Al igual que los camiones, el jeep también había sido cubierto de redes. Hernández dormía pegado al vehículo y a la radio. Un cabo de los marines se sentó cerca, apoyado contra un neumático con la ametralladora en su regazo. Cam despertó a Hernández, quien tosió y se levantó. Entonces volvió a toser, de forma incontrolada.
Deborah soltó a Ruth y se arrodilló cerca de él, apoyando la mano en su espalda mientras éste buscaba el aire.
—General —le dijo.
—Estoy bien —dijo tosiendo las palabras.
Deborah se sentó a su lado. Estaba intentando medir la fuerza de su respiración, y a Cam no le gustó la evidente tensión que la médico tenía en los hombros. Mierda, Hernández les había estado ocultando sus problemas respiratorios, pero aunque fuese por un resfriado y no por la radiación, el hombre no estaba en condiciones de luchar contra un virus.
Hernández estaba pálido y demacrado.
—Doctora Goldman —dijo, localizando enseguida la cara más importante de las que lo rodeaban.
—Confiaban en usted —dijo Ruth—. Confiaban en usted más de lo que imagina.
—No lo entiendo.
—Leadville —dijo—, los laboratorios.
Al oeste, un grupo de explosiones brotó de las negras montañas. El estruendo les había llegado un instante después de que Ruth se arrodillara también, doblándose para proteger las heridas de la cadera izquierda. Algunos de los marines se arrodillaron también, y Cam no se sorprendió por aquella repentina intimidad. Todos querían escuchar.
—Estaban probando nanos en las unidades de vanguardia —dijo Ruth—, pero estaban muy seguros de lo bien que funcionaría la nueva vacuna. Confiaron en usted.
—Una nueva vacuna —repitió Hernández.
—Sí —sus ojos eran grandes y tenían una mirada infantil—. Ahora mismo hay dos tipos de nano en su interior, y los dos son diferentes de todo lo que he visto hasta ahora.
Hernández volvió a toser, estremeciéndose. Al lado de Cam, uno de los marines se llevó la mano al pecho, y muchos otros se miraron a sí mismos o se palparon con las manos, temerosos de los nanos que no podían ver.
—Lo eligieron a propósito, general —dijo Ruth—. Ellos creían en usted. Hemos tomado cientos de muestras de sangre y nadie más tiene la vacuna o el fantasma.
—¿Y qué significa eso? —preguntó una mujer detrás de Cam. Era Foshtomi, y se giró para ver que se había alejado del grupo, como si aquello pudiera salvarla. Pero era una joven leal y valiente. El viento le llevó el cabello oscuro a la cara, y avanzó movida por la brisa, uniéndose a ellos a pesar de los nervios.
Ruth miró a la joven, y luego volvió a girarse hacia Hernández. Puede que fuera la imaginación de Cam, pero creyó que Ruth le miraba a él también después de apartar la vista de Foshtomi. ¿Por qué? ¿Porque no le gustaba que él y Sarah se hicieran amigos?
—¿Cuánto tiempo pasó fuera de Leadville antes de que explotara la bomba? —le preguntó a Hernández—. ¿Estuvo sobre la barrera todo el tiempo?
—¿Pero qué está diciendo? ¿Que somos inmunes a la plaga?
—Del todo. Los efectos atmosféricos de la bomba no tienen nada que ver con el hecho de que sus tropas fueran capaces de correr por debajo de los tres mil metros y sobrevivieran.
Hernández movió la cabeza en señal de negación.
—Nos habríamos dado cuenta.
—No. No si nunca lo habían intentado. No habrían atacado por debajo de la barrera hasta que Grand Lake les llevara la vacuna que Cam y yo sacamos de Sacramento, ¿verdad?
—Pero sí que iniciamos algunas ofensivas. Pensamos que todavía había zonas donde la bomba había acabado con la plaga.
—Eran inmunes. La vacuna de Grand Lake no era ni la mitad de buena que la que ya tenían —se rió Ruth, pero era una risa llena de tristeza—. Debió de adquirirla en algún momento durante las dos semanas antes del lanzamiento de la bomba. Leadville capturó a nuestros amigos en las Sierras, donde consiguieron el modelo primitivo de la vacuna. Entonces le infectaron con una versión mejorada de una tecnología derivada para ver cómo interactuaban las dos.
Los soldados volvieron a agitarse nerviosos.
—Joder —dijo Watts tapándose la boca con la mano.
Era otro gesto de protección, nada diferente a la forma en que Foshtomi se había alejado del grupo. Aquellos hombres y mujeres seguían pensando en los nanos como en una enfermedad.
—¿Le dieron algún tipo de pastillas o inyección? ¿Algo que dijeran que era una vitamina? —preguntó Ruth.
—No.
—Podrían habérsela colocado en el agua o en la comida.
Por lo que sé, el modelo mejorado tiene las debilidades de la primera generación. Sólo responde cuando se expone a la plaga, lo que significa que la infección habría sido esporádica a no ser que todos hubieran comido o bebido lo mismo —Ruth hizo una pausa, avergonzada—. Después de que cayera la bomba, cuando bajaron de la montaña, ¿murió alguien?
—Fue bastante caótico —dijo Hernández—. Estaba oscuro y hacía mucho calor.
Ruth le cogió del brazo.
—¿Hay alguna forma de saber si alguno de ellos murió a causa de la plaga?
El se miró la mano, y luego negó con la cabeza.
—Por favor —dijo Ruth—, es muy importante.
—Fue bastante caótico —repitió, y Cam se maravilló por la comprensión.
—Tenemos que asumir que existe la posibilidad —dijo Ruth. Miró a Deborah, como si recordara una conversación anterior. O puede que no pudiera soportar volver a mirar a Hernández.
El general seguía con la cabeza gacha, luchando ya fuera contra su enfermedad o contra su alivio. Parecía especialmente débil, y Cam se giró también. Los soldados hicieron lo mismo. Su respeto por Hernández así lo pedía, y Cam se preguntó qué harían cuando muriese.
—Necesito otra muestra de su sangre —dijo Ruth lentamente—. Necesitamos asegurarnos de que podemos hacer llegar la nueva vacuna a tanta gente como sea posible, y creo... Estoy segura de que los segundos nanos son la única razón de que esté vivo.
—Nos dieron filete unos pocos días antes de la bomba —dijo Hernández—. Un buen filete. No era mucho, pero nos sorprendió.
—Seguramente fue eso —contestó Ruth.
—Habíamos empezado a comunicarnos con otras unidades bajo la barrera. Yo... Estuvimos hablando de abandonar nuestros puestos.
La emoción de sus ojos era tanto de angustia como de sorpresa. Hernández se alegraba de haberse equivocado, pensó Cam. A pesar de todo lo que había ocurrido, se alegró al descubrir que Leadville seguía confiando en él.
—Pensamos que nos estaban castigando —dijo Hernández—. Pensamos que la carne sólo era una forma de mantenernos bien sujetos.
—Confiaban en usted.
—Ya estaba cometiendo traición —dijo, mirando a los marines de izquierda a derecha. Estaba usando su confesión para acercarlos a él. Se había recuperado de la impresión, y Cam volvió a quedarse impresionado por la habilidad que tenía. Todo era una lección para él. Su concentración en las tropas y el interminable proceso de mejorarlas era lo que le había hecho tan fuerte. Cam envidió a Hernández, aunque no era la primera vez.
—Señor, muchos de nosotros estábamos buscando a los rebeldes —dijo Watts, y Deborah añadió:
—No habría importado, usted no tuvo nada que ver con la bomba.
—Sí importaba —dijo Hernández— Debería haber sobresalido. ¿Y si el consejo presidencial escuchó algún rumor de lo que estaba haciendo? ¿Y si es por eso que no me dijeron nada de la vacuna? Pensad en lo que podríamos haber conseguido si lo hubiésemos sabido. Podríamos haber descendido la montaña. Podríamos haber bajado y detenido a los chinos.
Cam frunció el ceño. Era verdad que se habían perdido muchas buenas oportunidades, pero le preocupaba que Hernández pudiera ignorar la forma en que había sido usado como conejillo de indias. Era un punto ciego. Su fidelidad era la gran diferencia que había entre ellos, y Cam se enfadó por él. Se enfadó con él.
—Dice que nos inocularon dos tipos de nanos —dijo Hernández, tosiendo otra vez mientras se giraba hacia Ruth.
Ella asintió.
—Lo llamamos «el fantasma» cuando lo encontramos en Grand Lake. Nadie sabía lo que era, y Leadville debió de haber colocado varias generaciones del mismo en un apuro. Aislamos al menos cuatro cepas diferentes antes de venir aquí.
—Pero no es una vacuna.
—No. Bueno, sí. En cierto modo, sí lo es. Sigo pensando que muchas de las víctimas de la radiación no están tan mal como deberían, pero nadie tenía la más mínima idea de lo cerca que estuvieron de la explosión. Nadie excepto usted.
Sobre ellos, la noche se llenó de pájaros, una bandada que provocó un grito de advertencia por parte de uno de los marines. Cam se estremeció.
Ruth apenas reaccionó a la interrupción, su voz sonaba seria e intensa.
—Señor, debería estar muerto. La radiación que absorbió sobrepasa todos los niveles, pero usted tiene la versión más avanzada del fantasma que he visto. Es una especie de mejora integral. Creo que es un prototipo que pretendía proteger el cuerpo del Copo de Nieve. Los soldados que portaran una versión perfecta podrían atacar al enemigo con él y no sufrirían sus efectos... y además, creo que le está ayudando a mantenerse vivo a pesar de los daños de la radiación. Está limpiando sus células gradualmente. —Giró la cara hacia Cam, y entonces volvió a mirar a Hernández—. Le está reconstruyendo.
—Pero si estoy más enfermo que nunca.
—No creo que pueda mantenerse activo mucho más, es un modelo primitivo.
Hernández no dijo nada más, aunque debía de tener el cerebro en marcha. Cam seguía intentando encontrarle sentido a todo lo que había oído, pero no se dio cuenta de que el General tenía un pie en la tumba.
—Lo siento —dijo Ruth, y Hernández le cogió la mano.
«Ella puede curarnos», pensó Cam.
—Lo siento mucho —dijo Ruth, pero Hernández apretó los labios en una tímida sonrisa y dijo:
—Nos mantuvieron vivos más de lo que teníamos derecho a esperar —se refería a sí mismo y a los supervivientes de su compañía. Seguía estableciendo conexiones entre él y Leadville, buscando consuelo en el pasado.
—¿Puedes salvarle? —preguntó Cam, porque habría sido feo decir lo que en realidad quería saber. «¿Puedes curarme?». Estaba avergonzado de ser tan egoísta, porque Hernández seguía poniendo a todo el mundo por delante de él. El general no se lo hubiera pedido por él, pero sus tropas hablaron por su boca.
—Por favor, tiene que mejorar la vacuna —dijo Watts.
—Por favor —añadió Foshtomi, y otro hombre dijo:
—La vacuna ya funciona bastante bien, ¿no?
Ruth agachó la cabeza. Cada día se veía más humilde, algo extraño en alguien tan experimentado. Su pequeño hábito de escapar de todo se había acusado últimamente, y Cam recordó el gesto que hizo el día que conoció a Allison, evitando a la joven. Ruth estaba aprendiendo a evitar los retos, lo que era peligroso para todos ellos, y Cam compartió parte de la culpa por su indecisión.
—Es posible —dijo ella, al fin—. Sí, el potencial que hay aquí es increíble. El modelo que tiene dentro representa el mejor trabajo de la elite en nanotecnología, cincuenta investigadores completamente equipados con herramientas y ordenadores.
Quería decir que ella estaba sola. Seguía midiendo sus palabras, como si hubiera alguna posibilidad de que no la acorralaran. Sus vidas dependían de ella. Es más, su trabajo determinaría el resultado de la guerra. La humanidad se reconstruiría en Norteamérica. No había duda de ello, pero el color de la piel de los nativos y la lengua que hablarían dependería del éxito o el fracaso de Ruth.
La habilidad para moverse libremente en las zonas afectadas por la plaga era sólo el principio. Una nanotecnología capaz de curar heridas graves los haría imparables.
Cam dobló sus manos ajadas y miró hacia Deborah, Ruth y Hernández, todos ellos heridos también de formas diferentes. ¿Y si pudieran levantarse después de que les dispararan o se quemaran? Serían superhombres, y Cam intentó rezarle a todos los científicos que habían muerto en Leadville.
«Ayudadla», pensó. «Tenéis que ayudarla como sea». ¿No podrían hablar con ella a través de su trabajo? Habría pistas y otras pruebas en los nanos, problemas evidentes que arreglar y mejoras que realizar.
—Ya lo habíais hecho antes —dijo Cam.
—Yo lo vi —afirmó Watts.
En el laboratorio de Sacramento, Ruth había reunido y mejorado el trabajo de cuatro equipos científicos, usando la tecnología Arcos original para crear la primera vacuna eficaz. Por supuesto, había contado con la ayuda de dos especialistas, D.J. y Todd, quienes ya debían de estar muertos o condenados por la radiación.
—Mucha gente depende de ti —dijo Hernández. Ruth no les miró.
—Necesito tiempo —dijo—, puede que demasiado. Y aquí no tengo ninguna clase de equipo.
—Pero sí en Grand Lake —dijo Hernández. —Sí, algo.
—Podemos llevarte allí.
Avanzaron hacia el nordeste la mañana del uno de julio, conduciendo colina abajo antes de que el sol asomara en el horizonte. Las montañas del este se alzaban a cuatro mil metros de altura, escondiendo el sol. Cam sintió cómo su mirada subía y bajaba siguiendo la línea de aquellos picos. Era difícil asegurarlo de cara a la luz, pero las montañas parecían extrañamente planas en las caras orientadas al sur. Estaban derretidas. Aquellas moles eran lo que había salvado el Valle de Aspen de la bomba, canalizando y disipando la mayor parte de la onda expansiva. Incluso así, la escolta de Ruth continuó avanzando por una zona donde el terreno era pantanoso, aún anegado por los torrentes de nieve derretida. Aun así, los árboles caídos estaban secos y quebradizos.
—Cuidado —Foshtomi evitó que Cam hiciera lo mismo que Mitchell. Este había pisado lo que parecía un charco normal, pero la superficie era engañosa. Mitchell se hundió hasta la cintura. Se giró para agarrarse a un tocón, y Foshtomi se adentró para ayudarle, quedando los dos cubiertos de la mugre de la negra corteza.
—Aguanta —le dijo Foshtomi.
Cam miró atrás. Estaban en medio del grupo para ayudar a Ruth mientras muchos de los soldados de rango superior caminaban al frente, pero Ruth ya estaba buscando otra forma de protección hablando con Deborah. Señaló algo y se movió a la izquierda.
—¡Espera! —gritó Cam, corriendo para ir con ella.
Unos cuantos árboles aún se alzaban hacia el cielo, deshojados y partidos. Aquella gran ladera estaba cubierta de árboles caídos. Por suerte, el bosque de arces y álamos era bastante denso a esos dos mil ochocientos metros de altura, porque momentos después de que les llegara la onda expansiva las riadas juntaron las ramas y troncos caídos formando un puzzle un traicionero como si fuera el Mikado.