiró la sábana, ella se llevó un pañuelo a la boca.

El muerto era de su edad. Los ojos profundos e inusualmente claros le conferían un aspecto bastante singular. Sin apenas cejas, tenía los pómulos altos y un ligero prognatismo. De no haber sido por el disparo, su rostro habría parecido sereno.

—Le han disparado el tiro como máximo a unos centímetros de distancia. Se ve por la forma de la herida que el asesino disparó desde muy cerca. No tuvo ninguna posibilidad de salvarse.

—¿Cómo puedes estar tan seguro de que no se ha disparado él mismo? —farfulló Karin tras el pañuelo mientras peleaba por vencer su malestar.

—No es solo esto. ¡Prepárate!

Sohlman retiró con cuidado el resto de la sábana. Karin sollozó al ver lo que se ocultaba debajo. El vientre del hombre estaba acribillado a balazos.

—Cosido a tiros. He contado hasta siete disparos en el abdomen. Completamente absurdo.

Karin se apartó para vomitar.

J
ohan Berg se encontraba en un prado en el que pastaban las vacas; estaba entrevistando a un campesino que se quejaba de la reducción de las ayudas de la Unión Europea cuando el teléfono sonó. Se había olvidado de apagar el móvil durante la entrevista, una torpeza que un reportero de televisión no debía cometer, pero el daño estaba hecho. Pia Lilja, la fotógrafa, alzó la vista al cielo y relajó los brazos, dejó la cámara sobre el trípode y fue a acariciar a una vaca mientras Johan respondía a la llamada. Era Max Grenfors, el redactor jefe de
Noticias Regionales
.

—¿Te has enterado?

—No, ¿de qué? Estoy en mitad de una entrevista.

—Ya —respondió Grenfors con impaciencia—. Han encontrado a un hombre asesinado en la isla de Fårö. Justo al lado de un cámping, Sudersand. Sabes dónde está, ¿no?

—Claro. ¿Cuándo ha ocurrido?

Mientras hablaba, Johan fijó la vista en el campesino, cuyo rostro se ensombreció a causa de la interrupción. El hombre no deseaba otra cosa que poder seguir quejándose de las actuaciones de las autoridades allá en Bruselas.

—Lo han encontrado esta mañana en el mar, junto a la playa de Sudersand.

—¿Y cómo sabes que no se ha ahogado?

—Estoy leyendo lo que dice el teletipo de la Agencia TT. Según esa información, el cuerpo se encontraba en el agua, pero había recibido varios disparos.

—¡Hostias!

—Dejad lo que estéis haciendo y dirigíos allí lo antes posible. Llámame desde el coche. Te informaré de lo que vayamos averiguando.

Johan tuvo que despedirse apresuradamente del decepcionado campesino y explicarle que terminarían la entrevista en otra ocasión.

Por suerte, estaban en Lärbro, al norte de Gotland, no muy lejos del estrecho de Fårö. La cara de Pia Lilja brillaba de excitación mientras pisaba el acelerador a fondo, de manera que los neumáticos chirriaban en las curvas. Su cabello negro apuntaba en todas las direcciones, como de costumbre. Sus ojos, con la raya negra fuertemente marcada, no se despegaban de la carretera.

—Estupendo —exclamó—. Por fin ocurre algo.

—¿Estupendo? —Johan la miró estupefacto—. ¿Que hayan matado a una persona?

—¡Ah!, ya sabes a qué me refiero. Claro que no, pero es mucho más interesante informar sobre un asesinato que sobre campesinos malhumorados.

A Pia le gustaban los bombazos, que pasaran cosas. En realidad, Gotland era demasiado pequeño para el ansia de noticias de Pia Lilja. Tenía veinticinco años y quería salir fuera, acompañar a alguno de los corresponsales de televisión en el extranjero, cubrir conflictos bélicos y hambrunas.

De momento, consideraban que era demasiado joven e inexperta. Hasta nueva orden tendría que conformarse con documentar sucesos triviales y cotidianos, como la controversia suscitada por el trazado de una carretera en Burgsvik, las quejas de los alumnos de Hemse por la pésima comida del comedor escolar o seguir el emocionante campeonato local de
varpa
.
[1]
Fuera cual fuese el tema del reportaje, Pia se las arreglaba para sacar imágenes sugestivas, diferentes. Ella siempre daba lo mejor de sí. Además, tenía una extraordinaria red de contactos. Era la más joven de siete hermanos y contaba con una amplia parentela esparcida por toda la isla. Gracias a eso, y a su carácter comunicativo, conocía a todos y cada uno de los vecinos.

En el coche, de camino hacia el muelle de Fårösund, Johan iba con Grenfors en una oreja y la radio local en la otra, al tiempo que tomaba notas apresuradamente. La noticia había llegado diez minutos antes en un teletipo de la Agencia de Noticias TT. Los medios de comunicación siempre eran prudentes cuando había algún indicio de suicidio, pero un testigo pudo ver el cadáver con sus propios ojos, la herida de bala de la cabeza y los agujeros en el vientre. No era difícil deducir que el muerto no podía haberse provocado esas heridas él mismo. Un periodista de Radio Gotland, que se encontraba por casualidad en la isla de Fårö con equipo y todo, había entrevistado al testigo. La policía confirmó esos detalles: había indicios de que podía tratarse de un asesinato.

La travesía en barco hasta la isla de Fårö duraba solo unos minutos. El cielo se había despejado y el sol se reflejaba en el mar. La carretera hacia el norte en dirección a Sudersand discurría a través del árido paisaje de la isla. Johan y Pia se cruzaron con ciclistas, caravanas y coches con familias de veraneantes.

Cuando llegaron al cruce de Sudersand y giraron hacia la derecha en dirección al cámping, el rostro de Emma centelleó en la cabeza de Johan. Si en vez de girar a la derecha hubieran girado a la izquierda en el cruce, habrían llegado hasta Norsta Auren, donde vivían los padres de Emma al lado de la playa.

Emma Winarve era el gran amor de Johan. O al menos lo había sido. Cuántos días maravillosos habían vivido en aquella casa junto al mar cuando los padres de ella no estaban, paseando por la playa entre Skärsände y el faro, en el extremo más septentrional de la isla. El lugar más bello del mundo. Ahora su relación era prácticamente inexistente.

Abandonó aquellos pensamientos al llegar al cámping de Sudersand. La policía había acordonado la zona. Había agentes por todas partes, pero ningún responsable que pudiera hablar con los periodistas. Ni Karin ni el portavoz de prensa Lars Norrby respondían a los móviles, y Knutas estaba en Dinamarca de vacaciones con su familia.

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