Authors: Frédéric Beigbeder
Luego, algunos amigos de amigos la hicieron circular:
—¿Un tirito?
Más tarde, los amigos de tus amigos se convirtieron en camellos.
Luego, uno de ellos falleció de sobredosis y el otro acabó en la cárcel. Al principio, la tomaste sólo para probar, de manera ocasional, más adelante para sentirte un poco más canalla los fines de semana. Más tarde, para intentar volver a divertirte, entre semana. Y, finalmente, te olvidaste de que servía para divertirse, te limitaste a tomarla cada mañana para quedarte igual, y te entran ganas de cagar cuando la cortan con laxante, y se te irrita la nariz cuando la cortan con estricnina. Pero no te quejas: si no esnifaras, te verías obligado a hacer puenting enfundado en un traje de color verde fluorescente, o a patinar con unas grotescas rodilleras, o a practicar el karaoke en un restaurante chino, o el racismo con unos skinheads, o la gimnasia con viejos adonis, o las quinielas en solitario, o el psicoanálisis con un diván, o el póquer con unos fulleros, o Internet, o el sadomasoquismo, o un régimen de adelgazamiento, o el whisky de apartamento, o la jardinería, o el esquí de fondo, o la filatelia urbana, o el budismo burgués, o el multimedia de bolsillo, o el bricolaje en grupo, o las orgías anales. Todo el mundo necesita actividades para, en teoría, «desestresarse», pero te das perfecta cuenta de que, en realidad, la gente no hace más que defenderse.
Desde que vives solo, te masturbas demasiado a menudo viendo tus películas de vídeo. Siempre tienes trozos de Kleenex pegados a los dedos. Cuando abandonaste a Sophie, ya la avisaste de que preferías las putas.
—Te soy fiel: eres la única persona a la que tengo ganas de engañar.
¿Por cierto, cómo ocurrió? Ah, sí, estabas cenando con ella en un restaurante cuando, de pronto, te comunica que espera un hijo tuyo. Este flashback no constituye un recuerdo demasiado agradable. De repente, un largo monólogo, imposible de detener salió de tu boca. Le soltaste lo que todos los tíos del mundo sueñan decirle a todas las mujeres embarazadas:
—Me gustaría tanto que lo dejáramos… Te ruego que me perdones… Te lo suplico, no llores… Sólo sueño con una cosa: que nos separemos… Me moriré solo como una mierda… Vete, lárgate, rehaz tu vida ahora que todavía eres guapa… Aléjate de mí… Lo he intentado, créeme, lo he intentado, pero no lo consigo… Me ahogo, no aguanto más, no sé ser feliz… Deseo estar solo y tener únicamente aventuras pasajeras… Quiero viajar como soltero a ciudades extranjeras… Soy incapaz de educar a un niño porque yo mismo soy un niño… Soy mi propio hijo… Cada mañana, vuelvo a nacer… No tuve padre, ¿cómo quieres que lo sea? No quiero que me quieras… Yo…
Eran muchas frases en primera persona del singular. Sophie replicó:
—Eres un monstruo.
—Si yo soy un monstruo y tú me quieres, entonces eres tan estúpida como la novia de Frankenstein.
Sophie te miró de arriba abajo, se levantó de la mesa y salió de tu vida sin recuperar el aliento. Y lo raro es que, mientras ella se marchaba llorando, tú te dabas perfecta cuenta de que el que huía eras tú. Espiraste e inspiraste; sentías ese «alivio cobarde» que sucede a todas las separaciones; escribiste sobre la servilleta de papel: «Las rupturas son los Munichs del amor», y también: «Lo que la gente denomina ternura, yo lo llamo: miedo a dejarlo», y también: «Con las mujeres siempre ocurre lo mismo: o te importan un bledo o te dan miedo». Cuando no te importan un bledo significa que estás aterrorizado.
Cuando una chica le comunica a su pareja que espera un hijo, la pregunta que INMEDIATAMENTE se hace el tío no es: «¿Quiero tener ese hijo?», sino «¿Debo continuar con esta chica?».
Al fin y al cabo, la libertad sólo es un mal momento por el que hay que pasar. Aquella noche, decidiste regresar al Bar bitúrico, tu lupanar favorito. Se supone que los prostíbulos están prohibidos en Francia; sin embargo, sólo en París, hay más de cincuenta. Allí, cuando entras, todas las chicas te adoran. Tienen dos grandes virtudes:
1) Son hermosas.
2) No te pertenecen.
Pides una botella de champán, invitas a una ronda, y de repente allí las tienes, acariciándote el pelo, lamiéndote el cuello, insinuando sus uñas en tu camisa, rozando tu bragueta que se hincha, susurrándote delicadas obscenidades al oído:
—Eres muy mono, me encantaría chupártela. ¡Sonia, mira qué monada! Tengo prisa por ver qué cara pone cuando se corra en mi boca. Méteme su mano en mis braguitas para que note lo mojada que estoy. Tengo el clítoris que vibra, aquí, ¿sientes su latido con tu dedo?
Tú las crees a pies juntillas. Te olvidas dé que les pagas. Por supuesto que sospechas que, en realidad, Joanna se llama Janine, pero hasta que te has corrido no te importa lo más mínimo. Allí estás, gallo mimado entre gallinas de lujo. En el sótano del Bar Bitúrico, mamando asiliconados pezones. Ellas te amamantan. Largas lenguas cubren tu rostro. Te justificas en voz alta:
—Para reparar tu coche, lo mejor es acudir a un mecánico. Para construir tu casa, es preferible contactar con un buen arquitecto. Si caes enfermo, vale más consultar a un médico competente. ¿Por qué el amor físico iba a ser el único campo en el que no deba recurrirse a un especialista? Todos nos prostituimos. El noventa y cinco por ciento de la gente aceptaría acostarse si les ofrecieran diez mil francos. Cualquier tía te la chuparía por la mitad de dinero. Primero se hará la ofendida, no presumirá de ello delante de sus amigas, pero creo que, a cambio de cinco de los grandes, te hará lo que tú quieras. E incluso por menos. Puedes tener a quien te propongas, sólo es cuestión de tarifa: ¿te negarías a chuparla a cambio de un millón, diez millones, cien millones? El amor es casi siempre hipócrita: las chicas hermosas se enamoran (sinceramente, así lo creen de todo corazón) de tíos que, casualmente, están forrados, candidatos a ofrecerles una hermosa y lujosa vida. ¿Acaso no son lo mismo que las putas? Sí.
Joanna y Sonia aprueban tus argumentos. Siempre están de acuerdo con tus brillantes teorías. Dios los cría y ellos se juntan —ya que tú también te has vendido al Gran Capital.
Además, estas chicas son las únicas que son capaces de ponértela dura incluso con la nariz cargada hasta los topes y un condón sobre el pajarito, justo en el momento en el que sólo eres capaz de anunciar lo siguiente:
—No veas la paja en la nariz ajena sino la viga en los pantalones propios.
Te las das de provocador de vuelta de todo pero no eres así. No buscas a las prostitutas por cinismo, qué va, al contrario, sino porque el amor te asusta. Te proporcionan sexo sin sentimientos, placer sin dolor. «La verdad es un momento de falsedad», escribió Guy Debord, retomando a Hegel, y ambos eran más inteligentes que tú. Esta frase describe perfectamente el ambiente de los bares de alterne. Con las prostitutas, la falsedad constituye un momento de autenticidad. Por fin eres tú mismo. En compañía de una mujer digamos que «normal», uno tiene que esforzarse, presumir, ofrecer su lado bueno, en definitiva, mentir: es el hombre quien hace a la puta. Mientras que, en el prostíbulo, el hombre se suelta, ya no se esfuerza por causar buena impresión ni por mostrarse mejor de lo que es. Es el único lugar falso en el que por fin es auténtico, débil, hermoso y frágil. Habría que escribir una novela titulada: «El amor cuesta 3.000 francos».
Las mujeres de la vida te cuestan caras para que puedas ahorrarte a ti mismo. Eres demasiado cómodo para arriesgarte a enamorarte de nuevo, con todo lo que ello conlleva: palpitaciones, emociones fuertes, decepción repentina, Cumbres borrascosas. Para ti no existe nada más romántico que ir de putas. Sólo los seres realmente sensibles necesitan pagar para no arriesgarse a sufrir.
Pasados los treinta, todo el mundo se blinda: después de algunas decepciones amorosas, las mujeres rehúyen el peligro, salen con viejos imbéciles que las tranquilizan; los hombres ya no desean querer, prefieren tirarse a lolitas o a putas; todo el mundo se protege con un caparazón; uno no quiere volver a sentirse nunca más ridículo ni desgraciado. Echas de menos la edad en que el amor no causaba dolor. A los dieciséis años, salías con chicas y las dejabas o ellas te dejaban a ti sin problemas, en dos minutos, asunto liquidado. ¿Por qué, más adelante, todo pasó a ser tan importante? Km buena lógica, debería haber ocurrido al revés: dramas en la adolescencia, intrascendencia en la treintena. Pero no es el caso. Cuanto más envejece uno, más cómodo se vuelve. A los treinta y tres años somos demasiado serios.
Más tarde, cuando regresas a tu casa, te tomas tu Lexomil y dejas de soñar. Y es entonces, pobrecito, cuando consigues, en el lapso de algunas horas, olvidarte de Sophie.
Lunes por la mañana, te diriges hacia la Rosse con plomo en las piernas. Reflexionas sobre la despiadada selección del Rey Marketing. Antes existían sesenta variedades de manzana: hoy sólo sobreviven tres (la golden, la verde y la roja). Antes los pollos tardaban tres meses en convertirse en adultos; actualmente, entre el huevo y el pollo que se vende en el hipermercado sólo transcurren 42 días vividos en unas condiciones atroces (25 animales por metro cuadrado, alimentados con antibióticos y ansiolíticos). Hasta la década de los setenta, podían distinguirse diez sabores distintos de camembert normando; hoy quedan, como máximo, tres (por culpa de la normativa sobre la leche «termopasteurizada»). Nada de esto es obra tuya pero ése es el mundo al que perteneces. En una Coca-Cola (10.000 millones de francos de presupuesto en publicidad en 1997) ya no se añade cocaína, pero sí ácido fosfórico y ácido cítrico para producir una ilusión refrescante y crear una dependencia artificial. Las vacas lecheras se alimentan de piensos ensilados que fermentan y les producen cirrosis; también las alimentan con antibióticos que crean unas cepas de bacterias resistentes, que, más tarde, continúan desarrollándose en la carne que se comercializa (por no hablar de las harinas cárnicas que provocan la encefalitis esponjiforme bovina, no vale la pena abundar en este tema, sale en los periódicos). La leche de estas mismas vacas contiene un nivel de dioxinas cada vez más alto, debido a la contaminación de los pastos. Los peces de piscifactoría se alimentan, a su vez, con harinas de pescado (tan nocivas para las especies como las harinas cárnicas para el vacuno) y de antibióticos… En invierno, las fresas transgénicas ya no se congelan gracias a un gen extraído de un pez de los mares fríos. Las manipulaciones genéticas introducen pollo en la patata, escorpión en el algodón, hamster en el tabaco, tabaco en la lechuga, hombre en el tomate.
Paralelamente, cada vez hay más treintañeros víctimas de cáncer de riñón, de útero, de pecho, de ano, de tiroides, de intestinos, de testículos y los médicos ignoran cuáles son sus causas. Incluso los niños se ven afectados: aumenta el número de leucemias, se recrudecen los tumores cerebrales, las epidemias de enfermedades respiratorias crónicas en las grandes ciudades… Según el profesor Luc Montagnier, la aparición del sida no se explica únicamente por la transmisión del VIH (que él mismo descubrió), sino también por agentes corresponsables «relacionados con nuestra civilización»: se ha referido a «la contaminación» y a «la alimentación», que debilitarían nuestras defensas inmunológicas. Cada año, la calidad del esperma disminuye; la fertilidad humana está en peligro.
Esta civilización se basa en los falsos deseos que tú diseñas. Está a punto de morir.
En tu trabajo circulan muchas informaciones: así es como accidentalmente te enteras de la existencia de lavado- las irrompibles que ningún fabricante se atreve a poner en el mercado; de que un tipo inventó unas medias que no sufren carreras pero que una importante marca de pantis le compró su patente para destruirla; de que el neumático no pinchable permanece cerrado bajo llave (a costa de miles de accidentes mortales cada año); de que el lobby del petróleo hace todo lo que está en sus manos para retrasar la expansión del automóvil eléctrico (a costa de un aumento de la tasa de monóxido de carbono en la atmósfera que implica el calentamiento del planeta, llamado «efecto invernadero», probablemente responsable de numerosas catástrofes naturales de aquí al año 2050; huracanes, deshielo del casquete polar, elevación del nivel del mar, cánceres de piel, por no hablar de las mareas negras); de que incluso el dentífrico es un producto inútil, ya que toda la higiene dental radica en la acción de cepillárselos, la pasta de dientes sólo sirve para refrescar el aliento; de que los detergentes líquidos son intercambiables y de que, en realidad, es la máquina la que efectúa toda la operación de lavado; de que los discos compactos se rayan tanto como los de vinilo; de que el papel de aluminio está más contaminado que el amianto; de que la fórmula de las cremas solares no ha variado desde la guerra, pese al recrudecimiento de los melanomas malignos (las cremas solares protegen contra los UVB pero no contra los nocivos UVA); de que las campañas publicitarias de Nestlé para distribuir leche en polvo entre los recién nacidos del Tercer Mundo han supuesto millones de muertos (los padres mezclaron el producto con agua no potable).
El reino de la mercancía implica que esta mercancía se venda: tu trabajo consiste en convencer a los consumidores de que elijan el producto que se gastará más deprisa. Los industriales lo denominan «programar la obsolescencia». Te rogarán que cierres los ojos y que te guardes tus opiniones para ti. Claro es que, al igual que Maurice Papon, siempre podrás defenderte proclamando que no sabías nada, o que no podías actuar de otro modo, o que intentaste frenar el proceso, o que no tenías ninguna obligación de convertirte en un héroe… Pero eso no quita que, ni un solo día, durante diez años, dijiste ni mu. Sin ti, quizás las cosas habrían podido transcurrir de un modo distinto. Sin duda habríamos podido imaginar un mundo sin vallas omnipresentes, pueblos sin letreros Quetodoloafean, esquinas sin fast- foods, y gente por la calle. Gente conversando. No era obligatorio que la vida se organizara así. Tú no buscabas esta in- felicidad artificial. Tú no fabricaste todos estos autos inmóviles (25.000 millones de coches sobre la Tierra en 2050). Pero no hiciste nada para redecorar el mundo. Uno de los diez mandamientos de la Biblia dice: «No te harás escultura ni imagen alguna ni de lo que hay arriba en los cielos[…] no le postrarás ante ellas.» Así pues, estás como todo el mundo, pillado en flagrante delito de pecado mortal. Y el castigo divino ya sabes cuál es: es el Infierno en el que estás viviendo.