Amor y anarquía (34 page)

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Authors: Martín Caparrós

Tags: #Novela, #Histórico

—Rosas, Massari, basta, ya basta.

Ellos no hicieron caso; los guardias tuvieron que agarrarlos de los hombros y tirar para terminar de separarlos. Era martes 24 de marzo –24 de marzo— y Edoardo, Silvano y Soledad pasaban ante el Tribunal de la Libertad para pedir su excarcelación. La audiencia fue breve y formal: el abogado Novaro hizo su demanda, la jueza la escuchó y, sin decir nada más, informó que su decisión tardaría un par de días. Cuando salieron, Novaro les dijo que era pesimista:

—En esta instancia no tenemos muchas esperanzas, no se hagan ilusiones. Esto va a haber que pelearlo más adelante, en el juicio.

Soledad estaba, de nuevo, preocupada: veía que Edoardo no era el de antes y que se dejaba atravesar por el desánimo.

—Amor, tené confianza, que al final vamos a ganar, ya vas a ver.

—Sí, sí, ya lo sé, no te preocupes.

Cuando les dijeron que se los llevaban intentaron besarse de nuevo. Pero esta vez los guardias estaban preparados.

—Caminen, vamos, no rompan las bolas.

Se lo llevaron primero a él. Soledad lo vio alejarse arrastrando los pies, con un policía a cada lado. Al final del pasillo Edoardo se dio vuelta, le hizo un gesto de adiós con los ojos y labios. Soledad gritó algo. No sabía que no iba a verlo nunca más.

"Te vi, te abracé, me quedé sin palabras de la emoción", le escribió Soledad esa noche. "Viste que fuimos tan fuertes los dos que ni siquiera los agentes consiguieron separarnos y por lo menos nos dejaron un minuto. Ahora estoy en mi celda y no oigo nada de lo que dicen en el corredor ni recuerdo nada de lo que me dijo el abogado. Sólo veo tu cara, sólo siento nuestro abrazo, mi dolor de cabeza se fue; el amor es más fuerte.

"En este momento estoy recibiendo tu carta del jueves 19. Quedate muy tranquilo que si yo salgo nadie encontrará una palabra en mi boca. He aprendido que es mejor no hablar y ser capaz de mandar al carajo a las personas, decirles que no me rompan más las bolas. Otra cosa importante que tengo que decirte es que yo de acá no salgo sin vos. Así que podés estar tranquilo y verás que no voy a hablar con nadie, también porque no tengo nada que decir.

"Mientras tanto, con las demás detenidas, todo tranquilo. De hecho, hablando de mandar al carajo, mandé a un par y están muy tranquilas conmigo, ninguna me rompe las bolas. Sé que vos quizás no me tenés confianza, pero vas a ver que sí podés confiar. No puedo decírtelo, sólo puedo demostrártelo, hacértelo ver.

"Querría tanto que tu presentimiento fuera que los tres nos viéramos de nuevo afuera; no imagines que alguien nos quiera hacer daño. Pero hablando de presentimientos, ¿te acordás que dos días antes de nuestro arresto me dolía la espalda y te dije siento que alguien me está haciendo daño y vos te reíste y me dijiste pero cómo podés creer en una cosa así? Lo que quiero decirte es que, como vos decís siempre, tenemos que escuchar esa voz interna, ese instinto que sale de adentro. Perdoname por la carta de ayer domingo donde estoy un poco celosa; no me hagas caso. Vos sos un hombre libre de sentir lo que quieras, no tenés que sentir ninguna culpa por tus sentimientos, sean lo que sean. Tus cartas del jueves y viernes me hacen sentir bien. No tenés que pedirme perdón por nada de nada, si sentís que no me has respetado no es tu culpa, soy yo la que debe hacerse respetar. Las personas tienen que hacerse valer por lo que son.

"Cariño mío, no te escribiré en español porque es mejor que lo aprendas cuando estemos en la Argentina. ¿Entendés mi italiano? Lo que me parece raro es que yo te escribí ese pedazo de canción en español pero después en la segunda página lo escribí en italiano. ¿Cuando te abren las cartas vos estás enfrente?

"Si la historia la escriben los que ganan

eso quiere decir que hay otra historia, la verdadera historia,

quien quiera oír, que oiga.

"Esto quiere decir que la voz que se hace oír más fuerte es la de los poderosos, la historia que ellos escriben. Pero esto te hace pensar que realmente existe otra his toria, la nuestra, la de la gente, la del pueblo, y el que la quiera oír puede hacerlo, sólo tiene que sacarse las vendas de los ojos.

"Ahora te escribo en español, amor mío, te quiero tanto que nadie ni nada podrá impedir que lo haga. Tu retrato es casi tan lindo como vos; lo que más me gusta es el corte de tu pelo. Es buena tu peluquera. ¿Será que la conozco?".

Su peluquera era ella misma; nunca sabremos si Edoardo llegó a leer esta carta.

El miércoles 25 de marzo el consejero regional y jefe del partid o Verde piamontés Pasquale Cavaliere recibió un telegrama inesperado: se lo había mandado, el día anterior, Edoardo Massari desde la cárcel de Le Valette y le pedía que por favor lo visitara. En los veinte días que llevaba preso, Cavaliere ya había ido a verlo un par de veces: su inmunidad parlamentaria se lo permitía.

"Cuando entré en su celda se largó a llorar", dirá más tarde Pasquale Cavaliere. "Me dijo que era víctima de un montaje, que no había relación entre lo que había podido hacer y la gravedad de las acusaciones de la fiscalía". Edoardo le insistió en que no tenía nada que ver con esos extraños Lobos Grises ni con los atentados contra el Tren de Alta Velocidad en el Valle de Susa. Y volvió a hablar de su culpa: no podía soportar la idea de que Soledad estuviera presa por él. Visiblemente su novia no lo había convencido de que no era culpa suya.

Cavaliere lo vio muy deprimido, y se preocupó: "Al salir fui a hablar con el director de la cárcel, para señalarle el estado de grave pesadumbre en que se encontraba el detenido. El director se dio por enterado y me dijo que se ocuparía de él y que le haría llegar los libros que había pedido. También me dijo que ya estaba bajo control médico". Remo Urani, el médico jefe de Le Valette, le había mandado hacer los exámenes físicos y psiquiátricos de rutina y había dado su informe: "Massari fue visto como un detenido lúcido, orientado, bien dispuesto al diálogo, sin riesgos evidentes de patología psiquiátrica. A tal punto que, en síntesis, el juicio de los médicos que lo visitaron fue: 'No tiene ideas autolesivas y el riesgo de suicidio o incluso de violencia contra sí mismo o contra otros es muy bajo'."

A la mañana siguiente el Tribunal de la Libertad anunció su fallo previsible: Edoardo Massari, Silvano Pelissero y María Soledad Rosas no tenían derecho a la libertad condicional mientras se sustanciaba el juicio porque "ciertamente Massari, Rosas y Pelissero han consituido una estructura asociativa dotada de medios y de un programa determinado de comisión de delitos".

El tribunal aseguraba que "existe una fuerte contigüidad entre los tres procesados y los autores de los atentados" pero reconocía que no se les había probado "con el material probatorio recogido, la participación material ni concursal ideológica en los episodios criminosos que en realidad constituyeron la premisa de la investigación" —o sea, los atentados contra el TAV. Aun así consideraba que "es elevadísimo el riesgo de reiteración de los actos delictivos de naturaleza análoga" a los investigados. Por eso Edo, Silvano y Sole debían quedarse en la cárcel mientras se dirimieran las acusaciones en su contra: eran, en el mejor de los casos, muchos meses y, más probablemente, varios años.

Esa tarde Edoardo le escribió a Soledad su última carta.

Esa noche los okupas turineses decidieron llevar a la calle su descontento con la decisión del tribunal. En el cine Massimo, en el centro de la ciudad, el actor americano Harvey Keitel daba una especie de conferencia ante cientos de personas cuando apareció un grupo de dos o tres docenas llevando carros de supermercado con trozos de granito: era una alusión muy directa a las "pruebas graníticas" del fiscal Maurizio Laudi. Los okupas desparramaron el granito por la sala y se subieron al escenario para leer un comunicado: sin entender qué sucedía, el actor más duro de Hollywood salió corriendo detrás de los telones.

—¡Volvé, Harvey, te perdonamos!

Cuando los okupas desocuparon el lugar, Keitel volvió a su lugar. Entonces explicó que su retirada no había tenido nada que ver con el miedo: que él había sido marine y cinturón negro y se había ido para tratar de contener sus instintos guerreros. Hubo sonrisas.

Mientras tanto, en la cárcel, Soledad releía unas cartas de Edoardo. Después —ya eran casi las ocho— salió al pasillo a charlar con alguna presa. Pero no encontró ninguna con quien le dieran ganas. "Ellas tratan de divertirse pero me parece que piensan demasiado en los hombres, lo entiendo porque hace tanto que no están con ninguno, pero me aburre un poco", le escribió poco rato después, ya en su celda, a Ita, ocupante del Asilo. "Yo veo el amor de otra manera. Quizás yo también después de seis meses o un año de estar acá pensaré lo mismo. Pero ahora estoy probando una manera nueva de amar, lo hago por medio de cartas. A Edo le escribo prácticamente todos los días. Él me escribe que está bien, pero otro chico que me escribe y que está con él me dice que está muy bajo, e incluso el consejero regional que vino a verlo me dijo que estaba bajo".

Era, en ese momento, lo que más la desesperaba: ver que su hombre estaba mal y que ella no podía hacer nada por ayudarlo. "Hoy recibí una carta suya y me dice que le doy mucha fuerza con mis cartas, y lo más lindo es que consiguió pasarme una piedrita que se llama madreperla, yo tengo un pedacito y él tiene otro. Yo estoy segura de que el amor es mucho más fuerte que las paredes de esta cárcel", decía, pero también se descorazonaba: incluso sus cartas, si le servían para algo, tardaban en llegarle demasiado tiempo: "Acá lo horrible es que querría hablar con él o decirle algo lindo, pero las cartas llegan 2 o 3 días después". Si por lo menos la dejaran encontrarse con él, mirarlo, hablar un rato. Soledad estaba segura de que entonces sí podría ayudarlo. Aunque le daban ataques de pesimismo bien fundado:

"Te digo la verdad, no sé cómo terminará todo esto. El fiscal es demasiado malo, y con toda la plata que se gastaron en nosotros, no creo que nos dejen ir así nomás. Hicieron tanta publicidad de todo esto que ahora no pueden quedar como boludos dejándonos en libertad. El abogado me dio las grabaciones de todas nuestras conversaciones. Después de leerlas he tomado más conciencia de la gravedad del asunto. No sabés qué horrible saber que esos bastardos escucharon todas nuestras conversaciones. Solamente escribieron lo que les conviene para esta historia, pero escucharon también nuestra vida privada. Ahora cuando hablo me siento paranoica. Me siento contaminada, sucia, todo es un abuso".

Pero no se dejaba vencer por la negrura: seguía los consejos de su hombre. "En la vida todo vuelve, lo malo que me hacen ahora volverá en felicidad cuando esté libre. Mientras tanto, ahora trato de convertir lo negativo en positivo. Edo me lo enseñó, y estudio mucho, leo libros... Quizás al final algo bueno saldrá de todo esto. Esperemos".

Al día siguiente, viernes 27, Edoardo recibió en su celda la visita del abogado Novaro: tenían que charlar de algunas cuestiones procesales. Edoardo parecía de mucho mejor humor. "La negación de la libertad condicional no fue una gran sorpresa para él: en los días previos yo le había aclarado bien su situación", dirá Claudio Novaro. "No esperaba demasiado, en esa instancia. Así que la negativa del tribunal no fue un sacudón inesperado: ya lo habíamos considerado desde antes. Y me dijo que cuando vio a Cavaliere se había dejado llevar por el malestar, que había tenido un tropiezo nervioso. Pero que ahora se sentía mejor. No me pareció particularmente turbado; no al punto de poder prever lo que se venía. Después discutimos juntos los problemas del juicio".

Fueron quince, quizás veinte minutos. Después Novaro se fue y Edoardo se quedó solo en su celda. Nunca quedará claro la razón por la cual tenía una celda individual, cuando la mayoría de los presos compartían dormitorio. Esa tarde, pese a lo que había supuesto su abogado, Edoardo seguía deprimido. Ni siquiera tenía ganas de escribirle a Soledad y sólo le hizo un dibujo, un diseño que en yoga significa "armonía total". Lo metió en un sobre y le pidió a un guardia que lo mandara al pabellón de las mujeres.

Después siguieron sucediendo todas esas cosas que nunca terminaremos de saber. Esa noche Edoardo no durmió y en algún momento tomó la decisión definitiva. A eso de las cinco se levantó de su cama, sacó la sábana y empezó a atarla a lo s barrotes de la cama de arriba. Después se anudó al cuello la otra punta.

AMOR SE FUE
1. UN FUNERAL

Aquella tarde el sol era un exceso. En su cabaña del fondo de los Alpes los padres de Edoardo escucharon que se acercaba un coche: la cabaña cuelga de una pendiente que domina el camino y nadie puede llegar sin que lo vean. Es un lugar aislado: los Massari se instalaron allí en 1994, cuando la presión periodística contra su hijo, tras su primera detención, los forzó a abandonar su casa de la ciudad de Ivrea. Del coche se bajaron el alcalde de Brosso y el jefe de carabineros de la zona que venían a decirles que su hijo estaba muerto.

—¡Ustedes lo mataron, asesinos! ¡Ustedes lo mataron!

Gritó Renato Massari en cuanto los escuchó. Pero hoy, casi cinco años después, sigue sin haber certezas definitivas sobre la muerte de Edoardo Massari. Aunque ahora casi todos sus parientes y amigos creen en la hipótesis del suicidio. Hubo, por supuesto, una autopsia oficial, que determinó como causa de la muerte la "asfixia por estrangulamiento": miles y miles de casos en todo el mundo han demostrado que esas pericias suelen mostrar gran impericia. Sin embargo, sus padres no quisieron pedir una contraprueba.

—¿Ustedes tuvieron alguna sospecha sobre su muerte?

—Sí, no hay ninguna seguridad sobre lo que pasó. Nunca se sabe. Fíjese que hubo esta historia en Valle de Susa en que un hombre apareció muerto y declararon que había sido un infarto y después el asesino lo confesó y entonces descubrieron que había sido un tiro de 22 en el corazón. Es muy desalentador y nos parece que no sirve para nada seguir investigando, de ahí no saldría nada. Lo pensamos un poco, podríamos haber hecho denuncias, cosas, pero en ese caso tendríamos que habernos metido en procesos, en historias cada vez más oscuras. Y preferimos mantenernos distantes, no para no participar sino porque es un camino imposible. Y además nuestra salud no es buena, e incluso por nosotros y por nuestro otro hijo tenemos el deber de seguir adelante con la vida.

Aquel año, el año de las muertes, Renato Massari tuvo tres infartos y se pasó meses hospitalizado tras una operación de cinco bypass.

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