—Sabemos que hay gente por ahí —dijo Brandon señalando un estrecho valle al este— Hemos visto humo en dos de esas montañas.
Al mismo tiempo, por fin Samantha se decidió a hablar.
—No parece que nuestra vacuna funcione muy bien —dijo mirando a Cam—. Lo siento, tenía que decirlo.
—Todo esto pasó antes —explicó Cam señalándose la cara Pero no era casualidad que se hubiese dejado los guantes puestos para cubrirse las manos.
—La vacuna funciona —afirmó Newcombe.
—Esto será lo más importante que hayáis hecho jamás —dijo Cam mirando a Brandon a los ojos por un instante antes de volverse hacia Alex y D Mac.
Era a ellos a quienes quería en realidad, pero D Mac fruncía el ceño y Alex mostraba una tranquilidad inusitada.
Alex esperaba a que Samantha y su padre se pronunciasen cuando D Mac se desmarcó de la actitud del resto.
—¿Cómo la obtenemos? —preguntó—. ¿Con una inyección?
Entonces, Brandon y Mike llenaron el círculo de palabras, inclinándose hacia delante como si compitieran para que se les oyese.
—Entonces sois rebeldes...
—... pero cómo sabemos que...
—Tenéis una misión —les dijo Newcombe.
—No estoy seguro de que queramos participar en esta guerra —dijo Ed.
Cam lo entendía. El hombre había cuidado de aquellos niños durante todo el Año de la Plaga. Había desarrollado un gran instinto paternal hacia ellos. Debía de haber perdido la esperanza de que las cosas cambiasen y había empezado a planear la siniestra e imposible tarea de sobrevivir en aquel lugar, apareando a su hija con cada uno de los chicos.
Seguramente habrían hablado ya de los límites de la genética, del máximo número de habitantes que podían albergar aquellas cimas. Cam no veía otra manera de que aquello hubiese funcionado. Ed debía de haber utilizado a su hija como promesa para mantenerlos en calma hasta que Samantha tuviese la edad suficiente para que el parto no tuviese complicaciones y de algún modo se habían mantenido disciplinados. Lo había hecho bien, pero ahora todo aquello había terminado.
—O nos ayudáis o no obtendréis la vacuna —dijo Newcombe—. Lo siento, pero así es como debe hacerse.
—No os estamos pidiendo que luchéis contra nadie —explicó Cam.
—Sí lo hacéis —respondió Ed—. Os están buscando. Y nos buscarán a nosotros también.
—Aún sois estadounidenses —dijo Newcombe—. Podéis volver a formar parte de aquello. Ayudadnos a extender la nano-vacuna. Eso es lo único que os pedimos, que amoldéis a algunas personas, como nosotros os hemos ayudado a vosotros.
—Eso suena bastante bien, papá —dijo Brandon.
—Pero los aviones... —dijo Ed.
—Aún sois estadounidenses —repitió Newcombe mientras observaba sus uniformes gastados y sus gorras de explorador.
Estaba decidido a recurrir a su pasado y a su patriotismo.
Cam sabía que había un modo mucho más fácil. Alex podía quedarse con Samantha. Era el más tranquilo con ella. Los demás adolescentes eran más inquietos y estaban ávidos de contacto femenino.
—Escuchad —dijo—. Esas montañas de ahí son sólo el principio. Habrá gente por todas partes que estará muy contenta y agradecida de veros.
Samantha negó con la cabeza.
—Es muy peligroso —dijo.
«Sí», pensó Cam mirando a los chicos en lugar de a Ed y a su hija.
—Se os tratará como a reyes —terminó.
A primera hora de la mañana, Cam y Newcombe regresaron a por Ruth y dejaron que D Mac, Mike, Hiroki y Branden les acompañasen. Los chicos parecían estar dispuestos a luchar para que no se marchasen. Una promesa de regreso no habría bastado.
—Puede que estemos por debajo de la barrera durante una hora o más —dijo Cam.
Pero D Mac se encogió de hombros y dijo;
—Ya lo hemos hecho otras veces.
Incluso sin Alex, los adolescentes no paraban de gritar mientras descendían y les hacían infinidad de preguntas sobre la guerra y la plaga. Sabían muy poco. Aún estaban impresionados. La mayoría eran buenos chicos, pero a Cam le inquietaba que Alex se hubiese quedado atrás con Ed. Samantha y Kevin, el sexto chico. Kevin tenía los ojos grandes y la boca pequeña. Por lo que parecía, era el último mono, y seguramente haría lo que Ed y Alex le dijesen que hiciera.
¿Y si decidían quedarse? Podían obligarles a descender de la montaña a punta de pistola. De un modo u otro lo mejor sería darles la vacuna. Cam no les dejaría allí sin ella, pero si Ed o la chica lo supieran se negarían a bajar. Al menos al {principio.
«No estarán aquí eternamente», pensó. Aunque algunos de ellos tardasen meses, incluso si tardaban todo el verano en hacerse a la idea, al descender cada vez más para buscar comida y leña se darían cuenta de la realidad. El invierno) haría que bajasen más. Y si Samantha se quedaba embarazada y la mayoría de los exploradores se hubiese marchado, ¿no querría Ed encontrar a más personas que les ayudasen a criar a su nieto?
Cam sonrió vagamente mientras dirigía a los chicos por el campo de roca y de hierba silvestre y escuchaba cómo Newcombe discutía con Mike.
—Pero si el presidente está en Colorado... —dijo el chico.
—Ahora hay al menos dos presidentes —respondió Newcombe.
—Pero si el auténtico está en Colorado...
—El presidente Kail murió el primer mes de la plaga y el vicepresidente ocupó su puesto, pero el representante de la Cámara estaba en Montana, eso fue lo que llevó al desacuerdo.
—Entonces el vicepresidente es el auténtico presidente.
—Mira, niño, todo está hecho una mierda, ¿vale?
«Sólo necesita saber que está en el lado correcto», pensó Cam, pero estaban a unos cuatrocientos metros del campamento y quería estar seguro de que Ruth no huía. Ahuecó las manos alrededor de la boca y gritó:
—¡Ruth! ¡Ruth, estamos bien!
No hubo respuesta. Por un instante, el miedo le recorrió el cuerpo, pero la brisa mecía el bosque de corteza blanca y producía un sonido como el de un lejano oleaje. Aún estaban lejos. Quizá no había reconocido su voz.
—¡Eh! ¡Ruth!
—¡Allí! —exclamó Brandon.
Había subido a un terreno elevado y estaba sobre un montón de ramas y de hojas secas que había en la pendiente que tenían ante ellos. Tenía un rasguño reciente en la mejilla y respiraba entrecortadamente. Con la mano sana sujetaba la pistola. Cam sonrió de nuevo, feliz de verla.
—¡Tranquila! —dijo.
—¿Estáis bien? —gritó ella.
Era obvio que la espera le había resultado dura, pero el corazón de Cam dio un vuelco al recorrer los veinte metros que les separaban. Ruth se quitó las gafas y entonces él vio algo más que alivio en su mirada. La noche anterior había conseguido ocultarlo en la oscuridad, pero ahora veía auténtico afecto, incluso cariño, y sintió rabia porque no sabía cómo aceptarlo. Sabía que tocar su cuerpo con sus manos hinchadas y retorcidas le resultaría repulsivo.
Ruth miró a los chicos y a Newcombe, pero su sonrisa y sus lágrimas eran por Cam.
—Tenía miedo —admitió sin vergüenza.
Sus botas hicieron crujir las ramitas y las hojas de los pinos.
—Habéis tardado mucho. Han pasado horas.
Cam se apartó de su abrazo. Las puntas de sus dedos le rozaron la nuca y se deslizaron por su hombro mientras se giraba. Incluso llegó a tocarla un momento a la altura de la cintura. Pero eso fue todo. Entonces ladeó la cabeza hacia los chicos y dijo:
—Hemos tenido suerte. Estos chicos son estupendos.
Ruth puso un gesto de sorpresa y su labio inferior colgaba de una manera poco común en ella.
—Cam —se dirigió a él de nuevo.
Había decidido abrirse a él, pero él debía negarse.
—Vamos, cojamos las mochilas.
—Cam, espera.
—Tardaremos un rato en volver a subir v podemos cenar allí —dijo mientras se ponía en marcha.
Los cuatro chicos se habían apartado de ellos y se miraban unos a otros. Finalmente, D Mac dio un paso adelante mientras Cam se marchaba, lo cual fue todo un alivio para él.
—Señorita —dijo el joven a pesar de que Ruth era casi veinte años mayor que él—. Soy D Mac, digo... Darren.
El adolescente se ruborizó, pero intentó ocultarlo con una sonrisa.
—Gracias —continuó—. Muchas gracias.
—De nada.
Ruth le dio la mano, pero Cam sabía que le estaba siguiendo con la mirada.
No les explicaron nada sobre quién era ella o sobre el registro de datos. Ya habían arriesgado bastante y tenían que ser conscientes de que los rumores se extenderían con la vacuna. No querían tener a nadie más a sus espaldas por ningún motivo.
El viento fue intensificándose conforme se ponía el sol. Soplaba sobre la montaña con fríos aullidos la manada no se quejaba, sólo se pusieron toda la ropa que teman. Samantha se hacía notar con una chaqueta amarilla. Entonces se agacharon tras los terraplenes de roca en parejas o tríos compartiendo el calor corporal. Cam compartió espacio con Brandon y Mike y dejó a Ruth con Ed, D Mac, Hiroki y Newcombe. No había mucha distancia entre los pequeños grupos. El campamento apenas medía nueve metros cuadrados entre las murallas de roca, pero sorprendía a Ruth mirándole constantemente.
Hicieron una pequeña fiesta con un gran fuego y la co mida exótica que traían Newcombe y Cam: paté de jamón y peras en almíbar.
El fuego crepitaba en el viento y lanzaba chispas y cenizas, pero Ed permitió a los chicos que utilizasen toda la leña que quisiesen para mantener vivas las llamas.
—No quedará mucho para el desayuno —le dijo Alex.
—¿Qué más da? Ya iremos a por más —respondió Ed.
Los chicos gritaron al ver la primera lata de comida como si nunca hubiesen visto una, pero todos tenían cuidado de no coger demasiado paté con los dedos. Se pasaban la lata civilizadamente para que todos pudiesen comer, aunque Mike y Kevin tuvieron que rebañar el interior. Y lo mismo sucedió con las peras, las galletas saladas y el chocolate. Se controlaban incluso ante aquella repentina riqueza. Eran un equipo. A pesar de su estado de ánimo, Cam se alegraba de verlos disfrutar. Sentía celos y orgullo.
Había oscurecido, pero el cielo conservó aquella penumbra azul durante más de una hora. Las sombras empezaron a inundar toda la tierra que tenían a sus pies y convirtieron las paredes de las colinas y las zonas inferiores en lagos y mares de penumbra, pero nada más que los propios confines del mundo podían proteger aquella cima del sol. Unas cuantas nubes distantes brillaban en el horizonte.
—¡Yo digo que salgamos mañana! —dijo Mike sujetando una galleta salada en el harapiento guante de su mano izquierda como si fuera un tesoro—. ¡Ésta ha sido la mejor comida que he probado en un año! Solo por ella vale la pena bajar.
—Sí.
—Yo estoy de acuerdo.
Brandon y Hiroki asintieron, y Cam levanto la vista para mirar a DMac. Esperaba que el chico se uniese a ellos, pero no dijo nada. Un minuto antes, Samantha había dejado a Alex y a Kevin para acercarse a su padre y preguntarle si podía preparar un poco de té de corteza, pero su auténtico objetivo había sido D Mac. (Consiguió que se hiciese a un lado y después los vio susurrando. Así era como actuaba. Un momento privado con ella era lodo un incentivo y ya había vuelto a D Mac de su lado.
—Nos llevaremos lo menos posible —dijo Mike— Sacos de dormir, cantimploras, un solo hornillo. Podemos llegar allí en dos días, ¿no os parece?
—Igual deberías llevar más cosas —dijo Ed con su inteligente forma de sortear los problemas.
Cam había advertido que el hombre nunca daba órdenes directas. Intentaba dirigir a los chicos con conceptos a medio formar y dejaba que fuesen ellos quienes completasen sus ideas.
—¿Lo dices por si hay algún problema? —preguntó Hiroki.
—No sabemos lo que hay ahí abajo.
—Bien, de acuerdo —asintió Mike impacientemente—. También nos llevaremos una tienda de campaña y más comida. Aun así tardaríamos dos días en llegar. O puede que menos.
—Sólo quiero que estéis preparados —dijo Ed.
«Se está doblando en vez de romperse», pensó Cam. El hombre se había dado cuenta de que no podía detenerlos, pero esperaba poder frenarles un poco.
—Ha pasado mucho tiempo —continuó—. Si tardáis una semana más ¿qué diferencia habrá?
—Tal vez deberíamos ir un par de nosotros primero —dijo D Mac—. Para inspeccionar y buscar comida. Debe de haber toda clase de manjares por ahí abajo.
Cam miró a la chica. El joven estaba expresando los temores de ella.
—No —dijo Cam mientras se ponía de pie.
Al levantarse sintió el viento como agua congelada en su pelo, y el mero cambio de postura suponía una inmensa diferencia en cuanto a la luz. El calor anaranjado de la hoguera le llegaba hasta la cintura. Por encima, el cielo era infinito, vacío y frío.
—Si no venís no obtendréis la vacuna —dijo Cam—. Así de simple. Cada día cuenta. Ya os lo dijimos. Estamos en guerra. Leadville podría sobrevolar esta misma montaña mañana. ¿Y por qué demonios ibais a querer quedaros en este maldito peñasco cuando el mundo entero está ahí abajo? —Tiene razón —dijo Mike entre dientes. —O venís u os quedáis —Cam miró a Ed y a D Mac a través del crepitar del fuego—. Pero no obtendréis la vacuna a menos que vengáis.
—Pero fuisteis muy precavidos con nosotros —dijo Ed sin alterarse. —Sí.
Aquélla era una conversación que Cam quería evitar: los horrores con los que se podían encontrar.
—Vosotros también deberéis ir con cautela —continuó—. Pero tenéis que ir. Tenéis que intentarlo.
Cam vio a Ruth y a Newcombe susurrando y la rabia y la sospecha se apoderaron de él al recordar el momento privado de Samantha y D Mac. Sabía que aquello era una debilidad, pero la destrucción de su cuerpo también había arruinado algo en su mente. Era incapaz de pensar que alguna vez volvería a estar con una mujer, y eso le hacía verlas de una manera totalmente distinta, a la chica y a Ruth.
El campamento se preparaba para dormir El fuego se había reducido a brasas y sólo Mike y Brandon se quedaron susurrando ante el rojo resplandor del hoyo. Ed, Alex y D Mac llevaban las mantas en la oscuridad de una tienda a otras dos para acomodar a sus invitados. Ed discutía con Samantha en la segunda tienda.
Cam se arrodilló junto a sus dos compañeros.
—¿Qué pasa?
—Hemos estado hablando —comenzó Ruth.
Hablaba como si se sintiese culpable, con recelo.
—Sabéis que tenemos que presionarlos un poco —dijo Cam.