Alí en el país de las maravillas (16 page)

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Authors: Alberto Vázquez-Figueroa

Tags: #Comedia, Aventuras

El aterrorizado Dino Ferrara, que había cerrado por un instante los ojos esperando la muerte, volvió a abrirlos para no dar crédito a lo que estaba viendo, puesto que Alí Bahar empuñaba, impasible, la enorme Magnum aún humeante, que un día perteneciera a Marlon Kowalsky.

—¡Anda la leche! —exclamó alborozado—. ¡Pero si es Harry el Sucio! Y nunca mejor dicho. ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Quienquiera que seas! ¡Gracias!

Se apresuró a abandonar la fosa ayudado por su inesperado salvador que le ayudó de igual modo a librarse de las ligaduras de sus muñecas, y de inmediato se apoderó de las armas de sus ineptos verdugos al tiempo que del bolsillo extraía un teléfono móvil para marcar un número.

—¿Bola de Grasa? —inquirió en cuanto le respondieron al otro lado—. Soy yo, Dino. Tu adorado Dino Ferrara. Tengo a tus esbirros heridos y a mi merced, pero no voy a matarlos, porque no soy un asesino. —Hizo una corta pausa para añadir con marcada intención—: Y tampoco soy de los que le roban la novia a los amigos, aunque sean tan cerdos, traidores y sebosos como tú. Recuérdale a esa golfa que está falsificando los cheques y pronto te dejará en la ruina, que ya le dije cien veces que no me acostaría con ella aunque fuera la última mujer de este mundo. —Sonrió de oreja a oreja—. Y que tenga en cuenta que si se ha propuesto hacer asesinar a todos los que la desprecian por puta y por guarra va a necesitar una bomba atómica.

Colgó, se guardó el aparato con la felicidad en el rostro y apuntó con el dedo a los dos heridos para amenazar roncamente:

—¡Y vosotros! Como os vuelva a ver, aquí, entre mi primo y yo os volamos la cabeza. —Tomó a Alí Bahar por el brazo para tirar de él con gesto decidido—: ¡Vamos, primo! —dijo—. Lo primero que tenemos que hacer es darte un buen baño.

Juntos se encaminaron a un enorme coche negro que aparecía aparcado a cierta distancia, Dino abrió la puerta para que su acompañante subiese, y sentándose arrancó alejándose entre una nube de polvo.

—¡La madre que los parió! —se lamentó el casi lloroso Bob—. ¿Y ahora qué hacemos?

—Arrastrarnos hasta la carretera y contar la verdad —le replicó con toda calma el llamado Fredo—. Que el mismísimo Osama Bin Laden apareció como un fantasma surgido de la nada y nos atacó por sorpresa.

9. La lujosa mansión, símbolo de una de las épocas

La lujosa mansión, símbolo de una de las épocas más brillantes de la historia del séptimo arte, había ido perteneciendo sucesivamente a algunas de sus más rutilantes estrellas, por lo que su actual propietaria, la hermosa, curvilínea, sofisticada y en verdad talentosa Liz Turner, se encontraba en esos momentos en todo su esplendor de unos gloriosos treinta y cinco años.

Las paredes del amplio salón, la escalera que llevaba al piso alto, su gigantesco dormitorio e incluso los pasillos que conducían a la cocina aparecían engalanados con carteles de sus películas o provocativas fotos en algunas de las cuales se la advertía bastante ligera de ropa; en esos momentos la satisfecha dueña de tan fastuoso lugar descansaba tendida en una hamaca al borde de la enorme piscina, fumando un largo habano y recitando con voz profunda y grave los diálogos del guión que mantenía en las manos.

—Hagas lo que hagas y me ofrezcas lo que me ofrezcas, jamás obtendrás mi amor... Conseguirás mi cuerpo, pero mi alma siempre pertenecerá a otro hombre... —En ese punto se interrumpió, dio una larga calada a su cigarro y comentó para sí misma en otro tono—: ¡Esto es una chorrada...! ¿Cómo se lo suelto a George si está como para comérselo? ¡Malditos guionistas!

Se disponía a continuar leyendo, pero le interrumpieron unos discretos golpes en la puerta que se abría en el alto seto que la mantenía a salvo de miradas indiscretas, lo cual evidentemente le molestó sobremanera por lo que se apresuró a esconder en un florero cercano el habano para alzar la voz inquiriendo en tono malhumorado:

—¿Quién diablos es?

—¡Soy yo, Liz...! —le respondió una voz apagada—. Dino, Dino Ferrara... ¡Abre por favor...!

—¿Dino...? —repitió sorprendida—. ¿Y qué tripa se te ha roto a estas horas? Sabes muy bien que los fines de semana los dedico a aprender diálogos y no me gusta que me molesten...

—¡Naturalmente que lo sé...! —fue la respuesta en el mismo tono entre asustado y suplicante—. ¡Pero es que esto es muy importante! ¡Cuestión de vida o muerte...! ¡Abre, por favor...!

La actriz dudó unos instantes pero al fin se encaminó a la puerta con gesto de hastío.

—¡Como lo de vida o muerte sea irse a la cama te voy a dar una patada en el culo que te vas a enterar...! —señaló.

No obstante, al abrir la puerta y enfrentarse al pálido, desencajado, arrugado y cubierto de tierra Dino Ferrara, su expresión cambió, alarmándose.

—¡Caray...! —no pudo evitar exclamar—. ¿Qué diablos te ha pasado? ¿De dónde sales?

—¡De la tumba...! ¡Y lo digo en serio! Bola de Grasa ordenó que me mataran y si no es por un tipo que me salvó en el último momento, a estas horas estaría fiambre... ¡Necesito que me hagas un gran favor...!

—Sabes que no me gusta meterme en tus líos de mafiosos —fue la agria y poco diplomática respuesta—. Pero menos me gusta dejar a un ex amante en la estacada. ¿Qué puedo hacer por ti?

—Permitir que mi amigo se quede en tu casa esta noche. —Alzó la mano interrumpiendo su protesta para insistir—: ¡Sólo será por esta noche, te lo prometo...! ¡Mañana lo sacaré de aquí!

—¿Y quién me lo garantiza?

—Yo. He decidido largarme una temporada de la ciudad y me lo llevaré conmigo. —Le aferró las manos con gesto suplicante al añadir—: ¡Sabes que siempre cumplo mis promesas!

—Eso es muy cierto; siempre cumples lo que prometes, pero te repito que no me gusta meterme en tus sucios negocios...

—Pero es que en esta ocasión no se trata de un negocio; se trata de salvarle la vida a un hombre...

—¿Es un mafioso?

—¡No, por Dios! —replicó de inmediato un escandalizado Dino Ferrara—. ¡En absoluto! Es un pobre infeliz que no le ha hecho mal a nadie...

—¿En ese caso cómo es que anda con un tipo como tú?

—No anda conmigo —le aclaró—. No le había visto en mi vida, pero dio la casualidad de que pasaba por el bosque en el momento en que iban a liquidarme, se jugó el tipo y me salvó.

—¿Sin conocerte? —se sorprendió ella.

—Sin conocerme.

—¡Bueno! No sé de qué me extraño —fue el agrio comentario—. Si te salvó la vida resulta evidente que debió ser porque no te conocía.

—Si no lo oculto lo matarán...

Liz Turner dudó de nuevo, observó a su ex amante, movió de un lado a otro la cabeza negativamente, estuvo a punto de cerrarle la puerta en las narices, pero al fin acabó por asentir de mala gana:

—¡Está bien...! —dijo—. Te salvas porque los fines de semana dejo libre al servicio y nadie podrá verle. Pero eso tú ya lo sabías... ¡Naturalmente que lo sabías! ¡Anda, dile que pase!

Se encaminó de regreso a la hamaca, dejó el guión sobre la mesa, recuperó su cigarro de entre las flores, lo encendió y se volvió con la mejor de sus sonrisas y un gesto evidentemente teatral hacia el recién llegado que había hecho su aparición en la puerta llamado por Dino.

—¡Buenos días, señor...! ¡Bienvenido a mi humilde morada...! —De improviso la sonrisa se heló en sus labios y su rostro quedó blanco como el papel al balbucear incrédula—: ¡Andá mi madre...!

Las piernas le fallaron por lo que cayó despatarrada sobre la hamaca mientras una de sus coquetas zapatillas iba a parar a la piscina y el habano se le escapaba de entre los fláccidos dedos.

Dino Ferrara corrió a su lado, recogió el habano y la zapatilla y le cacheteó levemente la mejilla obligándole a que reaccionara.

—¡Tranquila, querida...! —suplicó—. ¡Tranquila...! ¡No es quien tú crees! —Se volvió a Alí Bahar para indicarle—: ¡Trae un poco de agua! —Casi de inmediato reparó en la inutilidad de su demanda para añadir—: ¡Qué diablos digo, si no entiende un carajo!

Por su parte Alí Bahar, que no se explicaba, como casi siempre, qué era lo que estaba ocurriendo, se limitaba a permanecer en pie junto a la puerta observando a la hermosa mujer y la fastuosa piscina con auténtica estupefacción.

—¡Pero si es Osama Bin Laden! —sollozaba casi histéricamente la pobre mujer—. ¡El terrorista en mi propia casa...!

Dino se apresuró al tiempo que sacaba del bolsillo una revista y la abrió mostrando una serie de fotografías del auténtico Bin Laden.

—¡No! No lo es —dijo—. He estado estudiando estas fotos y resulta evidente que no lo es. Este es más joven y no tiene esa cicatriz aquí sobre el ojo...

—¡Se la habrán operado! —fue la inmediata respuesta—. ¡Anda que no me han quitado a mí arrugas y cicatrices...!

—¡Te repito que no es el terrorista...! —insistió su ex amante—. ¡Fíjate en qué pinta de infeliz tiene...! Y por si fuera poco, no habla una palabra de inglés mientras que todo el mundo sabe que el auténtico Osama Bin Laden se crió en Inglaterra y estudió en Oxford.

—¿Y si no es el auténtico Osama Bin Laden, quién es y de dónde diablos ha salido?

—Por lo poco que he conseguido entenderle cuidaba cabras en el desierto y alguien lo secuestró para traerle aquí.

—Esa parte de la historia debe ser cierta porque hiede a cabra a un kilómetro —admitió la actriz—. Lo sé muy bien porque mi abuelo era cabrero en Oklahoma y aún tengo su olor en la nariz.

—¡Ayúdanos, te lo suplico! —insistió una vez más Dino Ferrara—. No tenemos otro sitio adonde ir.

—¿Y por qué no te lo llevas a casa de Susan Davis? —quiso saber ella—. Al fin y al cabo es tu novia actual.

—Por eso mismo... —fue la rápida respuesta no exenta de una absoluta lógica—. Allí es adonde irán a buscarme en primer lugar, pero por suerte está rodando en Berlín y por lo tanto no corre peligro. Y como comprenderás, a mi casa tampoco puedo llevarle. No duraríamos ni diez minutos...

La atemorizada pero compasiva Liz Turner dudó una vez más, estudió con mayor detenimiento al despojo humano que continuaba en pie al otro lado de la piscina y que no cesaba de rascarse mientras lo observaba todo como idiotizado, y al fin lanzó un suspiro de resignación al tiempo que se encogía de hombros y golpeaba con afecto la mano de su antiguo amante.

—La verdad es que tienes razón y si ese cretino es un temible terrorista yo aún no sé lo que es una mamada.

—¿Significa eso que puede quedarse?

—Pero por una noche. ¡Sólo por una noche!

El le besó las manos con innegable fervor al exclamar:

—¡Sabía que no me fallarías! Sigues siendo la mujer más maravillosa que nunca he conocido. ¿Por qué fui tan estúpido como para no casarme contigo cuando tuve ocasión?

—Porque yo no soy tan estúpida como para casarme con un chulo mafioso por muy bueno que sea en la cama... —Apuntó con el dedo al silencioso y casi indiferente Alí Bahar para puntualizar sin dejar margen a ningún tipo de negativa—: Se quedará esta noche, pero lo primero que tienes que hacer es quemar toda su ropa en aquel bidón y obligarle a meterse en la piscina hasta que se le ahoguen las pulgas y los piojos. No quiero que me infecte la casa, ni que ese olor me devuelva a los traumas de mi infancia. Me volvería a gastar una fortuna en psiquiatras. Y mañana te lo llevas o llamo a la policía.

Mohamed al-Mansur, el feroz y astuto lugarteniente del todopoderoso y temido terrorista Osama Bin Laden, no parecía en absoluto feroz, astuto, ni mucho menos terrorista vistiendo como vestía una llamativa camisa estampada a base de grandes flores amarillas y unos bermudas rosas, asistiendo a un partido de béisbol de cuyo desarrollo no entendía absolutamente nada.

Fue a partir de la segunda «entrada» cuando vino a ocupar el asiento contiguo su hombre en California, Malik el-Fasi, que exhibía una vestimenta bastante similar y que además llegaba devorando una enorme bolsa de palomitas de maíz.

—Es un sitio absurdo para citarse —le espetó Mohamed al-Mansur sin volverse a mirar al recién llegado—. Aquí, a la vista de miles de personas.

—A la vista de miles de personas es donde menos llamamos la atención —sentenció el otro—. Desde que ocurrió lo que ocurrió, mil ojos lo vigilan todo, pero en este lugar ninguno de ellos sería capaz de diferenciarnos de quienes nos rodean. Y te garantizo que incluso los que se ocupan de espiar están ahora mucho más pendientes de lo que ocurre ahí abajo que aquí arriba.

—Y esos tipos de «ahí abajo», ¿por qué se visten de una forma tan ridícula? —quiso saber su jefe.

—Es el uniforme tradicional de los jugadores de béisbol —le replicó Malik el-Fasi.

—De un mal gusto horrible si me permites que te lo diga —puntualizó quisquillosamente Mohamed al-Mansur—. Y aquel del fondo, el que siempre está acuclillado no para de tocarse los huevos, lo cual me parece una absoluta falta de respeto, sobre todo teniendo en cuenta que aquí hay muchas mujeres.

—No es que se toque los huevos —señaló su hombre en California armándose de paciencia—. Es que le hace señas al lanzador de cómo y por dónde debe enviarle la pelota...

—¿Y no podría hacerle las mismas señas tocándose el pecho o la nariz?

—No, porque entonces el bateador lo vería de reojo y sabría de antemano por dónde le va a enviar la pelota el lanzador.

—Pues te advierto que ese «lanzador» es muy bestia y tiene muy mala intención. Siempre tira a dar y si yo fuera el que tiene el palo le atizaría con él en la cabeza... —El lugarteniente de Osama Bin Laden hizo un leve gesto despectivo con la mano, tomó un puñado de palomitas de maíz y comenzó a metérselas en la boca mientras añadía—: Pero dejemos eso... ¿Qué sabes del tipo que estamos buscando?

—Nada aún, pero tengo a doscientos hombres vigilando cada parque, cada puente, cada edificio abandonado y hasta cada rincón de lo que aquí se considera los bajos fondos.

—¿Y por qué los bajos fondos?

—Porque es de suponer que es el único lugar donde puede ocultarse un fugitivo que no habla inglés, no tiene dinero, ni conoce a nadie. Como comprenderás, no soy tan estúpido como para buscarlo en Beverly Hills.

—¿Y eso qué es?

—El lugar en el que viven los millonarios y las estrellas de cine. En esa zona en cada esquina monta guardia un vigilante armado, y no se mueve ni una mosca sin que todo el mundo se entere. Los Ángeles es como una jungla en la que cualquier cosa puede ocurrir en cualquier momento, pero los verdaderamente ricos viven en una especie de fortaleza que los mantiene alejados de todos los peligros.

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