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Authors: Frédéric Beigbeder

13,99 euros (22 page)

LEMA (a elegir):

LA FELICIDAD ES EL FRACASO DE LA INFELICIDAD.

LA FELICIDAD NO OS HACE INFELICES.

LA FELICIDAD NO ES UNA EXCLUSIVA DE NESTLÉ.

SER FELIZ ES MEJOR QUE NADA, LA FELICIDAD ES MEJOR QUE BIEN.

3

Qué perfectos son. Se aman en una isla llana y privada, en el archipiélago de las Caimanes. Ghost Island no figura en ningún mapa. Aquí los días transcurren mirando al cielo y al mar y a un niño que sonríe mientras mira al cielo y a su madre. Los árboles no tienen marca: no llevan el logo «cocotero» pegado encima. Caroline y Patrick han encontrado la puerta de salida: escuchar el silencio, preferentemente tumbados en una hamaca.

—No soy yo la que se ocupa de mi hija —dice Caroline—, es mi hija la que se ocupa de mí.

Confían en este mundo porque creen haberse librado de él. Las cosas de este mundo resultan menos duras que la vida en este mundo. Finalmente saben lo que significa amarse. Miran a su hija, se miran el uno al otro,
y
así sucesivamente, hasta el infinito. El bebé contempla los pelícanos. No hacen nada más durante horas, días, semanas. Hasta coger una endemoniada tortícolis, y todos los que no han experimentado esa sensación no saben lo que se pierden.

—Me marché porque ya lo había hecho todo.

—¿Qué dices?

—Me marché porque me ahogaba.

En alguna parte de las aguas del Caribe, entre Cuba y Honduras, Dios espolvoreó las islas Caimanes. Se llega aquí en avioneta. La pista del aeropuerto de Little Cayman cruza su única carretera. El pueblo tiene 110 habitantes, sin contar a las iguanas. En Grand Cayman se cuentan hasta 600 establecimientos financieros con cuentas numeradas. Las Caimanes son una colonia británica dotada de un gobierno independiente y de 35.000 empresas off-shore inscritas en su registro comercial. Para llegar a Ghost Island, hay que embarcar en un taxi-piragua secreto (Mike les acompañó).

Se sentirán bien. De hecho, ya se sienten bien: nuez de coco, ron, vainilla, miel, especies, aire salado, Obsession de Calvin Klein, hierba y lluvias al final del día. Olor a flores y a sudor.

—Bebo tu boca, lamo tus dientes, chupo tu lengua. Aspiro tus suspiros y me trago tus gritos.

A cambio de un millón de euros en efectivo, Mike lo ha organizado todo: la repatriación a París de las cenizas ficticias, el e-mail de despedida de Sophie, la transferencia de los fondos recuperados en Suiza… Estaba acostumbrado a enviar a sus clientes al Espace Complex Castaneda, el hotel en el que siempre hace buen tiempo. Un conjunto de bungalows en palisandro, filao y teca, escondido en medio de un bosque de hibiscus y de amancayos.

Se han instalado en una pequeña casa de cañas, una choza construida sobre pilotes con vistas a una laguna cerúlea. Cada tarde, se cruzan con los otros falsos muertos de la isla: los cantantes Claude François (62 años) y Elvis Presley (66 años) escuchan al pequeño Kurt Cobain (34 años) componer canciones country con Jimy Hendrix (59 años); el ex primer ministro Pierre Bérégovoy (76 años) charla con François de Grossouvre (81 años); el escritor Romain Gary (87 años) deambula cogido de la mano con su esposa Jean Seberg (63 años); el publicitario Philippe Michel (61 años) juega al tenis con Michel Berger (54 años); Arnaud de Rosnay (55 años) da clases de windsurf a Alain Colas (58 años); John-John Kennedy (41 años) se pasea cogido del brazo de su padre John Fitzgerald Kennedy (84 años) y la actriz Marilyn Monroe (75 años).

Mientras la ligera brisa convierte las palmeras en abanicos gigantes, Patrick y Caroline comparten una naranjada con Serge Gainsbourg (73 años) y Antoine Blondi (79 años), que viven juntos en el otro extremo de la isla en una chabola de bambú y de techo de palma con Klaus Kinski (75 años) y Charles Bukowski (81 años). Cofundador (junto a Pablo Escobar, actualmente fallecido) del Escape Complex que lleva su nombre, el escritor psicodélico Carlos Castañeda (alrededor de 61 años) se zampa su peyote en compañía de Jean Eustache (63 años) mientras consulta las fluctuaciones bursátiles del capital de Ghost Island. La isla secreta se autofinancia con los intereses de los capitales invertidos por todos sus habitantes (la participación inicial está fijada en 3 millones de dólares USA). Un equipo de médicos transgénicos y de cirujanos biónicos se las apaña para prolongar la existencia de todos sus isleños hasta aproximadamente los 120 años. Todos los habitantes de Ghost están oficialmente muertos a los ojos del mundo,
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pero ésa no es una razón para confiarse: las intervenciones de cirugía plástica, injertos, liftings, implantes e inyecciones de silicona son gratuitas, como todo lo demás, por otra parte. Esa es la razón por la cual Romy Schneider no aparenta en absoluto sus 63 años mientras habla de cine con Maurice Ronet, que fuera su compañero de reparto en
La piscina
, y tiene 74, o mientras bromea con Coluche, de 57 años.

También están Diana Spencer y Dodi Al-Fayed, de 40 y 46 años respectivamente.

Los días apacibles transcurren en esta residencia para millonarios en la que la televisión, el teléfono, Internet y cualquier otro medio de comunicación están rigurosamente prohibidos. Únicamente los libros y los discos digitales están autorizados: cada mes, las pantallas de plasma instaladas en los bungalows son automáticamente recargadas con las 10.000 principales novedades mundiales en el ámbito literario, musical y cinematográfico. Niños prostituidos de ambos sexos (alquilados por año) ofrecen a cada uno y a cada una de los isleños satisfacer sus más mínimos deseos eróticos.

Sí, si uno se detiene a pensarlo dos minutos, lo que quieren que nos traguemos, eso de que no hay nada más y de que estamos aquí por pura casualidad, resulta tan inverosímil como endosarnos a un dios barbudo rodeado de ángeles, y el diluvio, el arca de Noé y Adán y Eva también son tan absurdos de creer como el Big Bang y los dinosaurios.

Patrick y Caroline beben delante del mar turquesa. Se zampan un zumo de piña bajo las lianas de los mangles, entre miles de mariposas del tamaño de la palma de una mano. Todas las drogas existentes son depositadas cada mañana sobre el felpudo dentro de un hermoso maletín Hermès. Pero no las consumen cada día; incluso puede ocurrir que no se metan nada durante varios días, que no participen en ninguna orgía, que no torturen a ningún esclavo. Caroline dio a luz en la clínica ultramoderna de Ghost Island, bautizada Hospital Hemingway (guiño a la falsa muerte del escritor americano en Kenia, en 1954).

Pronto los países serán sustituidos por empresas. Ya no seremos ciudadanos de una nación sino que viviremos en marcas: viviremos en Microsoftia o en McDonaldlandia; seremos Calvin Kleinianos o Pradianos.

Van vestidos de lino crudo. Se han liberado de la muerte y, por tanto, del tiempo. Nadie, en el resto del mundo, apuesta por ellos. Así pues, aprenden a ser libres, como Jesucristo cuando salió de su tumba, tres días después de su martirio, cuando tuvo que rendirse a la evidencia: incluso la muerte es efímera, sólo el paraíso dura. Miran cómo su hija balbucea con su nodriza. Vigila a los monos con la mirada y desprecia a los pavos reales. Caroline es hermosa, luego Patrick es feliz. Patrick es feliz, luego Caroline es hermosa. Una eternidad al ritmo de la resaca. Comen bichiques (parrillada de pescado con buen gusto), acras de bacalao y langostas a la vainilla entre cañacoros dorados y rojos. ¿Su único vestido? Camisas abiertas sobre pantalones cortos de surf. ¿Su principal preocupación? No quemarse demasiado las plantas de los pies sobre la arena blanca. ¿Su preocupación de este instante? Tomarse una ducha para desalarse la piel. ¿Su única angustia? Vigilar mientras se bañan, ya que existen corrientes que podrían llevarles mar adentro y matarlos de verdad.

4

Al llegar al banco de los acusados, el presidente del tribunal mandó que la gente se sentase y que Charlie y Octave su pusieran en pie, pero ellos bajaron la cabeza. Los policías les quitaron las esposas. Parecía que estuvieran en una iglesia: los códigos, los rituales solemnes, las indumentarias, no existen demasiadas diferencias entre un palacio de justicia y una misa en Notre-Dame. Con una excepción: a ellos no les absolverán. Octave
y
Charlie no se sentían orgullosos, pero sí felices de que Tamara se hubiera librado. Al ser pública, toda la profesión asistió a la vista: los mismos que asistieron al entierro de Marronier. Detrás del sucio cristal del banco de acusados, podían verlos, y comprender que todo iba a proseguir sin ellos. Les han caído diez años, pero no tienen motivos para quejarse (menos mal que la justicia francesa se negó a extraditarlos: si les llegan a juzgar en América, los habrían frito como a esas salchichas de barbacoa del spot de Herta).

… MICROSOFT. ¿HASTA DÓNDE PUEDES LLEGAR? Sonrío al ver eso por la tele que tengo colgada en el techo de mi celda. Todo queda tan lejos. Siguen igual que antes. Seguirán así durante mucho tiempo. Cantan, bailan, ríen a carcajadas. Sin mí. No paro de toser. He pillado la tuberculosis. (La enfermedad está en pleno recrudecimiento, especialmente en los ambientes penitenciarios.)

Todo es provisional y todo se compra, menos Octave. Porque me he redimido aquí, en mi cárcel putrefacta. Me han autorizado (a cambio de algún dinero) a ver la tele en mi celda. Gente que come. Gente que consume cosas. Gente que conduce coches. Gente que se ama. Gente que se hace fotos. Gente que viaja. Gente que todavía cree que todo es posible. Gente que es feliz pero que no se aprovecha de ello. Gente que es infeliz pero que no hace nada para remediarlo. Todas esas cosas que la gente inventa para no estar sola. «La gente feliz me toca los cojones», decía el Gran Guarro Reiser. La gente feliz (por ejemplo, ese tío con gafas que veo desde la ventana de mi celda, en una parada de autobús, y que coge la mano de una dulce pelirroja entre las suyas bajo la llovizna), los «happy few», digo, no me tocan los cojones, pero sí me hacen llorar de rabia, de envidia, de admiración, de impotencia.

Me imagino a Sophie bajo la luna, con gotas de rocío sobre los pechos y a Marc acariciándole el interior del codo, en ese lugar tan suave que se vuelve translúcido pese al bronceado. Las estrellas se reflejan sobre sus sudorosos hombros. Un día, cuando la palme, me reuniré con ellos, lejos, muy lejos, en una isla para mear esperma, con mi glande sobre la lengua de la madre de mi hija. Y cuando el sol se ponga en el horizonte, lo veré. Ya lo estoy viendo en una reproducción de un cuadro de Gauguin desde el fondo de mi celda que apesta a meados. No sé por qué recorté ese cuadro,
La piragua
, de una revista para colgarlo sobre mi piltra. Me obsesiona. Creía que le temía a la muerte, pero en realidad era la vida la que me daba miedo.

Quieren separarme de mi hija. Han hecho todo lo posible para que no vea tus ojos tan inmensos. Entre ataque de tos y ataque de tos, tengo todo el tiempo del mundo para imaginarlos. Dos círculos grandes y negros descubriendo la vida. Los muy sádicos, emiten por televisión el anuncio de Évian con los bebés que se creen Esther Williams. Nadan sincronizadamente al ritmo de «Bye-Bye-Baby». Me atacan directamente a los pulmones. Dos ojos vivos en un rostro rosado. No me dejan disfrutarlos. Su boca grande entre dos redondeadas mejillas. Minúsculas manos agarradas a mi temblorosa barbilla. Sentir su lechoso cuello. Meter mi nariz en sus orejitas. No me han dejado limpiarte el culo. No me han dejado secarte las lágrimas. No me han dejado darte la bienvenida. Al matarse, te ha asesinado.

Me han privado de mi hija, que duerme hecha un ovillo y se araña las mejillas, respira deprisa y bosteza un poco y empieza a respirar más pausadamente, sus minicodos y rodillas en miniatura replegados sobre sí mismos, mi bebé de largas pestañas curvadas a lo vamp, de boca granate
y
rostro pálido, lolita cuyos capilares sanguíneos se ven en las sienes y los párpados, me han privado de conocer su risa que estalla cuando le hacen cosquillas en la nariz, sus orejas de nácar como conchas de mar, me han prohibido saber que Chloe me estaba esperando al otro lado del mundo. ¿Y si fuera ella la que andaba buscando cuando perseguía a todas aquellas chicas? Esa nuca suave, esos penetrantes ojos negros, esas cejas dibujadas, esos delicados rasgos, los amé tanto en otras chicas porque eran el presagio de la mía. Si me gustaba tanto el cachemir era para acostumbrarme a tu piel. Si salía todas las noches era para acostumbrarme a tus horarios.

¡Eh! ¿Y si en realidad no era yo el que estaba en la cárcel sino mi sosias vagabundo, el indigente de mi calle, si fuera él el que se pudría en esta celda de mierda, mientras que yo me habría marchado, me oís, MARCHADO? Hubiera cambiado mi sitio por el suyo y él podría haber estado satisfecho: alojamiento y comida mientras que yo sería libre en el otro extremo del mundo. Todos saldríamos ganando. Pero se me va la olla. Tengo los pulmones destrozados.

Acabo mi libro que cuesta 13,99 euros. Qué lástima, acababa de encontrar el mejor lema para Delgadín. «NO SEAS GUAPO Y TONTO A LA VEZ.» Bastaba comprar los derechos audio de la canción de Jacques Brel y samplear los compases en los que grita «GUAPO Y TONTO A LA VEEEZ…» . Empalmándolo después de la voz en off, el resultado sería: «DELGADÍN. NO SEAS… GUAPO Y TONTO A LA VEEEEZ.» Habría sido un exito total. Menudo desperdicio.

Con sus barrotes, la única ventana de mi celda parece un código de barras.

En televisión retransmiten el concierto de los Cabrones: Jean-Jacques Goldman, Francis Cabrel, Zazie y compañía entonan a coro: «Llévame hasta el fin del mundo / llévame al país de las maravillas / me parece que la miseria / es menos dura bajo el sol.»

Y todos esos asesinos de las otras celdas que se pasan el día gritando, que gimen, que gimotean, acaban por minarme la moral. Habérselo pensado dos veces antes de cargarse a toda esa gente. Ayer, a Charlie le encontraron bañado en un mar de sangre, se había cortado las venas con una lata de sardinas Saupiquet. Ese loco se las ha apañado para filmar su gesto con una webcam clandestina y retransmitir la escena por Internet en vivo y en directo. Lo esencial es que no encontraron a Tamara, me alegro de que ella se haya librado, lo habrán estropeado todo menos eso.

Y yo, sobre los muros de mi celda VIP (individual, televisión y libros, no me puedo quejar, aunque apeste a meados y me pase el día escupiendo mis pulmones), he pegado con celo
La piragua
de Gauguin, cuadro que data de 1896. Pertenece a la colección de Serguéi Chtchoukin expuesta en el Ermitage de Leningrado. Me paso el día tosiendo delante de esa imagen: un hombre, su mujer, el hijo de ambos, lánguidamente tumbados cerca de su piragua, en una playa polinesia.

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