13,99 euros (10 page)

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Authors: Frédéric Beigbeder

Vas a emborracharte en tu cocina gigante. Te diriges hacia la nevera ultramoderna. Te ves reflejado en su interior. Nerviosamente, presionas el mecanismo distribuidor de hielo. Tu vaso de Absolut rebosa de hielo. Mantienes la presión sobre la manecilla hasta que el suelo de la cocina esté cubierto de cubitos. Luego programas la máquina en «hielo triturado». Vuelves a presionar otra vez. La nieve cae sobre el mármol negro. Contemplas tu rostro en la nevera más cara del mundo. Era más fácil tener un comportamiento de soltero retrasado cuando sabías que alguien te estaba esperando en casa con su amor. Estás tan ciego de coca que esnifas tu vodka con la pajita. Sientes que llega el colapso. Ves tu propia decadencia en el espejo: ¿sabías que, etimológicamente, narcisista y narcótico proceden de la misma palabra? Has vaciado el depósito de hielo en el suelo. Resbalas y te quedas tumbado sobre diez centímetros de nieve triturada. Te ahogas en cubitos fríos. Podrías quedarte dormido en medio de esos miles de icebergs. Hundirte como una aceituna en medio de un vaso gigante. Absolut Titanic. Flotas sobre una pista de hielo artificial. Tu mejilla helada se adhiere al embaldosado. Debajo de tu cuerpo hay suficiente hielo para refrescar a un regimiento; y, sin embargo, eres un regimiento en plena retirada de la campaña de Rusia. Lames el suelo. Te tragas la sangre que chorrea directamente de tu nariz a la garganta. Tienes el tiempo justo para llamar a una ambulancia desde tu móvil antes de desmayarte.

VOLVEMOS DESPUÉS DE UNA PAUSA…

UN JOVEN ENTRA EN UNA LAVANDERÍA AUTOMÁTICA. SE DETIENE ANTE UNA ENORME LAVADORA DE DOS METROS DE ALTURA. INTRODUCE VARIAS MONEDAS EN LA RANURA Y SE SACA DEL BOLSILLO UN PAQUETE DE DETERGEN TE ARIEL, VIERTE UN POCO DE DETERGENTE EN LA MANO Y LO ASPIRA POR LA NARIZ. MUEVE LA CABEZA, COMO VIGORIZADO POR EL POLVO ARIEL QUE ACABA DE ESNIFAR. A CONTINUACIÓN, ABRE LA ESCOTILLA DEL TAMBOR DE LA LAVADORA, Y SE INTRODUCE ÉL MISMO DENTRO, VESTIDO. SE SIENTA EN CUCLILLAS EN LA CENTRIFUGADORA. CUANDO CIERRA LA

ESCOTILLA, LA MÁQUINA SE PONE EN MARCHA. ES BAMBOLEADO EN TODAS LAS DIRECCIONES, IRRIGADO CON AGUA CALIENTE. LA CÁMARA DA VUELTAS DE 360 GRADOS PARA MOSTRAR LA RÁPIDA ROTACIÓN EN EL INTERIOR DEL TAMBOR.

DE REPENTE, EL MOVIMIENTO SE DETIENE. DESDE El INTERIOR DE LA MÁQUINA, EL HOMBRE VE A UNA JOVEN MUY SEXY, EN MINIFALDA, QUE ENTRA EN LA LAVANDERÍA. LA JOVEN SE ACERCA HASTA LA MÁQUINA GIGANTE. VIENDO AL JOVEN EN EL INTERIOR, ABRE LA TAPA Y LE SONRÍE. ÉL ESCUPE UN CHORRO DE AGUA ENJABONADA. ELLA SONRÍE AL VER EL PAQUETE DE ARIEL DEPOSITADO DELANTE DE LA MÁQUINA, METE LAS MANOS DEBAJO DE LA MINI Y SE QUITA LAS BRAGUITAS, QUE LANZA JUNTO AL HOMBRE DENTRO DEL TAMBOR ANTES DE CERRAR LA ESCOTILLA Y DE VOLVER A PONER LA MÁQUINA EN MARCHA. EL JOVEN MUERE AHOGADO HACIENDO BURBUJAS CON LA BOCA DELANTE DEL CRISTAL.

LOGO Y PRIMER PLANO DEL ENVASE ARIEL - LEMA «ARIEL ULTRA. LA LIMPIEZA ULTRA TAMBIÉN A MÁQUINA».

III. Él

Pero era la época en que los países ricos,

erizados de fábricas, repletos de almacenes,

habían descubierto una nueva fe,

un proyecto digno de continuados

esfuerzos por parte del hombre desde

hacía milenios: convertir el mundo

en una única e inmensa empresa.

René-Víctor Pilhes,
L'Imprécateur
, 1974

1

Según la Cruz Roja, mil millones de personas viven en chabolas, pero a Octave eso no le impide recuperar el apetito: mirad cómo se muerde las uñas; por algo se empieza. Durante un mes, y para que se sometiera a una cura de desintoxicación, Marronier lo ha enviado a la Casa de Reposo Bellevue (en el número 8 de la rue Onze-Novembre, en Meudon) porque el Centro de Kate Barry, en Soissons, estaba completo. Los patronos de los creativos son como los médicos-camellos del Tour de France: dopan a sus campeones para la competición y los reparan cuando se rompen la crisma. Así fue como Octave pasó de un HP a otro HP -de un Hotel Particular a un Hospital Psiquiátrico.

Cada mañana, pasea por el parque haciendo eslalon en-tre los robles centenarios y los enfermos mentales. Sólo lee a escritores suicidas: Hemingway, Kawabata, Gary, Chamfort, Séneca, Rigaut, Petronio, Pavese, Lafargue, Crevel, Zweig, Drieu, Montherlant, Mishima, Debord, Lamarche-Vadel, sin olvidar a las chicas: Sylvia Plath y Virginia Woolf. (Alguien que sólo lee a autores que se han suicidado es alguien que lee mucho.) Para gastarle una broma, sus ayudantes le han enviado un paquete de harina Francine por mensajería Chronopost. Al psiquiatra que supervisa su tratamiento no le hizo mucha gracia. Charlie le ha transferido por correo electrónico a su iBook el vídeo de una tía con un puño dentro del coño y otro en el culo. Recuperó la sonrisa. Su tratamiento experimental a base de BP897 debería liberarlo totalmente del síndrome de abstinencia de cocaína. Si todo transcurre según lo previsto, pronto podrá mirar una tarjeta de crédito sin sufrir un ataque de estornudos.

En el comedor se cruza con nuevas enfermedades. Su vecino de habitación, por ejemplo, le cuenta que es sidófilo (una nueva perversión sexual).

—Filmaba a chicas que se dejaban follar sin condón por un cómplice infectado de sida. La chica, por supuesto, nunca estaba al corriente. Luego, sin que ella lo supiera, la filmaba cuando salía de los laboratorios después de recoger los resultados de la prueba. El momento que más placer me proporcionaba era cuando la chica descubría que era sero- positiva. Me corría cuando ella abría el sobre. Yo inventé la sidofilia. Si supieras cómo molaba verla echarse a llorar a la salida del laboratorio con el informe «VIH +» en la mano. Pero tuve que dejarlo porque la policía me requisó todas las cintas. Primero estuve en la cárcel y luego me trajeron aquí. De todos modos, no tardaré en morir. Pero ahora estoy bien, estoy bien. Ahora estoy bien ahora estoy bien estoy bien estoy bien estoy bien estoy bien ahora estoy bien.

Tiene el cerebro escacharrado, babea un poco de puré de zanahorias sobre su vellosa barbilla.

—Yo también —dice Octave— sufro una psicopatía sexual bastante rara. Soy pasadófilo.

¿De verdad? ¿Y eso qué es?

—Una perversión que consiste en estar obsesionado por una ex. Pero yo también estoy bien estoy muy bien ahora todo va bien va bien pero que muy bien estoy bien bien bien.

Sophie no fue a visitarlo. ¿Estaba al corriente de su ingreso en el hospital? Al cabo de tres semanas, Octave se rió varias veces observando las muecas de los esquizofrénicos en el jardín: aquel espectáculo le recordaba la agencia.

—La vida está compuesta de árboles, maníaco-depresivos y ardillas.

Sí, ahora puede decirse que está mejor: se masturba seis veces al día. (Pensando en Anastasia relamiéndole el coño a Edwina, que se bebe su esperma.) (Vale, de acuerdo, puede que Octave no esté del todo recuperado.)

De todos modos, le había llegado la hora de cambiar. Era un producto excesivamente años ochenta, con su coca, mis trajes negros, su pasta y su cinismo de pacotilla. La moda había evolucionado: ya no se llevaba hacer ostentación de tu éxito y de tu trabajo sino fingir ser pobre y tener pinta de vagabundo. En los primeros años del nuevo siglo se imponía la discreción. Los estajanovistas profesionales intentaban, por todos los medios, dar la impresión de estar en paro y de no tener un duro. Se acabó el estilo Séguéla-escandaloso-moreno-sibarita-vulgar y los anuncios con persianas venecianas o un ventilador de techo filmados por Ridley Scott. Como todo, la publicidad también ha tenido sus modas: en los años cincuenta fueron los juegos de palabras con retruécano; en los años sesenta, la comedia; en los años setenta, las bandas juveniles; en los años ochenta, el espectáculo; en los años noventa, la disonancia. Ahora había que llevar un viejo par de Adidas, una camiseta Gap agujereada, unos tejanos Helmut Lang sucios, y retocarse la barba todos los días para dar la impresión de llevar una barba de tres días.

Había que llevar el pelo grasiento, descuidado, gorro, y poner cara de pocos amigos, como en la revista
Dazed & Confused
, y vender spots en blanco y negro en el que unos desgarbados anoréxicos tocaban la guitarra con el torso desnudo. (O bien limusinas que, a cámara lenta, circulaban sobre un fondo verdoso con colores saturados y unos chicos puertorriqueños jugando a voleibol bajo la lluvia.) Cuanto más monstruosamente forrado estuviera uno (con Internet las fortunas habían añadido tres ceros a su monto), más indigente tenía que parecer. Todos los nuevos millonarios llevaban zapatillas deportivas podridas. De hecho, Octave ha decidido que, cuando salga del asilo, le pedirá consejos de estilismo a su sosias indigente.

—Curiosa sensación: cuando era pequeño, el año 2000 pertenecía a la ciencia ficción. Debo de haber crecido porque, ahora, resulta que es el año pasado.

Octave ha tenido tiempo para meditar en aquella gran casa de finales del siglo XIX. Parece que en Meudon el tiempo transcurre lentamente. Octave deambula por el césped y recoge una piedra de dos mil años de edad. Contrariamente a los tubos de pasta de dientes, las piedras nunca mueren. La lanza lejos, a los pies de un árbol; allí seguirá cuando leáis estas líneas. La piedra quizás pase los próximos 2.000 años en el mismo lugar. Es así: Octave siente celos de una piedra.

Escribe:

Dame tus cabellos

tu cuerpo vigoroso

la sal de tus ojos

su azul riguroso

pero al no tener a nadie a quien dedicar esta cuarteta, se la regala a su amigo sidófilo antes de abandonar la Casa de Reposo Bellevue.

—Mándasela a una de tus víctimas. Ya verás lo excitante que puede llegar a ser observar la reacción de una mujer que lee algo distinto del resultado positivo de una prueba del sida.

—Déjame ver… Ah, no, estás loco, no, no, tu poema es demasiado serial killer.

2

Octave esperó al seminario de Senegal para formalizar su reaparición como sujeto emprendedor. La Rosse es como un ejército: de vez en cuando necesita conceder «permisos», que denomina «seminarios de motivación». El resultado son 250 personas montadas en varios autobuses camino del aeropuerto de Roissy. Muchas mecanógrafas casadas (sin sus maridos), contables neurasténicos (con sus ansiolíticos), directivos paternalistas, una telefonista con los cables cruzados, una petarda convertida en chica cañón desde que se tira al Director de Recursos Humanos y algunos creativos que se esfuerzan en reír para parecer creativos. Se canta como en un karaoke —si es necesario, se inventa la letra—. La gente se pregunta: ¿Quién acabará acostándose con quién? Octave tiene puestas sus esperanzas en las prostitutas locales, cuyos encantos su amiga Dorothy O'Leary, reportera de la cadena televisiva France 2, le ha elogiado. En cuanto a Odile, dieciocho años, espalda desnuda, una diadema en el pelo, babuchas como calzado, bolsa tejana en bandolera, chupetea un Chupa-Chups con sabor a Coca- Cola. Y «se hace preguntas». ¿Cómo identificar a una chica de dieciocho años? Fácil: no tiene arrugas, ni ojeras, sus mejillas están rellenas como las de un bebé, escucha a Will Smith en su walkman y «se hace preguntas».

Durante la ausencia de Octave, Odile fue contratada como becaria en prácticas y redactora. Sólo le gustan el dinero y la fama, pero finge ser una ingenua. Todas las chicas de hoy hacen lo mismo: mantener la boca entreabierta y los ojos embobados como Audrey Marnay en una serie fotográfica de Terry Richardson; en la actualidad, el colmo del arribismo consiste en fingir inocencia. Odile le cuenta a Octave cómo, un sábado por la tarde, estando sola, se hizo un piercing en la lengua:

—No, no hay anestesia, el tatuador se limita a tirarte de la lengua con una pinza para poderte clavar su clavo. Pero no resulta doloroso en absoluto, te lo aseguro, sólo un poco molesto para comer, bueno, sobre todo al principio, porque, además, a mí se me infectó y eso le daba un sabor a pus a todo lo que comía.

Siempre lleva puestas sus gafas negras («son cristales graduados»), sólo lee revistas anglosajonas (
Paper, Talk, Bust, Big, Bloom, Surface, Nylon, Sleazenation, Soda, Loop, Tank, Very, Composite, Frieze, Crac, Boom, Hue
). Se sienta junto a Octave y cuando se quita los walkman es únicamente para decir que ella ya no ve la tele, «menos "Arte" de vez en cuando». Octave se pregunta qué demonios está haciendo ahí (siempre la misma pregunta, desde su nacimiento). Odile le enseña un rascacielos colindante con la autopista:

—Mira… La ciudad de las cuatro mil viviendas. Yo vivo allí. Cerca del Estadio de Francia. De noche, con la iluminación artificial, es tan hermoso como
Independence Day.

Como Octave no responde, aprovecha para comparar su depilación con una colega.

—Esta mañana he ido a la esteticista. La depilación láser es superdolorosa, sobre todo en la ingle. Pero, de todos modos, me alegro de haberme depilado para siempre.

—Recuérdame que compre crema hidratante en el aeropuerto.

—¿A qué hora llegamos a Dakar?

—Hacia medianoche. Yo me iré directamente a la discoteca. Sólo tenemos tres noches, hay que aprovecharlas.

—Mierda, ¡me he dejado mi cinta de Lara Fabian!

—En el avión, para no deshidratarme, me desmaquillo, me hago un peeling y, ¡hop!, crema hidratante.

—Yo me hago las uñas. Mientras las de los pies se secan, ataco las de las manos.

Octave intenta no perder la concentración. Hay que resistir sin farlopa, asumir la realidad sin estimulantes, hay que integrarse en la sociedad, respetar a los demás, aceptar las reglas del juego. Quiere salir del hospicio con buenos auspicios. Esta es la razón por la cual lanza el siguiente globo sonda:

—Chicas, ¿os apetece un revolcón conmigo, rapidito, aquí te pillo aquí te mato? Le reprenden y a él le gusta.

—Pobre desgraciado.

—Antes la muerte.

Él sonríe.

—Os equivocáis al rechazarme. Las chicas dicen que sí demasiado tarde, cuando los chicos ya han renunciado, o demasiado pronto, cuando nadie les ha pedido nada.

—Además, estoy dispuesto a apoquinar cinco mil del ala.

—¡Pero habráse visto! ¡Nos está llamando putas!

—¿Te has mirado bien en el espejo? Ni por cien de los grandes.

Octave se ríe exageradamente:

—Tened en cuenta que Casanova pagaba a menudo a sus amantes, no hay nada deshonroso en esa costumbre.

Y luego les muestra la ecografía que ha recibido por correo.

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