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Authors: Frédéric Beigbeder

13,99 euros (15 page)

A la sombra de una desplumada palmera, presenciamos el Volleypalooza, un torneo de voley-playa que, durante dos días, enfrenta a las agencias de modelos. Los árbitros son Steven Meisel y Peter Lindberg. (De hecho, también arbitran el planeta durante los otros 363 días del año.) Perfecciones enfundadas en bikinis rojos y negros rematan sobre la ardiente arena. Gotas de sudor mezcladas con gotas de mar salen disparadas de sus rubios cabellos y aterrizan sobre el untuoso ombligo de sus risueñas amigas. De vez en cuando, la ligera brisa procedente del oceáno les pone la piel de gallina; incluso desde lejos podemos deleitarnos contemplando con qué delicadeza se estremecen sus brazos. La arena esparcida por sus frágiles hombros brilla como una lluvia de finas lentejuelas. Este espectáculo produce en nuestros corazones una hiriente y monótona languidez. Lo que más daño nos hace es la blancura de sus dientes. Si por lo menos hubiera grabado un disco del que se hubieran vendido diez millones de copias, no habríamos llegado a este punto. Ah, por cierto, el equipo de los bikinis rojos ganó el Volleypalooza. La capitana del equipo vencedor tiene quince años; a su lado, Cameron Diaz, Uma Thurman, Gisele Bundchen y Heather Graham parecen cuatro vejestorios atunes. Y dejad de pensar que lo único que deseamos es tirarnos a esas preciosidades. Su vagina nos importa un comino. Lo que nos gustaría es poder rozar sus párpados con los labios, acariciar su frente con la punta de los dedos, tumbarnos junto a sus cuerpos, escuchar cómo nos cuentan su infancia en Arizona o Carolina del Sur; lo que nos gustaría es ver juntos un culebrón en la televisión, comiendo nueces de Macadamia, y sólo, de vez en cuando, ponerles un mechón de pelo detrás del oreja, entendéis lo que quiero decir, ¿verdad? Oh, sabríamos cuidar de vosotras, pedir sushis al servicio de habitaciones, bailar lentamente un «Angie» de los Rolling Stones, reír rememorando vuestros recuerdos de instituto, sí, porque tenemos los mismos recuerdos de instituto (la primera borrachera de cerveza, los ridículos cortes de pelo, el primer amor que es también el último, las chaquetas tejanas, los guateques, el hard-rock,
La ¡guerra de las galaxias
, todo eso), pero las chicas cañón prefieren siempre los bookers maricas y los conductores de Ferrari y ésa es la razón por la cual el mundo no funciona. No, no soy un obseso sexual, pero no existe una palabra para definir a un obseso del pulmón. O quizás sí: soy un «obseso pulmonar», eso es.

De noche, cenamos con algunas subtops en un yate de alquiler. Después del postre, Enrique Badeculo apuesta mil dólares con una de ellas a que no es capaz de quitarse las braguitas y lanzarlas contra el techo, a ver si se quedan pegadas. La chica procede y nosotros nos reímos cuando, en realidad, no resulta demasiado divertido (la braguitas caen sobre el plato de espaguetis). El mundo entero está prostituido. Pagar o que te paguen, ésa es la cuestión. Grosso merdo, hasta los cuarenta te pagan; luego te toca pagar a los demás, así es —el Tribunal de la Belleza física no admite apelaciones—. Playboys con barba de cuatro días miran a ver si les miramos, y nosotros miramos cómo miran si les miramos, y ellos nos miran mirar cómo miran si les miramos y todo constituye un ballet interminable que recuerda «el palacio de los espejos», una vieja atracción de feria, especie de laberinto de espejos en el que uno se va golpeando contra su propia imagen. Recuerdo que, de pequeño, salíamos de allí llenos de chichones a base de darnos de cabeza contra nosotros mismos.

3

Ocean Drive con neones que electrocutan a los fosforescentes transeúntes. El viento cálido arrastra los flyers de las fiestas que ya no volverán. La víspera, en el Living Room, las chicas bailaban como cuartos de carne. (Sí consigues entrar en el Living Room, significa que eres un VIP. Una vez dentro, si consigues una mesa, significa que eres un VVIP. Si en tu mesa hay una botella de champán, significa que eres un VVVIP. Y si la patrona te da un beso en la boca, significa que eres un VVVVIP o que eres Madonna.) Miami Beach es una gigantesca confitería: los edificios parecen helados y las chicas bomboncitos que a uno le gustaría dejar derretir bajo la lengua.

Despertarse a las seis de la mañana para rodar con la mejor luz. Hemos alquilado una mansión de millonarios en Key Biscayne, con copias de cuadros de Tamara de Lempicka colgados en las paredes. Tamara (la nuestra) se acostumbra enseguida a su nueva vida de estrella de la publicidad. En el camión de realización la peinan, la maquillan, la emborrachan con cafés. Los decoradores se encargan de repintar el césped (no está lo suficientemente verde en relación con el story-board). Los jefes de operadores dan instrucciones incomprensibles a técnicos comprensivos. Se pasan el día midiendo la iluminación e intercambiando cifras cabalísticas.

—Intenta pasar con un 12 sobre el 4.

—No, probaremos con otro foco, ponme el 8 en 14.

Charlie y yo comemos todo lo que el catering pone a nuestra disposición: chicles, helados de queso, chicles, hamburguesas de salmón, chicles de helado de salmón al queso de pollo al sashimis. De repente, son las ocho y Enrique ya no sonríe.

—El cielo está blanco, no podemos rodar con este tiempo. El cliente especificó claramente que quería cielo azul y sombras contrastadas.

—Ya qué —añade—, ésta es la luz de Dios. A lo que Charlie, imperial, replica:

—Dios es un pésimo director de fotografía.

Resulta imposible recuperar un cielo azul en la paleta de contrastes. Si rodásemos con este tiempo, sería necesario colorear después imagen por imagen con el Fíame, a 40.000 castañas por jornada. Así que, a la espera de que la bruma se disipe, desayunamos diez veces. La tivi-prod se sube por las paredes mientras llama por teléfono a la empresa de seguros parisina para abrir el paraguas del «Weather Day». Yo procuro no dejarme arrastrar por el pánico: desde que he dejado la coca, me paso el día comiendo.

Tamara, Charlie y yo somos los Jules y Jim de Florida. Aquí, los yanquis nos preguntan constantemente:

—¿Are you playing a «ménage á trois»? (en francés en el original).

Nos
pasamos la
mañana
bebiendo
Coronitas y no
paramos de reír. Todo el mundo se enamora de Tamara: cobra 10.000 euros por jornada para provocar este tipo de reacción química en los machos. Unos tipos barbudos llevan cables y cascos, los walkie-talkies chirrían en el vacío, los iluminadores escrutan el cielo con expresión de impotencia, nos cubrimos con las cremas de protección solar más potentes para provocar al sol. Unas persianas negras nos protegen de la realidad; el mundo es tuerto. Pero, sin sol, ¿de qué demonios nos sirve Miami?

—Habrá que evitar que las palmeras entren en el plano: se supone que estamos en Francia, no lo olvidemos. O entonces deberíamos haber previsto un efecto virtual de álamos y hayas.

—Bravo por esta observación, Octave, acabas de convertirte en alguien útil. Has justificado con una frase el precio de tu billete de avión.

Charlie bromea pero parece preocupado. Lleva toda la mañana dándole vueltas a algo. ¿Va a soltarlo de una vez? Pues sí:

—Sabes, Octave, tengo que comunicarte algo. Se van a producir grandes cambios en la agencia.

—Sí, gracias, después de la muerte del DC, es probable.

—No se dice la muerte del DC, se dice el deceso del DC.
2

—¿Te atreves a bromear con el suicidio de nuestro bienamado jefe? Tamara se ríe pero Charlie continua:

—¿Te fijaste en que Jef no vino a Senegal?

—Sí, y cuando lo comprobé tuve ganas de anular mi estancia. No sé cómo pudimos sobrevivir cuatro días sin él.

—Déjate de tonterías. Yo sé dónde estaba Jef mientras nosotros nos dábamos la gran vida. Figúrate que nuestro querido comercial estaba en Nueva York, solicitando el cargo del Presidente Philippe a las altas instancias de la Rosse.

—¿Qué me dices?

—Se las da de listo, el pequeño Jef: se presentó en la sede con el apoyo de Duler de la empresa Madone y les dijo que íbamos a perder a este cliente si no cambiaba el equipo directivo en Francia. ¿Y sabes qué le contestaron los mandamases del grupo?

—«¿Go fuck yourself, Jef?»

—¡Qué va! A los yanquis les encanta ese lado de joven lobo arribista que les roba la poltrona a los viejos: eso es lo que les enseñan a los tiburones de Harvard y en los westerns de John Wayne.

—No, pero espera un momento, no estarás hablando en serio. ¿Se te ha ocurrido todo esto a ti solito?

Charlie se come una uña y parece saber de lo que está hablando.

—Octavio, de tanto tomar notas para tu libro, te has olvidado de observar lo que ocurre a tu alrededor.

—Oh, mira quién fue a hablar, el que se pasa el día surfeando por la red a la caza de fotos de perturbados.

—No es cierto, me documento sobre mi época. Por cierto, recuérdame que te enseñe la película de la nonagenaria que se come su propia caca. En resumen, ¿viste cómo flipaban todos en el seminario? Despierta: Jef va a ser nombrado director de la Rosse en lugar de Philippe, que se hará cargo de Europa, está más claro que el agua. Le nombrarán «chairman emeritus» o un cargo por el estilo.

—¿JEF JEFE DE LA AGENCIA? ¡Pero si ni siquiera ha cumplido los treinta: si todavía es un niño!

—Quizás, pero no un monaguillo, si quieres saber mi opinión. Bienvenido a los años 00, colega. Los jefes de treinta tacos están de moda. Son igual de malos que los cincuentones pero resultan más presentables y cuestan menos dinero. Esa es la razón por la cual los yanquis han apostado por él: con el apoyo del cliente más importante de la agencia, Jef no podía perder. Sin embargo, Jef no podía echar a Marronier, ¿me sigues?

—Mierda, ¿insinúas que Marc se mató porque sabía que el pequeño mequetrefe iba a ponerlo de patitas en la calle?

—Pues claro. Y, sobre todo, porque sospechaba que nosotros íbamos a robarle su silla. Que el cielo esté blanco no significa que, además, pueda caernos sobre la cabeza.

—Me parece que no te he oído bien, ¿insinúas que Jef nos nombra directores del departamento creativo?

—Jef me ha llamado esta mañana para ofrecernos el cargo. Treinta mil euros por barba, dietas aparte, apartamento pagado, Porsche de la compañía.

Tamara sonríe:

—Octave, amorcito, para un tío que quería que le echaran a la calle no está mal, ¿verdad?

—Oye, tú, criatura, cállate, porfa.

—Tienes razón, querido: vosotros sois creativos y yo sólo soy una criatura.

—Muy aguda —corta Charlie—, pero vete a dar una vuelta, preciosa. Ahora somos directores creativos. Casi nada.

—¡Eh! Todavía no he dicho que acepte la oferta.

—Es una oferta que no puedes rechazar —lanzó Enrique, ya que, por lo visto, todo el plató estaba al corriente menos yo.

Y aquél fue el momento que el sol eligió para reaparecer, el muy sinvergüenza.

4

Cualquiera diría que Tamara ha sido actriz toda la vida —pensándolo bien, quizás sea así—. La profesión de chica de alterne resulta mucho más Normativa para el trabajo de actriz que el Actors Studio. Da muestras de una gran soltura ante la cámara. Seduce al objetivo, se zampa su yogur golosamente, como si le fuera la vida en ello. Nunca estuvo tan deslumbrante como en ese falso jardín mediterráneo transpuesto en Florida.

—She's THE girl of the new century —declara con solemnidad el productor técnico local al bomboncito que rueda el «making of». Creo que quiere 1) presentársela a John Casablancas de la agencia Elite, 2) tomarla por detrás. Aunque no forzosamente por este orden.

Invadimos una tierra extranjera antes de sitiar el espacio mediático. La campaña Delgadín se mantendrá en antena hasta el 2004 e irá derivando posteriormente en vallas 4x3, paradas de autobús, anuncios en revistas femeninas, publicidad en los puntos de venta, etiquetajes de promoción, murales, concursos de playa, actos puntuales sobre el terreno, trípticos en zonas de distribución, sitios de Internet, expositores y ofertas de reembolso a cambio de la presentación de un comprobante de compra. Tamara, vas a estar en todas partes, vamos a convertirte en el emblema del líder de los quesos frescos sin materia grasa en todo el Espacio Schengen.

Nos atiborramos de Cape Cod hablando de Aspen con la maquilladora. Nos cruzamos con algunas vacas delgadas (así apodamos a las anoréxicas jovencitas de aspecto grunge que andan buscando heroína por Washington Avenue). Jugamos a fingir que morimos delante de la casa de Gianni Versace. Unos turistas nos fotografían mientras nos revolcamos por el suelo bajo el fuego de las metralletas. Nos envolvemos en las blancas tapicerías del Delano Hotel; Tamara se convierte en Scherezade y yo en Casper, el simpático fantasma. A nuestro alrededor, la gente es tan narcisista que sólo hace el amor consigo misma. ¿Qué es una jornada redonda en Miami? Un tercio de patines, un tercio de ecstasy, un tercio de masturbación.

En el set de rodaje el césped vuelve a estar quemado por el sol. Para que esté más verde, los encargados de atrezzo vuelven al aspersor con colorante vitamínico. Para esta noche se anuncia un combate de drag-queens en el Score, en Lincoln Road: sobre un cuadrilátero de lucha, los travestís se tirarán de sus respectivas pelucas. «En realidad, nada importa», canta Madonna, que tiene una casa aquí. Resume bien el problema. Quiero a Tamara y quiero a Sophie; con un salario de director creativo, tendré más que suficiente para conservarlas a ambas. Pero, de todos modos, no voy a aceptar una oferta que contradice totalmente la primera página de este libro, aquella en la que escribía: «Escribo este libro para que me echen.» O entonces tendré que corregirla y poner: «Escribo este libro para que me aumenten el sueldo»… Tamara interrumpe mis reflexiones:

—¿Quieres un café, un té, o me quieres a mí?

—Los tres en mi boca. Dime, Tamara, ¿cuál es tu anuncio favorito?

—«LESS FLOWER, MORE POWER.» Es el eslogan del nuevo Beetle de Wolkswagen.

—No se dice «eslogan», se dice «título». Recuérdalo si quieres que te contrate.

Pasamos la tarde holgazaneando delante del combo, ese monitor de vídeo Sony que retransmite las tomas una por una: Tamara en la terraza, Tamara en la escalera, Tamara en el jardín, plano largo de Tamara, plano corto de Tamara, Tamara naturalmente artificial, Tamara mirando a cámara, Tamara artificialmente natural, Tamara degustando el producto (apertura del opérculo, hundimiento de la cuchara, deleite bucal), Tamara y su conmovedor. codo, Tamara y sus pechos de diseño. Pero la Tamara que prefiero es la que me reservo para mí: es la Tamara en pelotas y chancletas, en la terraza de mi habitación, con un anillo en el dedo gordo del pie izquierdo y una rosa tatuada en la parte superior del pecho derecho. Es a ella a la que me atrevo a decirle:

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