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Authors: Maureen Lee

Tags: #Relato, #Saga

Un secreto bien guardado (16 page)

Antes de marcharse —con su viejo abrigo verde, que le pareció precioso y caliente en aquel día frío y húmedo de noviembre—, mamá le dejó bien claro que el dormitorio de Charles era suyo cuando quisiera.

—Ya sea para un día, una semana o indefinidamente, siempre habrá una cama para ti en esta casa, hija —le dijo.

—Gracias, mamá. —Abrazó cariñosa a su madre. No era de extrañar que Barney hubiera llegado a quererla tanto. Era tan distinta a su madre como el día y la noche.

Era media tarde cuando entró en el piso. Hacía frío y parecía deshabitado, como si hubiera estado fuera meses, no un par de días. Se estremeció. También parecía muy vacío, sin un solo cuadro o estatuilla religiosos, ni ninguno de los pequeños adornos y bagatelas que cubrían cada estante y repisa de la casa de su madre.

Una de las razones por las que parecía tan vacío, advirtió al cabo de un rato, era porque la alfombra roja que Barney había comprado había desaparecido. Se pasó unos minutos preguntándose dónde demonios estaría antes de recordar que la última vez que la vio fue a la vuelta de su desgraciada visita a la casa de los Patterson. Tenía el presentimiento de que se había desmayado sobre la maldita alfombra. Debía de haber sido allí donde tuvo el aborto y su suegro la habría mandado a limpiar. O la habría tirado.

También había un olor desagradable cuyo origen localizó en la cocina, donde encontró una jarra de leche cortada y una barra de pan enmohecida. Vació la jarra en el fregadero, envolvió el pan en un periódico y lo sacó al descansillo para bajarlo y echarlo al cubo de la basura.

Una de las botellas de leche que habían dejado fuera también estaba cortada. Se ocuparía de ello más tarde, pensó mientras ponía en el fuego el hervidor de agua para hacerse un té, y saldría a hacer la compra. A partir de ese momento iba a comer como era debido y a conseguir un trabajo, preferiblemente algo que tuviera que ver con la guerra. No le había importado ser una señora desocupada mientras Barney estaba en casa, pero era aburrido cuando estaba fuera.

El agua hirvió y el timbre sonó cuatro veces con timbrazos cortos, las dos cosas al mismo tiempo. Amy hizo el té y fue a abrir. Escuchó voces abajo: el capitán Kirby-Greene había salido antes que ella para variar. Reconoció su voz y la de Leo Patterson, su suegro.

—Bien —dijo Leo, resuelto—. Gracias por dejarme entrar.

Pero el capitán no iba a dejarlo escapar tan fácilmente.

—Acabo de estar en la oficina de reclutamiento de la Marina Real —declaró orgulloso—. Pensé que ya era hora de que ofreciera mis servicios para ayudar a librarnos de ese sinvergüenza de Hitler. Me dijeron que se pondrían en contacto conmigo si necesitaban a alguien con mi amplia experiencia.

—Espero que lo hagan. —Había un atisbo de impaciencia en la voz de su suegro. ¿Y qué quería decir el capitán con que la señora Patterson
al fin
estaba en casa? Sonaba como si no fuera la primera vez que alguien había ido a verla.

—¿Es usted, señor Patterson? —gritó Amy—. Suba.

Subió las escaleras con tanta agilidad como su hijo. Llevaba un traje formal, un largo abrigo azul marino, que a ella le pareció muy caro, y un sombrero
trilby
gris con cinta azul marino.

—Creí que habíamos quedado en que me llamarías Leo —dijo mientras subía los últimos escalones. Amy no recordaba haber hablado de eso. Una vez dentro del piso, preguntó—: ¿El capitán es siempre tan pesado?

—A mí no me lo parece, y a Barney tampoco. —A los dos les caía muy bien el capitán—. Sólo es un viejo solitario que no tiene con quién hablar. No le hace daño a nadie pararse a charlar un par de minutos.

—Barney y tú no tenéis nada más que hacer con vuestro tiempo —contestó Leo, claramente irritado—. Yo tengo cosas más importantes que hacer con el mío.

—Entonces ¿qué está haciendo aquí? ¿No debería estar en el trabajo haciendo esas cosas tan importantes?

Él la miró sorprendido. Amy estaba casi igual de sorprendida que él. Un año antes, si hubiera conocido a alguien como Leo Patterson, se habría sentido intimidada en su presencia. Habría hecho lo posible para no demostrarlo, pero no habría sido capaz de tratarlo como a un igual. Que Barney se hubiera enamorado de ella le había dado muchísima confianza en sí misma.

Él rio.

—No te muerdes la lengua, ¿eh?

—¿Y usted?

—No pienso molestarme en contestar. —La fulminó con la mirada—. La razón por la que estoy aquí es porque estaba preocupado por ti. Has tenido un aborto hace unos días y te dejé en la cama porque estabas demasiado débil para caminar. Telefoneé al día siguiente para ver cómo estabas, pero no hubo respuesta. Volví a llamar una y otra vez, pero seguía sin haber respuesta. —Empezó a caminar arriba y abajo por la habitación, como si así pudiera contener su ira—. Vine y el capitán me dejó entrar en el edificio, pero no podía dejarme entrar en el piso, claro. Me preguntaba cuánto tiempo tendría que dejar pasar antes de romper la puerta. De cualquier modo, ¿cómo te sientes?

—Me sentí mejor al día siguiente. —No se le había pasado por la cabeza que él pudiera estar preocupado por ella. Quizá debería haber dejado una nota pegada a la puerta o haberle dicho al capitán Kirby-Greene adónde iba. Lo cierto era que no había pensado en quedarse en casa de su madre tanto tiempo. Fue a la cocina y sirvió dos tazas de té—. ¿Toma azúcar? —gritó.

—No, gracias —respondió él escuetamente.

Ella salió de la cocina y puso el té sobre la mesita redonda ante la que Leo estaba sentado. Mientras ella estaba en la cocina, él se había quitado el abrigo y lo había colgado detrás de la puerta.

—Su hijo y yo llevamos casados seis meses —dijo ella muy despacio y con calma—. Desde entonces no ha hecho usted ningún intento por conocerme. Podía haber muerto mientras dormía o haber sido asesinada en la cama y usted no se habría enterado. Ahora, de repente, no puedo quedarme un par de días en casa de mi madre sin que monte usted un número. —No estaba enfadada. De hecho, disfrutaba haciéndole rabiar—. No es asunto suyo adonde vaya o lo que haga —terminó diciendo.

Leo frunció el ceño.

—¿Ahí es donde has estado, en casa de tu madre? —preguntó, como si sospechara que había estado haciendo algo malo.

—Sí.

—¿Te das cuenta de que no sé dónde vive tu madre?

—Usted no sabe un montón de cosas sobre mí.

—Antes de que me vaya, ¿me puedes dar la dirección de tu madre?

—Puedo.

Los dos cogieron su taza de té. De repente, el comportamiento de él cambió.

—Siento haberte tenido abandonada durante tanto tiempo —admitió avergonzado—. Elizabeth y yo pensamos que Barney se había vuelto loco al casarse con una chica a la que apenas conocía. Cuando supimos que vivía en Bootle, nos preocupó que pudiera ser sumamente... —hizo una pausa para buscar la palabra adecuada.

—¿Ordinaria? —lo ayudó Amy—. ¿Una fregona? ¿Vulgar?

Leo torció la boca divertido.

—Posiblemente ordinaria.

—Puede que sea ordinaria, señor Patterson... Leo —replicó ella fríamente—, pero nunca en mi vida he llamado zorra a nadie. No sé en qué convierte eso a su mujer.

—Dije que nos preocupaba que fueras ordinaria, Amy. Ahora que te conozco, sé que no lo eres. —La obsequió con la encantadora sonrisa de Barney. Amy supo que si entrecerraba los ojos, podría hacerse la ilusión de que Barney estaba sentado con ella a la mesa—. De hecho —continuó Leo—, eres una auténtica señorita, y me alegro de que mi hijo se casara contigo. Y en lo que respecta a mi mujer, me temo que está enferma. Un día de estos puede que mejore; lo único que puedo hacer es tener esperanza. Siento muchísimo que te insultara —extendió la mano—. ¿Podemos dejar atrás el pasado y ser amigos?

—Me gustaría. —Amy le estrechó la mano. Después de un principio confuso, confiaba en entenderse con él y poder considerarlo un amigo.

Se quedó mucho más tiempo del que ella esperaba, hasta que se hizo de noche y una luna borrosa apareció en el cielo. Amy le habló de su madre, de la extraña esposa de su hermano Charlie, de cuánto deseaban Jacky y Biddy ser útiles en la guerra.

—Están pensando en falsear su edad y alistarse en el Ejército como mi mejor amiga, Cathy Biddy sólo tiene quince años.

—Qué admirable —dijo él.

Amy no dejaba de preguntarse por qué no se iba a atender todas las cosas importantes que tenía que hacer, pero se recordó a sí misma que ahora eran amigos y que sería mejor mantener la boca cerrada.

Al día siguiente llegó una carta de Barney. Decía que habría podido disfrutar de su entrenamiento como oficial si no la echara tanto de menos. A continuación le detallaba lo que echaba de menos exactamente, haciéndola ruborizarse hasta la raíz del cabello.

Unos días después, Harry Patterson se acercó al piso para anunciar que había recibido la llamada a filas y se iba a unir a su hermano en el Ejército.

—¿No sería estupendo que fueses al mismo lugar que Barney para entrenarte como oficial? —comentó Amy. Lo esperaba así; realmente le gustaba Harry.

Él hizo una mueca.

—Dudo que me consideren apto para ser oficial. A diferencia de Barney, no fui a la universidad, así que no tengo un título. Seré un soldado raso como la mayoría. En cualquier caso, prefiero ser un soldado en el Ejército. Aunque me ofrecieran un solo galón, lo rechazaría.

Parecía un poco afligido. Amy pensó que en las dos ocasiones en que había visto a Leo, este no mencionó ni una vez a su hijo mayor, y sin embargo tenía mucho que decir de Barney, del que claramente estaba muy orgulloso.

—Cathy se ha incorporado al Ejército —le contó a Harry—. La han destinado a algún lugar de Yorkshire.

Los ojos de él brillaron.

—Sería agradable volver a ver a Cathy —dijo.

Amy y Barney siempre habían querido que Cathy y Harry salieran juntos. Era evidente que se habían gustado el día que los cuatro se conocieron en el muelle de Southport. Ninguno de los dos había hecho nada por volver a verse, pero quizá necesitaran un empujoncito.

—¿Les pido a Cathy y a Harry que vengan también? —solía sugerir Amy cuando iban a salir a cenar o de excursión al campo algún sábado.

—¿Por qué no? —decía Barney vagamente, pero ninguno de los dos llegaba a invitarles. Preferían estar solos. Incluso la mejor amiga de Amy y el hermano de Barney habrían sido unos intrusos en los inolvidables momentos que pasaban juntos.

En ese momento Amy le dio un beso a Harry y le deseó toda la suerte del mundo. Podía ser mucho más feliz en el Ejército que su hermano, pensó, porque no tenía a nadie a quien amar y, por tanto, nadie a quien echar de menos.

La siguiente vez que Amy fue a ver a su madre, se quedó pasmada al enterarse de que Leo Patterson la había visitado y les había ofrecido trabajo a sus hermanas en la fábrica de Skelmersdale.

—No sabía que conocía nuestra dirección —comentó su madre, aún nerviosa, aunque habían pasado dos días desde la visita de Leo. Era evidente que la había conquistado, igual que su hijo.

—Me pidió tu dirección la semana pasada. Y yo le conté que Jacky y Biddy deseaban cambiar sus trabajos por algo que contribuyera a ayudar en la guerra —Amy frunció el ceño—. Producir instrumental médico no forma parte de la campaña solidaria de la población civil.

—Eso pensé yo, pero él acabó convenciendo a las chicas de que sí —le dijo su madre—. Al parecer, acaba de conseguir un contrato del Gobierno, algunos de sus obreros se han alistado y necesita con urgencia personal nuevo. Supongo que es en cierto modo trabajo para la guerra. No pareció importarle que las chicas fueran tan jóvenes, y ellas estaban emocionadísimas. Jacky se incorporará al departamento de empaquetado y Biddy a la sala de correo. ¿Has hecho algo por encontrar trabajo, cielo?

—Todavía no. —Amy no acababa de decidir qué quería hacer—. No sé si hacerme cartera o conductora de tranvía.

—Mmmm —dijo su madre, pensativa—. En un caso, tendrías que levantarte al amanecer; en el otro, trabajarías hasta agotarte subiendo y bajando escaleras un millón de veces al día. Y quizá tendrías que levantarte al amanecer, además. Si fuera tú, preferiría ser cartera.

—Lo pensaré. —Ya era diciembre. No era mala idea dejarlo hasta después de Navidad y empezar el Año Nuevo con un trabajo. ¿Y si Barney tenía unos días de permiso durante las vacaciones y podían pasarlos juntos? Sí, Amy decidió que aplazaría lo del trabajo hasta Año Nuevo.

Quizá lo hubiera hecho así si no hubiera quedado con Charlie en el centro el sábado siguiente para comprar los regalos de Navidad para mamá y sus hermanas. Se encontraron en Lyons, donde tomaron una taza de té. Era uno de los días más fríos que ella recordaba y llevaba su abrigo nuevo de terciopelo marrón oscuro y botas forradas de piel.

—Tengo el presentimiento de que esta será la última Navidad en la que haya algo que comprar en las tiendas —comentó Charlie con tristeza—. Cuanto más dure esta maldita guerra, peor irá todo.

—Creía que a Marion no le gustaba que dijeras palabrotas.

—Marion no está delante, ¿no? Diré todas las malditas palabrotas que quiera.

—No, no está —Amy casi añade: «Me alegra decirlo», pero se lo pensó mejor. Charlie había elegido a Marion. Nadie lo había obligado a casarse con ella—. ¿Qué quieres decir —preguntó— con eso de que cuanto más dure la guerra, peor irá todo?

—Es lo lógico, ¿no? —La miró como si fuera idiota—. Ya hay escasez de té y azúcar. No podemos esperar que los marinos se arriesguen la vida a diario para que la población pueda permitirse tomar té sin límite. Pronto habrá escasez de todo lo que hay que importar. —Charlie cruzó los brazos y pareció todavía más lúgubre—. No sólo eso; las fábricas dejarán de producir cosas que no sirvan para la guerra. Marion quiere un paraguas para Navidad, antes de que dejen de fabricarlos. ¿Crees que mamá querría uno también? —dijo esperanzado.

—Ya tiene uno. Barney se lo compró antes de marcharse.

—¿Y un bolso bonito?

—Le traje uno precioso de Londres. Y a Jacky y a Biddy también.

Charles dejó escapar un suspiro de fastidio.

—¿Se te ocurre qué puede querer?

—Zapatillas. ¡Ya lo tengo! —exclamó Amy—. Tú le compras las zapatillas y yo una bata. Las compraremos en la misma tienda para asegurarnos de que los colores hacen juego. Y para Jacky y Biddy... a ellas les gusta el maquillaje. El que sea. Puedes comprarles bolsas bonitas de maquillaje y yo las llenaré de cosas. —Había notado que su habitualmente apacible hermano no era el mismo ese día. De hecho, nunca lo había visto tan deprimido—. ¿Qué pasa, Charlie? —Le apretó la mano.

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