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Authors: Frédéric Beigbeder

13,99 euros (7 page)

—¿Tienes un momento para que te haga una pregunta o estás muy liado?

Jean-François, el comercial que lleva Madone, se asoma a la puerta de tu despacho.

—Charlie está comprando material de arte, vuelve a pasar a primera hora de la tarde.

—OK —dice—, no dudes de que el asunto Delgadín va a necesitar algún retoque. Debemos tomárnoslo con más calma.

—La seducción, la seducción, ése es nuestro sacerdocio, no hay nada más sobre la Tierra, ése es el único motor de la humanidad.

Te mira con una expresión extraña.

—Dime, ¿estás seguro de que has descansado bien este fin de semana?

—Estoy en plena forma para enfrentarme a una nueva semana en mi condición de Asalariado de la Sociedad del Espectáculo. ¡Pongamos rumbo hacia el Cuarto Reich!

J-F se acerca y se queda mirando la punta de tu nariz.

—Tienes una cosita blanca aquí.

Te quita el polvo de la napia con el reverso de su manga, y prosigue:

—Dentro de un rato quizás tenga una cita fuera, pero, de todos modos, puedes localizarme en el móvil.

—Mmm, Jef, cómo me gusta localizarte en el móvil.

Al cabo de un rato, Charlie regresa y se sienta delante de mí. Charlie es una torre: está tan cachas como tú endeble. Charlie es un hombre feliz o, por lo menos, finge serlo a la perfección. Tiene mujer y dos hijos; se toma la vida de forma constructiva —cada uno conjura el absurdo universal a su manera—, Charlie te perdona tus excesos. Charlie te cae bien porque te compensa. Él fuma porros mientras que tú te insensibilizas los dientes. Se pasa el día intentando descubrir las peores imágenes ultrapornográficas en Internet: por ejemplo, una mujer chupándosela a un caballo; un tipo que se clava los testículos sobre un tablón de madera; una mujer enorme metiéndose un puño de plástico entre las piernas; todo esto le parece «entretenido».

—¿Has visto
The Grind
, en la MTV? Creo que habría que hacer algo con toda esta multitud sentimentalmente nula, con esta estética de lo superficial, con esta aglomeración prostibularia.

Charlie asiente mientras se lía un porro: Ah, sí, ese programa es increíble. Podríamos proponerle a Delgadín que lo patrocinara. Y, para los anuncios, podríamos seleccionar extractos de veinte segundos y añadirles el logo en la parte superior derecha, en lugar del logo de la MTV…

—Buena idea. ¡Veríamos a los chicos cañón y a las lías buenas moviendo el esqueleto en el canal «Delgadín TV»! ¡Incluso podríamos colocarle el producto a la CNN! ¡Y alternarlo con fiestas temáticas sobre el terreno copatrocinadas por «Grind- Delgadín»!

—¡Sí! ¡Y, con tantas horas de programación, podríamos emitir extractos diferentes cada día: sería el primer anuncio sin repeticiones!

—Eso sería genial para la repercusión en prensa. Anota todo lo que acabas de decir para incluirlo en el comunicado de lanzamiento.

—OK, pero ¿cómo introducimos el concepto «Delgadín, la belleza inteligente»?

—Ya lo he pensado. Escucha esto. Vemos a centenares de jóvenes bailando música house, junto a una gigantesca piscina, bajo un cielo azul eléctrico. Y de repente, al cabo de veinte segundos, aparece una frase: «DELGADÍN. Y ESO QUE TODAVÍA NO LES HABÉIS OÍDO HABLAR.»

—¡Octave, eres un genio!

—¡No, Charlie, tú eres el mejor!

—Lo sé.

—Yo también.

—Un besazo.

—Me encanta lo que haces.

—No, me encanta lo que ERES.

Sin demora, escribes la nueva propuesta, mientras Charlie localiza un nuevo vídeo en la web: se trata de un tipo que ha instalado un vibrador en el extremo de una taladradora; de este modo, puede barrenar la vagina de una adolescente al mismo tiempo que ella chupa su tampón usado. Entretenido, en efecto.

A la mañana siguiente, le enseñas el nuevo guión a Marronier, que opina como un jefe (normal, es el jefe):

—Sigue resultando invendible, pero si os divierte, intentadlo, adelante. Lo único que te pido, Octave, es que no vuelvas otra vez con tus graffitis en plan Charles Manson en las instalaciones de nuestros queridísimos clientes.

Luego, localizas al comercial en su teléfono insoportátil.

—Jean-François, tenemos algo.

—¡Yupeka!

(Se trata de la contracción de «yupi» y «eureka».)

—Pero necesitamos tres semanas.

Silencio al otro lado del inalámbrico.

—¿Estáis chiflados o qué? ¡Tengo que presentarles algo la semana que viene!

—Quince días.

—Diez.

—Doce.

—Once.

—Enviémosle una cinta del programa esta misma tarde —tercia Charlie—. En Madone estarán tan impresionados de que hayamos reaccionado tan deprisa que comprarán la idea sin pensárselo.

J-F añade que «es un discurso muy producto pero que se basa en un discurso- marca federativo» (fin de la cita). Tú aplaudes. Se ha repetido muchas veces que los creativos desprecian a los comerciales y viceversa. No es cierto: se necesitan mutuamente, y en una empresa uno sólo quiere a aquellos individuos a los que necesita; a los demás, los conoces el día de su fiesta de despedida. Charlie se mantiene en forma. Y, de todos modos, cuando Charlie interviene, nadie discute.

3

Sophie te dijo adiós como te habría dicho buenos días.

Comes solo. Antes tenías demasiados amigos y ahora no tienes ninguno.

Eso significa que nunca los tuviste.

Bebes, tu chaqueta apesta a raclette.

Es divertido.

«Déjame dejarte, deja que me marche, déjame convertirme en un joven gilipollas», le dijiste.

Sales sin ponerte las gafas para no ver nada más allá de un metro.

La miopía es tu primer lujo. Todo está maravillosamente desenfocado, como en un videoclip.

Todo es superficial.

Pórtate bien.

Estás en punta de la sociedad de consumo
y
en la cima de la sociedad de la comunicación.

Pides un sushi de foie gras salteado con pimienta de Sichuan con chutney de pera, sobre fondo de salsa de ternera, soja y vinagre balsámico.

Delante de ti, una chica sonríe.

La amas. Ella nunca lo sabrá.

Qué lástima.

Ha sido un hermoso minuto.

Apoyado en la barra, sueñas con nuevas mujeres. Has tardado mucho en saber lo que querías de la vida: soledad, silencio, beber, leer, drogarte, escribir y, de vez en cuando, hacer el amor con una hermosa mujer a la que nunca volverás a ver.

Sin embargo, ésa es la hora en la que los creativos se la hacen chupar. Pasando por el bosque de Boulogne, te detienes para comprar una felación sin preservativo. Veinte minutos más tarde, regresas a la agencia.

—¡Echadme!

En el vestíbulo de la Rosse, gritas pero nadie te oye.

—¡Echadme!

Algunos becarios rompen a reír y te señalan con el dedo, creen que estás bromeando, aprovechan para exagerar mondándose de tus patéticas bromas.

—¡Echadme!

Pero en ese espacio abierto nadie te oye gritar. Y, en ese momento, comprendes de que se están mondando todos: llevas manchas de carmín en la bragueta de tus téjanos blancos.

Durante todo el día, tus frases se repiten en televisión: «NO INNOVES, IMITA», «¿POR QUÉ VIVIR SIN KRUG?», «GOLFA. EL PERFUME QUE NOS ENCANTA ODIAR», «RADIO NOVA SIEMPRE ES DIFERENTE», «KENZO JUNGLE, INTENTAD DOMESTICARLO UN POCO», «VIAGRA, Y OLVÍDATE DEL BRIDGE», «EUROSTAR. ¿POR QUÉ IR DE ROISSY A HEATHROW SI SE PUEDE IR DE LONDRES A PARÍS?», «CANDEREL. ERES GUAPA, ERES ESBELTA, ERES TÚ», «BOUYGUES TELECOM. ¿PREGUNTA POR EL FUTURO? NO SE RETIRE», LACOSTE. CONVIÉRTETE EN TUS PADRES», «CHANEL N.° 5. PRÊT-À-PORTER INTEGRAL».

¡Echadme!

Te gustaría tumbarte sobre el césped y llorar mirando al cielo. La publicidad consiguió que Hitler fuera elegido. La publicidad se encarga de hacer creer a los ciudadanos que la situación es normal cuando no lo es. Como esos agotelos nocturnos de la Edad Media, parece gritar constantemente: «Dormid, buena gente, es medianoche, todo va bien, pan, vino, Boursin, bueno, bonito, Dubonnet, aúpa, Wasa, Mini-Mir, Mini- Precio, pero aspira a lo máximo.» Dormid, buena gente, «Todo el mundo es infeliz en el inundo moderno», avisó Charles Péguy. Es cierto: los parados son infelices por no tener trabajo, y los que trabajan por tenerlo. Dormid tranquilos, tomad vuestro Prozac. Y, sobre todo, no os hagáis preguntas. Hier ist kein warum.

Hay que admitir que lo que ocurre en la superficie de este planeta no es demasiado importante a escala universal. Lo que un terrícola pueda escribir sólo será leído por otro terrícola. Es probable que a las galaxias les importe un bledo saber que el volumen de negocio de Microsoft equivale al PNB de Bélgica y que la fortuna personal de Bill Gates está valorada en 100 mil millones de dólares. Trabajas, te relacionas con otros seres, te gustan ciertos lugares, te mueves sobre un pedrusco que da vueltas en la oscuridad. Podrías rebajar tus pretensiones. ¿Acaso no te das cuenta de que sólo eres un microbio? ¿Existe un Baygon contra un insecto tan nocivo como tú?

Sólo escuchas discos de artistas que se suicidaron: Nirvana, INX, Joy División, Mike Brant. Te sientes viejo porque estás muy orgulloso de escuchar tus 33 revoluciones de vinilo. En Francia tienen lugar 12.000 suicidios anuales, lo que representa más de un suicidio por hora durante todo el año. Si hace una hora que estáis leyendo este libro, PAM, un muerto. ¿Dos horas si leéis lentamente? PAM, PAM. Y así sucesivamente. 24 cadáveres voluntarios por día. 168 interrupciones voluntarias de la vida por semana. Mil muertes elegidas al mes. Una hecatombe de la que nadie habla. Francia es una gigantesca secta del Templo del Sol. Según un sondeo de la empresa Sofres, el 13% de los franceses adultos han «pensado seriamente» en matarse alguna vez.

Cada mañana consultas cuatro tipos de mensajerías: el contestador automático de tu domicilio, el de tu despacho, el buzón de voz de tu teléfono móvil y los e-mails de tu iMac. Sólo el buzón de tu casa permanece desesperadamente vacío. Ya no recibes cartas de amor. No recibirás nunca más hojas de papel cubiertas de una tímida caligrafía e impregnadas de lágrimas y perfumadas de amor y dobladas con emoción, con la dirección cuidadosamente copiada en el sobre, como una imprecación para el cartero: «No te pierdas por el camino, oh cartero, lleva esta importante misiva a su tan deseado destino…» La gente se mata porque ya sólo recibe correo comercial.

Cedes a la tentación de los UVA. Cuando te sientes deprimido, o sea siempre, te pagas una sesión de ultravioletas, Eso provoca que cuanto más deprimido estás, más moreno le pones. La tristeza te sienta bien. La desesperación es tu impacto solar. ¿Cómo detectar que eres infeliz? Tu rostro rebosa vitalidad. Crees que estar moreno te permite mantenerte joven cuando es todo lo contrario: se reconoce a las viejas momias por su bronceado permanente. Hoy día, sólo los viejos tienen tiempo para dorarse la píldora. Los jóvenes están pálidos e inquietos mientras que los viejos están morenos y sonríen (al estar su jubilación pagada por los primeros). Parecerte al asesor de imagen Jacques Séguéla, ¿es a eso a lo que aspiras? Los UVA van a acabar achicharrándote.

Ocurrió en Méga-rail, suburbio de reparto… La excusa de la cocaína. Hay muchas cosas que no te habrías atrevido a hacer sin ella, como abandonar a Sophie o escribir una historieta como ésta. La coca sirve de coartada para todo. Al escribir este libro en tu ordenador, te crees un agente secreto infiltrado en el nudo del sistema, un topo encargado de espiar, cual submarino, los engranajes de la intoxicación de opinión. (Después de todo, la CIA ¿no es también una agencia?) A la vez mercenario y espía, acumulas las informaciones top-secret en tu disco duro. Si alguna vez te descubren, te torturarán hasta que devuelvas los microfilms. Tú no hablarás, le echarás la culpa a la droga. Cuando te sometan a un detector de mentiras, jurarás por lo más sagrado que en toda esta desventura tú sólo fuiste… un peón.

Cada día, al salir de casa, te cruzas con un indigente que se parece a ti. Es tu sosias: delgado, alto, pálido, las mejillas hundidas. Eres tú con barba, eres tú sucio, eres tú mal vestido, eres tú maloliente, eres tú con un aro en la nariz, eres tú sin dinero, eres tú con un aliento de chacal, eres tú dentro de poco, eres tú cuando la rueda de la fortuna gire, eres tú echado en el suelo sobre una reja de ventilación del metro, con los pies descalzos y ensangrentados. No le compras
La Farola
. De vez en cuando, grita con todas sus fuerzas: «¡QUIEN SIEMBRA VIENTOS RECOGE TEMPESTADES!», y se vuelve a dormir.

Pasas noches enteras delante de tu Playstation. Por 189 francos TTC, te has abonado al club Playstation. Siete veces al año recibes «CD demos con incitación a la compra y un cuestionario de evaluación que permite a
Sony
calibrar los niveles de consumo, las intenciones de adquisición, tu grado de satisfacción y tus sugerencias».

Te arrastras durante horas en el supermercado, sonriendo a las cámaras de seguridad. Otra de las cosas que has oído en tu trabajo: dentro de poco, las cámaras no sólo servirán para detener a los cleptómanos. Las web-cams de infrarrojos, escondidas en los falsos techos y conectadas al ordenador central, permitirán a los distribuidores conocer tus hábitos de consumo identificando el código de barras de la mercancía que compras y proponerte ofertas, invitarte a probar nuevos productos, orientarte a través de la megafonía hacia las secciones que tú prefieres. Pronto, no será necesario ni que te desplaces: las marcas conocerán tus gustos, ya que tu nevera estará conectada a la red, e irán directamente a casa a llevarte los productos que te faltan, y toda tu vida será catalogada e industrializada. ¿No es una maravilla? Saluda a la cámara. Es la única amiga que tienes.

Acabas de recibir un sobre marrón formato A4. La esperanza es lo último que se pierde: alguien ha acabado por escribirte. Lo abres para encontrar una extraña fotocopia láser en blanco y negro. Tipografías rudimentarias desgranan algunas cifras: «43 5.0 bg4 fr 15 pse12 rj33 gm f 2, alr 1 i/1 ml dr55» con la fecha y la hora en la parte superior izquierda. Te quedas perplejo. Entre las manchas blancas sobre fondo gris, observando con detenimiento, acabas descubriendo un ojo extraterrestre que te mira fijamente, dos brazos, el principio de una nariz, aquí quizás alguna cosa que recuerda una oreja….

Identificas una ecografía. Esta obra de arte abstracto viene acompañada por una nota manuscrita. Es la primera y la última vez que ves a tu hija. Sophie.»

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