Valiente (36 page)

Read Valiente Online

Authors: Jack Campbell

Tags: #Ciencia-Ficción

Geary salió del puente de mando y esperó hasta estar en su camarote, con todas las opciones de seguridad activadas, antes de llamar a Rione y contarle lo sucedido.

—No sé si reaccionará alguien cuando vea que el gusano no ha funcionado, pero podrías poner a tus fuentes sobre aviso.

Rione, con la cara pálida, asintió.

Geary también informó al capitán Duellos, y luego esperó, preguntándose qué haría si no hubiesen detectado o bloqueado algún gusano; si alguna de sus naves realizase un bombardeo de munición sobre aquella colonia síndica agonizante. No obstante, no sucedió nada, ni lo avisó nadie. Tampoco es que esperase que, una vez pasado el tiempo, alguien montase en cólera súbitamente, decepcionado. Pese a todo, por lo que parecía, no se había notado ningún rastro de frustración en nadie. Lo único de lo que podía estar seguro era de que, para entonces, los que habían infiltrado los gusanos estarían al tanto de que habían descubierto la ruta que utilizaba en la subred.

De eso y de que, fuese quien fuese el que había intentado destruir tres navíos de combate de la Alianza, tampoco estaba de acuerdo con que Geary ayudase a aquellos síndicos. Por lo menos le animó a convencerse de que estaba haciendo lo correcto.

Después de todo aquello, llegó una respuesta de la colonia síndica.

El hombre que había visto antes estaba inquieto. Geary no pudo evitar preguntarse cuánto aumentaría su nerviosismo de saber que su asentamiento había estado cerca de convertirse en un gran cráter.

—Señor, mi gente está muy preocupada. Por favor, no se lo tome a mal, pero muchos no confían en la Alianza. A menos que las cosas hayan cambiado mucho desde que no tenemos noticias del exterior, y de eso hace ya décadas, en esta guerra no se respeta demasiado a los civiles. Estoy intentando convencerlos para que confíen en usted porque no se me ocurre ninguna razón por la que fuese a molestarse en matarnos a bordo de sus naves en vez de dejarnos morir aquí mismo. Bueno, ninguna razón salvo... salvo las mujeres, las chicas... y las niñas. Lo siento, pero debe entender qué es lo que tememos. ¿Qué puedo decirles, señor?

Geary reflexionó sobre la respuesta que iba a darles. Estaba claro que aquel hombre quería y necesitaba que lo convenciesen si pretendía ofrecerle a los suyos argumentos convincentes.

—Dígale a su gente que el capitán John Geary está al mando de esta flota por la gracia de sus antepasados, y que nunca los deshonrará haciendo daño a los indefensos ni faltando a su promesa. Le repito que le doy mi palabra de honor. Siempre que no intenten perjudicar a mis naves, no tienen nada que temer. Cualquier integrante de esta flota que intente hacer daño a cualquiera de los suyos tendrá que hacer frente a los cargos establecidos por el código de justicia de esta flota. Podría haberles mentido sobre la guerra, o sobre la misión de combate de mi flota. Pero no lo hice. Su gente no supone ningún tipo de valor militar, pero son personas. No vamos a permitir que mueran si podemos evitarlo. Por favor, dennos la información que necesitamos en cuanto sea posible.

La siguiente mitad del día transcurrió con tanta normalidad que no parecía real. Geary dio el visto bueno a que se hiciese público lo del último gusano pese a que temía que aquello pudiese hacer que los oficiales que no estaban de acuerdo con su decisión de ayudar a los síndicos apoyasen a los saboteadores. Sin embargo, se extendió un sentimiento generalizado de rechazo ante la idea de que se manipulasen los sistemas de combate de las naves. Los humanos nunca habían dejado de desconfiar en los sistemas de combate automatizados, por lo que alguien que manipulase el software para hacer que dichos sistemas actuasen por su cuenta no sería precisamente bien visto por nadie.

Los transbordadores viajaban de nave en nave, entregando nuevas células de combustible, munición, repuestos y cualquier otra cosa que hubiesen fabricado las naves auxiliares para abastecer a la flota durante el tiempo que había pasado desde que abandonaron Lakota. Geary se alegró de ver que las reservas de células de combustible estaban de nuevo al sesenta y cinco por ciento. No es que fuese demasiado, pero estaba mejor que antes. El comandante Savos fue transferido a la
Orión
para ejercer como su oficial al mando, totalmente consciente del reto al que se enfrentaba. Con suerte podría cambiar a su nave, al igual que había hecho el comandante Suram con la
Guerrera
.

La respuesta de los síndicos no llegó hasta que la flota de la Alianza estuvo a menos de una hora luz de distancia de Wendig Uno, a unas diez horas de llegar al planeta si mantenían su velocidad.

—Vamos a confiar en usted porque tampoco tenemos otra opción. Algunos de los nuestros están utilizando los pocos trajes de supervivencia en buen estado que nos quedan para despejar la plataforma de aterrizaje que nos ha indicado. Estaremos todos esperando a los transbordadores.

Desjani escuchó el mensaje con gesto de resignación. Por su parte, Rione no dejaba entrever lo que pensaba. Todas las demás personas a las que Geary pudo observar parecían estar desconcertadas, intentando adivinar por qué estaba haciendo aquello. En cierto modo, era bastante deprimente. No obstante, ya nadie se oponía, lo cual era por lo menos esperanzador.

Cuando se aproximaron a Wendig, se lanzaron los transbordadores. Los navíos de combate de la Alianza redujeron su velocidad para que les diese tiempo a aterrizar en la superficie, cargar a la gente y volver a las naves. Geary monitorizó la operación desde el puente de mando del
Intrépido
. Cada transbordador llevaba un destacamento de infantes de marina pertrechados con sus armaduras de combate por si acaso. No era que le encantase la idea, puesto que implicaba perder capacidad de carga para transportar en los transbordadores a los pasajeros, y por lo tanto utilizar más, pero la coronel Carabali había insistido, y al final se había dado cuenta de que aquella reiterada sugerencia era lo prudente.

—Todos los pájaros en tierra —anunció el consultor de operaciones.

En la pantalla, desde arriba, Geary pudo ver los transbordadores posados, a los infantes de marina saliendo de estos para vigilar y proteger a los pasajeros, y las pasarelas de evacuación internarse en las cámaras estancas del asentamiento civil. Luego activó el vídeo en primera persona desde el punto de vista de uno de los infantes de marina. El exterior del pueblo síndico parecía abandonado, y en la zona se veía un montón de nieve tóxica y arena apilada contra los muros, además de restos de equipamiento que habían aprovechado ensuciando aquel paisaje inerte. Geary no pudo evitar estremecerse al contemplar aquella fría imagen en la que solo había desolación.

—¿Se imagina verse atrapado en un lugar así? —le preguntó a Desjani.

Esta vio la imagen y frunció el ceño, pero no dijo nada.

—Carga completa —informó la coronel Carabali. Había insistido en que aquella era una expedición terrestre, y por lo tanto una operación de los infantes de marina—. Transbordadores recogiendo las pasarelas de evacuación. Tiempo estimado de despegue, cero tres minutos.

—¿Algún problema, coronel? —preguntó Geary.

—Todavía no, señor. —Ante algo más de quinientos síndicos, Carabali tenía claro que solo era cuestión de tiempo que apareciesen problemas.

—Pájaros de vuelta según lo establecido —anunció el consultor de operaciones—. Tiempo estimado de reencuentro con los navíos de combate, veinticinco minutos.

Desjani manipuló su panel de control.

—Coronel Carabali, por favor, confirme que se ha registrado a los síndicos en busca de armas o material destructivo.

Carabali pareció sentirse un poco ofendida al ver que una oficial de la flota había puesto en duda el trabajo de sus infantes de marina.

—Lo confirmo. Se han realizado análisis completos. Están limpios. Y tampoco es que lleven demasiado.

Geary y Desjani bajaron al puerto de acoplamiento para ver la llegada de los civiles síndicos destinados en el
Intrépido
. Bajaron de los transbordadores entre filas de infantes de marina con sus armaduras de combate y sus armas en alto. Algunos síndicos intentaban hacerse los valientes, pero todos parecían asustados. Eran cincuenta y uno. Sus ropas de civil eran una mezcla de estilos y tipos, por lo que Geary dedujo que seguramente se debía a que habían saqueado antiguos almacenes y armarios una vez que se les gastó la que tenían. Todos parecían estar un poco demacrados, lo cual reflejaba que debían de haber consumido raciones pequeñas durante los últimos años al írseles agotando las reservas de comida.

Intentaban no mirar a la nave ni al personal de la Alianza que había en la cubierta del hangar. Entonces, mientras los observaba, Geary se dio cuenta de que aquella gente nunca había visto a extraños, ni había estado en lugares que no le resultasen familiares. Aunque estaban bastante lejos de los orígenes del ser humano tanto en el tiempo como en el espacio, aquellos síndicos eran como los antiguos habitantes de una pequeña isla que se encuentran por primera vez con naves venidas de tierras remotas. Y no solamente naves, sino navíos de combate llenos de personas que se suponía que eran sus enemigos acérrimos.

Desjani permaneció a su lado, con la postura firme y una expresión impasible mientras miraba a los civiles enemigos caminar por la cubierta de su nave.

Geary reconoció al hombre con el que había hablado antes y avanzó hacia él.

—Bienvenido al buque insignia de la flota de la Alianza. Tendremos que tenerlos vigilados, y esta nave no está diseñada para albergar a demasiados pasajeros, por lo que su alojamiento será más bien reducido.

El hombre asintió con la cabeza.

—Soy el alcalde de... Bueno, era el alcalde de Alfa. Tampoco es que podamos quejarnos de sus condiciones. Hay un ambiente cálido y podemos respirar. La verdad es que no estábamos seguros de si nuestros sistemas de soporte vital aguantarían hasta que llegasen sus transbordadores. —Los ojos del hombre seguían delatando la inquietud que sentía ante los recuerdos de lo que debió de haber sido una espera agonizante—. Pero por lo menos sabíamos que estaban en camino. No pasó ninguna nave por aquí desde que se marchó la compañía. Antes de que nos llegase su mensaje, estábamos preparándonos para echarlo a suertes, aunque algunos decían que los ancianos no deberían hacerlo porque tampoco iban a durar demasiado.

No era difícil adivinar cómo se habría sentido aquella gente.

—¿Por qué no los evacuaron del sistema estelar junto con el resto?

El alcalde hizo un gesto de desconcierto.

—No lo sabemos. Todos los que nos quedamos aquí abandonados trabajábamos para subcontratas de la misma empresa, y nuestros superiores se marcharon en la última nave enviada por otra compañía. Nos dijeron que las naves encargadas de evacuarnos llegarían en poco tiempo, pero nunca lo hicieron.

—Les estamos llevando a Cavalos, así que supongo que, al final, llegaron.

El alcalde sonrió, nervioso.

—Mejor tarde que nunca, ¿no? ¿No nos dijo que era el capitán John Geary? Conocemos ese nombre. Sale en nuestros libros de historia, aunque supongo que cuentan cosas distintas a las de los suyos. ¿Es su nieto?

Geary negó con la cabeza.

—Soy el mismo John Geary. Es una larga historia —añadió, al ver al alcalde mirándolo con incredulidad—. Baste con decirle que luché en Grendel durante la primera batalla de esta guerra y que, si las estrellas del firmamento así lo disponen, veré también el último combate.

Al lado del alcalde había una mujer. Sus ojos iban continuamente de este a Geary, y de Geary a tres muchachos abrazados a ella. El mayor, un chico joven, vio que su padre retrocedía un poco y le lanzó a Geary una mirada desafiante.

—¡Ni te atrevas a hacerle daño a mi padre!

Antes de que Geary dijese nada, se dio cuenta de que Desjani volvía a estar a su lado, observando al joven, con expresión todavía impasible pero con unos ojos que delataban una inexplicable tristeza.

—Mientras esté en mi nave, nadie le hará nada a tu padre siempre y cuando él haga lo mismo.

El joven avanzó un poco, interponiéndose entre Desjani y su madre.

—No te creo. Sabemos lo que habéis hecho.

Para sorpresa de Geary, Desjani se arrodilló de forma que su cabeza quedase al mismo nivel que la del chico.

—Hombre de los Mundos Síndicos —le dijo al chico como si tuviese la edad de su padre—, bajo el mando del capitán John Geary, la flota de la Alianza ya no ataca a inocentes ni a desamparados. Incluso aunque él dejase su puesto, no volveríamos a hacerlo, ya que nos ha recordado lo que significa el honor para un soldado. No es necesario que protejas a tu familia de nosotros.

El chico, que se quedó boquiabierto al ver cómo le había hablado, asintió con la cabeza.

Desjani se levantó y miró al joven, luego a su madre, e intercambió con ella algún tipo de mensaje sin que mediasen las palabras. Esta también asintió, reconfortada. Luego Desjani miró a su alrededor, adoptó el tono de voz que utilizaba para dar órdenes, y sus palabras resonaron en el puerto de acoplamiento.

—Ciudadanos de los Mundos Síndicos, soy la capitana Desjani, oficial al mando del crucero de la Alianza
Intrépido
. No son personal combatiente y, por lo tanto, los trataremos como civiles que necesitan ayuda humanitaria, a menos que intenten dañar esta nave o a su tripulación. Sigan las instrucciones y las órdenes que les demos. Cualquiera que no las siga o intente hacerle daño a esta nave o a cualquier persona de la Alianza, será considerado como personal combatiente, y se le tratará en consecuencia. Serán necesarios unos tres días más hasta que lleguemos al punto de salto de Cavalos, y luego algo menos de nueve días en el espacio de salto hasta llegar a nuestro destino. Según las guías más recientes de los sistemas estelares de los Mundos Síndicos que tenemos en nuestro poder, en esa estrella hay una presencia notable de humanos. Una vez que lleguemos, buscaremos un lugar a salvo para entregarlos.

Desjani frunció el ceño al ver con detenimiento a los civiles síndicos.

—Haré que mi personal médico les haga una revisión en busca de problemas graves. Si son inteligentes cooperarán con ellos tanto como puedan. Sus raciones serán equivalentes a las que consume mi tripulación. Ahora mismo prácticamente solo queda comida síndica caducada, así que no se esperen un festín. ¿Alguna pregunta?

Una mujer, de mediana edad, tomó la palabra.

Other books

Almost Innocent by Carina Adams
Satin and Steel by Jayna Vixen
Count Scar - SA by C. Dale Brittain, Robert A. Bouchard
The Swindler's Treasure by Lois Walfrid Johnson
Child from Home by John Wright
Very Bad Billionaires by Meg Watson, Marie Carnay, Alyssa Alpha, Alyse Zaftig, Cassandra Dee, Layla Wilcox, Morgan Black, Molly Molloy, Holly Stone, Misha Carver