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Authors: Kate Jacobs

Amigas entre fogones (31 page)

—Mmm, ¿gracias? —Hannah apoyó la espalda en el tronco del árbol—. No te creas que me he olvidado de que fuiste tú el que me delató en plena emisión en directo.

—Perdóname por aquello —se disculpó—. Es que estaba muy emocionado. Es como descubrir que Martina Navratilova fuese la agente que vigila el parquímetro de mi calle o algo así.

—Qué gracioso eres. —Se acomodó para poder comer.

—¿Qué debes de tener ahora? ¿Treinta y cuatro años?

—¿Qué debes de tener ahora? ¿Cero tacto? —Hizo una mueca—. Tengo treinta y seis. Lo puedes confirmar en la Wikipedia.

—Pues la verdad es que pareces bastante joven —dijo él—. Todo ese azúcar debe de estar conservándote o algo así. Yo tengo treinta y cuatro. ¿Los aparento?

—No, aparentas cuarenta. —Dio un mordisco al bocadillo de ensalada de pollo.

—Eso no es verdad —repuso él—. Siempre que puedo, echo un partido de baloncesto con algunos colegas. Yo quería ser un astro de la NBA.

Hannah entornó los ojos y lo miró con atención.

—¿Cuánto mides exactamente?

—Uno setenta y tres —respondió Troy—. Podría haberlo conseguido. Si hubiese sido mejor.

Ella sonrió.

—Sigo llevando el baloncesto en el corazón.

—Y no nos olvidemos de Sabrina.

—¿Sabes que odia el baloncesto? Sorprendente, pero cierto.

—Dicen que los opuestos se atraen —dijo Hannah—. Oye, ¿de verdad eras aficionado al tenis?

—Oh, sí —respondió él entre dos mordiscos de su bocadillo—. En verano iba a un campamento de tenis. Era la semana siguiente al campamento de baloncesto.

—¿Te gustaba?

—Me encantaba —dijo él—. Me pone las pilas salir a jugar, mover el esqueleto un poco. Siempre me ha pasado.

—A mí también.

—Mi ídolo era John McEnroe. Pero tenía un póster tuyo en la pared de mi cuarto. Eras como un bombón que además sabía dar caña.

—Vale —dijo Hannah—. Escogeré sentirme halagada… Creo.

—En aquella época era horrible —dijo Troy—. No crecí hasta que cumplí casi dieciocho años, y llevé aparato un montón de años.

—Tienes una dentadura casi perfecta —dijo ella—. Buenas encías. La semana pasada escribí un artículo sobre la importancia de tener las encías sanas.

—¿No echas de menos el tenis alguna vez?

—Me gusta escribir artículos sobre temas de salud —dijo ella—. Pero por supuesto que echo de menos el tenis. Era toda mi vida.

—Además de una actividad lucrativa.

—Sí —concedió Hannah—. Y también dediqué toda mi vida a entrenar para llegar a donde llegué. Ser profesional no es algo que te caiga del cielo. Cuando entrenaba, jamás comí una sola golosina.

—¿Y ahora mantienes a flote a la Hershey Company no?

—Mira, tuve que devolver todo el dinero que gané, todo estaba bajo sospecha, y no resultó fácil. Si una cucharada de azúcar sirve para que la medicina pase mejor, pues así sea. —Se limpió la boca con una servilleta—. Eres consciente de que si me delatas a la prensa amarilla Gus se asegurará de que no vuelvas a ver a Sabrina en la vida, ¿verdad que sí?

—Vas al grano, ¿eh? —dijo él asintiendo—. Me gusta. No te preocupes. Además, estoy bastante en deuda con Gus en términos generales. Ella invirtió en FarmFresh cuando estaba casi en las últimas. Yo opero con un presupuesto muy reducido.

—Es buena gente —dijo Hannah.

—Tú también debes de serlo si le caes bien a Gus. E hiciste unas cuantas hazañas cuando jugabas. Me gusta.

—Pero cómo es posible que me dejase ganar, ¿verdad?

—Te lo pidió tu padre.

—¿Y por qué no me negué? —Se frotó contra la corteza del árbol—. Apuesto a que es lo que estás deseando saber.

—Es tu padre —dijo Troy—. Y te lo pidió. Punto. No hay más que hablar. Es lo único que hay en ti que no resulta chocante.

Hannah le miró con recelo.

—Vale, lo de la jugadora alemana fue una locura, de eso puedes estar segura —siguió él mientras recogía los restos de comida—. Pero ¿obedecer a tu padre? Es lo que hace un buen hijo. Yo haría lo que fuera por mi viejo.

—¿sí?

—Desde luego —respondió él—. Todavía voy todos los años a Oregón para echarles una mano con la cosecha. Y dirijo una maldita empresa en la ciudad de Nueva York que podría irse al garete de un momento a otro. ¿Sabes cuál es la tasa de fracaso de las empresas de nueva aparición? Pero yo quiero ayudar a mis padres, así que en cuanto llega la época de cosecha, soy el primer recolector de la explotación. Bueno, tal vez más bien el capataz de la explotación, pero aun así… ahí estoy

—Me parece muy bien —dijo Hannah—. La familia es importante.

—¿Y la tuya?

—Yo tengo a Gus. Lo único que necesita todo el mundo es contar con un solo buen amigo. Entonces, ya puedes comerte el mundo.

—Un amigo —repitió él—. No es fácil saber cómo van a evolucionar las cosas, ¿verdad? Por ejemplo, ¿quién habría imaginado, cuando ganaste tu primer Wimbledon, que todo iba a terminar de aquella manera?

—En serio, deberías montar una academia de tacto y delicadeza —dijo Hannah—. Desaprovechas tu talento vendiendo fruta.

—Disculpa de nuevo —dijo Troy—. Tengo tendencia a soltar las cosas tal como las siento. Me viene de las tormentas de ideas de mi faceta de publicista.

—¿Cómo? Pensé que eras Don Frutas.

—FarmFresh —le corrigió—. Don FarmFresh.

—Ya lo sé —gruñó Hannah—. Ya he visto tus camisetas.

—Podría regalarte una, ¿sabes?

—Me gustaría. Podría usarla cuando corro en la cinta.

—¿Todavía te ejercitas? —Troy estaba sorprendido—. Es decir, se te ve bien y todo eso, pero no paras de comer.

—Tengo un metabolismo a prueba de bomba. Eso, y que corro una hora todos los días.

—¡Qué me dices! ¿De dónde sacas el tiempo?

Hannah echó la cabeza hacia atrás y se rio, emitiendo un sonido profundo y gutural.

—Notición, frutero —dijo, y pronunció las siguientes palabras lentamente para darles énfasis—: Nunca… salgo… de… mi… casa.

—Bueno, ahora no estás en tu casa —dijo él poniéndose en pie de un salto—. Vamos a hacer algo. ¿Qué tal una vuelta en canoa?

—¿Qué tal una carrera de canoas?

—Deberías saber que los hombres tienen el tronco más fuerte —dijo Troy—. Y además yo juego a baloncesto siempre que puedo.

—Bueno, tú deberías saber que yo hago cincuenta flexiones cuando termino con la dichosa cinta —dijo Hannah—. Y no estoy hablando de flexiones de chica, precisamente. —Y añadió, tras aguardar un segundo—: Nervuda, lista y sin un gramo de grasa.

—Así es Hannah Joy Levine —remató Troy.

Bajaron al lago a la carrera, brincando y aullando todo el camino, y Hannah ni siquiera se detuvo a ponerse la sudadera con capucha.

Los juegos se reanudaron puntualmente por la tarde, con Aimee y Sabrina —que por la mañana habían protagonizado una buena escena— aparentemente compinchadas a ojos de todos los demás. Se cercioraron de sentarse las dos juntas en el círculo, aunque Sabrina se aseguró también de sentarse al lado de Troy, quien se inclinó hacia ella y estuvo charlando un ratito con ella en cuanto apareció. Detectó enseguida que había estado llorando otra vez.

—¿Y Gus? —preguntó Carmen. No era que estuviera preocupada por ella; pero era impropio de la presentadora ser impuntual, y además no quería que recibiese ningún tratamiento especial que ella no estuviese recibiendo.

—No está —dijo Gary—. Y ahora deja de meter las narices.

Sabrina y Aimee se cruzaron una mirada. ¿Habría dicho algo Alan?

—Sólo quiero saber si está en el spa —insistió Carmen.

Gary no le hizo más caso.

—Buenas noticias, gente: esta tarde, dentro de un rato, se nos unirá Porter. Así que no os preocupéis por que no seamos suficientes para nuestros juegos.

—¿No podemos simplemente escribir un trabajo? —Aimee, exhausta tras los acontecimientos del día, no estaba de humor para jugar—. Tengo la sensación de haber vuelto a conectar ya bastante con mi niñez.

—Pues espera a que nos pongamos a pasarnos Chimos unos a otros con palillos de dientes —rezongó Sabrina.

—Vamos, pandilla, Sabrina acaba de proponer un juego —exclamó Gary—. Hagamos que se sienta apreciada y juguemos a lo que ha dicho.

—No, no quería decir eso, tú… —La chica se sentía frustrada—. Nadie puede hacer un simple comentario sin que lo uses en su contra.

—¿Estoy usándolo contra ti, Sabrina? ¿O estoy escuchándote? —Gary meneó la cabeza arriba y abajo como si estuviese a punto de llegar a un instante «aja».

—Yo voto por que sí —dijo Troy en voz alta—. Si me toca con Sabrina. —Le guiñó un ojo a Hannah.

—A por ella, tigre —dijo, y produjo un sonido de ventosa empapada con las zapatillas de deporte. Estaba medio mojada después de la aventura en canoa, pero se sentía más a gusto de lo que se había sentido en años.

—Yo con Oliver —ronroneó Carmen.

—Alan está en el hotel —le soltó Aimee—. A lo mejor te interesa tenerlo en cuenta.

—¿Ah, sí? —preguntó la española—. ¿Cómo es posible que sea la última en enterarme? ¿Está en el spa?

—Ya basta, ya basta —dijo Gary—. Poneos por parejas. Aimee y Sabrina, no podéis estar juntas. Vamos a practicar preparar recetas.

—Vale —dijo Oliver—. Pero ¿no tendremos ventaja Carmen y yo?

—Bien pensado —dijo Gary—. Vosotros dos tampoco podéis ir juntos. A ver, Aimee con Oliver, Sabrina con Hannah y Carmen con Troy.

—Hagamos un plato de migas —dijo Carmen—. En pie, Troy, vamos a la cocina.

—No, no, pandilla —dijo Gary—. No vamos a preparar platos. —Sostuvo en alto unas hojas de papel—. Voy a recortar unas recetas que tengo aquí escritas, luego mezclaré los fragmentos en esta bolsa de papel y después cada equipo tiene que recomponer la receta. Cuando hayáis acabado, gritad «¡Buen provecho!».

—Cielos —dijo Aimee—. Realmente pensé que ya no podríamos hacer nada más estúpido que lo que hemos hecho esta mañana, pero me parece que estamos justo en camino.

Oliver se inclinó hacia ella y le susurró algo al oído que le hizo reír.

—¿Todo arreglado, nena? —preguntó Gary.

—Desde luego —respondió ella.

En realidad se trataba de un simple ejercicio: dejarte caer de espaldas en brazos de otro y asumir —o esperar— que ese otro te cogiese. Gary explicó las instrucciones con el entusiasmo de un crío de cuatro años a punto de ir a una fiesta de cumpleaños.

—Esto es peor que quedarse castigada sin recreo —susurró Aimee a Sabrina.

—Como se nota que nunca te castigaron sin recreo —repuso su hermana—. Sólo había que quedarse sentada y nada más. Esto otro es una versión del infierno.

Tras una tarde repleta de actividades sin fin, entre las que se contó explicar en voz alta qué clase de hortaliza le gustaría ser a cada uno y por qué, ni la llegada de Alan, Gus y Porter sirvió para animar el ambiente. Aimee y Sabrina observaron con atención a su madre, que entró sigilosamente en la sala y ocupó una silla sin hacer el menor comentario. Pero la ausencia de comentarios por parte de Gary no hizo sino resaltar aún más la repentina aparición de Gus.

Hannah se cambió de silla con Carmen para poder estar más cerca de su amiga, y la española ni se quejó ni se negó.

—Me pongo nerviosa cuando Carmen no se comporta como una zorra —dijo Aimee a su hermana.

—Vamos, panda, todos en pie —ordenó entonces Gary, interrumpiendo sus reflexiones—. Sólo nos queda un juego, y luego tendréis la noche para vosotros solos.

—Me ofrezco voluntario, si al fin vamos a salir de aquí —dijo Oliver—. Que alguien me coja. Quien sea.

—¿No quieres saber quién está detrás de ti, Oliver? —preguntó Gary.

—Me da igual —respondió él—. Yo sólo quiero salir de aquí.

El grupo rio disimuladamente, mientras el pelirrojo les miraba con un dedo en los labios.

—Esto no es ninguna broma —dijo—. Vamos a aprender a confiar los unos en los otros.

—Dejarse caer en brazos de otro no tiene que ver con la confianza —dijo Hannah—. Sólo tiene que ver con que no te van a soltar mientras haya otros mirando. Que no es lo mismo.

Gary señaló a Carmen, a Gus y a Porter y les indicó que se acercasen.

—Espera tu turno, Oliver —dijo—. Muy bien, Carmen, cierra los ojos y, cuando yo te diga, quiero que te dejes caer de espaldas en los maravillosos brazos de Gus y Porter, que estarán ahí para cogerte. —Se frotó las manos con regocijo—. Todos los demás, agrupaos a su alrededor y ofrecedle palabras de aliento.

Alan se inclinó hacia delante en su silla, con entusiasmo.

—Puedes hacerlo, Gus —dijo.

—¿No querrás decir más bien «Puedes hacerlo, Carmen»? —La ex Miss frunció los morros con gesto mohíno.

—Claro que sí —dijo él—. Las dos lo haréis fenomenal.

—No estoy segura de que hagamos ninguna falta —empezó a decir Aimee.

—Está bien, está bien —murmuró Gary—. Adelante, Carmen.

Por la mente se le pasaron en un flash un montón de imágenes diferentes, todas ellas con el denominador común de que aterrizaba en el suelo. De una costalada.

—Éstos son los mismos que me dejaron «parada» todo el rato en aquel juego —dijo—. Y eso fue esta mañana. ¿Y ahora tengo que dejarme caer en sus brazos? Estás como una regadera, Gary. Qué ingenuo eres.

—Porter, ¿dejarías caer a Carmen? —preguntó.

—No, es una gran baza de Comer, beber y ser —dijo.

—Y, Gus, ¿dejarías caer a Carmen?

—No, para nada —respondió ella—. No estaría bien.

—Ahí lo tiene, señorita Vega —dijo Gary—. Gus y Porter han prometido que te cogerán sana y salva.

Carmen dio media vuelta para mirar a Gus.

—¿Segura?

—Te cogeré, Carmen.

—¿Por qué debería creerte?

Por primera vez en su vida, Carmen no quería ser el centro de las miradas. Estar ahí de pie, rodeada de gente, mientras todos los demás esperaban (a verla caer, a ver cómo se desplomaba), entrañaba una presión mayor de lo que habría podido imaginar en su vida. Gus, más que nadie, no tenía ningún motivo para desear el éxito de Carmen. Todo el mundo —hasta los telespectadores— podía percibir la tensión existente entre las dos. Así pues, ¿cuán chiflada debía de estar para dejarse caer a ciegas, basándose en la vaga promesa de que Gus no la dejaría caer al suelo? No había llegado hasta donde había llegado en su carrera profesional dejándose llevar a ciegas.

—Si sustituyes a Gus por Oliver, lo haré —dijo.

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