Se dio cuenta de que el Copo de Nieve también sería efectivo para detener los incendios masivos del oeste. Si dispersaban los nanos en la línea de frente de las llamas, reducirían el infierno al agotar su combustible. Puede que incluso tuvieran otros usos pacíficos.
De momento, necesitaba el Copo de Nieve para estudiarlo. Deseó poder diseñar algo para proteger a la gente de él, como un nano antinanos, pero aquello era algo demasiado básico. No había nada que Ruth pudiera imaginar, aún no. Con el tiempo, diseñaría un supernano capaz de proteger a una persona de cualquier cosa, incluso de una bala. Sería una forma de inmortalidad, un sistema inmunológico potenciado capaz de mantener la buena salud.
Y lo más importante para Ruth sería la increíble tecnología que salvaría a Cam, usando las huellas de su ADN para restaurar su cuerpo y sanar completamente sus heridas.
Lo encontró donde el soldado le había dicho, caminando por el ancho valle donde una vez se había alzado la ciudad. Huellas y marcas de neumáticos se apelotonaban a cientos en las laderas. El lodo caía sobre la tierra estéril. Los vehículos se amontonaban por todas partes, coches y camiones que se habían inundado o quedado sin combustible durante la primera primavera de la subida. Ahora eran carcasas vacías. Les habían arrancado todo: asientos, cinturones, capós, puertas, parachoques... La necesidad de materiales de construcción había sido importante. Más lejos, lo único que quedaba de la ciudad eran las esquinas y las líneas de sus cimientos y calles, un pequeño laberinto de plazas colocado contra la irregular orilla del lago. Todavía quedaban muchos estructuras de cemento, así como los recintos de sus tres gasolineras, pero todo lo que fuera madera, ladrillo o metal había desaparecido.
Ruth se sintió desamparada. Estaba preocupada por las decisiones que había tomado. Por un momento, tuvo la oportunidad de irse con Cam, pero prefirió quedarse con el trabajo. Era la misma decisión que siempre había tomado, incluso cuando una escasa hora juntos la hubiera dejado descansada y más concentrada.
No quería morir sola.
El sol había caído de su elevada posición al mediodía en un cielo borrascoso lleno de estelas de avión. Los helicópteros resonaban en algún lugar al norte, y Ruth se preguntó qué haría si la guerra caía de pronto sobre ellos. «Correr», pensó. «Correr con él sin detenernos».
Había más de una docena de personas con Cam, pero Ruth lo reconoció por su forma de moverse, aunque llevaba el cuerpo cargado de equipo. Se cargó al hombro un saco de red. También llevaba una mochila, y tenía unos guantes de cuero enganchados en el cinturón. El pecho se le aligeró al verlo tan claramente en su elemento...
Cam se reía con una mujer joven. Ruth frunció el ceño. Había estado esperando casi una hora, sosteniendo su piedra en la mano izquierda, presionando su arenosa superficie contra la tierna piel de su palma. Podría haber bajado a buscarle en vez de quedarse allí pensando, pero estaba segura de que él hubiera tomado la misma decisión, ser paciente, no arriesgarse a contraer la infección.
Ruth se metió la piedra en el bolsillo del pantalón y fue a su encuentro, colocando la mano sobre el flequillo cuando el viento sopló contra su chaqueta y su pelo rizado. Necesitaba un peluquero. Cuando le crecía demasiado el pelo, se le erizaba y la hacía parecerse a Jimi Hendrix, algo nada halagador. Aun así, cuidarse el pelo no iba con ella, y lo sabía.
—Cam —lo llamó.
El no reaccionó. Tenía el viento de cara y Cam caminaba en medio del andrajoso grupo, andrajoso pero con buena salud. Sus voces resonaban con la satisfacción del trabajo bien hecho. Cam sólo se dirigió a uno de ellos, Allison Barrett.
—La próxima vez procura dejar sólo la caja —le dijo.
—La muy cabrona no se hubiera acercado a mí, y lo sabes —dijo Allison, y Cam rió otra vez.
La chica tendría unos veinti pocos, pensó Ruth. Tenía la boca grande y unos dientes largos que le recordaban la sonrisa de un animal. Tenía la piel estropeada. La mayor parte estaba quemada por el sol, pero también veía zonas donde la plaga había actuado, sobre todo en su mejilla izquierda. Su cabello rubio estaba decolorado hasta parecer casi blanco por la acción del sol.
Ruth sólo la conocía porque Allison era una de los alcaldes elegidos en los campos de refugiados. Tras su segundo encuentro con el gobernador Shaug, Allison y otras tres personas interceptaron a su escolta gritando como furias, exigiendo información. Shaug no los destituyó, sino que les presentó a Ruth y se paró a contestar sus preguntas. Los refugiados sólo tenían cierto peso en razón de su número, y Ruth sospechaba que los «alcaldes» habían sido un factor importante para que Grand Lake aguantase hasta el momento. Por ejemplo, el proyecto de captura y liberación de animales había sido una genialidad. Mostraba la capacidad de mirar hacia delante en vez de dejar que los problemas los cegaran.
Allison era fuerte e inteligente, igual que Cam. «Como las ratas», pensó Ruth, pero aquello era una falta de respeto. Se obligó a sonreír según se le acercaba el grupo de trabajo, con Allison y Cam en el centro. No había dejado de mirarse. Fue Allison quien se dio cuenta primero de su presencia.
—Hola —dijo Ruth.
Cam vaciló. Su lenguaje corporal hacia Allison era calmado y abierto, pero sus ojos se abrieron contrariados. Era un cambio complejo, y Ruth no perdió detalle de ninguno de sus gestos.
—Ruth, ¿qué haces aquí? —dijo él.
—Te necesito un momento.
—Está bien —dejó en el suelo las trampas y los guantes. Que no la hubiera reprendido por ir allí la hizo sentir mejor. Todavía podían confiar el uno en el otro, sin importar por qué.
Ruth lo cogió del brazo y lo llevó a un lado, mirando a Allison para asegurarse de que no los seguía. Qué estupidez. Si ella y Cam se hubieran tocado, si se hubieran acostado, Ruth tendría que hacerle un análisis a Allison para comprobar si tenía el fantasma, pero su instinto le decía que tenía que proteger a Cam, y eso significaba mantener en secreto el tema del contagio cuanto más tiempo mejor.
Le soltó la manga. Estar cerca de él le evocaba más sentimientos de los que estaba preparada para afrontar en aquel momento, y se alegró de que soplara el viento.
«Estoy celosa», descubrió, demasiado tarde.
Ruth había estado usando muestras de su sangre y de la de él porque eran los portadores originales de la vacuna. Ahora ya se había extendido, pero seguía siendo un buen tema de conversación y una buena excusa para verle.
—Tienes un problema en el trabajo, ¿no? —dijo Cam, mirándola. Su intuición había dado en el clavo, y Ruth se asustó de repente al pensar en qué más podría ver en ella.
—¿Dónde has estado? —preguntó, seria e irritada.
—Hemos llevado algunas ratas a la ciudad —respondió él—. Todavía es posible que...
—¿Dónde has estado, Cam? —Ruth se apretó la muñeca para asegurarse de que atraía su atención, buscando sus ojos marrones. El le devolvió la mirada, un poco asustado—. ¿Fuiste a algún lado en el laboratorio de Sacramento? ¿Abriste algo? —le preguntó.
—¿De qué estás hablando?
—Tienes algo dentro, un nuevo tipo de nano. Puede que sea un arma. Hay algo más aparte de la vacuna y no sé qué es.
—Que yo... Dios mío. —Cam se apartó de ella, tambaleándose. Ruth se movió hacia él, pero éste interpuso los brazos entre ambos, mirándose las manos como si pudiera ver las máquinas subatómicas.
—Sabes que haré todo lo que pueda —dijo Ruth compartiendo su miedo. Era extraño. Sintió una intimidad en el momento muy bienvenida. A un nivel básico, había aprendido a asociar a Cam con la tensión y el dolor, y ahora estaban unidos otra vez por aquellos sentimientos.
Sintió dolor por él y le miró a la cara. Era consciente de que sus amigos estaban detrás, y sintió alivio al escuchar las voces y el sonido de sus botas. Estar lejos de ellos sólo aumentaba la sensación de reunirse con Cam.
—¿Qué recuerdas de Sacramento? —le preguntó.
—No creo que fuera a ningún sitio donde no fuéramos todos —respondió. Luego, con más convicción, afirmó—: No fui, te lo juro.
Ruth habló con un tono tranquilo.
—Ya veremos qué pasa —le dijo.
Allison les importunó. Pasó al lado de Ruth, caminando como un gato. La chica iba agazapada, pero mantenía los hombros altos, con las manos preparadas para agarrar o dar un puñetazo. Era una postura que debía de haber aprendido en los campos de refugiados, pensó Ruth, y que la hacía más ligera y capaz.
—¿Qué pasa aquí? —dijo Allison. Su voz era desafiante, y Ruth cayó en la provocación sin pensarlo.
—También necesito una muestra de tu sangre —le dijo intentando asustarla.
Allison se limitó a sonreír maliciosamente.
—¿Has venido por eso? —le preguntó. Entonces cogió la mano de Cam y apoyó su suéter de manchas azules contra la chaqueta militar de él.
—Hay un nuevo tipo de nano —dijo Cam, explicándoselo a Allison.
Las dos mujeres no dejaron de mirarse. Ruth intentó no mostrar derrota ni respeto en su cara. Allison se mostraba valiente y descarada.
De hecho, la chica le recordó a ella misma en sus mejores días, pero ahora ya no tenía esa confianza. Allison estaba impaciente por encontrar una oportunidad para atacarla. Ruth no quería nada. De otro modo, no habría perdido la oportunidad antes de que Cam y Allison empezaran a hablar.
Viéndole con la chica le quedó bastante claro. Incluso con su aspecto endurecido, ahora ya no sufría falta de atención por quién era y por lo que había hecho. Ser aceptado era justamente lo que echaba de menos.
«Y te lo mereces», pensó Ruth.
Aun así, se quedó hundida. Cam debía de haber agotado su paciencia con ella durante su largo viaje. Aquélla era la primera vez que supo que se estaba alejando de lo que en realidad deseaba. De algún modo, Ruth supuso que estaba intentando castigarla. Ahora lo veía claro. Su decisión de juntarse con Allison era autodestructiva, porque complicaba su relación con la mujer a la que quería de verdad. Ruth sabía que él la amaba. Encontrar a alguien más, aprovechar aquella oportunidad, era un intento de rechazar a Ruth antes de que ella tuviera la posibilidad de negarse. Pero ella también lo amaba. ¿Es que no se daba cuenta?
No dudó de que la atracción que Allison sentía por él fuera verdadera, pero sospechaba de las razones que tenía. Ella siempre buscaría la forma de fortalecer su facción en Grand Lake, y Cam era una celebridad y un superviviente veterano. Aquél era el motivo por el que se había prendado de él.
—Será mejor que vengáis conmigo —dijo Ruth, mirando detrás de Allison para incluir a los demás miembros del grupo—. Chicos, necesito sacaros muestras de sangre antes de que vayáis a ningún lado.
Le dio la espalda a Cam, aún aturdido. Ruth sabía lo que tenía que hacer. Un descubrimiento tan importante como el fantasma no se podía dejar para más tarde, así que se encerró cuarenta y ocho horas en el laboratorio haciendo apenas un par de comidas y alguna que otra siesta.
¿Habrían construido los chinos el fantasma? Sabía que en Leadville los informes de inteligencia consideraban el programa de investigación de China como el de más alto nivel después del de la propia Leadville. El Año de la Plaga había creado mucha confusión, y un pequeño laboratorio de nano— tecnología se podía esconder fácilmente. Pero al mismo tiempo, el mundo había quedado reducido a un puñado de islas. Había menos lugares para vigilar. Su lista de competidores era muy corta: China, Brasil, India, Canadá... Había un equipo japonés que se había desplazado al Monte McKinley, en Alaska, y otro grupo británico que estaba en los Alpes. Todos excepto los chinos se habían proclamado amigos. A pesar de todo, Ruth no pensaba que ninguno de ellos, excepto los chinos, fueran capaces de desarrollar algo como el fantasma, así que debían de ser quienes les amenazaban.
Se había equivocado en sus cálculos iniciales. El fantasma era un quince por ciento más pequeño que la vacuna, pero más avanzado. Era una construcción de alto nivel, y en su complejidad, Ruth había sido capaz de discernir los cambios más sutiles. Generaciones. Unas pocas muestras de McCown y sus ayudantes parecían indicar que se había esparcido en pequeñas concentraciones por la población local. A un modelo antiguo le sucedía otro, y posiblemente hubiera más. Allison se lo habría pasado a Cam, y Ruth seguía temiendo que el fantasma sólo estuviera esperando a llegar a una concentración crítica antes de aniquilar Grand Lake.
¿Habría infectado a toda la división continental? Shaug le permitió enviar señales de radio a los laboratorios de Canadá, y la respuesta fue negativa. Entonces, ¿de dónde venía aquella tecnología?
Ruth también tenía el fantasma. Apareció en su sangre al cuarto día, sólo un poco después de la infección de Cam, lo que concordaba con su hipótesis. El recuento en la muestra de Newcombe también era bajo. No eran ellos quienes lo habían llevado a Grand Lake, era Grand Lake la que los había infectado a ellos.
Después de aquello, cambió de táctica. Ruth pidió muestras de sangre e información básica a un millar de soldados y refugiados, empezando un programa de choque para rastrear los orígenes del fantasma. Durante dos días más, se dedicó a computarizar los datos con la ayuda del grupo de McCown y decenas de miembros de la plantilla médica. Estaba luchando contra su propia gente. Shaug y los líderes militares la presionaron para crear armas nuevas y mejores, pero ella rechazó el trabajo. Esa no era la prioridad.
Deborah Reece se convirtió en una aliada crucial y se ofreció voluntaria para supervisar el trabajo de la sangre. La propia Ruth interrumpió la monitorización de la producción del Copo de Nieve, pero delegó el trabajo en McCown.
La zona de guerra estaba llegando rápidamente a su punto álgido. La flota naval china había llegado a San Diego y a Los Ángeles, y había dispersado a decenas de miles de soldados, unidades armadas y aviones, que operaban en un nuevo frente contra los Estados Unidos. Mientras tanto, los rusos continuaban presionando desde Nevada, y los invasores estaban ganando la batalla por la supremacía aérea. Las Fuerzas Aéreas rusas estaban llenas de reliquias y aparatos en mal estado, y los chinos tenían problemas similares, pero incluso a media potencia consiguieron dominar los Estados Unidos, sobre todo mientras los norteamericanos seguían luchando por llevar aviones operativos a posiciones clave.
Cada bando intentaba proteger sus aviones y reservas de combustible incluso si eso significaba enviar cazas a territorio enemigo. Ambas partes se batían para hacerse con los aeropuertos y las antiguas bases estadounidenses, destruyendo algunas de ellas y protegiendo otras, un juego de ajedrez con negociaciones que a veces funcionaban y otras no. Las fuerzas americano-canadienses amenazaron con llevar a cabo ataques nucleares a gran escala contra China y Rusia si los invasores no se retiraban inmediatamente de la costa, pero los chinos juraron que les pagarían con la misma moneda, aplastando la división continental al primer indicio de ataque americano.