Vuelo final (41 page)

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Authors: Follett Ken

Tags: #Novela

Planeó minuciosamente el tercer interrogatorio.

A las cuatro de la madrugada del domingo, irrumpió en la celda de Arne acompañado por dos policías de uniforme. Lo despertaron iluminándole los ojos con una linterna y chillando, y luego lo sacaron de la cama y lo llevaron pasillo abajo hasta la sala de interrogatorios.

Peter se sentó en el único asiento, detrás de una mesa barata, y encendió un cigarrillo. Arne tenía un aspecto pálido y asustado en su pijama de la cárcel. Su pierna izquierda estaba vendada y rígidamente comprimida desde la mitad del muslo hasta la pantorrilla, pero podía mantenerse en pie: las dos balas de Peter habían dañado músculos, pero no habían roto ningún hueso.

—Tu amigo Poul Kirke era un espía —le dijo Peter.

—Yo no sabía eso —replicó Arne.

—¿Por qué fuiste a Bornholm?

—Para disfrutar de unas pequeñas vacaciones.

—¿Y por qué un hombre inocente que estaba de vacaciones a evadir la vigilancia policial?

—Puede que le disgustara verse seguido de un lado a otro por un montón de pies planos que andaban fisgoneándolo todo. — Arne estaba demostrando tener más presencia de ánimo de lo que había esperado Peter, a pesar de lo temprano de la hora y la brusquedad con que lo habían despertado—. Pero lo cierto es que no me di cuenta de que estuvieran siguiéndome. Si, como dices, evadí la vigilancia, no lo hice de manera intencionada. Quizá tu gente simplemente no sabe hacer bien su trabajo.

—Tonterías. Te quitaste de encima deliberadamente a los policías que te estaban siguiendo. Lo sé, porque yo formaba parte del equipo de vigilancia.

Arne se encogió de hombros.

—Eso no me sorprende mucho, Peter. De chico nunca fuiste demasiado brillante. Fuimos a la escuela juntos, ¿recuerdas? De hecho, éramos grandes amigos.

—Hasta que te enviaron a la Jansborg Skole, donde aprendiste a infringir la ley.

—No. Fuimos amigos hasta que nuestras familias se pelearon.

—Debido a la malicia de tu padre.

—Yo creía que fue debido a los malabarismos que tu padre había hecho con los impuestos.

Aquello no estaba yendo de la manera en que lo había planeado Peter.

—¿A quién viste en Bornholm?

—A nadie.

—¿Estuviste días enteros dando vueltas por allí y nunca hablaste con nadie?

—Hice amistad con una chica.

Arne no había mencionado aquello en interrogatorios anteriores. Peter estaba seguro de que no era verdad. Quizá todavía podría atrapar a Arne.

—¿Cómo se llamaba esa chica?

—Annika.

—¿Un apodo?

—No se lo pregunté.

—Cuando volviste a Copenhague, te escondiste.

—¿Esconderme? Estaba en casa de un amigo.

—Jens Toksvig…, otro espía.

—Él no me dijo que fuera un espía. Parece que todos esos espías son muy amantes del secreto, ¿verdad? — añadió sarcásticamente.

Peter estaba consternado al ver lo poco que había debilitado a Arne el tiempo que llevaba dentro de las celdas. Continuaba aferrándose a su historia, la cual era improbable pero no imposible. Empezó a temer que Arne nunca llegaría a hablar. Luego se dijo que aquello no era más que una escaramuza preliminar, y siguió insistiendo.

—¿Así que no tenías ni idea de que la policía te andaba buscando?

—No.

—¿Ni siquiera cuando un policía te persiguió en los jardines del Tívoli?

—Eso tiene que haberle ocurrido a otra persona. Yo nunca he sido perseguido por un policía.

Peter permitió que el sarcasmo impregnara su voz.

—¿No viste ni uno solo de los mil carteles con tu cara que han sido repartidos por la ciudad?

—Deben de habérseme pasado por alto.

—¿Y entonces por qué cambiaste tu apariencia?

—¿Cambié mi apariencia?

—Te afeitaste el bigote.

—Alguien me dijo que con ese bigote parecía Hitler.

—¿Quién?

—La chica a la que conocí en Bornholm, Anne.

—Dijiste que se llamaba Annika.

—Yo la llamaba Anne para abreviar.

Tilde Jespersen entró con una bandeja. El olor a tostada caliente hizo que a Peter se le hiciera la boca agua, y confió en que estuviera teniendo el mismo efecto sobre Arne. Tilde sirvió té. Sonrió a Arne y dijo:

—¿Queréis un poco de té?

Arne asintió.

—No —dijo Peter.

Tilde se encogió de hombros.

Aquel pequeño intercambio era una farsa. Tilde estaba fingiendo ser amable con la esperanza de lograr que Arne se mostrara más abierto con ella.

Tilde trajo otra silla y se sentó a beber su té. Peter comió un poco de tostada con mantequilla, tomándose su tiempo para hacerlo. Arne tuvo que seguir de pie y mirarlos.

Cuando hubo terminado de comer, Peter reanudó el interrogatorio.

—En el despacho de Poul Kirke encontré un esbozo de una instalación militar que hay en la isla de Sande.

—Me dejas asombrado —dijo Arne.

—Si no hubiera muerto, Poul Kirke habría enviado esos esbozos a los británicos. Y si un idiota al que le gusta demasiado apretar el gatillo no lo hubiese matado, Poul quizá habría tenido una explicación perfectamente inocente para ellos. ¿Hiciste tú esos dibujos?

—Desde luego que no.

—Sande es tu hogar. Tu padre es pastor de una iglesia allí.

—También es el tuyo. Tu padre dirige un hotel en el que los nazis se emborrachan bebiendo aquavit cuando están libres de servicio.

Peter hizo como que no había oído lo que acababa de decir Arne.

—Cuando me encontré contigo en St. Paul's Gade, echaste a correr. ¿Por qué?

—Tú tenías un arma. Si no hubiera sido por eso, te habría partido tu fea cara, tal como hice detrás de la estafeta de correos hace doce años.

—Yo te dejé tirado en el suelo detrás de la estafeta de correos.

—Pero volví a levantarme. — Arne se volvió hacia Tilde con una sonrisa en los labios—. La familia de Peter y la mía llevan años odiándose a muerte. Esa es la verdadera razón por la que me arrestó.

Peter volvió a fingir que no había oído aquello.

—Hace cuatro noches hubo una alerta de seguridad en la base. Algo puso nerviosos a los perros guardianes. Los centinelas vieron a alguien corriendo a través de las dunas en dirección a la iglesia de tu padre. — Mientras hablaba, Peter observaba el rostro dé Arne. Hasta el momento este no parecía sorprendido—. ¿Eras tú quien corría a través de las dunas?

—No.

Peter tuvo la sensación de que Arne le estaba diciendo la verdad.

—La casa de tus padres fue registrada —siguió diciendo. Entonces vio brillar un destello de miedo en los ojos de Arne: él no había sabido nada acerca de aquello—. Los guardias estaban buscando a alguien de fuera de la isla. Encontraron a un joven durmiendo en su cama, pero el pastor dijo que era su hijo. ¿Eras tú?

—No. No he estado en casa desde Pentecostés.

Una vez más, Peter pensó que Arne le estaba diciendo la verdad.

—Hace dos noches, tu hermano Harald volvió a la Jansborg Skole.

—De la cual había sido expulsado a causa de tu malicia.

—¡Fue expulsado porque deshonró a la escuela!

—¿Cómo, pintando un chiste en una pared? — Arne se volvió una vez más hacia Tilde—. El superintendente de la policía había decidido poner en libertad a mi hermano sin cargos, pero Peter fue a su escuela e insistió en que lo expulsaran. ¿Ves hasta qué punto odia a mi familia?

—Tu hermano entró en el laboratorio de química forzando una ventana y utilizó el cuarto oscuro para revelar una película —dijo Peter.

Los ojos de Arne se abrieron visiblemente. Estaba claro que aquello era una novedad para él. Como mínimo, lo había alarmado.

—Afortunadamente, fue descubierto por otro muchacho. Me enteré de todo esto gracias al padre del chico, quien da la casualidad de que es un ciudadano leal y un creyente en la ley y el orden.

—¿Es un nazi?

—¿Esa película era tuya, Arne?

—No.

—El director de la escuela dice que la película consistía en fotografías de mujeres desnudas, y asegura que la confiscó y la quemó. Está mintiendo, ¿verdad?

—No tengo ni idea.

—Creo que eran fotografías de la instalación militar que hay en Sande.

—¿Eso crees?

—Esas fotografías eran tuyas, ¿verdad?

—No.

Peter tuvo la sensación de que por fin estaba empezando a intimidar a Arne, y decidió sacar el máximo provecho posible de su ventaja.

—A la mañana siguiente, un hombre bastante joven llamó a la puerta de la casa de Jens Toksvig. Uno de nuestros agentes, un sargento de mediana edad que no es precisamente uno de los gigantes intelectuales del cuerpo, respondió a la llamada. El muchacho fingió haber acudido a la dirección equivocada, buscando un médico, y nuestro sargento fue lo bastante ingenuo para creerlo. Pero eso era una mentira. Aquel joven era tu hermano, ¿verdad?

—Estoy completamente seguro de que no lo era —dijo Arne, pero parecía asustado.

—Harald te traía la película revelada.

—No.

—Esa noche, una mujer que se hacía llamar Hilde telefoneó a la casa de Jens Toksvig desde Bornholm. ¿No dijiste que habías hecho amistad con una chica llamada Hilde?

—No, Anne.

—¿Quién es Hilde?

—Nunca he oído hablar de ella.

—Quizá era un nombre falso. ¿Podría haber sido tu prometida, Hermia Mount?

—Hermia está en Inglaterra.

—En eso te equivocas. He estado hablando con las autoridades de inmigración suecas. — Obligarlas a cooperar había costado mucho, pero al final Peter consiguió la información que quería—. Hermia Mount llegó a Estocolmo en avión hace diez días, y todavía no se ha ido de allí.

Arne fingió sorpresa, pero la representación no le salió muy convincente.

—No sé nada de eso —dijo, hablando en un tono demasiado suave—. No he tenido noticias de ella desde hace más de un año.

Si eso hubiera sido cierto, entonces Arne se habría mostrado asombrado y furioso al enterarse de que no cabía duda de que Hermia había estado en Suecia y posiblemente en Dinamarca. Era evidente que ahora sí que estaba mintiendo. Peter siguió hablando.

—Esa misma noche, y estoy hablando de anteayer, un joven apodado Colegial fue a un club de jazz que hay en el muelle, estuvo hablando con un pequeño delincuente llamado Luther Gregor y le pidió que lo ayudara a huir a Suecia.

Arne puso cara de horror.

—Ese joven era Harald, ¿verdad? — dijo Peter.

Arne no dijo nada.

Peter se recostó en su asiento. Ahora Arne se hallaba visiblemente afectado, pero en conjunto había planteado una defensa muy ingeniosa. Tenía explicaciones para todo lo que Peter le iba tirando a la cara. Peor aún, estaba explotando hábilmente la hostilidad personal que existía entre ellos en beneficio suyo, asegurando que su arresto había sido un acto de malicia por parte de Peter. Frederik Juel podía ser lo bastante ingenuo para llegar a creérselo. Peter empezó a preocuparse.

Tilde echó té dentro de un tazón y se lo dio a Arne sin consultar antes con Peter. Peter no dijo nada: todo aquello formaba parte del guión que habían preparado antes. Arne cogió el tazón con una mano temblorosa y bebió ávidamente.

—Te has metido en un buen lío, Arne —le dijo Tilde con voz bondadosa—. Ahora este asunto ya no te afecta solo a ti. Has involucrado a tus padres, tu prometida y tu hermano menor. Harald también se ha metido en un buen lío. Si esto continúa, terminarán ahorcándolo como espía… y tú habrás tenido la culpa.

Arne sostuvo el tazón con las dos manos, sin decir nada, parecía atónito y asustado. Peter pensó que quizá se estuviera debilitando.

—Podemos hacer un trato contigo —siguió diciendo Tilde—. Cuéntanoslo todo, y tanto tú como Harald os libraréis de la pena de muerte. No hará falta que aceptes mi palabra en cuanto a eso: el general Braun estará aquí dentro de unos minutos, y te garantizará que viviréis. Pero primero tendrás que decirnos dónde se encuentra Harald. Si no lo haces, morirás, y tu hermano también morirá.

La duda y el miedo cruzaron rápidamente por el rostro de Arne. Hubo un largo silencio, y luego Arne por fin pareció llegar a una decisión. Extendió el brazo y puso el tazón encima de la bandeja. Miró a Tilde, y luego volvió la mirada hacia Peter.

—Iros al infierno —murmuró. Peter se levantó de un salto, furioso.

—¡Tú eres el que irá al infierno! — gritó, haciendo que su silla cayera al suelo de una patada—. ¿Es que no entiendes lo que te está sucediendo?

Tilde se levantó y salió de la habitación sin decir nada.

—Si no hablas con nosotros, serás entregado a la Gestapo —siguió diciendo Peter airadamente—. Ellos no te darán té ni te formularán preguntas corteses. Te arrancarán las uñas, y encenderán cerillas debajo de las plantas de tus pies. Te pondrán electrodos en los labios, y te irán echando encima agua fría para que las descargas resulten todavía más dolorosas. Te dejarán desnudo y te golpearán con martillos. Te romperán las rótulas y los huesos de los tobillos dejándotelos tan hechos pedazos que nunca más volverás a caminar, y luego seguirán golpeándote, manteniéndote con vida y consciente, gritando todo el rato. Tú les suplicarás y les rogarás que te dejen morir, pero ellos se negarán a hacer tal cosa… hasta que hables. Y hablarás. Métete eso en la cabeza. Al final, todo el mundo habla.

—Lo sé —murmuró Arne, que tenía el rostro blanco como el papel.

Peter se quedó atónito ante la tranquila resignación que había detrás del miedo. ¿Qué podía significar?

La puerta se abrió y el general Braun entró en la habitación. Ya eran las seis, y Peter estaba esperando verlo llegar: su llegada formaba parte del guión que habían preparado. Con su uniforme pulcramente almidonado y la pistola enfundada, Braun era el vivo retrato de la eficiencia impasible. Como siempre, el daño que habían sufrido sus pulmones convirtió su voz en una especie de suave susurro.

—¿Este es el hombre al que hay que enviar a Alemania?

Arne se movió muy deprisa, a pesar de su herida.

Peter estaba mirando en la dirección opuesta, hacia allí donde estaba Braun, y solo vio un rápido borrón de movimiento cuando Arne extendió la mano hacia la bandeja del té. La pesada tetera de barro cocido voló a través de los aires y chocó con la sien de Peter, derramando té sobre su cara. Cuando se hubo apartado el líquido de los ojos, Peter vio cómo Arne se abalanzaba sobre Braun. Su pierna herida hacía que se moviera con torpeza, pero el general se desplomó bajo su acometida. Peter se apresuró a levantarse, pero fue demasiado lento. En el segundo durante el que Braun yació inmóvil en el suelo, jadeando, Arne desabotonó su pistolera y sacó el arma de ella.

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