Authors: Frédéric Beigbeder
Me veía a mí mismo como una especie de Che Guevara liberal, un rebelde con chaqueta Gucci. ¡Era el subcomandante Gucche! ¡Viva el Gucche! Excelente marca. Muy buena memorización. Dos problemas en cuanto a preceptor:
1) suena como «Duce»;
2) el mayor revolucionario del siglo XX no es el Che Guevara sino Mijaíl Gorbachov.
De noche, al regresar a mi gigantesco apartamento, a veces me costaba conciliar el sueño pensando en los indigentes sin hogar. En realidad era la coca lo que me mantenía despierto. Su sabor metálico me subía a la garganta. Me masturbaba en el cuarto de baño antes de tragarme un Stilnox. Me despertaba hacia el mediodía. Ya no tenía mujer.
Creo que, en el fondo, sólo deseaba hacer el bien a mi alrededor. No fue posible por dos razones: porque me lo impidieron, y porque abdiqué. Las personas movidas por las mejores intenciones siempre son las que acaban convirtiéndose en monstruos. Hoy sé que nada va a cambiar, es imposible, es demasiado tarde. No se puede luchar contra un adversario omnipresente, virtual e indoloro. Contradiciendo a Fierre de Coubertin, yo diría que en la actualidad lo importante es no participar. Hay que desaparecer como Gauguin, Rimbaud o Castaneda, eso es todo. Marcharse a una isla desierta con Angélica que embadurna con aceite los pechos de Juliana, que te chupa el dardo. Cultivar tu plantación de marihuana esperando únicamente estar muerto antes de que llegue el fin del mundo. Las marcas han ganado la World War III contra los humanos. La particularidad de la Tercera Guerra Mundial es que todos los países la han perdido al mismo tiempo. Os daré una exclusiva: David nunca vence a Goliat. He sido un ingenuo. El candor no es una cualidad requerida en esta corporación. Me han engañado. Éste es, de hecho, el único punto que vosotros y yo tenemos en común.
He vomitado mis doce cafés en los servicios de Madone International y me he metido una raya para recuperarme. Me he rociado la cara con agua helada antes de regresar a la reunión. No me extraña que ningún creativo quiera trabajar para Madone. Te contagian su mala leche. Pero me quedaban otros guiones en la reserva: les he propuesto una parodia de Los Ángeles de Charlie pegando brincos, apuntando a la cámara con sus pistolas y de fondo una música soul de los años setenta; detenían a unos malhechores recitándoles poemas de Baudelaire (llaves de judo, patadas de kung-fu, volteretas y piruetas de apoyo); una de ellas mira entonces hacia el objetivo mientras le retuerce el brazo a un pobre gángster que gime de dolor; y luego declara:
—No habríamos podido proceder a esta detención sin Delgadín 0%, sabor de frutas. ¡Para estar en forma física y mentalmente!
Esta propuesta no ha obtenido más éxito que las siguientes: una parodia de una película estructuralista hindú, unas Chicas Bond en el psicoanalista, un remake de Wonderwoman dirigido por Jean-Luc Godard, una conferencia de Julia Kristeva filmada por David Hamilton…
El tonto de la aldea global proseguía con su diatriba contra el humor:
—Vosotros los creativos os creéis artistas, sólo pensáis en ganar premios en Cannes, pero yo tengo que rendir cuentas, me muevo en la encrucijada del Funciona/No funciona, tengo que conseguir que los estantes de los supermercados se vacíen, tengo imperativos, entiéndeme, Octave, me caes bien, tus chistes me hacen gracia, pero yo no soy el ama de casa de menos de cincuenta años, y nosotros trabajamos sobre un determinado mercado, tenemos que hacer abstracción de nuestro propio criterio y adaptarnos a nuestro objetivo, pensar en los expositores con forma de góndola de Vesoul…
—Venecia —le he corregido—. Dejemos que las góndolas sigan en Venecia.
Al procteriano no le ha hecho gracia. Ha continuado con una apología de los tests. Sus encorbatados submachacas no paraban de hacer garabatos en sus blocs de notas.
—Hemos organizado una reunión con veinte compradoras habituales y no han comprendido nada de vuestros delirios: el nivel de respuesta ha sido cero. Lo que quieren es información, ver el producto y conocer su precio, y punto. Además, ¿cuál es la llave visual en todo este asunto? Vuestras ideas creativas son muy bonitas, sí, pero yo soy como un vendedor de detergente, ¡necesito algo que pueda traducirse en una estrategia de expositores en puntos de venta! ¿Y cómo organizo mi campaña en Internet? Los americanos ya están inventando el «spam», o sea: el envío de promociones a través de email, ¡y vosotros todavía pensáis como en el siglo XX! ¡Esta vez no me la vais a pegar! ¡Yo vengo de la escuela de las cosas claras! ¡El terreno, eso es lo único que de verdad existe! Así que escuchadme con atención: ¡estoy dispuesto a comprar algo sorprendente pero sin olvidar nuestras obligaciones!
Hago todo lo posible por conservar la calma: —Permítame hacerle una pregunta, caballero: ¿cómo quiere sorprender a sus consumidores si antes les pide su opinión? ¿Acaso le pregunta a su esposa que elija la sorpresa que piensa regalarle para su aniversario? —Mi esposa odia las sorpresas. —¿Por eso se casó con usted? A Jean-François le ha dado un ataque de tos. Por más que sonriese a Duler, no podía dejar de pensar en aquella frase de Adolf Hitler: «Si desea la simpatía de las masas, tiene que decirles las cosas más estúpidas y crudas.» Ese desprecio, ese odio por el pueblo considerado un ente ambiguo… A veces tengo la sensación de que, para obligar a los consumidores a tragarse sus productos, los industriales i asi estarían dispuestos a volver a utilizar los trenes de ganado. ¿Puedo aventurar tres citas más? «Lo que buscamos no es la verdad, es el efecto producido.» «La propaganda deja de ser eficaz en el momento en el que su presencia se hace visible.» «Cuanto mayor es una mentira, más verosímil resulta..» Su autor es Joseph Goebbels (de nuevo él).
Alfred Duler ha proseguido con su diatriba: -Este año nos hemos marcado el objetivo de colocar 12.000 toneladas de producto. Vuestras chicas corriendo y hablando de filosofía resultan demasiado intelectuales, eso está bien para el Café de Flore, ¡pero la consumidora media no entenderá un carajo! En cuanto a citar Ecce Homo, yo sé de qué va, pero, para el gran público, ¡corremos el riesgo de rozar la mariconada! No, francamente, tenéis que trabajarme todo esto, lo siento. Sabéis, en la empresa Procter tenemos un lema: «No toméis a la gente por tonta, pero nunca olvidéis que lo es.»
—Lo que está diciendo es una atrocidad! Eso significa que la democracia conduce a la autodestrucción. Con máximas de este tipo conseguiremos que vuelva el fascismo: se empieza diciendo que el pueblo es idiota y se acaba exterminándolo.
—Oh, ahora no me vengas con la copla del creativo rebelde. Vendemos yogures, no estamos aquí para hacer la revolución, ¿qué te pasa hoy? ¿Anoche no te dejaron entrar en la discoteca Les Bains, es eso?
La atmósfera estaba cada vez más cargada. Jean-François ha intentado cambiar el rumbo de la conversación:
—Pero, francamente, el contraste entre esas chicas sexy hablando de hermenéutica platoniana… expresa exactamente lo que usted quiere decir: belleza e intelecto, ¿no?
—La frase es demasiado larga para pintarla en un camión —zanjó uno de los esbirros cuatroojos.
—¿Me permitís que os recuerde el principio según el cual la publicidad consiste en crear un desfase humorístico (que en nuestra jerga denominanos «salto creativo») que provoca la sonrisa en el espectador, creando así una connivencia que permite vender la marca? De hecho, si me permitís que os lo diga, para ser discípulos de Procter, vuestra estrategia resulta más bien chapucera: delgadez e inteligencia como única «selling proposition», ¡menudo hallazgo! Jean-François me ha hecho señas de que no siga. Estaba a punto de proponer «Madone über alies» como lema, pero me he rajado. Pensaréis que exagero, que no había para tanto. Pero fijaos en lo que está en juego en la reunioncita de esta mañana. No se trata únicamente de la presentación de una campaña cualquiera: es una reunión más importante que el Pacto de Munich. (En Munich, en 1938, los jefes de Estado francés e inglés, Edouard Daladier y Neville Chamberlain, abandonaron Checoslovaquia en manos de los nazis, así, en un rincón de la mesa.) Centenares de reuniones como la que tiene lugar en la empresa Madone abandonan el mundo día a día. ¡Miles de Munich cotidianos! Lo que allí ocurre resulta esencial: el asesinato de las ideas, la prohibición del cambio. Os enfrentáis a unos individuos que desprecian al público, que desean mantenerlo en un acto de compra estúpido y condicionado. En su mente, se están dirigiendo a la «mongólica de menos de cincuenta años». Intentáis proponerles algo divertido, que respete a las personas, que intente elevarlas un poco, porque se trata de una cuestión de educación cuando uno interrumpe la película de la tele. Pues os lo impiden. Y siempre es lo mismo, constantemente, todos los días, cada día… Miles de capitulaciones diarias, el rabo entre piernas enfundadas en trajes de tergal. Miles y miles de «cobardes alivios» cotidianos. Poco a poco, esos centenares de miles de estúpidas reuniones imponen el triunfo de la imbecilidad calculada y despreciable sobre la simple e ingenua búsqueda del progreso humano. Lo ideal, en democracia, sería desear utilizar el extraordinario poder de la comunicación para movilizar las mentes en lugar de aplastarlas. Esto no ocurre jamás porque las personas que disponen de semejante poder no toman ningún riesgo. Los anunciantes quieren premercado, con prospecciones, no quieren que vuestro cerebro funcione, quieren convertiros en borregos, no bromeo, ya veréis como un día os tatúan un código de barras en la muñeca. Saben que vuestro único poder reside en vuestra tarjeta de crédito. Necesitan impediros la posibilidad de elegir. Tienen que conseguir convertir vuestros actos gratuitos en actos de consumo.
La resistencia al cambio es algo que se practica en todas las salas de reunión impersonales del modo más violento. El corazón del inmovilismo reside en este edificio, entre esos pequeños directivos con caspa y calcetines ejecutivos. Les han confiado las llaves del poder, nadie sabe por qué. ¡Son el centro del mundo! Los políticos ya no controlan nada; es la economía la que gobierna. El marketing es una perversión de la democracia: es la orquesta la que manda sobre el director. Son los sondeos quienes deciden la política, las encuestas las que hacen la publicidad, los «panels» los que eligen los discos que suenan por la radio, las «sneaks preview» las que determinan el desenlace de las películas, los índices de audiencia los que hacen la televisión, todos estos estudios manipulados por todos los Alfred Duler de la tierra. Nadie es responsable, salvo los Alfred Duler. Los Alfred Duler llevan las riendas, pero no van a ninguna parte. Big brother is not watching you, Big Brother is testing you. Pero el prospeccionismo es una forma de conservadurismo. Es una abdicación. Nadie quiere ofreceros nada que pueda correr el RIESGO de no gustaros. Así se mata la innovación, la originalidad, la creatividad, la rebelión. Todo el resto es una consecuencia de lo anterior. Nuestras existencias clonadas… Nuestro sonámbulo embobamiento… El aislamiento de las personas… La fealdad universal anestesiada… No, no se trata de una reunión cualquiera. Es el fin del mundo en marcha. No se puede obedecer y transformar el mundo al mismo tiempo. Un día, en las escuelas se estudiará de qué modo la democracia se autodestruyó.
Dentro de cincuenta años, Alfred Duler será perseguido por crímenes contra la humanidad. Cada vez que este sujeto utiliza la palabra «mercado», hay que interpretar «pastel». Si se refiere a «estudios de mercado», quiere decir «estudios del pastel»; «economía de mercado» significa «economía del pastel». Este hombre está a favor de la liberalización del pastel, de lanzarse a la conquista de nuevos pasteles, y no olvida nunca subrayar que el pastel es mundial.
Os detesta, tenedlo en cuenta. Para él, sólo sois ganado al que hay que cebar, perros de Pavlov, lo único que le interesa de vosotros es vuestro dinero en los bolsillos de sus accionistas (los fondos de pensiones americanos, es decir, una panda de jubilados adictos al lifting agonizando junto a las piscinas de Miami, Florida). Y que el Mejor de los Mundos Materialistas siga girando.
Le he rogado a Alfred que volviera a disculparme porque he notado que estaba a punto de sangrarme la nariz, liste es el problema de la cocaína parisina: está tan cortada que hay que tener unas fosas nasales muy sólidas. He sentido que afluía la sangre. Me he levantado, aspirando a toda leche para correr hacia el servicio y allí mi nariz se ha puesto a mear como nunca, no paraba de chorrear, había sangre por todas partes, sobre el espejo, sobre mi camisa, sobre el rollo automatizado de toalla, sobre los azulejos, y de mis fosas nasales salían burbujas rojas cada vez más enormes. Menos mal que nadie ha entrado en ese momento, me he mirado al espejo y he visto mi rostro ensangrentado, rojo por todas partes, en la barbilla, la boca, el cuello, el lavabo carmesí, y tenía sangre en las manos —esta vez ya estaba, se habían salido con la suya, tenía literalmente las manos manchadas de sangre— y eso me ha dado una idea, entonces he escrito sobre las paredes de sus lavabos «Pigs», «PIGS» sobre la puerta, y he salido al pasillo, pigs sobre el contrachapado, pigs sobre la moqueta, pigs en el ascensor, y me he escapado, creo que las cámaras de seguridad deben de haber inmortalizado ese glorioso momento. El día en que he bautizado el capitalismo con mi propia sangre.
¡Yuju! El Presidente de mi agencia acaba de entrar en mi despacho. Lleva pantalones blancos, un blazer azul marino con un bolsillo blanco y botones dorados, una camisa de hilo (por supuesto) de cuadraditos rosados. Apenas me da tiempo para hacer que este texto desaparezca de la pantalla de mi ordenador. Me da una paternal palmadita en el hombro: «¿Qué, trabajando duro?» Philippe me aprecia porque sospecha que he sabido conservar cierta distancia con este trabajo. Sabe que sin mí no es nada -lo cual es recíproco: yo, sin él, adiós isla desierta, coca, putas (Veronika, lánguida sobre Fiona que se lo hace con un enorme vibrador, y yo dentro de Veronika). Pertenece al grupo de personas que echaré de menos cuando sea condenado a la hoguera junto al grueso de la publicidad francesa poco después de que este opúsculo se publique. Me paga mucho dinero para demostrarme cuánto me quiere. Yo le respeto porque tiene un apartamento más grande que el mío. Ahora me da unas extrañas palmaditas en el hombro, y, con una voz tensa, me susurra al oído:
—Oye… ¿Estás cansado hoy?
Me encojo de hombros: