Read Alí en el país de las maravillas Online
Authors: Alberto Vázquez-Figueroa
Tags: #Comedia, Aventuras
—Cosas de la tecnología moderna, señorita. Pero por desgracia lo que ocurre es que cuando es el sospechoso quien llama el margen de error es mínimo, pero cuando le llaman a él, la cosa cambia. Nos consta que tiene que estar por las proximidades, pero a la vista de lo ocurrido no creo que sea buena idea irrumpir a la fuerza en todas las piscinas de Beverly Hills.
—¡No! —admitió ella con una leve sonrisa—. Supongo que no. Pero si lo intentan, no se les ocurra asaltar la casa de Nicholson que en cuanto se bebe dos copas se lía a tiros con los intrusos, o la de los Douglas, que tienen cinco rottweiler capaces de arrancarle una pierna a cualquiera.
—Le agradezco la información, aunque le garantizo que no pienso seguir con esta absurda búsqueda en una zona tan conflictiva. —Se volvió de improviso al amanerado que continuaba clavado frente a Alí Bahar para vociferar autoritariamente—: ¡Número tres! ¡Déjese de tonterías que no estoy para mariconadas! ¡Vista al frente!
Aquellos de sus hombres que habían abandonado el interior de la casa tras registrarla minuciosamente se cuadraron ante él aunque sus ojos se dirigieron de inmediato hacia otro lado.
—¡No hay nadie dentro, señor! —dijo uno de ellos—. Falsa alarma... ¡Santo cielo! ¿Y eso qué es?
—¡Nada, hijo, nada! —le calmó de inmediato el atribulado coronel Vandal—. No te dejes impresionar por lo primero que veas. —A continuación se cuadró de nuevo ante la dueña de la casa para señalar respetuosamente—: Lamento profundamente lo ocurrido, señorita. Son cosas que pasan.
—Lo entiendo y lo disculpo —le tranquilizó ella con estudiada amabilidad—. Como suele asegurar nuestro amado presidente, la seguridad de Estados Unidos y el bienestar de sus ciudadanos debe anteponerse a cualquier otra consideración.
—¡Sabias palabras! —corroboró su interlocutor—. ¡Muy sabias! Dignas de nuestro presidente. ¡Siempre a sus órdenes! Perdonen las molestias y que ustedes lo pasen bien...
—¡Ya lo creo que lo van a pasar bien! —no pudo por menos que murmurar muy por lo bajo el amanerado—. ¡Qué suerte tienen algunas...!
El abrumado coronel Vandal se alejó mohíno, cabizbajo, acomplejado y mascullando casi para sus adentros:
—¡Qué ridículo, madre! ¡Qué ridículo! ¡Y qué complejo!
Ya en la puerta se despojó de la gorra y comenzó a golpear con ella al hombre que cargaba el pesado y sofisticado aparato de radio.
—¿Conque éste era el punto exacto, estúpido? —le espetó—. ¿Para qué queremos tanto satélite y tanta tecnología? Nos gastamos miles de millones en aparatos que no sirven para nada.
—Ya le advertí que existía un pequeño margen de error —fue la tranquila respuesta al tiempo que hacía un amplio gesto señalando las hermosas mansiones que se extendían a su alrededor al añadir—: Ese tipo tiene que estar muy cerca, se lo aseguro.
—¿Y qué espera que hagamos, Flanagan? —le replicó su indignado superior—. ¿Invadir las casas de todas las estrellas de Hollywood? Ya ha oído cómo se las gastan. ¡Cretino...! ¡Estoy rodeado de cretinos!
Cuando ya se alejaban calle adelante camino de las negras camionetas que aguardaban tras la siguiente esquina, uno de sus hombres se volvió al amanerado para inquirir señalando a sus espaldas.
—¡Pero bueno! Yo es que no me aclaro; ese tipo tan alto que más bien parece un anuncio de mortadela que una persona normal, ¿quién diablos es?
—¡Una estrella del cine porno, imbécil! —fue la desabrida respuesta—. ¿Qué otra cosa podría ser?
—¡Pues como cobre por metros debe estar forrado!
Una esplendorosa Liz Turner, que lucía una amplia pamela haciendo juego con su vestido azul cielo, conducía un lujoso Rolls-Royce descapotable blanco que avanzaba por amplias avenidas bordeadas de palmeras, mientras a su lado se sentaba un Alí Bahar, más elegante que nunca, que observaba con el desconcierto y la atención acostumbrados en él, la sorprendente vida que se desarrollaba a su alrededor.
Tras un largo y triunfal paseo por las amplias avenidas y autopistas de la ciudad de Los Ángeles atravesaron la puerta de unos estudios de cine, cuyos porteros la saludaron con afecto, para adentrarse de inmediato en un confuso y abigarrado mundo lleno de figurantes vestidos de las más extrañas formas, ya que podían distinguirse desde romanos, indios y vaqueros, a soldados de la Segunda Guerra Mundial y mosqueteros.
Cuando en un momento dado el señorial vehículo cruzó junto a un grupo de falsos beduinos que aguardaban pacientemente frente a medio centenar de cabras y camellos, Alí Bahar no pudo evitar ponerse en pie y saludarlos alegremente pronunciando ininteligibles palabras en su idioma, lo cual en buena lógica trajo aparejado que los aburridos y desconcertados figurantes, mexicanos en su mayor parte, le mirasen como si en verdad estuviera loco.
Al fin el vehículo se detuvo, la actriz descendió con los ademanes propios de una reina del celuloide para tender la mano a su amado, colgándose de su brazo y apoyando la cabeza en su hombro con un gesto que denotaba que sentía por él auténtica adoración, para penetrar así por una pequeña puerta lateral que conducía a los camerinos.
Media hora más tarde una provocativa Liz Turner enfundada en una especie de mono rojo muy ajustado que tenía la virtud de resaltar aún más su magnífica figura, penetraba en el inmenso plato central de los estudios conduciendo de la mano a un Alí Bahar que permaneció largo rato con la boca abierta al descubrir que desembocaban en un gigantesco decorado que representaba con tan absoluta propiedad que parecía real, el interior de una gigantesca nave espacial.
Docenas de personas iban de un lado a otro preparando el rodaje, las grúas se movían, los ayudantes gritaban, los carpinteros golpeaban y los pintores daban los últimos retoques a tan prodigiosa obra de arte, mientras el pelirrojo y melenudo Stand Hard, que lo observaba todo a través de un enorme monitor de televisión, impartía secas y muy precisas órdenes.
Al ver llegar a la pareja se interrumpió unos instantes en su tarea con el fin de saludar con un beso a la protagonista de la mayor parte de sus películas, y a continuación estudió de arriba abajo a su desconocido acompañante que continuaba observándolo todo con aire idiotizado.
—¡Hola, querida! —dijo—. ¡Me maravilla que por primera vez en tu vida seas puntual! ¿Y éste quién es?
—Mi próximo marido.
—¡Vaya por Dios! —se vio obligado a exclamar el por lo general irónico y quisquilloso director—. ¿Se trata del quinto o el sexto?
—¡El definitivo! —replicó ella con una alegre sonrisa—. Sé que suena a tópico, pero creo que al fin he encontrado al hombre de mi vida; es un tigre en la cama, se come sin protestar todo lo que cocino, fuma, es dulce, cariñoso y además no habla porque no sabe una palabra de inglés.
—Pregúntale si tiene una hermana...
—La tiene. Y tampoco habla porque tampoco sabe inglés...
—Invítala a cenar una noche de éstas —le rogó el otro guiñándole un ojo—. Estoy hasta el gorro de estúpidas seudointelectuales que me consideran un ser inferior por el simple hecho de que únicamente dirijo películas de acción.
—Con tu talento podrías dirigir lo que quisieras... —le hizo notar ella con absoluta naturalidad—. Y ya te he dicho mil veces que cuando encuentres una historia seria que valga la pena trabajaré por la cuarta parte de lo que cobro normalmente.
—¡Escucha, querida! —fue la agria respuesta—. A la pandilla de pretenciosos ejecutivos que en la actualidad dirigen los grandes estudios no les interesan las buenas historias, ni mucho menos las buenas películas, y como comprenderás no pienso ir contra ellos porque tengo tres avariciosas ex esposas, que más bien parecen buitres, a las que pagar una pensión alimenticia.
—¡Lástima!
—¡Lástima en efecto! Debí pensar en mi carrera antes de casarme tantas veces, pero en ese caso no tendría cuatro preciosos hijos. —Hizo un gesto hacia el centro del plato—. ¡Y ahora vuelve a tu marca, recuerda lo que te expliqué el último día, y haz tu trabajo como sólo tú sabes hacerlo! Es la última escena y tiene que quedar perfecta, porque quiero acabar esta mierda antes del viernes. —Se desentendió de ella para gritar por un micrófono—: ¡Silencio! ¡Rodamos en dos minutos!
La actriz indicó a Alí Bahar que se acomodase en una silla en cuyo respaldo podía leerse «Miss Turner» y le hizo un significativo gesto para que observase con atención llevándose el dedo a los labios ordenándole silencio.
A continuación se dirigió al punto indicado por Stand Hard con el fin de colocarse sobre una pequeña marca de tiza que apenas se distinguía en el suelo y cerrar los ojos concentrándose en lo que tenía que hacer.
Una peluquera y un maquillador acudieron de inmediato a retocarla, un nervioso director de fotografía hizo sus últimas comprobaciones con ayuda del fotómetro, todos los asistentes se fueron quedando muy quietos y en silencio, y al fin el pelirrojo director ordenó escuetamente:
—¡Cámara! ¡Acción!
Liz Turner se inclinó a mirar a través de un sofisticado microscopio que descansaba sobre la mesa, al poco alzó el rostro con gesto de profunda preocupación, alargó la mano con el fin de apoderarse de una serie de documentos, y fingió comenzar a estudiarlos totalmente ajena al hecho de que a sus espaldas se había abierto una gran puerta por la que al poco hizo su sigilosa entrada un gigantesco monstruo tan espantosamente repugnante como el protagonista de la famosa serie Alien, de quien parecía descender por línea materna.
Se movía con sigilo, en absoluto silencio, y resultaba tan convincente que la mayor parte de los presentes contuvieron la respiración al tiempo que el rostro de Alí Bahar, con los ojos como platos y la boca entreabierta, mostraba a las claras que se le había helado el alma.
Liz Turner volvió a inclinarse sobre el microscopio, el monstruo continuó su avance, y el impresionado Alí Bahar intentó gritar aunque las palabras se negaron a salir de su boca.
Al fin la actriz advirtió que algo extraño ocurría a sus espaldas, se volvió con estudiada lentitud, pero resultó ser ya demasiado tarde, por lo que se enfrentó a su enemigo sin escapatoria posible puesto que la pesada mesa que se encontraba tras ella le impedía correr.
La bestia le aproximó el rostro, de la negra boca surgió una larga lengua amoratada y babosa de la que escurría un líquido verdusco y viscoso, Liz Turner gritó de terror, y en ese instante Alí Bahar no pudo contenerse por más tiempo y sin meditar las consecuencias de sus actos se precipitó sobre el monstruo golpeándole violentamente con la cabeza en el costado con el fin de apartarle de su amada.
Pero para su desgracia la armadura de la repugnante criatura era metálica, debido a lo cual rebotó como una pelota de tenis quedando momentáneamente aturdido.
Sacudió por tres veces la cabeza, se apoyó por un instante en la columna más cercana sin reparar en el revuelo que se había armado, advirtió que la desconcertada Liz Turner gritaba más que nunca, y tras buscar un arma a su alrededor se apoderó de una silla de hierro para lanzarse de nuevo al ataque propinando a su enemigo un sinfín de furiosos silletazos.
El decorador y un par de tramoyistas corrieron a detenerle dando alaridos, pero se zafó de ellos y no se detuvo hasta que los cables del supuesto monstruo quedaron al descubierto, con lo que el metal de la silla hizo contacto provocando un cortocircuito seguido de una violenta descarga eléctrica que tuvo la virtud de lanzarle de espaldas, chamuscado y con los pelos en punta, pero orgulloso y sonriente al advertir que tan horrenda criatura surgida de las entrañas de los mismísimos infiernos había comenzado a arder por los cuatro costados.
Cuando por fin los bomberos consiguieron apagar las llamas, sobre el suelo del plato no quedaban ya más que un montón de hierros retorcidos.
Tan sólo entonces el desolado director de tan costosa superproducción se aproximó a su actriz protagonista que, sentada en el suelo, sostenía entre sus manos la desgreñada cabeza del maltrecho pero feliz Alí Bahar.
—¡Maldito loco hijo de puta! —no pudo por menos que exclamar fuera de sí—. ¡Me ha destrozado el monstruo!
La respuesta llegó seca e inapelable:
—Yo lo pagaré.
—¡Pero es que ese trasto ha costado medio millón de dólares! —le hizo notar el cada vez más atribulado Stand Hard—. ¿Has oído bien? ¡Medio millón de dólares!
—¡No importa! —insistió ella demostrando una absoluta e inalterable convicción—. Los pagaré a gusto. —A continuación acarició la mejilla de su amado al tiempo que musitaba con una leve sonrisa—: Esto es lo más hermoso que me ha ocurrido en mi vida y vale ese dinero.
—¿Hermoso que un majareta se líe a silletazos con un montón de metal, cables y piel sintética? —se asombró su amigo y director—. Siento decirte que estás tan loca como él.
—Para Alí no se trataba de metal, cables y piel sintética —fue la calmada respuesta en la que podía advertirse un claro tono de orgullo—. Para Alí era un auténtico monstruo infernal que pretendía devorarme, por lo que no ha dudado en arriesgar su vida intentando defenderme.
—Si es tan bruto como parece, puede que tengas razón.
—No es que sea bruto; es que jamás ha visto una película y por lo tanto cuanto estaba sucediendo aquí le parecía real.
—¿Y de dónde ha salido?
—Eso no importa —fue la seca respuesta—. Lo que en verdad importa es que nadie me ha demostrado nunca tanto amor, ni creo que nadie vuelva a enfrentarse a un alienígena por mí. —Sonrió orgullosa besando amorosamente al herido al tiempo que añadía—: O por ninguna otra mujer de este mundo...
—¡Muy tierno y muy romántico! —se lamentó el pelirrojo tomando asiento en un cajón—. Todo lo que tú quieras, pero sin esta escena la película no tiene ni final ni sentido, y te recuerdo que el día cinco finaliza tu contrato.
—¡Olvídate del contrato! —señaló ella al tiempo que le hacía un gesto con el fin de que le ayudara a poner en pie al maltrecho beduino—. Yo me largo a pasar unos días al rancho. Tú arregla ese maldito trasto, cárgame los gastos y cuando estés listo para rodar vas a buscarme y terminamos sin prisas la puñetera película. —Le apuntó acusadoramente con el dedo—. Pero si pretendes que sigamos trabajando juntos, procura encontrar un guión en el que por cada cien balas haya por lo menos una idea aunque tan sólo sea medianamente inteligente.
Salam-Salam el animoso, optimista y honrado guía del desierto, hizo su aparición en la puerta de salida de pasajeros tan estrafalariamente vestido como de costumbre, y de inmediato dos hombres le tomaron de los brazos con el fin de arrastrarle, casi en volandas, hasta un enorme automóvil negro que le condujo a un discreto chalet de la playa de Malibú en el que le esperaba Janet Perry Fonda.