Antídoto (41 page)

Read Antídoto Online

Authors: Jeff Carlson

Tags: #Thriller, #Aventuras, #Ciencia Ficcion

La zona de abajo era diferente. Gran parte de la maleza y la hierba había sobrevivido al calor y a las tormentas. Muchos lugares ni siquiera se habían anegado. Los árboles y las rocas formaban miles de pequeñas presas, dirigiendo el agua hacia arroyos y pantanos. Pero incluso donde el suelo se había salvado, la maleza estaba medio marchita. Cuando Cam tocó unas hierbas, las hojas se deshicieron como confeti. Cada minuto que pasaba en aquella ladera, estaba más seguro de que estaba absorbiendo radiación.

Cogió el brazo de Ruth cuando empezaba a alejarse bastante de Deborah.

—Tienes que esperar —le dijo.

Sus negros ojos brillaron para él. Ya no llevaban las gafas ni las máscaras, no había necesidad, así que pudo contemplar perfectamente la expresión de Ruth. «Suéltame», decía.

—¡Suéltame! —dijo mientras seguía subiendo, dejando un rastro de cortezas caídas según las tocaba con los guantes o las botas.

Cam la siguió.

—Espera, maldita sea —dijo, buscando los ojos de Deborah en vez de los de Ruth. Se veía ralentizado por el dolor de las costillas, y Ruth ya había cojeado hasta el siguiente árbol caído, agarrándose a las ramas del mismo.

Se había comportado así desde que Hernández se había marchado.

—Tienes que hablar con ella —dijo Cam, poniéndose al lado de Deborah. Pero la esbelta rubia sólo se encogió de hombros, casi indiferente.

—Es que tiene razón, tenemos que seguir avanzando.

—Si se rompe una pierna... —dijo Cam, levantando la voz.

De pronto, Ruth se paró delante de ellos. Cam miró hacia arriba. Cuarenta metros más adelante, Estey había levantado la mano, haciéndoles señales de la presencia de agua, barro y árboles caídos. En el espacio que había entre ellos, Goodrich y Ballard se quedaron también quietos. Los soldados formaban tres grandes siluetas humanas entre los escombros.

Cam también le hizo señales a Estey y le dijo a Ruth:

—Es una tontería que vayas delante. Tenemos que volver con los demás.

Pero no fueron las señales lo que la detuvieron. Había encontrado un pájaro.

—Vaya —dijo Deborah con dulzura, mientras Ruth se arrodillaba y cogía a la pobre criatura.

El pinzón no podía llevar mucho tiempo en la zona de la plaga porque todavía estaba vivo, aunque se le estaban cayendo las plumas de la panza y el cuello. Aleteó débilmente en el barro, intentando escapar. No tenía fuerza en las alas y quizá también estuviera ciego. Los ojos del pájaro eran de un azul pálido que Cam nunca había visto antes.

—¡Por aquí! —gritó Estey, y Cam hizo señales otra vez, aunque no estaba seguro de si Ruth obedecería. Dudó al poner los guantes a los lados del pájaro. Cam pensó que no debía de haber visto las ardillas con las que se habían cruzado unos quince minutos antes, dos pequeños animalillos que habían bajado juntos la ladera. Las ardillas también la habrían hecho parar, y él prefería su salvaje impaciencia.

Ruth podía ser bastante descuidada con su propia seguridad cuando se volvía maniática, pero aquello también la hacía peligrosa para todo lo que se le pusiera por delante. No podían dejar que le pasara algo. Necesitaban de su experiencia una vez más, y todavía estaban a una hora de su lugar de encuentro. Cam rezó por que lo consiguieran.

—Míralo —dijo. Se refería al pajarillo.

—Tenemos que seguir —dijo Cam, y Deborah añadió:

—Ruth, va a salir el sol.

—Está bien —al principio no se movió—. Tienes razón, sólo es un maldito pájaro.

Ruth se levantó y pasó entre ellos con las manos temblando.

Iban a pie porque Hernández se había llevado el camión para volver a Sylvan Mountain, tanto para unirse de nuevo a la base como para atraer la atención de los satélites enemigos. Los camiones serían mucho más llamativos que un grupo de personas, sobre todo si los vehículos avanzaban hacia el frente. Si se producía un ataque, Hernández quería ser el que recibiera el daño. Les estaba haciendo ganar tiempo. Organizó un grupo de helicópteros para llevar a Ruth otra vez al norte, pero no quería arriesgarse a encontrar una emboscada tan cerca de Sylvan Mountain. Los chinos tenían demasiados cañones apuntando a la zona. Los invasores podrían continuar su presión en el combate aéreo. Los helicópteros eran demasiado vulnerables, pero Hernández pretendía lanzar una contraofensiva para hacer que los chinos se retiraran. Una distracción.

Tú asegúrate de hacer todo lo que puedas», le dijo Hernández mientras Ruth le cogía del brazo, clavándole una jeringuilla que ella misma se clavó después en la muñeca. Era por eso que estaba tan furiosa. Estaba claro que Hernández no esperaba ver los frutos de su trabajo, y Cam pensó que seguramente les pediría a todos los enfermos que le siguieran para realizar el asalto. Cam pensó que él también aceptaría en esa situación.

Lo peor que le pasó a Ruth fueron unos arañazos y un tobillo torcido. Parecía ansiosa por herirse, y se estrellaba contra las ramas y los barrizales. Estaban incubando su salvación. Llevaban cuarenta minutos bajo la barrera, y la vacuna perfeccionada iría deshaciéndose del modelo antiguo, multiplicándose poco a poco para acabar con la plaga. Al mismo tiempo, los nanos mejorados les ayudarían a protegerse de la radiación.

Hernández daría su vida por ella. Con un poco más de tiempo en los laboratorios de Grand Lake, Ruth podría hacer cambiar el curso de la guerra a su favor mejorando los nanos. Parecía que sus posibilidades no tuviesen límites. Acelerar la capacidad de regeneración de un hombre era sólo el principio. Quizá consiguiera doblar sus fuerzas, sus reflejos, su vista... Pero, como siempre, el problema era la contaminación. Si conseguían inocularse una versión mejorada, era inevitable que se dispersara también entre el enemigo. Los súper soldados tendrían ventaja durante un corto periodo de tiempo antes de que el enemigo se alzara de nuevo con las mismas capacidades. Los Estados Unidos tendrían que lanzar nuevos ataques en una única ofensiva coordinada, si es que les daba tiempo, o si es que quedaban suficientes estadounidenses.

El pantano se iba oscureciendo según Estey los conducía a una zona donde el bosque se había incendiado antes de que las inundaciones extinguieran el fuego. Cam vio otro pájaro moribundo. Después también vio una lata azul de Pepsi y se preguntó cómo habría llegado hasta allí.

Desde algún lugar del norte llegó el rugido de unos cazas.

—¡Agachaos! —gritó Estey. La mayoría se aplastó contra el suelo lleno de madera carbonizada, pero Ruth se quedó de pie mirando. Foshtomi le tiró de la chaqueta.

—¡Agáchate, idiota! —dijo, pero el estruendo sonaba cada vez más lejos, hasta perderse en la oscuridad de la noche que aún había detrás de ellos.

Cam se giró para mirar el oscuro horizonte sembrado de brillos anaranjados, cuando unas gigantescas explosiones llenaron los valles cerca de Sylvan Mountain. Los cazas estadounidenses estaban atacando otra vez a los chinos, allanando el camino para el asalto por tierra.

Hernández contaba con ciertas ventajas. Estaba en posición elevada, por ejemplo. Era bastante irónico. Los ejércitos de Colorado se habían mantenido sobre los tres mil metros por miedo a la plaga, cediendo la mayor parte de las tierras bajas y las autopistas a los chinos, pero ahora aplastarían al enemigo con la supremacía de sus posiciones elevadas. «Pero no lo harán por ella», pensó Cam. No sólo lo hacían por ella, aunque Hernández hubiera intentado estrategias más conservadoras si no quisiera proteger a Ruth por encima de todo. Por eso ella estaba tan furiosa. Miles de personas más morirían para servirla, sin importar si ella estaba de acuerdo o no.

El sol por fin les tocó mientras avanzaban por el pantano hasta la bifurcación de un río. La luz les resultó cálida y acogedora, aunque el viento empezó a llevarles el sonido de los disparos. Entonces, llegaron más aviones. El clamor de la guerra les siguió durante varios kilómetros, y Ruth mantuvo todo el tiempo la cabeza agachada, cojeando por las rocas y la hierba tan rápido como podía.

El sonido de los helicópteros resonaba desde el paso de montaña que había frente a ellos. Se convirtió en un rugido al aparecer tres Black Hawk en el terreno que había más adelante. Estey se arrodilló con la radio en mano mientras Goodrich agitaba los brazos sobre la cabeza, así que Cam se sorprendió cuando dos de los helicópteros se giraron y siguieron su camino. Eran más cebos. El tercer helicóptero fue directo hacia ellos y aterrizó cerca. El jefe abrió la puerta de golpe.

—¿Confías en mí? —preguntó Ruth, acercándose tanto que su pelo se pegó en la cara de Cam. Él apenas la había escuchado. En la cabina, el sonido de los rotores le hacía temblar el cuerpo. Las turbinas chirriaban cada vez que el helicóptero ganaba altura y se mecía por el terreno. Cam miró afuera para ver el tranquilo mundo que sobrevolaban. Las figuras de las montañas subían y bajaban, pero la desolación era constante. Cientos de kilómetros estaban quemados, inundados o llenos de árboles muertos.

Ruth se apartó un poco para verle la cara. Había algo nuevo en sus ojos, excitación y miedo, una idea. Cam asintió. Dejó que acercara otra vez los labios a su oreja.

—Necesito que confíes en mí una vez más —le dijo.

Los soldados de Estey fueron separados en cuanto el helicóptero aterrizó en Grand Lake. Cam y Deborah también se sumaron a la operación. Los médicos de las Fuerzas Especiales llenaron varias jeringuillas con la sangre de cada uno de ellos. Otros soldados les llevaron a barracones y búnkeres de mando, les pinchaban rápidamente los brazos con jeringuillas y luego proporcionaban la sangre que les habían sacado a otros hombres y mujeres. Era casi cómico. Cam estaba agotado, y el proceso tenía un aire disparatado que le recordó a los espectáculos de payasos que había visto en varias ferias y parques de atracciones cuando era niño.

«¿De dónde habrá salido ese recuerdo?», se preguntó, presionando un trozo de algodón sobre el pinchazo del brazo mientras tres soldados lo llevaban a otro búnker. Tuvieron un percance con un civil. El hombre intentó agarrar a Cam, pero los soldados le dieron un puñetazo en la cara.

Grand Lake estaba en estado de confusión. Gran parte de la zona se estaba evacuando. Cam se halló en una tienda llena de pilotos ataviados con uniforme de vuelo que salieron corriendo de la barraca en cuanto recibieron su sangre. Cam pasó también por dos tiendas llenas de oficiales donde se enteró de todo lo que necesitaba escuchándoles confirmar señales y fechas de encuentro. Una sección entera había llevado a Ruth al laboratorio. Algunos de los comandantes de más rango también se quedaron, al menos hasta que se establecieran bases alternativas bajo la barrera. Estaban haciendo todo lo posible para salir de allí sin reducir sus defensas, pero eso era imposible. La transición resultaría en una enorme cantidad de trabajo justo cuando necesitaban esos recursos para centrarse en el enemigo, pero eran demasiado vulnerables en aquellas montañas. Los cazas chinos habían atacado Grand Lake ocho veces en los dos últimos días, bombardeando las improvisadas bases aéreas y las tropas de tierra. Los aviones enemigos podían volver en cualquier momento.

Pero Cam sabía algo que ellos desconocían. Ninguno de los esfuerzos de ambos bandos sería necesario si Ruth tenía éxito. Ya no pensaba en mejorar los nanos, sino que había ideado una forma de eliminar al enemigo completamente, aunque no había garantías de que su plan funcionara. Hasta entonces, lo único que podía hacer Cam era cumplir su parte.

Divisó a Foshtomi entre las tiendas corriendo con sus propios guardaespaldas. En otra ocasión, vio a una muchedumbre en la colina que había enfrente, un gentío en los campos de refugiados que debía de estar rodeando a otro de sus compañeros de equipo. Muchos de los refugiados se habían marchado ya, quedándose sólo con el modelo anterior de la vacuna. Sin embargo, otros se habían quedado, ya fuera por inercia o para ayudar a organizar lo que faltase.

Allison Barret era una de las que se habían quedado. Se encontró con Cam aquella tarde mientras éste comía con Ballard y Goodrich. El resto del escuadrón aún no había aparecido, y el corazón le dio un vuelco al ver una cara familiar. Cam se levantó de la mesa y caminó pasando a los guardias para abrazarla.

—Ven conmigo —le susurró Allison. Sus ojos azules brillaban esperando la respuesta.

El negó con la cabeza.

—No puedo —pensó que se refería a salir de la tienda, pero Allison tenía planes mayores.

La joven mostró los dientes con su sonrisa más radiante y hermosa y dijo:

—Puedes ayudarnos. Por favor, la gente normal también es importante. Necesitamos más líderes y tú has estado bajo la barrera muchísimas veces. Sabes qué hay allí.

—Lo siento.

—Por favor. Vamos a ir hacia el este —mantuvo el brazo alrededor de su cadera—. Pronto atacarán otra vez este lugar. Lo sabes.

—Sí.

Ballard le dijo que ya habían usado el Copo de Nieve. Los asaltos de tierra de Sylvan Mountain habían fracasado casi de inmediato, derrotados por la superioridad aérea de los chinos, tal como Hernández debía haber supuesto. Horas antes, Grand Lake les había hecho morder el polvo mientras perseguían a Hernández por las montañas perdiendo también a parte de las fuerzas estadounidenses. Era una desesperada demostración de fuerza. Ambos bandos estaban resentidos e indignados. Corría el rumor de que los códigos de lanzamiento estaban fijados. Podía haber un intercambio de ataques nucleares, y estaba claro que Grand Lake sería uno de los objetivos principales.

—Deberías marcharte —dijo Cam.

—No puedes ayudarla más, ya has hecho suficiente —Allison volvió a mostrar los dientes de aquella forma tan agresiva—. No está enamorada de ti.

—¿Qué?

—Que no está enamorada de ti. Al menos, no de esa forma.

—Ésa no es la cuestión —dijo Cam sinceramente. La conexión que sentía con Ruth era mucho más que la de un amante. Era compleja y poderosa. Sí, habían compartido una intimidad física tocándose y besándose. Era posible que hubiera algo más, pero lo que sentía por ella iba más allá de todo aquello. Tenía que hacerlo.

—Siempre puedes cambiar de idea —dijo Allison—. Puedes venir con nosotros cuando quieras.

Entonces se marchó. Cam fue tras ella, aunque se paró ante la salida de la tienda. Dos de los guardias le habían seguido, y él miro al cielo nocturno, buscando las luces de los aviones norteamericanos. ¿Habría alguna señal de alarma?

Other books

The Case of the Lazy Lover by Erle Stanley Gardner
The Asylum by L. J. Smith
Dragons at the Party by Jon Cleary
The Broken H by Langley, J. L.
The Latte Rebellion by Sarah Jamila Stevenson
My Life in Black and White by Natasha Friend
Not Quite Perfect Boyfriend by Wilkinson, Lili