—Piense en lo que nos han hecho esos cabrones —dijo Shaug— ¿Va a dejar que se queden con California?
—Con parte, por ahora. Pero ¿qué importa eso?
—¡Es nuestro hogar! El nuestro...
—Volverán al suyo si les dejamos, si les damos un poco de tiempo. Volverán o acabaré con ellos. Pero sólo con ellos, ¿me comprende? —Ruth sabía que podría diseñar un nuevo tipo de plaga para erradicar al enemigo. Sólo a ellos, a todos. Un parásito inteligente que comprendiera los límites geográficos. El parásito actual era sólo el primer paso en un nuevo y sorprendente nivel de nanotecnología.
—Pues hágalo ahora —dijo Caruso—, mátelos ya.
—No.
El estaba tan cansado como los demás, advirtió Ruth, y desde la invasión no había visto más que derrotas. Podía agarrarse a cualquier clavo, pero ella no empezaría un genocidio si había más opciones. Una nueva plaga tampoco sería instantánea. Los chinos tendrían tiempo de lanzar sus misiles. Las desesperadas naciones de todo el mundo no podían seguir simplemente luchando. El coste era demasiado alto, y no se vislumbraba un final que no fuese el colapso, total y absoluto.
—Tiene que terminar en algún momento —dijo Ruth, llena de pesar y de fe—, y ese momento es hoy.
La ladera estaba llena de gente, una confusión de siluetas más claras apelotonadas en la tierra. Varios cientos de ellas formaban dos cadenas que se movían lentamente, siguiendo la gran uve de los dos valles que cortaban la ladera. Decenas de personas más seguían bajando por las colinas en el lado exterior de los barrancos. La luz del día hacía brillar las armas y los equipos. El sol de media tarde casi había desaparecido de la ladera este de las Rocosas, y sus rayos apagados lo convertían todo en sombras o destellos.
Cam se quedó quieto sobre un pequeño peñasco, entrecerrando los ojos por la luz.
—Hay demasiados soldados —dijo.
Allison sonrió.
—Eso es bueno.
El negó con la cabeza. Grand Lake parecía estar perdiendo un gran número de tropas por deserción, y los uniformes contribuían al caos. Muchos de ellos se habían quitado los cascos y las gorras. Se habían puesto ropa de civil y, aun así, se mantuvieron juntos durante la mayor parte del trayecto, realizando concentraciones de marines o de soldados del ejército a pesar de sus esfuerzos por mezclarse. Los demás refugiados intentaban evitarles, algo que resultaba imposible, creando nudos en el grupo migratorio.
Cam no vio ninguna pelea. Todos estaban demasiado ocupados cargados con sus equipajes, pero advirtió más de un choque. La hondonada más próxima tenía una caída pronunciada, y la gente intentaba bajar por allí, cayendo una y otra vez, empujando a la multitud. Cam supuso que sólo era cuestión de tiempo que la frustración de alguien condujera a la violencia. Le preocupaba que muchas de las tropas siguieran organizadas en escuadrones. Estaba especialmente interesado en los grupos más grandes y más pequeños que elegían avanzar por el duro terreno que rodeaba los valles. No todos ellos se dirigían abajo. En algunas zonas había pequeñas figuras que subían a contracorriente. ¿Por qué? Allison pensó que se habían rendido. Los otros debían de estar buscando lugares para acampar a resguardo del viento, pero estuvo de acuerdo en que varios de ellos debían de ser cazadores enviados por Grand Lake para llegar hasta Ruth los primeros.
Cam tiraba continuamente de la correa de la carabina que llevaba a su espalda. Apuntó los prismáticos a otro hombre que estaba de pie sobre un punto alto de la ladera, uno de los amigos de Allison. Cam hizo una seña separando el brazo del costado y manteniendo la pose hasta que el hombre le vio y le devolvió el gesto. Significaba «No he visto nada».
«Mierda», pensó.
Debería haber quedado con Ruth en alguna otra parte. Aquel paso era un manicomio, aunque Cam no sabía en qué lugar hubiera mejorado la situación. Incluso la ladera oeste de la división debía de estar repleta de gente. Ruth podría pasar por delante y aun así no la vería, pero Cam prefirió no quejarse en alto. Allison y los suyos habían hecho por él más de lo que podía esperar, colocando a casi cuarenta hombres y mujeres armados dispuestos a quedarse y a buscar. Estaban a un día de camino de Deer Ridge, la ciudad más cercana donde poder refugiarse de las amargas noches, y mientras tanto, los refugiados que se habían adelantado recogerían toda la comida, ropa y material que allí quedara.
—Debería intentar hablar con ellos —dijo Allison. Se dio cuenta de que hablaba de los soldados. Estaba mirando el valle, donde cuatro hombres con abrigos y una chaqueta de las Fuerzas Aéreas se movían entre el gentío. Las mejillas de Allison se levantaron con otra sonrisa llena de seguridad en sí misma, y Cam sonrió ante la ambición de ella.
Si Ruth quedaba libre, sería debido en gran parte a los esfuerzos de la otra mujer. Cam le estaba muy agradecido. Allison podría haberse marchado, pero era lo bastante desinteresada como para sentir su propia gratitud, y también lo bastante lista como para ver una oportunidad.
Habían pasado tres días desde que Ruth entrara en el bunker de mando y pusiera fin a la guerra. Cam había apagado el teléfono para evitar que lo rastrearan, aunque habían sabido por radio que los ataques de prueba habían sido un éxito. Uno de los aviones estadounidenses fue abatido antes de poder lanzar el parásito, estrellándose en el campo abierto, pero en los otros tres puntos, tanto chinos como rusos se encontraron abrumados de repente por la plaga de máquinas. Algunos sobrevivieron, pero eso ayudó a los planes de Ruth. Los aviones de los invasores fueron retirados por su propia gente en las montañas de Arizona y California, pero consiguieron encontrar tierra segura aterrizando en picos aislados, desde donde continuaban informando de su supervivencia.
El alto el fuego se hizo efectivo horas más tarde, y la retirada empezó al día siguiente. Ruth permaneció en el bunker de mando durante las negociaciones, frenando a los oficiales estadounidenses que querían arrinconar al enemigo en el desierto. Cam habló con ella un par de veces más al volver a encender el móvil la medianoche del segundo día y la tarde del tercero. Ruth estaba bien, y ya estaba fuera.
—Ven conmigo —dijo Allison, agarrando con fuerza el cinturón de Cam. El sentía sus ojos azules, pero no dejó de peinar la montaña con los prismáticos.
—Esperemos una hora más —le contestó.
—Se nos hará de noche.
—Puedes hablar con esos tipos cuando hayan montado su campamento. Hasta entonces no te harán ni caso.
—Ven conmigo —insistió Allison, tirando de Cam lo suficiente para que notase su agradable aroma femenino a pesar del viento—. No es seguro quedarse solos aquí fuera de noche.
El ritmo de la gente era cada vez más frenético. Algunos grupos empezaban a reivindicar las zonas llanas de los valles, bloqueando el paso de otros refugiados y montando ya sus tiendas. No había leña ni comida, a excepción de lo que llevaran y algunas raíces y musgo. El agua brotaba de la tierra formando pequeños hilillos mugrientos, pero Cam vio un grupo de personas con uniformes del ejército monopolizando la salida de un pequeño arroyo, denegando el agua a los demás.
El día anterior, de madrugada, el sol iluminó varios cadáveres entre los miles de personas que todavía respiraban. La guerra había terminado, pero el número de muertes seguía aumentando. No todos los enfermos o heridos conseguirían sobrevivir al trayecto de bajada. La gente de Allison se había refugiado en un pequeño montículo lejos de los valles, levantando piedras para formar cortavientos, y llenando cada cantimplora, taza, bote y bolsa que llevaban con el agua del arroyo que habían encontrado, comprando el agradecimiento de los refugiados de los alrededores con agua y consejos útiles.
Allison mantuvo la mano alrededor de su cintura.
—Sé lo que estás pensando —dijo—. Hacemos lo que podemos. Si ha llegado hasta aquí, la encontraremos. —Sí.
Había demasiadas cosas que podían salir mal. Grand Lake podría haber capturado a Ruth tan pronto como hubiera salido de allí, apostando por que Cam no liberaría el parásito. Podrían haberla seguido por satélite o avión a pesar de sus advertencias para que la dejaran en paz. Los refugiados trabajaban duro para esconderla, pero al mismo tiempo, el gentío era otro gran peligro. Una mujer sola era un objetivo muy apetecible.
«Deberíamos haber ido tras ella», pensó Cam, preocupado. Pero Allison estaba muy ocupada organizando el campamento y a los centinelas. Cam no podía volver solo a Grand Lake. Todavía llevaba encima los nanos, y no confiaba en nadie. La gente de Allison estaba lista para recibir a Ruth como su salvadora por haber forzado la paz, pero no sabían de su participación. Les contó que Ruth lo había conseguido todo sola.
—Volveremos a intentarlo mañana —dijo Allison.
Le soltó al fin. Colocó ambos brazos por encima de la cabeza, llamando a la línea de centinelas. El hombre más cercano no la vio, tenía los prismáticos fijados en la montaña, pero en un montículo de granito que había detrás de dios, una mujer vio la señal de su jefa y la repitió. Aquellos dos aún estaban más lejos del campamento que Cam y Allison, y él se alegró de haberse quedado todo ese tiempo.
—Gracias —dijo él, cogiéndole la mano.
Repetiría el agradecimiento en el campamento, tras pedirles que le ayudaran un día más. Todos estaban desalentados. De pronto, el hombre que había más cerca empezó a hacerle señas a Allison.
El hombre había levantado la mano izquierda, luego giró y señaló la ladera. Cam apartó la vista de Allison inmediatamente, aunque no tan rápido como para no ver la reacción que reflejó su cara. Tapó el dolor con una sonrisa, pero él sabía que le había hecho un poco más de daño. Por el momento, no le importaba. Se llevó los prismáticos a los ojos y trató de encontrar lo que el hombre estaba señalando.
A kilómetro y medio más arriba, fuera de los valles, un trío de figuras vestidas de uniforme se habían parado a observar a los centinelas de Allison con sus propios prismáticos. No era nada extraño. Tanto a los refugiados civiles como a las tropas desertoras les incomodaban los vigías. No había nada distinto en aquellos tres, dos hombres y una mujer, sucios y marcados como todos los demás, pero ellos reconocieron a Cam. Los tres levantaron las manos. Eran Ruth, Estey y Goodrich.
—!Ja! —Cam hizo un gesto con el brazo indicando que se acercaran. Entonces se levantó, lleno de emoción.
Allison no lo siguió, se quedó haciendo señales a los demás vigilantes de ambos lados. Cam debió haber esperado, pero en vez de eso bajó corriendo por una pendiente rocosa.
Tenía que cruzar el valle, que estaba repleto de refugiados. Pasó entre la multitud con el arma en alto, pero nadie se movió para detenerle. De hecho, cuatro mujeres se apartaron de sus mantas y mochilas para dejarle paso. Cam pensó en ir luego a disculparse, pero era mejor que aquella gente le tuviera miedo. Allison y sus centinelas cruzaron el valle tras él sin mayor problema. Era una sensación extraña. Todos los que había en aquella montaña eran libres y estaban vivos gracias a la fuerza de una sola mujer. Deberían estar celebrándolo. «Ruth», pensó, pero no pudo gritar su nombre.
—¡Estey! —gritó.
Los tres caminaban juntos en una forma que le recordó a él mismo y a Newcombe. Se preguntó por un instante si el soldado seguiría vivo y si aún estaría de su lado o habría elegido la lealtad, como Deborah. Sus días juntos parecían muy lejanos, y Cam se maravilló ante la unidad que vio en Goodrich, Ruth y Estey.
No estaba seguro de si alguno de sus compañeros estaría ayudando a Ruth, las conversaciones por teléfono apenas duraban unos segundos. ¿Dónde estaba Foshtomi? ¿Habría muerto? Los otros dos soldados parecían haberse hecho amigos de Ruth durante el tiempo que habían pasado dentro del búnker, y eran muy bienvenidos en el grupo de Allison. Podrían ayudarla a hablar con otros desertores, asegurando así el futuro de los refugiados. Pero según Cam se iba acercando, se olvidó de todo excepto de Ruth.
Ella corrió hacia él, riendo a pesar del evidente cansancio. Estaba completamente pálida, pero sus ojos marrones estaban vivos, llenos de satisfacción y esperanza. Cam no dudó. Caminó raudo hacia sus brazos y se fundieron en un abrazo, estrujándose más cada vez que hablaban y respiraban.
—Lo lograste —murmuró él hacia su pelo rizado—. Lo lograste. Lo lograste.
—Cam —dijo ella—. Cam —le soltó la cintura.
Allison llegó con otros seis hombres y mujeres, todos con una escopeta o un fusil. Muchos más vinieron desde todas partes del valle, formando una línea defensiva.
—Estamos con él —les dijo Allison a Estey y a Goodrich, y Cam asintió rápido y dijo:
—Tranquilos, han venido a ayudar.
—Genial —dijo Estey—, muchas gracias.
Las dos mujeres se miraron mientras Cam mantenía el brazo sobre los hombros de Ruth. Entonces se apartó de ella para acercarse a Allison. Ruth estaba cansada y tensa, pero Cam vio la decepción en sus ojos antes de que pudiera ocultarla tal como Allison había hecho.
—Sí, gracias —le dijo Ruth a la joven.
Cam había vuelto a acostarse con Allison. Al fin y al cabo, era una chica autosuficiente, inteligente y hermosa, y la cuestión era que nunca hubo garantías de que Grand Lake no fuese a terminar consumida por un ataque nuclear o de que Ruth lograse escapar aunque consiguiese hacerse con el control de la guerra. A pesar de todo, Cam decidió que lo mejor que podía hacer era unirse de nuevo a Allison. La necesitaban.
—Hay algunas personas mirándonos —dijo un hombre.
—Será mejor que nos vayamos —dijo Allison—. Tenemos agua y comida, y unas cuantas tiendas para resguardamos del viento.
Empezaron a caminar. Cam y Allison avanzaron juntos mientras el grupo se daba prisa por atravesar el valle, pero cuando empezaron a dispersarse, se giró para mirar a Ruth. Ella se encontró con su mirada en silencio, quizá lo hubiera comprendido. Cam deseó que las cosas fueran diferentes.
—¿Cómo estás? —le preguntó.
—Bien. Estamos bastante cansados —Ruth miró a Estey y a Goodrich, incluyendo a los soldados en la respuesta. «Estamos».
No hacía mucho, hablaba de él de la misma manera, así que debía tener cuidado. Allison y los demás serían una fuerza a tener en cuenta al establecer las ciudades que pretendían construir en los llanos al este de las Rocosas, lejos de las faldas de las colinas, donde los veranos serían demasiado calurosos para los insectos.