Alexias de Atenas

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Authors: Mary Renault

Tags: #Novela histórica

 

Atenas se rinde ante su enemiga Esparta como un noble y poderoso animal acostumbrado a señorear sabiamente su territorio. Pero el siglo V a.C. es también una época de exuberancia creadora y brillantez intelectual, Platón, Sócrates, Jenofonte, serán personajes de excepción en la juventud de Alexias, un muchacho ateniense que cobra vida gracias a la pluma de Mary Renault. Alexias de Atenas es una soberbia recreación de la vida cotidiana en la Grecia clásica, un canto a la amistad y al amor entre los jóvenes guerreros griegos, agridulce como el último vino que se comparte con amigos antes del combate.

Mary Renault (1905-1983), seudónimo de la famosa autora de novela histórica Mary Challans, nació en Inglaterra, recibió una esmerada formación en Oxford y se afincó en Sudáfrica al término de la Segunda Guerra Mundial. Aplicó su erudición y calidad literaria a la recreación de la vida en la Antigüedad clásica «como si realmente hubiera estado allí».

Mary Renault

Alexias de Atenas

ePUB v1.2

Noonesun
08.03.12

Agradecimientos a Werth y Mezki

Del original
Título
The last of the wine
Fecha de publicación
1956
De la traducción
Traducción
Elena Rius
Fecha de publicación
 05.1995
De este ePUB
Fuente
Edición digital sin origen
Maquetación
Noonesun
Portada
Werth, basada en el original
Nota del editor

La edición de este libro se ha realizado a partir de un documento digital sin autoría que sufría de la falta de ciertos párrafos y de frases que en ocasiones se encontraban entremezcladas o desordenadas de una manera que hacía sumamente complicada la comprensión del discurso.

Por este motivo, durante la edición, acudí al documento escrito en inglés por Mary Renault, única copia de la que dispongo. Tras comprobar que la edición en castellano no le era fiel procedí a la reorganización y a la traducción de las partes que de forma más evidente habían sido mal tratadas en el proceso de digitalización o traducción, siempre siguiendo el criterio de igualarlo al original. Para dejar constancia de las ocasiones en las que he modificado el texto pongo aquí las referencias al texto en inglés y vínculos para que el lector pueda acceder de primera mano a las palabras del propio autor.

Así mismo aprovecho para pedir la colaboración de quién lea esto para ayudar a recuperar las partes que en esta edición se han perdido.

Noonesun

Capítulo X

[—"What happened then?"—"Hearing us all praising Sokrates, he said, 'Oh, I can tell you something more remarkable than that.' And he described how he had tried, without success, to seduce Sokrates one night after supper. Drunk as he was, I must say he told the story well; but you could see that years later he was still puzzling it over. I really think he had offered the highest praise he knew. Sokrates made a joke of it, which indeed it was, in its own way. I should have laughed myself with the best, if I had not remembered when he loved the boy."

At this my thoughts, which had been nowhere and everywhere, settled and grew clear. I remembered the dull youth at Sokrates' house. And Alkibiades had received his love as a cracked jar holds wine. Yet being in love with the good, he could not, I thought, have ceased desiring to beget her offspring. It was for Lysis and me, not to be chosen (for no man can lay such a thing upon another) but to choose ourselves his sons.]

Capítulo XIV

[and asked them if they were lovers. They said they were, and that it was a custom of their city for friends to take a vow at the tomb of Iolaos, whom Herakles loved. After this they always served together in battle]

I

Cuando era niño, si estaba enfermo o me sucedía algo desagradable, o me habían azotado en la escuela, acostumbraba recordar que el día en que nací mi padre había querido matarme.

Diréis que no hay nada de extraordinario en eso. Sin embargo, creo que es menos corriente de lo que cabría suponer, pues, por regla general, cuando un padre decide abandonar a un hijo, lo hace, simplemente, y la cuestión acaba así. Y muy raramente puede un hombre decir de los espartanos, o de la peste, que a ellos debe la vida en lugar de la muerte.

Fue al principio de la Gran Guerra, cuando los espartanos estaban en el Ática, incendiando granjas. Existía la creencia en aquellos tiempos de que ningún ejército podía enfrentarse con ellos y sobrevivir; por tanto, nosotros teníamos sólo la Ciudad, y El Pireo y los Muros Largos, como había aconsejado Pericles. Cuando yo nací él aún vivía, aunque estaba ya enfermo; algunos jóvenes estúpidos me preguntan, como hizo uno recientemente, si le recuerdo.

Los campesinos cuyas granjas eran incendiadas llegaban a la ciudad, y vivían como animales donde podían poner un techo de piel de res sobre unos palos. Incluso dormían y cocinaban en los templos y en las columnatas de las escuelas de lucha. Los Muros Largos estaban bordeados de apestosas chozas, hasta la bahía. La peste empezó allí, en algún lugar, y se extendió como el fuego en la maleza.

Algunos dijeron que los espartanos habían invocado a Apolo, y otros aseguraron que habían logrado envenenar los manantiales.

Algunas mujeres, según creo, culpaban a los campesinos de haber traído con ellos una maldición; como si fuese posible que los dioses castigasen a un Estado por tratar con justicia a sus ciudadanos. Pero como las mujeres ignoran la filosofía y la lógica y temen más a los adivinos que al inmortal Zeus, siempre creen que lo que les causa aflicción debe ser maligno.

La peste causó muchas víctimas en mi familia, como lo hizo en casi todas. Daniisco, el corredor olímpico, padre de mi madre, fue enterrado con sus viejos trofeos y su corona de olivo. Mi padre se encontró entre quienes enfermaron y sobrevivieron, pero durante algún tiempo sufrió una fluxión sanguinolenta, que le impedía tomar parte en la guerra. Cuando yo nací, acababa justamente de recobrar sus fuerzas.

El día de mi nacimiento, murió Alexias, hermano menor de mi padre, que contaba veinticuatro años de edad. Tuvo noticias de que un joven llamado Filón, a quien amaba, había caído enfermo, y fue inmediatamente a su lado, encontrando, según me dijeron, no sólo a los esclavos del joven, sino a su propia hermana, que huían, abandonándole. Su padre y su madre habían ya perecido. Alexias halló al joven solo, echado junto a la fuente del patio, hasta donde se había arrastrado para calmar su fiebre. No le había pedido a nadie que fuera en busca de su amigo, pues no deseaba ponerle en peligro; pero algunos transeúntes, que no habían osado acercarse demasiado, dijeron haber visto que Alexias le llevaba al interior de la casa.

Estas noticias llegaron hasta mi padre algo después, mientras mi madre me daba a luz. Mandó a un servidor de confianza, que había sufrido ya la peste, el cual encontró a los dos jóvenes muertos. Por la forma en que yacían, parece que en el momento de la muerte de Filón, Alexias se había sentido enfermo, y, sabiendo el fin que le esperaba, tomó cicuta, para hacer el viaje juntos. La copa estaba en el suelo, a su lado; había derramado el sedimento, escribiendo FILÓN con el dedo, como se hace después de la cena, con el último vino.

Tras recibir por la noche estas noticias, mi padre salió con antorchas en busca de los cadáveres, para mezclar sus cenizas en la misma urna y mandar erigir un monumento fúnebre. Habían desaparecido ya, arrojados a una pira común en la calle; pero más tarde, mi abuelo erigió una lápida para Alexias, en la calle de las Tumbas, con un relieve en el que aparecían los amigos con las manos unidas en despedida, y una copa junto a ellos, en un pedestal. Cada año, el día de la Fiesta de las Familias, hacíamos sacrificios por Alexias en el altar de la casa. Esta es una de las primeras historias que recuerdo. Mi padre solía decir que en la Ciudad quienes murieron de la peste fueron los hermosos y buenos.

Como Alexias había muerto sin haber contraído matrimonio, mi padre decidió dar su nombre al hijo que nacía, si era varón. Mi hermano mayor, Fiocles, que contaba entonces dos años, había sido un muchacho particularmente fuerte al nacer; pero cuando la comadrona me sostuvo en el aire, vieron que yo era pequeño, arrugado y feo, pues mi madre me había alumbrado casi un mes antes de tiempo, quizá por una debilidad de su cuerpo o por la presciencia de un dios. Mi padre decidió inmediatamente que sería indigno para Alexias imponerme su nombre; que yo había nacido en tiempos de mala fortuna, y estaba marcado por la ira de los dioses, por lo que sería mejor no criarme.

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