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Authors: Frédéric Beigbeder

13,99 euros (9 page)

Lo eligieron a él porque Joe Pytka estaba ocupado y porque Jean-Baptiste Mondino rechazó la oferta. Todo el mundo sigue con la punta del dedo su texto sobre las fotocopias, igual que en un parvulario. De repente, un operario uniformado de azul entra en la sala sin llamar, suspira y pone en marcha el magnetoscopio.

—Gracias, Gegé —dice Jef—, ¿qué sería de nosotros sin ti?

—Zopencos —responde Gegé al salir de la sala.

Jef se esfuerza en sonreír.

—Je, je, je, menudo es Gegé. Bueno, vamos a ver ahora la recomendación de casting.

Los catorce zopencos contemplan entonces cómo la hermosa Tamara, desnuda con un Wonderbra negro, mira a la cámara, mordiéndose los labios y declara:

—Mi sueño es hacer este trabajo… además del otro. Me paso el día corriendo de un casting a otro. Sólo que hay tantas chicas y tan poco trabajo… (corte).

Rápidamente, tomas la palabra para recordar que se trata de un casting en bruto, una modelo excepcional que fiImaste por casualidad y que, mañana mismo, un «call back» va a concertar una cita con ella con el objetivo de hacerle interpretar el texto exacto.

Alfred Duler pregunta si se podrán hacer retoques en la fase de posproducción para aclarar el color de su piel.

—Claro, ningún problema. La dejaremos totalmente ABR (Azul. Blanco. Rojo).

Su jefe de producción, un enorme bulto embutido en un traje chaqueta de Zara, sólo abrirá la boca en todo el día para decir lo siguiente:

—Lo que hace falta es suscitar el deseo.

Impresionante, toda esta gente a la que nadie le echa un polvo y que, sin embargo, trabajan noche y día para despertar el deseo de millones de consumidores.

La productora-tv escribe en su bloc de notas: «OK Tamara a la espera de callback y presupuestar paint-box para aclarar rostro.»

Alfred Duler toma de nuevo la palabra:

—Quisiera señalar que estamos muy contentos de trabajar con Enrique, cuya cinta demo nos parece fantástica, y, sobre todo, porque sabemos que se trata de alguien que sabe ser profesional en su tratamiento visual de la publicidad.

(Traducción simultánea: «Hemos elegido a un realizador dócil que no cambiará nada al guión que se le venda».)

—Y, Enrique, aprecio lo que acabas de decir respecto a la marca. Todos los que estamos aquí sabemos que esto no es el Club de los Poetas. Es crucial que se identifique bien el logo de Madone desde el primer plano del spot.

—Sí, sí. He pensado en hacer un pack-shot muy luminoso.

—Efectivamente —aprueba Jef—, el conjunto tendrá un clima soleado muy clean.

La estilista toma entonces la palabra:

—Habíamos comentado que resultaría interesante que, a nivel de vestuario, la cosa no fuera demasiado tristona.

Muestra unas camisetas de colores a la concurrencia.

—Podemos optar por el rojo, y cositas flashy como éstas.

—Sí —dice uno de los jefes de productos para justificar su presencia en esta PPM (y, por extensión, en el seno de la empresa Madone)—, claro, pero necesitaríamos un estilismo de entretiempo para poder utilizar el spot a lo largo de todo el año.

—Respecto a lo que habíamos dicho en la reunión del doce —añade la controladora de gastos, inspectora de los trabajos terminados pagada por Madone para criticarlo todo y conseguir que se rebajen los honorarios (a excepción de los suyos)—, sería necesario un poco más de picardía.

—Por supuesto —comenta Jef—, eso ya se especificó el día doce.

Todos parecen estar flipando por un tubo. La estilista está más ruborizada que su camiseta.

—También he traído esta camisa…

Todo el mundo critica la camisa hasta que se dan cuenta de que el cliente lleva una idéntica.

—Escuchad —dice Charlie—, tenemos un contrato base, pero, de todos modos, podemos dejar cierto margen para la espontaneidad durante el rodaje, ¿no?

Todas las miradas se dirigen a Alfred Duler-es-un-imbécil.

—Me veo en la obligación de recordar que Madone firma un desglose del plan de rodaje y que si después no coincide con el montaje final, nosotros tiramos el spot a la basura. Tenemos un contrato; soy terminante en este punto.

Por supuesto —tiembla Jef—, la agencia se compromete a ceñirse a lo que les hemos mostrado.

Y la conversación continúa así durante horas. Cae la noche. Y tú lo anotas todo, escrupulosamente, como un notario -el escriba del desastre contemporáneo-. Porque esta reunión no es un simple «detalle» de la historia de la

Tercera Guerra Mundial.

—Añadir el adverbio «golosamente» al plan de intenciones del rodaje. Obligatoriamente.

—¿De verdad necesitamos treinta segundos? No podemos contar la misma historia en veinte segundos recortando iodos los planos?

—OK, cambiaremos el timing de los planos, pero corremos el riesgo de caer en un speed excesivo.

—Será hipercut.

—Mientras las expectativas ofrecidas por los sondeos no se resientan, creo que lo podemos dejar en veinte segundos.

—Reemplazar «golosamente» por «irresistiblemente» en el plan. Es muy importante poner el énfasis en este punto.

Considero esto una condición innegociable.

—Tenemos que conseguir un producto al que nadie pueda resistirse. Os recuerdo que el anuncio pasará por una prospección de mercado antes de ser emitido. Si nuestros estudios del consumidor no resultan convincentes en este punto, nos cargamos el spot.

—Les releo el plan de intenciones: «Consumo de producto: tras haber abierto el envase de Delgadín, la mujer lo comerá irresistiblemente con deleitación así como con su cucharita.»

—Octave, ¿hay algo que te divierte?

—Podríamos visualizar a la chica caminando con el producto en la mano…

—Ah, no. Eso sí que no. ¡Delgadín no es un yogur ambulante!

Anotas todo lo que dicen porque es demasiado real para ser bonito.

—Pasemos ahora a las localizaciones: Tony tiene la palabra.

—Hemos visitadou varias casas alruededor de Miami. Existen many possibilities: muy abierta o con big jardín, o más moderna, aquí ves la foto de la terrasa, pérgola, pero también podemos haser en una casa más tradicional, ¿sí?

—Pero —dice Enrique— danos tu opinión, ¿qué nos recomiendas?

—Mí parece good la casa classic con la escalinata en la entrada, es más beautiful para ti, I think. No hay que hacer una cosa aburrida, ¿no?

—Yo digo okay si todo está okay.

—Volvamos al planing de producto.

—Tiene que ser un yogur integrado en la vida, no sé, puesto sobre la hierba, para enfatizar la idea de naturaleza.

—Es un producto lúdico pero brutalmente saludable.

—Nuestro valor último —acabó soltando Duler— es el amor. Nuestros clientes compran amor —(eso le gustará a Tamara, piensas)—. ¡No estamos vendiendo un yogur, sino leche materna! Es por eso por lo que somos worldwide. ¡El amor es mundial! ¡Hay que pensar worlwide! ¡Reflexionar worlwide! ¡Cagar worlwide! Creo que ésa es la vocación de Delgadín.

De repente, Philippe entra sin llamar. Nos pide que continuemos, que nos comportemos como si él no estuviera allí, pero, de todos modos, empezamos la misma reunión desde el principio, sólo interrumpidos de vez en cuando por el timbre de su móvil, que no ha desconectado.

—Es una mujer-mujer. Lleva unos téjanos lavados a la piedra, así, ves, una camiseta de manga larga, hay que resaltar que es informal pero elegante.

—Es Sharon Stone en morena y más junior.

—¿Estáis seguros de la que las amas de casa middle class se identificarán con ella?

—Cuidado: es de clase media pero fun.

—No da la imagen de europea.

—Nosotros no tenemos nada contra los magrebíes, pero nuestro target corre el riesgo de no sentirse identificado.

—Es un poquito «meridional», eso está en la onda, la moda está en la tez mate a lo Inés Sastre-Jennífer López- Salma Hayek-Penélope Cruz.

—¿Quién es Salma Hayek?

—Enrique ha visto a ochenta chicas y ella es la que mejor recibe la luz.

—Responde a valores de la marca, libre, sensual, totalmente Delgadín.

—Es magnífica.

—Muy mona.

—¿Quién es Salma Hayek?

—Es cierto que transmite emoción a la cámara.

—No estoy en contra de aprobar esta elección después de visionar el call-back.

—«Ambiente de campo tranquilo pero dinámico. La hierba deberá ser verde pero mediterránea. Sonidos naturales, los pajaritos cantan.»

—Habrá que pensar en montar los grillos en la mesa de mezclas.

—¿Quién es Salma Hayek?

—Es la mujer latina de moda.

—Sale en la portada del
Vogue
inglés de septiembre.

—Ni idea.

La estilista al borde del ataque de nervios extiende veinte pares de gafas de sol sobre la mesa para que el cliente pueda elegir cuáles llevará Tamara sobre la cabeza. Al cabo de veinte minutos, acaban decidiendo llevarlas todas al rodaje para elegirlas in situ. (Se decide, pues, no decidir nada.)

—La música: cinco músicos han enviado maquetas. ¿Las escuchamos?

Demo 1:

—Demasiado moderno.

Demo 2:

—Demasiado hard.

Demo 3:

—Demasiado kitsch.

Demo 4:

—Demasiado lento.

Demo 5:

—Demasiado vulgar.

«Para action», anota la productora, «pedir a los músicos revisión de su trabajo.»

—Me opongo al contrapicado en el plano degustación. Me preocupa que la chica aparezca deformada. Preferiría algo más clásico al nivel de la marca.

Y es entonces cuando Charlie gana su almuerzo en el restaurante Apicius:

—¿Te parece ansiógeno? Podemos minimizarlo.

El presidente Philippe se levanta
entonces
y, antes de abandonar la reunión, se da la vuelta hacia la productora-tv de la agencia:

—Excelente reunión, Martine, bravo, buen trabajo, ¿eres nueva aquí? Bienvenida a la Rosse, Marc ha acertado al contratar a gente tan súper como tú.

—Philippe, me llamo Monique
y
hace cinco años que trabajo aquí —responde entonces la productora-tv con una frialdad totalmente justificada.

7

Y ahora eres tú el que está delgadín. Has perdido 17 kilos en tres meses. Ya sólo te alimentas por vía nasal. Cada mañana, te despiertas con un bloque de tiza sólida en tu enyesada nariz. Llegas al despacho a las 17.35 horas. Cuando Marc Marronier te lo echa en cara, respondes:

—Me declaro en huelga hasta que me despidas.

—¿Qué ocurre? ¿Quieres un aumento?

—No, quiero dejarlo todo.

—¿Quién te ha llamado? ¿CLM? ¿BDDP?

—¡No, hombre, hablo en serio! ¿No te das cuenta de que me estoy muriendo? ¡Mira cómo he adelgazado!

—Parecerse a Kate Moss nunca ha constituido un motivo de despido.

—Acabaré muriéndome de un tumor cerebral.

—Imposible, tú no tienes cerebro.

—¡Pero si cada vez soy menos gran público!

—Lo sé, pero te necesitamos para hablar con los CSP++++.

Llevas un traje Eric Bergère, una camisa Hedi Slimane para Saint Laurent Rive Gauche-Hommes, zapatos Berluti, un reloj Royal Oak de Audemars Piguet (a la espera del Samsung. Watch Phone, que es también teléfono móvil), gafas StarckEyes, calzoncillos Banana Republic comprados en Nueva York. Eres el propietario de un apartamento de cinco habitaciones en Saint-Germain-des-Prés, decorado por Christian Liaigre. También tienes:

—una cadena hi-fi Bang & Olufsen vertical con 10 lectores de CD programables a distancia

—un teléfono Cosmo doble-banda GSM equipado con un data-fax incorporado

—seis sillas Louis XV heredadas de la casa de tus abuelos

—una butaca «Barcelona» diseñada por Mies van der Rohe

—una estantería Jean Prouvé que contiene la totalidad de La Pléiade (todavía por abrir)

—un magnetoscopio tri-standard Sony

—la nueva Fiat TV de Philips

—un lector de DVD portátil Sony Glasstron

—una tumbona de Charles Eames (1956)

—una Playstation Sony

—una nevera con doble puerta General Electric (llena de caviar oscietre Petrossian, de foie gras mi-cuit trufado de La Petite Auberge y de champán Cristal de Roederer) con congelador gigante y distribuidor automático de cubitos

—una videocámara digital Sony PC1 (360 gramos, 12 cm de altura, 5 cm de ancho)

—una cámara fotográfica digital Leica Digilux Zoom

—24 copas de cristal Puigforcat

—tres litografías originales de Jean-François Jonvelle

—un Basquiat de tres metros cuadrados y un dibujo de David Hockney

—un cartel de Jean Cocteau

—una mesa auxiliar de ébano Modénature

—veinte camisas Prada y veinte camisetas Muji

—diez jerséis de cachemir, dieciocho de hilo Tsé de Huseyn Chalayan y diez Lucien Pellat-Finet (todo lo que no es cachemir te produce unos picores insoportables, salvo la vicuña)

—un armario que contiene toda la colección APC de las diez últimas temporadas

—un cuadro de Rubén Alterio

—diez pares de gafas Cutler and Gross

—un cuarto de baño totalmente amueblado por Calvin Klein (toallas, albornoces, jaboneras, productos de belleza, perfumes, salvo las lociones, que son de Kiehl's en Nueva York)

—el iMac de color rosa con el que estás escribiendo este libro, un iBook de color naranja conectado a Internet sin cable y una impresora color Epson Stylus 740.

La mayor parte de los otros objetos que posees son de Colette. Cuando no son de Colette, significa que son de Catherine Memmi. Cuando no son ni de Colette ni de Catherine Memmi, significa que no estás en tu casa.

Raramente cenas en restaurantes de menos de 100 euros por persona. Cuando viajas, sólo te hospedas en los Reíais et Cháteaux. En avión, hace tres años que sólo viajas en Business Class (si no lo haces, te entra tortícolis al dormir) con una manta de cachemir (si no lo haces, te pica; véase más arriba). A título informativo, el viaje de ida y vuelta París-Miami en Business Class cuesta 62.000 francos (10 kiloeuros).

Con todas estas cosas que te pertenecen, y la vida confortable que llevas, lógicamente, estás obligado a ser feliz. ¿Por qué no lo eres? ¿Por qué hundes sin cesar tu nariz en la farlopa? ¿Cómo se puede ser infeliz con 2 millones de euros en la cuenta bancaria? Si tú estás abajo de todo, entonces, ¿quién está arriba?

El otro día te pusiste a llorar delante de la tienda Bon-point de la rué de la Université. Delante de unas cunitas de madera blanca, lámparas en formas de ositos, zapatillas gris perla talla tres meses, baberos de 360 francos, un minijersey de 620 francos, y llorabas como un imbécil y las clientas salían de la tienda horrorizadas, convencidas de que aquel pobre tipo que lloraba delante de la tienda había perdido a su hijo en un accidente de circulación, pero tú no necesitas ningún accidente para perder a tu hijo.

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