Los ejércitos de Colorado seguían en posesión de Grand Junction, situado al lado de la interestatal 70, cerca de la frontera de Utah. Todos los aeródromos importantes de Durango, Telluride y Montrose habían caído. Los chinos aseguraron rápidamente su toma de la parte sur del estado, y Cam agradeció de nuevo el insignificante tamaño de su grupo. Todos los días pasaban jets sobre sus cabezas. Lo más frecuente era oír aviones a lo lejos o ver estelas o brillantes puntos metálicos.
Si fueran descubiertos por un caza enemigo, estarían muertos en apenas unos segundos. Había informes que comentaban las intrusiones de los chinos en campos de refugiados sólo para crear más caos, usando la munición en objetivos no militares porque los supervivientes corrían a buscar la protección de las bases del ejército, donde no hacían más que estorbar a los soldados y los pilotos. Por desgracia, la mayoría de las personas que quedaban en aquella parte de Colorado aún no había recibido la vacuna. Grand Lake la había transportado a todo el personal militar de los Estados Unidos y Canadá, escaneando concienzudamente los viales de sangre en busca del nano fantasma. Soldados de todas partes esparcían la vacuna si podían a los refugiados cercanos, pero el escuadrón de Cam ya no vio a nadie durante día y medio según giraban al oeste y luego al sur otra vez, bajo la barrera.
La interestatal 70 pasaba cerca del punto muerto que cruzaba el centro del estado. Llegar hasta allí era su prioridad principal. El capitán Park pensaba avanzar por la carretera del pueblo de Wolcott, al oeste, y luego seguir de nuevo hacia el sur por sucias carreteras y caminos mientras intentaban bajar de altitud. Sabían que había una gran concentración de infantería americana y unidades acorazadas en la zona, coordinadas bajo el mando de Grand Lake. Al oeste de Leadville, las montañas que rodeaban la una vez famosa ciudad de esquí de Aspen se habían convertido en una fortificación contra los chinos.
Ruth esperaba encontrar allí la respuesta. Si no, la expedición sería un fracaso. Todo se reducía a si sus sospechas eran ciertas o no. Pero si, por ejemplo, Leadville hubiera probado los nanos sólo en sus tropas de la frontera norte, habrían hecho todo aquel camino para nada. No habría una vacuna perfecta. No tendrían explicación para el nano fantasma y Ruth se quedaría más sola que nunca, como la última gran científica de los Estados Unidos.
Animó a sus compañeros y luego se disculpó. Se había obsesionado con los mapas incluso cuando ya no habían recogido más muestras desde el Paso de Ute. Cam intentó besarla aquella noche pero Ruth le cogió de la chaqueta, usando el brazo como pistón, empujándolo hacía atrás. Aunque primero tiró de él para acercarlo y abrió la boca, Cam estaba seguro.
Ruth estaba hecha un lío, agotada e insegura. Cam nunca lo había sentido tan claramente. Entonces supo que había hecho bien en ir. Los soldados eran muy entregados, pero lo que Ruth necesitaba eran amigos, no sólo protectores. Cam lamentó que cada vez tuviera más trabajo. No tenían tiempo ni intimidad para hablar de lo que fuera que estuviera pasando entre ellos, y ella no se relajaría hasta que encontraran los últimos restos del ejército de Leadville.
Por desgracia, Wolcott era un pantano. La ciudad se asentaba en un empinado canal que corría por todo el río Eagle. Los seísmos y las inundaciones habían convertido aquel hermoso lugar en un lago lleno de lodo. Era 27 de junio. Su única posibilidad era volver atrás e intentar avanzar por el este, donde se habían dado de bruces con un punto caliente de la plaga mientras remolcaban los jeeps por un terraplén. Ballard estaba distraído, y se había infectado la oreja y las manos. Se le enganchó la manga en el cable de remolque y el torno le dio en el hombro justo antes de que Park lo parara.
Escapar de la plaga de máquinas debía ser su prioridad. Ballard lanzó varios improperios, maldiciéndose a sí mismo. Deborah y el sargento Estey le colocaron bien la articulación en una exuberante colina llena de flores blancas y amarillas. Cam se las quedó mirando. Aquel sitio parecía completamente ajeno al el enorme conflicto que existía entre hombres y máquinas, e imaginó que debía de haber otros lugares así en otras partes del país, incluso más allá de las líneas enemigas.
El pensamiento lo puso triste, triste y furioso. «Ojalá sólo hubiéramos compartido la vacuna», pensó. ¿Habría llegado la guerra a ese punto por aquella decisión? Incluso si Ruth tenía éxito, aunque desarrollara una vacuna perfecta, eso no parecía suficiente para tener ventaja sobre los chinos. Cam no veía final al conflicto.
Se quedaron en el prado para comer. Sacaron latas de jamón y algunas raíces frescas a la vez que oían el eco del ruido en las montañas. Fuego de artillería. Cam miró el cielo, pero no vio nada, ni humo ni movimiento. La guerra seguía oculta en el oeste, pero se acercaba cada vez más según avanzaban por el país.
Park esperaba tardar al menos otro día más hasta llegar al borde norte del grupo de Aspen. Sólo estaban a diez kilómetros de la zona segura más cercana, una base en Sylan Mountain, pero no avanzaban más rápido de lo que una persona podía caminar. El terreno era muy abrupto. Park estaba siempre atento a la radio, intercambiando coordenadas con las unidades del flanco y pidiendo información sobre los chinos. Podía solicitar apoyo aéreo si fuera necesario, y si es que había tiempo, pero hasta que llegaron al valle de Aspen, no tuvieron a nadie en quien confiar excepto ellos mismos.
Pero en la mañana del 28, aquello no fue suficiente.
La colina estalló en géisers de fuego y polvo. Cuatro o cinco explosiones aparecieron de la nada, rodeando a los jeeps de luz y calor. Las explosiones parecían llegar juntas como dos gigantes borrachos bailando cerca de los vehículos y volviendo atrás.
Uno de los jeeps quedó volcado. ¿El del capitán Park? ¿El de Ruth? En el tercer jeep, separado de los demás por las cortinas de escombros, Cam perdió la pista de los dos vehículos que había delante de él. No escuchaba nada por los impactos, pero advertía las rocas y la tierra que chocaban contra el coche. El capó se levantó y bajó de nuevo, pero ahora era un trozo de metal abollado. En el asiento del conductor, Wesner cayó a un lado cuando algo le dio en la cabeza. Cam estaba atrapado de brazos y pecho, pero otro hombre lo cubrió para evitar que se hiciera daño, incluso cuando el parabrisas explotó. Trozos de guardabarros y metralla varia golpearon lo que quedaba del capó. Wesner también recibió el impacto de parte de los escombros.
Todavía estaba vivo. Tocó sin fuerzas el volante mientras Cam presionaba la herida que tenía éste en el cuello, intentando detener la hemorragia.
—¡Salid de aquí! —gritó Foshtomi, justo detrás de Cam en el asiento trasero. Sonaba como si estuviera en el fondo de un pozo, y no fue hasta que saltó de su sitio que Cam se dio cuenta de que ya no se movían. Tenía los tímpanos a punto de explotar. Se había quedado sin equilibrio y se balanceo como si el suelo fuera una ola al bajar del jeep, arrastrando a Wesner tras él.
Foshtomi lo ayudó lo mejor que pudo durante cincuenta horribles metros, gritando con el esfuerzo. Tenía un corte en la mejilla y también sangre en el pelo, pero aguantó la espalda de Wesner con el brazo.
Cam advirtió la presencia de más gente a su izquierda, parcialmente oculta tras el humo y la luz. ¿Eran amigos o tropas enemigas? «Ruth», pensó. Su nombre era como un pequeño espacio de calma entre todo el pánico. Apresuró la marcha, intentando correr en esa dirección.
Foshtomi le siguió, pero le dio con la bota en el tobillo y los tres cayeron sobre un montículo de granito, mientras los gigantes seguían atacando a los vehículos. El ruido era ensordecedor. Cam se llevó las manos a las orejas sin pensar, intentando sin éxito bloquear las ondas hipersónicas.
La humedad de la mano le hizo acordarse de Wesner. Se giró para presionar otra vez sobre la herida, pero Craig Wesner yacía muerto con la cara desencajada y mirada apagada.
Foshtomi gritó a lo lejos.
—¡Separémonos! —dijo medio llorando—. ¿De acuerdo? —Había caído cerca, y Cam le miró la boca mientras repetía sus palabras.
—¡Nos dispersaremos cuando haya otra explosión!
—¡No! —incluso su propia voz sonaba lejana. Cam dio un grito ahogado al notar el intenso dolor en su costado izquierdo. Seguramente tenía una costilla rota.
—¡Tenemos que encontrar a Ruth!
—¡No podemos ayudarla!
Cam meneó la cabeza y se giró para mirar hacia arriba, aún con el cuerpo tumbado. No había visto ni oído ningún avión, pero el cielo estaba negro por la pantalla de humo y polvo.
—¡Los jeeps! —grito Foshtomi—. ¡Están apuntando a los jeeps, no a nosotros! ¡Tenemos que...!
Pero los gigantes volvieron a danzar de repente, abarcando esta vez toda la extensión de la colina. Media docena de bolas de fuego se estrellaron contra el suelo en lo que parecían trayectorias aleatorias, moviéndose hacia el sur y bajo la montaña. ¿Estarían persiguiendo a alguien? Cam sabía por los soldados que las guerras modernas podían cubrir un área de decenas de kilómetros. Los tanques y los cañones eran capaces de apuntar con increíble precisión desde esa distancia. Sus jeeps habrían sido detectados por un vigía o por aviones y satélites. En algún lugar, los artilleros chinos estaban apuntando a un objetivo al que ni siquiera podían ver, pero al que disparaban obedeciendo una serie de coordenadas.
No había forma de defenderse más que usar la radio para pedir ayuda. Foshtomi tenía razón diciendo que tenían que salir de allí, pero los chinos parecían estar bombardeando ahora toda la colina. Si corrían, era posible que se metieran en la próxima salva de disparos intentando llegar a un puesto seguro.
Cam no pensaba marcharse sin Ruth. El pensamiento lo invadió por completo y se arriesgó a echar otro vistazo a la colina. El jeep que iba en cabeza era el que había quedado volcado. Una rueda había desaparecido y el eje estaba partido. Sólo había un hombre en el interior del coche, un hombre tumbado sobre un charco de fluido negro. El segundo jeep, el de Ruth, se había estrellado contra el vehículo destruido, pero parecía vacío. Se había salvado.
«Debe de haberse escondido», pensó Cam. Pero los gigantes estaban volviendo otra vez, aunque más despacio. Las explosiones empezaron a subir la cuesta, levantando tierra y rocas con su poder devastador, que le hacía temblar hasta los huesos. Cam se encogió en el suelo, tragaba humo cada vez que respiraba. Los impactos pasaron de largo y se levantó para salir corriendo.
Pero tropezó. Su equilibrio seguía sin estabilizarse, y descubrió que tenía que doblarse hacia el lado izquierdo para soportar el dolor. El camino estaba cubierto de tierra y piedras, algunas bastante grandes. Entonces, el propio suelo saltó. Cam apenas volvía a avanzar de pie otra vez. Consiguió no caer sobre el lado malo. Rodó hasta un cráter y allí encontró a Estey y a Goodrich agazapados contra el suelo.
Estey intentaba curar una herida en el brazo de Goodrich y no le vio. Este gritó pero Cam sólo escuchó el tono de alerta, no sus palabras. Estaban a menos de diez metros. Parecían estar en otro mundo, sobre todo cuando había silencio. La artillería se había centrado brevemente allí, y la colina parecía una superficie lunar.
Ruth debía de estar con ellos. Había subido con Estey, Ballard, Mitchell y Deborah en el segundo jeep, pero era evidente que se habían desperdigado. Cam se preguntó qué iba a hacer si había subido ladera arriba.
Se quedó buscándola con la mirada por todo el terreno. Apartó la mano de Estey cuando éste intentó tirar de él. Había localizado otra figura humana entre las oscuras nubes de humo, un hombre que corría seguido por otro. Los gigantes se habían ido. El sol asomaba entre el polvo y Cam salió del cráter, sólo para caer de nuevo y perder la pistola. Se había dejado la carabina en el jeep, pero Estey aún tenía la suya. Cam miró atrás y gritó:
—¡Cuidado, Estey!
Había al menos diez figuras humanas atravesando el humo, muchas más que las que conformaban su grupo. Sus gritos sonaban confusos y extraños. También vestían de un color diferente. El escuadrón de Cam iba de un verde oliva, mientras que aquella gente iba vestida de camuflaje y pasaba desapercibida. Les colgaban ramas pardas de la cabeza y los brazos, y Cam no reconoció sus fusiles ni sus ametralladoras.
El grupo les apuntó con sus armas, pero no dispararon al ver que otra persona se levantaba en otro cráter que había delante de él: Deborah. Su rubia cabellera estaba sucia, pero seguía tan hermosa como siempre. Cam se levantó para correr hacia ella, lleno de miedo. Estaba seguro de que iba a ver cómo le disparaban. Entonces, saludó a las tropas, y Cam luchó por comprender las voces de los hombres.
—¡Somos marines! ¡Somos marines!
Bajó la pistola y corrió hacia el cráter.
Ruth le abrazó y le hizo daño en las costillas, pero él rió, respirando el embriagador aroma de aquella mujer totalmente sucia. Estaba viva. Había escapado no sin algunos rasguños y un buen trozo de metralla clavado en la cadera, donde necesitaría seguro algo de cirugía para quitar no sólo el metal, sino también la tela del uniforme, que se le había metido en la herida.
Otros no habían tenido tanta suerte. Park y Wesner habían muerto, y Somerset estaba herido de gravedad en el estómago y la cara. Hale, también del jeep que iba en cabeza, se había roto el cuello y las dos piernas al volcar el vehículo. Fue un milagro que Goodrich sólo tuviera un corte en el brazo.
Cam absorbió la mayoría de la información a través del doloroso algodón que le tapaba los oídos, aunque todos estaban gritando. Muchos de ellos tenían dificultades para oír a los otros, y todos estaban atacados por la adrenalina.
—¡Mi piedra! —dijo Ruth—. ¡He perdido mi piedra!
Debía de saber que aquello era irracional, incluso estúpido, pero siguió palpándose la ropa, mirando fijamente la colina.
—Tranquila —dijo Cam—. No pasa nada, Ruth.
Su primera decisión fue mover a todo el mundo que pudiera caminar, excepto a Mitchell y Foshtomi, que se ofrecieron voluntarios para quedarse con Somerset.
—No vamos a dejarlo aquí —dijo Foshtomi, y el capitán de los marines asintió y les dio su radio.
Los marines pertenecían a una patrulla de avanzada enviada para buscar terreno defendible sobre la interestatal 70, aunque su misión cambió cuando el escuadrón de Park entró en su sector. Los marines habían ido a cubrirles si era posible. Dos de sus hombres también habían resultado heridos, porque entraron en la masacre en vez de retirarse. Cam se quedó maravillado por su valor y disciplina.