Un mundo para Julius (52 page)

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Authors: Alfredo Bryce Echenique

Tags: #Novela

—Fue el primer miembro de la familia que conocí.

Seguro que lo estaba mirando así, pero Julius ni bola. Sin hacerle el menor caso, empezó a contarle a Susan lo que había sucedido en la academia de Frau Proserpina. Sabía que Juan Lucas lo iba a interrumpir, prefirió abreviar.

—No quiero seguir tocando piano, mami.

—¡Perfecto! —exclamó Juan Lucas—. Se acabó el piano. A éste le estaba dando fuerte por el arte —agregó, mirando a Capone.

¡Bella cosa! exclamó el gigante del taburete, pero medio como que se arrepintió, el arte no es mucho cosa de hombres, por si acaso repitió la mirada del piropo anterior con la misma intención, y a Susan se le volvió a caer el mechón. «El de siempre», pensaba Juan Lucas, contemplando a su amigo.

Ya lo creo que es bella cosa, pero no para tenerla en casa. Además todos los niños son pianistas pero ya éste está grandecito. Ya va a tener doce años.

Once corrigió Susan.

Diez corrigió Julius, sabiendo que Capone lo estaba matando con la mirada: a los mayores no se les contradice, la autoridad del pater familias y todo eso, pero no le iba a dar gusto y bien hecho, no lo miró.

—Darling, hablaremos de eso otro día. Por ahora puedes dejarlo si quieres.

Julius sabía que el asunto del piano había terminado para siempre. No más piano, no más chica que se va por el buen camino, no más Frau Proserpina. Miró a Juan Lucas echando whisky en largos vasos de cristal de roca, ¿quién era Juan Lucas? Miró a Susan, ¿quién era Juan Lucas?, ¿quién eres tío Juan Lucas?

Tío, la chica que se va por el mal camino es mentira porque hoy estaba estudiando sus lecciones con las otras dos colegialas.

¿Verdad? preguntó Juan Lucas, apretando el botón del micro por el que se comunicaba con la cocina.

—Julius nunca miente —dijo Susan, pegando su saltito para sentarse en un taburete junto a Capone.

Tío, ¿no es cierto que Frau Proserpina no es la nieta de Beethoven?

A ver, tráiganse un poco de hielo al bar de invierno dijo Juan Lucas, inclinándose ligeramente para hablar por el micro. Se irguió, enseguida, y miró a Julius—: Oye, ándate a la cocina y mira que se apuren con ese hielo.

¿ Qué historia es ésa de la nieta de Beethoven? —preguntó Capone, mientras Julius se alejaba escuchando.

Cosas de Juan Lucas, y el pobre Julius...

En la cocina andaban muy interesados en la conversación. Juan Lucas se había olvidado de cerrar el interruptor del micro, se estaban matando de risa allá en el bar de invierno.

—Increíble —decía Susan—. No puede ser.

—¿Éste? —insistía Juan Lucas, señalando a Capone con un dedo larguísimo—; éste es capaz de cualquier cosa. Había que estar ahí para creerlo. ¡Cuántos veranos me he pasado yo en la hacienda esa!

—¿Pero disparaba de verdad? —preguntó Susan, y vio que Capone se ponía muy serio.

—Hay que apuntar siempre a un blanco —dijo, grave.

—Claro que no les daba, mujer; no seas ingenua; pero los hacía bailar. Llamaba a los peones...

—¿Eran indios?

—¡Cholos pues... serranos, lo que sea! Lo increíble era verlos saltar. «Te voy a agujerear la punta del pie», les decía y ¡paff!, un tiro y ¡paff!, otro, y ¡paff!, otro, y los tipos pegaban de brincos, ¡no! ¡no! ¡no! señorito don Fernando, le gritaban los peones.

—¡Oh!, ¡nooooo!

—Bueno, pueeeees... no les daba pero... —No les daba porque no era necesario. —Llévales su hielo —interrumpió Carlos, dirigiéndose a Celso.

—Ya lo llevó —dijo Arminda. Pero Celso estaba aún ahí.

—¡Deja! —exclamó Daniel—. Yo lo llevo.

—Dámelo —dijo Julius—. Yo lo llevo.

Pero en ese instante reconoció la mirada que tanto lo había intrigado.

—¡De padres a hijos! —exclamó Capone—: ¡Fernando Ranchal y Ladrón de Guevara!

—Pobre Cano —murmuró Julius.

La profe de castellano, bien huachafa era y la habían visto con su novio por la avenida Wilson, la profe les mandó redactar una composición sobre algún acontecimiento o personaje que los hubiera impresionado fuertemente en los últimos meses. Podían hablar, por ejemplo, de la visita del cardenal al colegio, o de la celebración del santo de la Madre Superiora. De ese crimen estaba prohibido hablar. No, tampoco; ¡terminantemente prohibido hablar de la vida de las artistas de cine! ¿Quién les cuenta esas cochinadas?, uuuuuyyyyyy, ¡silencio! Podían hablar de Santa Rosa de Lima, del negro que era santo porque en el cielo hay democracia. De todas maneras era mejor escoger un tema más actual. Podían hablar de su mejor amigo, a lo largo del año escolar.

«O de su peor enemigo», pensó Julius, y al día siguiente se acercó el primero a entregar su composición. La señorita, la habían visto con su novio por la avenida Wilson, le dijo que se esperara un momentito porque Espejo estaba metiendo bulla y ante todo la disciplina. Espejo lo que pasa que le había echado ojo al escote del traje de tafetán celeste y le estaba pasando la voz a Del Castillo que, a su vez, volteaba a mirar a de los Heros, se tocaba el pecho y señalaba a la profe. Un segundo después todos se tocaban el pecho y señalaban a la profe. Julius, parado ahí juntito a ella, captó la cosa y ni tonto, echó su miradita, aprovechando que la profe se había sentado; más que nada lo hizo por disfuerzo, pero lo cierto es que de pronto captó que la profe tenía una cabellera rojiza. La vio abrazada con su novio por Wilson, y algo se le aflojó por dentro cuando sus ojos empezaron a resbalar sobre la forma morena que descendía abultándose más blanquita, hasta perderse en un escalofrío que le empezó en los testículos, transformándose casi, si no fuera porque soy niño, en derrame cerebral.

—Siéntate, Julius —dijo la profe, cerrándose la chompita rosada y descubriendo al mismo tiempo la mirada de Fernandito Ranchal, se le escapó un botón. Allá al fondo Fernandito la seguía mirando convertido en el enemigo malo, y la seguía mirando como si hubiera visto mucho más que los otros, petiso insolente, si te agarra mi novio, cita a las seis con Lolo, Lolín, Lololo...

Pero antes era la cita de Julius, y desde ayer se había estado preparando. Anoche toda la cocina había intervenido en la redacción de la composición. Bien vivo Julius; se sentó junto a la Decidida que estaba tomando su té, y le preguntó por el señor que vino esa vez, cuando trajeron la carroza, el que estaba vestido de negro, el del carrazo negro pues Deci... Recordó la Decidida, y ése fue el comienzo de una larga charla en la cual, a su debido tiempo, cada uno fue dando su opinión sobre el extraño personaje. Lo malo es que el extraño personaje fue perdiendo poco a poco misterio y ganando mucho de ridículo, a medida que Carlos y Abraham iban añadiéndole detalles a la historia. Celso también metió su cuchara y contó que a la hora de pasar al comedor, el señor Ranchal se había tropezado al bajar del taburete y había tenido que apoyarse en el hombro de la señora. La señora se había reído, pero se había aguantado la risa porque el señor Ranchal parece que se molestó, bien serio el señor Ranchal, parece que se molestó y le clavó sus ojos, feo sabe mirar el señor Ranchal, y la señora Susan tuvo que parar de reírse, todito su pelo se dejó caer sobre la cara, seguro que estaba escondiendo su sonrisa. Y Daniel que había servido la mesa también tenía algo que añadir, sus patas de las sillas las miraba el señor Ranchal antes de sentarse a comer, sus patas de las sillas las miraba, seguro quería que le trajeran su taburete al comedor. Arminda intervino entonces, pero fue sólo para preocuparlos más por su salud. La Decidida pensó que había llegado el momento de jubilarla, no podía seguir así la señora Arminda, todo lo confundía, y cuando ellos creyeron que se estaba riendo de la última salida de Carlos, les soltó lo de bajen la voz, no los vaya a oír el señor de negro. Inmediatamente Julius decidió que ése iba a ser el título de su composición: El señor de negro.

Llegó al colegio y corrió a buscar a Cano; tenía que convencerlo de que no se metiera con Fernandito. «Le pego, le pego», fue la respuesta optimista del otro, y él en vano trató de explicarle que por más pedrones que hubiera cargado, Fernando le iba a sacar la mugre. «Le pego, le pego», insistía Cano, y Julius no lograba hacerle entender que era él quien le iba a pegar, quien lo iba a matar con su composición titulada El señor de negro. Bien bruto Cano. Nada captaba del castigo psicológico y todo eso, y Julius dale que dale explicándole, hasta trató de leerle una paginita, pero el otro dale con no entender. Por fin sonó el timbre, acompañado de la campana de la Zanahoria, y Julius corrió a filas porque quería que todo empezara rápido para él empezar rápido con la lectura de El Señor de negro.

Negro el señor y negro el señorito, porque si bien Fernandito tardó algo en comprender las primeras alusiones del texto, poco a poco muchas cosas le habían ido sonando familiares, y ya a partir de la segunda página sufría a solas pensando que el personaje de la composición de Julius se parecía mucho a su padre. Claro que ni Julius lo sabía, de dónde iba a conocer a su papá, pero toda la clase se estaba riendo de su papá. Increíble, hasta se vestía igualito a su papá el señor de negro, y ahora todos estallaban en nuevas carcajadas porque acababa de montarse en el taburete al cabo de tres intentos, y por mirar a un chiquito que lo observaba burlón, por clavarle la miradita de Al Capone, había perdido el equilibrio y se había vuelto a resbalar y ahí estaba nuevamente tratando de subirse al taburete, pero una de las cadenitas de oro falso de su chaleco, Fernandito respiró aliviado porque las cadenitas de su papá eran del oro más caro, se amargó enseguida porque de cualquier manera eran cadenitas y una se le había atracado en la perilla de la puerta del comedor y quería entrar a comer y no podía.

—Lee más despacio y sin gritar —intervino la profe, agregando que había serias faltas de sintaxis, de ortografía probablemente, y de prosodia seguramente.

«Y como no alcanzaba a la mesa, el mayordomo tuvo que ir a traer un montón de cojines, y el cocinero que sabía que miraba así le mandó un pejerrey, y al pejerrey le habían acomodado los ojos bien fijos, y el señor de negro se encontró con que el pejerrey lo miraba y lo miraba, y por mirarlo el señor de negro, por mirarlo al pejerrey se pasó toda la comida tieso, y todos terminaron de comer, y el señor de negro seguía mirando al pejerrey, y el pejerrey lo seguía mirando, y nadie quería creer cuando una lavandera llamada Arminda les dijo que no se rieran del señor de negro porque estaba en la cocina, y era verdad porque el mayordomo tuvo que limpiar la mesa por la noche, y el señor de negro seguía mirando al pejerrey y el pejerrey ya empezaba a podrirse, y el mayordomo tuvo que llevárselo a la basura que estaba en la cocina, y el señor de negro quería que el pejerrey le bajara la mirada, y por terco se vino siguiéndolo a la cocina, y el mayordomo botó el pescado a la basura, y el señor de negro lo siguió hasta adentro de la basura, y como era tan chiquito el mayordomo no lo vio y tapó, y al día siguiente se lo llevó el camión de la basura.»

—No se dice la basura, Julius; se dice el basurero. Lees muy mal, muy rápido; a menudo el sujeto podría ser reemplazado por un pronombre que existe precisamente... ¿Para qué existe el pronombre, de los Heros?

—Para reemplazar al nombre y evitar su repetición.

—He dicho de los Heros y no Palacios. La idea no deja de tener interés, Julius; ¿quién te ayudó a hacerla?

—Mi mamá la corrigió un poquito y entre todos la hicimos.

—El trabajo es personal, Julius.

Pero a él qué le importaba que el trabajo fuera personal o colectivo. Lo que le importaba era que Fernandito Ranchal estaba hecho mierda al fondo del salón; hecho mi-erda estaba Fernandito, y claro que Julius no fue tan lejos en su idea pero él sí había sentido el terror de salir exacto a su padre en eso de ser chicapiernas y tener que andar buscando taburetes en todos los bares del mundo. Pero el muy bruto de Cano no había captado nada. Se había reído como todos, se había burlado de lo lindo del señor de negro, pero su burla no había tenido ese doble sentido delicioso que había tenido para Julius. Se dirigía a su asiento Julius, cuando vio que Cano alzaba los brazos flexionándolos y sacando mollero. Se le fue toda la alegría al verlo.

¡Era más bruto Cano! ¡Qué no hizo el otro por convencerlo de que la venganza estaba consumada! Pero dale con insistir: «Le pego y le pego.» Y es que a punta de cargar y cargar los pedrones había ido adquiriendo gran seguridad en sí mismo. Pero su seguridad sonaba más falsa que esta moneda. Le quedaba pésimo tanta confianza, además. Poco o nada podía hacer Julius por detenerlo ya. El plazo fijado para la adquisición de la nueva fuerza se había vencido más de un mes atrás, y Cano estaba muy impaciente. Julius había logrado ir postergando la cosa, y ahora tenía esperanzas de que quedara satisfecho con lo de la composición, pero nada: «Le pego y le pego.» Y pronto. Pronto porque ya se acercaba el fin de año y había que cumplir la promesa.

Fue al fondo del jardín, junto a los rosales de la Madre Superiora. Felizmente no había nadie por ahí, cuando Cano divisó a Fernandito paseándose furioso por aquel rincón. Corrió a buscar a Julius. «Ven para que veas», le dijo, y juntos fueron en busca del enemigo. La decisión con que caminaba Cano, y lo de la aparición de la Virgen María en Fátima, le dieron a Julius un momentáneo optimismo. Sintió primero una especie de «por qué no», y luego hasta un «claro, hombre», al comprobar que Cano era bastante más alto que Fernandito. Pero no bien llegaron al lugar junto a los rosales, a Julius se le acabó todo el optimismo. Y peor aún cuando vio que Cano, justito antes de arrancar con el desafío formal, repetía muy exagerado el gesto tan raro y tan triste: «Yo te pego, este... yo te pego...» Hubo la sonrisa de Fernandito, le dio la mano, «hola amigo», pareció que le iba a decir, Cano estaba esperando, y ahora también estaba esperando que el otro se cansara de hacerlo girar, no se caía Cano, el eje era Fernandito y había decidido seguir un rato más antes de soltarlo, corre y corre Cano, girando y corriendo, tratando de no caerse, pero iba a volar en cuanto el otro soltara, abrió la mano Fernandito, soltó y se quedó mirando cómo Cano se perdía entre los rosales de la Madre Superiora y se estrellaba finalmente contra la alambrada ahí atrás. «¿Quieres más?» Cano no contestó porque el golpe lo hizo verse una tarde en su barrio, su amigo diciéndole entrénate cargando unos pedrones, es como si levantaras pesas...

Después vinieron los exámenes finales y los ensayos para la repartición de premios, pero Julius este año había perdido mucho tiempo en lo del piano y en la lectura de Mark Twain y Charles Dickens, tal vez por eso no iba a recibir medallas como los años anteriores. En todo caso ya no se preocupaba tanto por las reparticiones de premios. Y Susan encantada porque no tendría que asistir. Y a él qué le importaba, ya no era como antes, como cuando tocaba My Bony lies over the ocean, y a su lado estaba madre Mary Agnes. Además parece que las monjitas sabían que se iba al Markham el año entrante y ya no lo querían tanto o sería una idea que él se hacía, lo cierto es que asistió a desgano a la repartición de premios. Mejor hubiera sido que no asistiera porque hubo tres escenas que lo apenaron mucho. La primera, cuando un chiquito de orejas chiquititas tocó Mi Bony lies over the ocean; la segunda, cuando la Madre Superiora leyó el discurso de adiós a los grandes que pasaban al Santa María, y la tercera cuando llamaron a Fernandito Ranchal para entregarle una medalla por ser el mejor futbolista del colegio, y mientras se acercaba a recogerla furioso, Cano estaba haciendo el gesto extraño y triste.

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