Una sonrisa reluciente y una mano enguantada en piel marrón, que me apresuré a apretar.
—Perdonada, aunque en realidad no hay nada que perdonar. Siéntase con libertad para echar un vistazo por la tienda si quiere. O, si prefiere esperar a que el té esté listo, puede sentarse en alguna de esas mesas mientras lo preparo.
—Muy amable, muchas gracias —repuso Malina.
—En un minuto estará listo.
—Perfecto. —Hizo un gesto hacia las mesas y empujó con suavidad a Emily hacia allí—. Después de ti, señorita.
Me gusta la rubia. Sabe actuar con respeto, comentó Oberón desde debajo del mostrador.
Me dispuse a preparar la infusión, mientras hablaba con él a través de nuestra vía especial.
Sí, ha decidido seguir el camino de la paz, y estoy encantado de seguirla mientras ella quiera.
¿No confías en ella?
Claro que no: es una bruja. Una bruja educada, pero una bruja al fin y al cabo. Tiene un hechizo en el pelo que me obligaría a entregarle todo lo que tengo, de no ser por mi amuleto. Por cierto, no cojas nada de ella.
¿Crees que va a sacarse una salchicha del abrigo? Si ni siquiera sabe que estoy aquí.
Sí que lo sabe, seguro que Emily se lo ha contado.
Ah, vale. Pero ahora en serio: ¿de verdad crees que tendrá una salchicha mágica para mí?
¿Y cómo te ibas a dar cuenta de que era mágica? A ti todas las salchichas te lo parecen.
Servir el té a Emily también era una experiencia casi mágica para mí. Se lo puse delante y se lo bebió de un trago, a pesar de que estaría ardiendo, y evitó mirarme a los ojos. Al terminar, se levantó y dijo:
—Si me disculpáis.
Dicho eso, salió de la tienda sin más.
—Ha sido genial —le dije a Malina—. ¿Puedes venir todos los días con ella?
Malina rió con una risa ronca y después se tapó la boca con la mano.
—No debería reírme. Sólo lo hago porque lo entiendo a usted. Es una maleducada.
—¿Y qué hace en el aquelarre, entonces?
Malina suspiró.
—Ésa es una historia muy larga.
—¿No lo sabe? Soy druida: me gustan las historias largas.
La bruja miró alrededor. Todavía quedaban algunos clientes, y un tipo desaliñado se había acercado al mostrador de la botica y estaba intentando leer las etiquetas de los frascos con los ojos entrecerrados.
—A pesar de que este lugar es muy agradable, no creo que sea el momento adecuado de contar esa historia —respondió Malina.
—¿Por qué? ¿Por los clientes? Perry se ocupará de ellos. —Me acerqué al mostrador y puse un cartel de «Cerrado» delante de las narices del hombre mugriento.
—Vaya, tío. ¿Estáis cerrados? —Me miró serio, sin querer darse por vencido. Tenía una idea fija en la cabeza—. Oye, colega, ¿no tendrás algo de marihuana medicinal entre tanto frasco?
—No, lo siento. —Nunca lograría librarme de los de su calaña.
—No es para mí, lo prometo. Es para mi abuela.
—Lo siento. Inténtalo de nuevo la próxima semana.
—Vale, ¿va en serio?
—No.
Le di la espalda, llevé una silla junto a Malina y puse cara de gran atención.
—Iba a contarme por qué permiten que Emily esté en su aquelarre.
El porrero mugriento nos interrumpió antes de que pudiera responderme.
—Tienes un pelo muy bonito —le dijo a Malina.
Ella parecía molesta y le mandó que se largara sin más, a lo que él obedeció al instante y salió de la tienda. Fingiendo una falsa timidez, Malina se tiró de un rizo que le bajaba por el hombro y murmuró algo para sí. No me cabía la menor duda de que estaba desactivando el hechizo. Se le había olvidado que lo llevaba. Hice como que no me daba cuenta.
Me miró enarcando las cejas.
—Veamos. ¿Todo eso iba a contarle? ¿Qué pasa si algún cliente nos oye hablando de aquelarres y cosas así?
—Estamos en el lugar ideal para hablar de esos temas. Darán por hecho que somos aficionados a la Wicca. Y, si se remonta demasiado en la historia y alguien es tan maleducado como para preguntarle algo, le diremos que somos miembros de la SAC.
Arrugó la frente, confundida.
—¿Esa sociedad que está en contra de la crueldad con los animales?
—No, creo que se refiere a la SPCA, donde la «P» viene de Prevención: Sociedad de Prevención de Crueldad con los Animales.
—Sí, claro.
Mandé un pensamiento rápido a Oberón:
¿Lo ves? Brujas.
Ya te entiendo. Seguro que, si me da una salchicha, estará rellena de brócoli.
Intentando contener la risa por el obsesivo pensamiento de Oberón, seguí hablando con Malina.
—La SAC es la Sociedad de Anacronismo Creativo. La gente se reúne y se disfrazan de la Edad Media y hasta luchan con armaduras y cosas por el estilo. Mucha gente de hoy tiene una idea romántica de los viejos tiempos y les gusta representar esas escenas. Es la tapadera perfecta para hablar de magia delante de personas normales.
Se quedó mirándome con atención, tratando de descubrir si le estaba mintiendo. Debió de quedarse satisfecha, porque tomó aire y dijo:
—Está bien. De forma muy sucinta, puedo decirle que Emily vino conmigo a Estados Unidos. Estábamos viviendo en la ciudad de Krzepice, en Polonia, cuando arrancó la Blitzkrieg en septiembre de 1939. La salvé de una violación y a partir de entonces me hice responsable de ella, por decirlo de alguna forma. No podía abandonarla sin más. Sus padres habían muerto.
—¿Y los suyos también?
—Sí, pero los nazis no tuvieron nada que ver. —Sonrió con tristeza—. En 1939, yo ya tenía setenta y dos años.
¿Has oído eso?, le dije a Oberón. La treintañera rubita en realidad tiene más de ciento cuarenta años.
Debe de utilizar el aceite ese de Olay. ¿Quitará también las arrugas a un shar-pei?
—Impresionante. Y Emily ¿cuántos años tenía?
—Dieciséis, nada más.
—Sigue comportándose como si tuviera dieciséis. ¿Todos los miembros de su aquelarre vienen de Krzepice?
—No, sólo Emily y yo. No obstante, todas vinimos juntas a Estados Unidos, después de encontrarnos en Polonia.
—¿Y vinieron directamente a Tempe?
—No, hemos vivido en muchas ciudades. Pero nunca nos habíamos quedado tanto tiempo en un sitio como aquí.
—¿Por qué, si puedo preguntarlo?
—Sin duda, por la misma razón por la que usted se ha quedado aquí: pocos dioses de antaño, pocos fantasmas de antaño y, hasta hace poco, ni un solo Fae. Ya he respondido a cinco preguntas con toda sinceridad. ¿Contestará de igual forma a cinco preguntas que yo le haga?
—Con toda sinceridad, sí; pero quizá no con toda la información.
Aceptó la puntualización sin hacer ningún comentario.
—¿Cuántos años tiene?
Ésa es una de las preguntas más perspicaces que puede plantearse a alguien que ha dejado de ser un humano normal y corriente. Le permitiría calcular el poder y la inteligencia y, si todavía no sabía mi edad, prefería que siguiera sin conocerla. No me importa que me subestimen: siempre me va mejor en las batallas cuando mis enemigos no saben muy bien a quién se enfrentan. Hay una línea de pensamiento diametralmente opuesta que defiende que, si muestras tu poder, evitas que la batalla tenga lugar siquiera, pero eso sólo se cumple a corto plazo. Tal vez los enemigos no te enfrenten cara a cara ni tan a menudo si saben que eres poderoso, pero no dejarán de conspirar y es más probable que utilicen trucos sucios. Aunque Malina había sido muy directa al decirme su edad, a mí no me apetecía responder con tanta franqueza, porque decírselo a ella era equivalente a decírselo a todo el aquelarre. Decidí eludir el tema.
—Por lo menos tantos como Radomila.
Eso la dejó callada un momento. No sabía si debía preguntarme cómo sabía yo la edad de Radomila o dejarlo pasar. Yo no sabía los años de Radomila, pero tenía bien claro que yo era mucho más viejo. No obstante, Malina era inteligente y llegó a la conclusión de que sería mejor preguntar otras cosas en vez de seguir un camino por el que no conseguiría nada más concreto.
—Aenghus Óg le dijo a Emily que usted tiene una espada que le pertenece. ¿Es eso cierto?
Opté por contestar sólo a una parte de la pregunta. Un fallo por su parte.
—No. No le pertenece.
Bufó, frustrada al comprender su error.
—¿Todavía tiene esa espada que él cree que le pertenece?
—Sí.
Se me pasó por la cabeza que era un poco raro que me preguntara eso, ya que había sido Radomila quien la había envuelto con la capa mágica. ¿Acaso Malina no hablaba con la líder de su aquelarre?
—¿Se encuentra aquí en la tienda?
Sí, ésa sí que era una buena pregunta. Mucho mejor que preguntarme dónde estaba, a lo que podría contestar con cualquier vaguedad. Ahora sólo podía decir sí o no y, por desgracia, como la respuesta era afirmativa y había prometido no mentir… Bueno, sí que podía mentir. El problema radicaba en que seguramente ella lo notaría y entonces sería como haberle respondido que sí, además de darle motivos para abandonar el camino de la paz.
—Sí —admití.
Sonrió encantada.
—Gracias por no mentirme. La última pregunta: ¿cuál es el último miembro de los Tuatha Dé Danann al que ha visto físicamente?
Vaya. ¿Y por qué quería saber eso?
—Morrigan —repuse.
Se quedó boquiabierta.
—¿Morrigan? —repitió con voz aguda.
Ya lo entendía. Creía que iba a decirle que Bres y así podría llegar a la conclusión de que lo había matado yo con la espada que todavía tenía en la tienda. Sin embargo, no podía llegar a tal conclusión de ninguna manera. Lo que sí podía concluir era que, dado que había visto a Morrigan y seguía con vida, tenía a la diosa de la muerte en mi equipo, en mi círculo o lo que fuera. Y quizá la razón por la que Bres no «había vuelto a casa» la noche anterior tuviera que ver con Morrigan y no conmigo. Pero todo aquel razonamiento implicaba que ella ya sabía que Bres me había hecho una visita el día anterior.
—¿Cuántos miembros de su aquelarre están ayudando a Aenghus Óg para que me quite la espada?
Le cambió la expresión.
—Lo siento, pero a eso no puedo responder.
¡Bingo!, como dicen en el casino cuando hay buena suerte.
—Es una pena, con lo francos que estamos siendo uno con el otro —repliqué.
—Podemos seguir siendo francos respecto a otros temas.
—Lo dudo mucho. Sospecho que están aliadas con Aenghus Óg.
—Por favor. —La bruja miró al cielo—. Como le dije ayer por teléfono, y era sincera, ¿por qué querríamos humillarlo entonces?
—Dígamelo usted, Malina Sokolowski.
—Está bien. No queremos tener nada que ver con los Tuatha Dé Danann. Los mortales que tratan con ellos no suelen terminar bien y, a pesar de que no somos mortales normales y corrientes, tampoco llegamos a ser pesos pesados, si me permite utilizar una metáfora de boxeo.
—Se lo permitiré por esta vez. Me resultaría mucho más divertido si a partir de ahora utilizara la jerga de los locos de los videojuegos, como por ejemplo: «Si luchamos contra los Tuatha Dé Danann, acabaremos con un “¡toma ya!”.»
Me sonrió, pues comprendió que había hecho una broma, aunque no tenía ni idea de qué hablaba.
—En realidad nos gustaría ayudarlo, señor O’Sullivan. Creemos que a Aenghus Óg no le gustará mucho descubrir por qué no puede consumar el acto, y podría volver su ira contra nosotras, al igual que contra usted. Así que, si va a haber una batalla, preferiríamos que el vencedor fuera usted. En ese sentido, ¿hay algo que podamos hacer para ayudarlo?
De ninguna manera iba a permitir que me «ayudaran», porque seguro que al final era peor para mí. Por lo menos, aquélla era una oportunidad de oro para conseguir más información.
—No estoy seguro. Hábleme de las Zorias que mencionó antes. ¿Son la fuente de su poder?
—¿Cuándo mencioné yo a las Zorias?
—Cuando le juró a Emily que tomaría medidas si no se comportaba.
—Ah. Sí, bueno, las Zorias son diosas de las estrellas conocidas en todo el mundo eslavo. Zoria Polunochnaya, la estrella de la medianoche, es una diosa de la muerte y la resucitación y, como ya se imaginará, tiene mucha relación con la magia y la sabiduría. Es ella la que nos concede gran parte de nuestro conocimiento y poder, aunque las otras dos Zorias también son muy importantes para nosotras.
—Fascinante —contesté, y lo decía en serio. Nunca había sabido demasiado sobre las Zorias, pues las antiguas deidades eslavas no eran un tema habitual de conversación a lo largo de mis viajes. Tendría que investigar un poco más—. No hacen ninguna de esas cosas raras con la luna, ¿verdad?
—No. —Negó con la cabeza—. Ésas son cosas diferentes.
—Entonces no sé en qué pueden ayudarme. ¿Qué cosas tenía en mente?
—Bueno, ya que parece que con los conjuros es bastante bueno —hizo un gesto en derredor, refiriéndose a los hechizos de la tienda que percibía—, quizá pudiéramos ayudarlo con alguna capacidad ofensiva. ¿Cómo tiene pensado atacar a Aenghus Óg?
¿De verdad creía que iba a responderle a eso?
—Improvisaré.
—Podríamos aumentar su velocidad.
—No lo necesito, pero gracias.
Malina frunció el entrecejo.
—Tengo la sensación de que en realidad no quiere nuestra ayuda.
—Y está en lo cierto. De todos modos, le agradezco mucho la oferta. Es muy amable por su parte.
—¿Por qué rechaza nuestra oferta?
—Mire, entiendo que le gustaría saldar la deuda que su aquelarre ha contraído conmigo por el tratamiento de Emily, pero éste no es el tipo de servicio en el que estoy interesado.
—¿Cree que puede hacer frente a Aenghus Óg?
Me encogí de hombros.
—Eso habrá que verlo. Nunca se ha esforzado demasiado por hacerme frente. A lo mejor él sí cree que tengo alguna posibilidad.
Malina me miraba sin llegar a creerme.
—¿Acaso hay algo que lo diferencia de un simple druida?
—Claro que sí. Soy el dueño de esta tienda y no juego del todo mal al ajedrez, y además me han dicho que soy una mierda de cylon.
—¿Qué es una mierda de cylon?
—Ni idea, pero suena muy amenazador cuando usted lo dice con ese acento polaco.
Arrugó la frente y el acento se hizo aún más evidente.
—Está siendo frívolo y no me hace gracia. Ha insinuado que un miembro de los Tuatha Dé Danann le tiene miedo, pero no ofrece ninguna razón creíble que apoye que eso sea cierto.