Antes de que los cuelguen (12 page)

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Authors: Joe Abercrombie

—¡Todo el mundo tiene que cumplir con su deber, desde luego! ¡Las obras en el foso comenzarán de inmediato! —hizo un torpe intento de esbozar una sonrisa—. Pondré a trabajar a todos los hombres, Superior, pero necesitaré dinero. Si la gente trabaja, hay que pagarla, incluso a los nativos. También harán falta materiales, hay que traerlo todo por mar y...

—Para empezar, pida prestado lo que necesite. Trabaje a crédito. Prométalo todo pero, de momento, no dé nada. Su Eminencia proveerá.
Más nos vale
. Todas las mañanas quiero recibir un informe suyo detallándome cómo progresan las obras.

—Todas las mañanas, sí.

—Tiene mucho trabajo por delante, general. Yo que usted me pondría manos a la obra.

Vissbruck vaciló un instante, como si no supiera si debía despedirse con un saludo militar. Finalmente, se limitó a girar sobre sus talones y se marchó enfurruñado.
¿Se trata del clásico despecho del soldado profesional que recibe órdenes de un civil, o hay algo más? ¿No estaré trastocando un plan minuciosamente trazado? ¿El plan de entregar la ciudad a los gurkos, tal vez?

Vitari saltó desde el parapeto y aterrizó en el adarve.

—¿Que Su Eminencia proveerá? ¡Qué más quisiera usted!

Mientras la mujer se alejaba andando despacio, Glokta contempló su espalda con gesto ceñudo, luego, con idéntico gesto, contempló las lejanas colinas y, con esa misma cara, alzó la vista para echar un vistazo a la Ciudadela.
Peligros por todas partes. Estoy atrapado entre el Archilector y los gurkos, y con un traidor desconocido por toda compañía. Será un verdadero milagro si consigo sobrevivir más de un día
.

Un optimista incorregible tal vez habría definido aquel lugar como un antro.
Pero apenas es digno de tal nombre
. No era más que una choza que apestaba a orín, con unos cuantos muebles de desecho, todos ellos manchados de sudor rancio y de salpicaduras recientes.
Una suerte de pozo séptico del que sólo hubieran retirado la mitad de la porquería
. La clientela era indistinguible del personal: un grupo de indígenas borrachos y cagados por las moscas tendidos bajo el sofocante calor. Despatarrado en medio de aquella escena de disipación, Nicomo Cosca, afamado soldado de fortuna, dormía a pierna suelta.

Su silla, un ensamblaje de maderos rescatados de un naufragio, se apoyaba contra la mugrienta pared, sostenida por las patas traseras, mientras que su bota reposaba en la mesa que había delante de él. En tiempos debió de ser la bota más espléndida y vistosa que quepa imaginarse, una magnífica pieza de cuero negro de Estiria con espuelas y hebillas doradas.
Ya no
. La parte superior estaba combada y se había vuelto gris con el uso. La espuela estaba partida, y el dorado de la hebilla se había descascarillado, dejando al descubierto una base de hierro salpicada de orín marrón. Un círculo de piel rosada, repleto de ampollas, contemplaba a Glokta a través de un agujero que había en la suela.

Jamás se habrá visto una bota que se compadezca mejor con su dueño
. Los largos mostachos de Cosca, destinados sin duda a mantenerse elegantemente curvados hacia arriba, como era preceptivo entre los dandis estirios, colgaban flácidos a ambos lados de su boca entreabierta. El cuello y las mejillas estaban recubiertos de un vello de varios días, mitad barba, mitad pelusa, y un áspero sarpullido despellejado le asomaba por encima del cuello de la camisa. Una cabellera grasienta y alborotada cubría la totalidad de su cabeza, exceptuando la coronilla, que lucía una amplia calva de un rojo intenso, fruto de las quemaduras del sol. El sudor perlaba su piel flácida y una mosca remoloneaba por su rostro abotargado. Sobre la mesa había una botella vacía caída de lado. Otra, medio llena, descansaba en el regazo del mercenario.

Pese a la máscara, saltaba a la vista que Vitari contemplaba aquella imagen de ebrio abandono con un gesto de desdén.

—De modo que es cierto que sigues con vida.
Por los pelos
.

Cosca entreabrió un ojo sanguinolento, parpadeó, miró hacia arriba y en sus labios se fue esbozando una sonrisa.

—¡Shylo Vitari, será posible! El mundo todavía guarda sorpresas para mí —retorció la boca formando una mueca, bajó la vista, descubrió la botella que tenía en el regazo, la alzó y se la echó a la boca con gesto sediento. Dio un trago largo, como si el contenido de la botella fuera agua.
Un consumado borracho, por si acaso cabía alguna duda. No precisamente el tipo de hombre que uno escogería para confiarle la defensa de la ciudad, al menos, no a primera vista
—. No esperaba volver a verte. ¿Por qué no te quitas la máscara? Me está hurtando tu belleza.

—Guárdate los piropos para tus putas, Cosca, yo no necesito sacarte nada.

El mercenario emitió un ruido gutural, a medio camino entre una risa y una tos.

—Sigues teniendo los modales de una princesa —resolló.

—En tal caso esta letrina debe de ser un palacio.

Cosca se encogió de hombros.

—Todos los lugares son iguales, si estás lo bastante borracho.

—¿Crees que alguna vez conseguirás estar lo bastante borracho?

—No. Pero vale la pena intentarlo —y, a modo de demostración, echó otro trago a la botella.

Vitari se sentó en el borde de la mesa.

—Bueno, ¿qué te trae por aquí? Pensé que estarías muy atareado sembrando la sífilis por Estiria.

—La popularidad de que gozo en mi tierra ha disminuido bastante en los últimos tiempos.

—Te has encontrado demasiadas veces luchando en los dos bandos de una guerra, ¿eh?

—Algo por el estilo.

—Pero las gentes de Dagoska te han recibido con los brazos abiertos, ¿no?

—Preferiría que me recibieras tú con las piernas abiertas, pero no siempre se puede conseguir lo que se desea. ¿Quién es tu amigo?

Glokta sacó una silla desvencijada de la mesa, empujándola con su pie dolorido, y se acomodó en ella, confiando en que aguantara su peso.
No creo que estamparse contra el suelo en medio de una lluvia de palos rotos transmitiera el mensaje más adecuado en este momento
.

—Mi nombre es Glokta —dijo, y, acto seguido, estiró su cuello sudoroso a uno y otro lado—. Superior Glokta.

Cosca se le quedó mirando fijamente. Los ojos hundidos e inyectados en sangre, los párpados pesados.
Y, sin embargo, se advierte en él una cierta premeditación. Quizás no esté ni la mitad de borracho de lo que aparenta
.

—¿El mismo que combatió en Gurkhul? ¿El coronel de caballería?

Glokta sintió una palpitación en el ojo.
Malamente puede decirse que sea la misma persona, pero ya veo que de todos modos aún se me recuerda
.

—Hace ya algunos años que dejé el ejército. Me sorprende que haya oído hablar de mí.

—Un guerrero debe conocer a sus enemigos, y un hombre que vende sus servicios nunca sabe quién será su próximo enemigo. Conviene estar al tanto de quién es quién en los círculos militares. Oí mencionar su nombre, hace ya algún tiempo; según parece era usted un hombre digno de tenerse en cuenta. Arrojado y astuto, decían, aunque también bastante temerario. Eso es lo último que supe de usted. Y ahora me lo encuentro aquí, ejerciendo otro tipo de profesión. Hacer preguntas.

—La temeridad acaba resultando bastante poco provechosa —Glokta se encogió de hombros—. Y un hombre ha de encontrar algo en lo que emplear su tiempo.

—Desde luego. Es lo que yo digo, nunca se deben poner en entredicho las decisiones de otro hombre. No hay forma de saber cuáles son sus razones. ¿Ha venido a echar un trago, Superior? Me temo que aquí sólo sirven este veneno —y, acto seguido, agitó la botella en el aire—. ¿O es que tiene algunas preguntas que hacerme?

Las tengo, y muchas.

—¿Tiene experiencia en asedios?

—¿Experiencia? —resopló Cosca— ¿Experiencia, dice? Experiencia es algo de lo que no ando escaso...

—No —susurró Vitari volviendo la cabeza—, sólo de disciplina y lealtad.

—Ya, bueno —Cosca lanzó una mirada ceñuda a la espalda de la Practicante—, todo depende de a quién se le pregunte. Pero estuve en Etrina, y en Muris. Dos asedios de los buenos. Y yo, por mi parte, puse sitio a Visserine durante varios meses y, si no llega a ser por la maldita Mercatto, que me pilló desprevenido, me habría hecho con ella. Se nos echó encima con su caballería antes del amanecer, con el sol a su espalda, ya sabe, un jodido truco, la muy perra...

—Según he oído, cuando ocurrió estabas tan borracho que habías perdido el conocimiento —masculló Vitari.

—Sí, bueno... Luego, en Borletta, resistí durante seis meses el asedio del Gran Duque Orso.

Vitari dio un resoplido desdeñoso.

—Hasta que te pagó para que abrieras las puertas.

Cosca esbozó una sonrisa culpable.

—Era una cantidad de dinero enorme. ¡Pero no logró abrirse paso combatiendo! Eso me lo tendrás que reconocer, ¿eh, Shylo?

—Contigo nadie tiene necesidad de combatir, si lleva la faltriquera a mano.

El mercenario sonrió de oreja a oreja.

—Soy lo que soy, nunca he pretendido ser otra cosa.

—Dígame, ¿ha traicionado alguna vez a su patrón? —preguntó Glokta.

El estirio se detuvo antes de llevarse la botella a la boca.

—Me ofende usted en lo más profundo, Superior. Puede que Nicomo Cosca sea un mercenario, pero sigue habiendo reglas. Sólo daré la espalda a mi patrón si se da una circunstancia.

—¿Qué es?

Cosca sonrió.

—Que alguien me pague más.

¡Ah, el viejo código de los mercenarios! Hay hombres capaces de hacer cualquier cosa por dinero. Y lo mismo puede decirse de la mayoría, si la cantidad es suficiente. ¿Incluso hacer desaparecer a un Superior de la Inquisición?

—¿Sabe qué fue de mi predecesor, el Superior Davoust?

—¡Ah, el enigma del torturador invisible! —Cosca se rascó pensativamente su barba sudorosa, se arrancó un poco de sarpullido del cuello y luego examinó los restos que habían quedado encajados en sus uñas—. ¡Quién sabe y a quién le importa! Ese hombre era un maldito puerco. Apenas le conocí, pero lo poco que vi no me gustó. Tenía multitud de enemigos, y, por si acaso no se ha dado cuenta, este lugar es un auténtico nido de víboras. Si lo que quiere saber es quién le mordió... ése es su trabajo, ¿no? Sólo puedo decirle una cosa: yo estaba aquí muy ocupado. Emborrachándome.

No cuesta demasiado trabajo creerlo.

—¿Qué opinión le merece nuestro común amigo, el general Vissbruck?

Cosca encorvó los hombros y se hundió un poco más en la silla.

—Ese hombre es un niño que juega a los soldaditos. Se dedica a juguetear con su castillito y con sus vallitas, cuando lo único que cuenta es la gran muralla. Si cae, el juego habrá terminado, por éstas.

—Eso mismo pienso yo.
Vaya, parece que después de todo la defensa de la ciudad podría estar en peores manos
. Ya han empezado los trabajos en las murallas terrestres, y también en el foso. Confío en poder inundarlo.

Cosca alzó una ceja.

—Bien. Inúndelo. A los gurkos no les hace mucha gracia el agua. Son malos marineros. Inúndelo. Muy bien, sí —echó la cabeza hacia atrás y sorbió las últimas gotas de la botella. Acto seguido, la arrojó a la mugre del suelo, se llevó su mano sucia a la boca para limpiarse y luego se la secó en la parte delantera de su camisa empapada de sudor—. A lo que parece, hay alguien aquí que sabe lo que se hace. Tal vez cuando ataquen los gurkos, logremos resistir un poco más de un par de días, ¿eh?
Siempre y cuando no nos traicionen antes
.

—Quién sabe, a lo mejor los gurkos no atacan.

—Oh, espero que lo hagan —Cosca metió la mano debajo de la silla y sacó otra botella. Mientras arrancaba el tapón con los dientes y luego lo escupía al suelo, sus ojos brillaban con picardía—. Me pagan el doble cuando empieza la refriega.

Era de noche, y una brisa balsámica bañaba la sala de audiencias. Glokta se apoyó en el tramo de pared que había junto a la ventana y bajó la vista para contemplar las sombras que se iban extendiendo por la ciudad.

El Lord Gobernador se estaba retrasando.
Trata de hacerme saber que, diga lo que diga el Consejo Cerrado, es él quien sigue al mando
. Pero a Glokta no le venía mal disponer de un rato de calma. Había tenido un día agotador. Renqueando por la ciudad bajo un sol de justicia, inspeccionando las murallas y las puertas, pasando revista a las tropas. Y haciendo preguntas.
Unas preguntas para las que nadie tiene una respuesta satisfactoria
. La pierna le palpitaba, la espalda le martirizaba y, de tanto aferrarse al bastón, la mano se le había quedado en carne viva.
Pero tampoco estoy peor que de costumbre. Al menos me mantengo en pie. En términos generales, un buen día
.

Franjas de nubes anaranjadas envolvían el sol poniente. Más abajo, una extensa cuña de mar lanzaba destellos plateados reflejando las últimas luces del día. Las murallas terrestres habían sumido ya las destartaladas edificaciones de la Ciudad Baja en una profunda oscuridad y las alargadas sombras de las torretas del gran templo se tendían sobre los tejados de la Ciudad Alta y trepaban por las laderas de roca en dirección a la Ciudadela. Las colinas de tierra firme no eran más que lejanas y borrosas siluetas pobladas de sombras.
Y plagadas de soldados gurkos. Vigilándonos, sin duda, igual que nosotros les vigilamos a ellos. Viendo cómo excavamos nuestras trincheras, cómo reparamos nuestras murallas, cómo apuntalamos nuestros portones. Me pregunto durante cuánto tiempo se contentarán con vigilarnos. Cuánto tiempo falta para que el sol se ponga para nosotros
.

La puerta se abrió y Glokta giró la cabeza con una mueca de dolor al sentir el chasquido de su cuello. Era Korsten dan Vurms, el hijo del Lord Gobernador. El joven cerró la puerta tras de sí y sus tacones repiquetearon sobre el suelo de mosaico mientras avanzaba con paso resuelto en dirección a la mesa.
Ah, la flor y nata de la joven nobleza de la Unión. Casi se siente en la atmósfera la fragancia de la honra. ¿0 es que alguien se ha tirado un pedo?

—¡Superior Glokta! Espero no haberle hecho esperar demasiado.

—Sí que lo ha hecho —dijo Glokta mientras se acercaba renqueando a la mesa—. Es lo que suele ocurrir cuando se llega tarde a una reunión.

Vurms torció levemente el gesto.

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