—Sin embargo, mi tío me ha pedido que transmita a esta casa sus más sinceras y sentidas disculpas —insistió Thyre—. Está muy arrepentido por su comportamiento y espera que tú y tu padre las aceptéis. Además, me ha pedido que insista en aclarar que se siente plenamente satisfecho por el pago que ha recibido a cambio de su barco.
Todos sabían que el pago era más bien por el derrotero a esas tierras del oeste, pero nadie parecía dispuesto a insistir en lo obvio. Y Leif, de su habitual buen humor, no quiso darle más vueltas a aquel asunto. Y aunque el navegante suponía que, en realidad, había sido la muchacha que tenía frente a sí la que había obligado a actuar al viejo Bjarni de manera sensata, quiso dar por terminada la historia de la rabieta del tacaño vejestorio.
—As… Ulfr, si no te importa, acompáñala a ver a mi padre para que pueda hacerle entrega de las pieles —dijo Leif—, es él quien debe recibirlas. Yo voy a ver si encuentro a Tyrkir… Por la tarde nos ocuparemos de hablar sobre los lindes de tu hacienda con el viejo Eirik —añadió el patrón poniéndose ya en marcha.
Assur bajó el mentón para afirmar y Thyre sonrió con evidente alivio.
Cuando la pareja cubría la escasa distancia a la
skali
del Rojo, la joven habló después de resoplar y balancear el fardo de pieles.
—Menos mal que todo ha salido bien —dijo con una alegría radiante que coloreó sus mejillas—. Estaba muy preocupada, ayer me llevé un buen susto cuando mi tío se puso a despotricar de ese modo, pero es que siempre se pone muy mohíno cuando bebe, ya no aguanta el hidromiel como antes… Y suele pensar más en lo que guarda en sus almacenes y cofres que en lo que hace su lengua, desde que yo llegué aquí lo he visto contar y recontar los pedazos de plata de sus baúles infinitas veces…
Cuando ella calló de pronto, apagando su sonrisa, Assur entendió que Thyre se sentía cohibida por haber hablado demasiado, pero al hispano le gustó la refrescante sensación que sintió ante la alegre locuacidad de la joven.
—Es un buen hombre —continuó ella como si quisiera dar excusas que nadie le había pedido—, me ha aceptado en su casa y se ha hecho cargo de mí.
Assur supuso que Bjarni no lo hubiera hecho de no ser por que tales obligaciones familiares estaban muy arraigadas entre los nórdicos. Probablemente, el viejo roñoso había despachado a sus hijos en cuanto pudo para salvaguardar sus ahorros, pero ahora, cuando se le pedía que devolviese el favor, lo hacía de mala gana.
—Yo nací en Iceland, pero vine aquí en el primer viaje. Aunque no me acuerdo —aclaró volviendo a recuperar su risueña expresión—. Creo que ni siquiera era capaz de caminar bien —añadió dando los pasos temblorosos de un bebé—, o eso cuenta mi madre.
Ella miró a Assur como esperando algún comentario al respecto de su animada representación. Como el hispano no dijo nada, Thyre se decidió por llenar el silencio.
—Pero me crie en el otro asentamiento, ¿lo conoces? —ante la muda afirmación, la joven siguió hablando—. Solo llevo un invierno aquí, supongo que volveré a casa en dos o tres más, los hijos de Bjarni estuvieron con nosotros dos inviernos, pero a mí me gustaría volver antes, si a mi tío le parece bien; echo de menos a mi familia… Aunque me gusta estar aquí, no hace tanto frío como en casa y me llevo muy bien con mi prima Hiodris. Pero aún no conozco a todo el mundo, con el verano llegaron muchos barcos, gente nueva, y yo no tengo muchas amigas todavía… —explicó agitando la mano libre—. Tú tampoco eres de aquí, ¿verdad?
Assur se perdió un momento en el perfil de las suaves líneas de su nariz antes de responder.
—No, soy de un lugar en el sur —contestó Assur sin querer dar más detalles.
—Ah, sí, como Tyrkir, le oí a mi tío Bjarni decirlo.
El hispano prefirió no hacer aclaraciones, se sentía un tanto intimidado por la cháchara desmedida que había provocado el alivio surgido en Thyre tras ver las disculpas de su familia aceptadas.
—Pronto seréis muchos más. Aprobado el
landman
, vendrá gente de todas partes, incluso sureños como tú —añadió la joven.
Thyre caminaba con pasos gráciles, apoyando los pies como si pisara sobre el musgo empapado de rocío de un amanecer de primavera. Assur callaba.
—El Rojo ha sido muy inteligente, ¿no crees? —La joven, dicharachera, miró al hispano como esperando una confirmación, pero se contestó ella misma sin darle a Assur la oportunidad de hacerlo—. Ha aceptado al monje enviado por Olav, y ha proclamado que la religión del Cristo Blanco es bienvenida a Groenland, pero también ha prometido tierras a los que lo deseen, asegurándose de que muchos quieran venir…
Assur la miraba sorprendido.
—… El viejo zorro navega a medias aguas —aclaró ella risueña—, tanto si vienen cristianos como si no, las colonias crecerán y estas serán unas tierras populosas en las que, gracias a la nueva ruta de Leif, el comercio medrará —dijo haciendo obvio el juego político del Rojo—. Y venga quien venga, Eirik gana. Él no se ha convertido, pero Thojdhild sí. Si llegan renegados escapando de las presiones de Olav, tendrá una excusa para aceptarlos, y si vienen partidarios del
konungar,
también —aclaró ella alzando cada mano al compás de sus argumentos—. Ha sido muy inteligente. Se ha puesto al tiempo en una situación aceptable tanto para los partidarios de Olav como para sus enemigos…
Assur, boquiabierto, dio un paso en falso que provocó una risa franca de ella. El hispano no había esperado que aquella joven alegre tuviera una idea tan precisa de las maniobras políticas en liza en aquellos tiempos de cambio, y fue para él una agradable sorpresa descubrir tal perspicacia en la joven. Aquellas palabras hicieron que el arponero se diese cuenta de que, pese a sus rasgos, todavía adolescentes, tenía ante sí a una mujer madura que, por encima de aquellos altos pómulos bien delineados, miraba al mundo con sus vivos e inteligentes ojos de preciosos tonos dorados.
—¿Y tú? ¿Te vas a quedar aquí, en las
tierras verdes
? —preguntó ella de pronto con tono cantarín.
Assur la miró, sonriendo a su vez, inevitablemente contagiado por la jovialidad de la muchacha.
—Creo que sí, creo que he encontrado mi lugar…
Y, mientras ambos cubrían el escaso trecho que les restaba hasta el gran salón de Brattahlid, un silencio amigable los abrigó. Las miradas les dijeron mucho más de lo que hubieran podido hacerlo las palabras. Y Assur sintió la necesidad de hablarle del promontorio que había elegido para forjar su hogar. Y Thyre, jugueteando con dedos ansiosos entre sus largos rizos trigueños, se arrebujó en el deseo de contarle sus juegos de infancia.
Aquellos escasos instantes les parecieron eternos, y demasiado breves a un tiempo. Ambos se dieron cuenta de que algo que no esperaban aguardaba para suceder.
A medida que el otoño perdía su batalla anual con el invierno, Assur había llegado a confiar en sus sueños. Todavía se sentía obligado por la hospitalidad que recibía en Brattahlid, y se había esforzado por recordarle a Leif que podría contar con él siempre que lo necesitase. Y, aunque el hispano tenía muy presente la palabra dada, siempre que la ayuda que prestaba en la hacienda de Eirik o sus obligaciones como tripulante del Mora se lo permitían, se tomaba unos días para llegarse hasta el lugar en el que esperaba levantar los muros de su propia casa.
Poco a poco, trabajando casi siempre a mano desnuda, había arrancado los hierbajos y arbustos, había desbrozado toda la zona, y, después de hacerse con un omóplato astillado de ballena para usarlo como pala, había empezado a ahuecar los cimientos. Por primera vez en años Assur sentía que podía dejar atrás el dolor y la desesperación, hasta había empezado a aceptar la pérdida de su familia, de Ilduara.
Assur tuvo incluso la fortuna de encontrar en un playón de guijarros, a unas millas al sur, un enorme árbol de extraña madera que el mar había arrojado justo por encima de la retorcida línea de restos que dejaba la pleamar. Y, preguntándose si acaso había llegado desde esas tierras con las que soñaba Leif, el hispano había arrastrado el gran tronco hasta el promontorio que había elegido. Estaba decidido a que ese fuera el primer poste de su propia
skali
.
Si con la temporada siguiente reunía suficiente marfil para Leif, Assur planeaba rogarle al patrón que le permitiese quedarse con un pequeño porcentaje. Un par de colmillos, el escote que podía reclamar como un tripulante más, así tendría fondos con los que contar para comprar materiales y utensilios. No esperaba tener para sí las grandes fortunas de los
jarls
y señores del norte, no aspiraba a colgar de las paredes de su salón escudos y espadas legendarias. Assur solo quería llevar una vida humilde y tranquila, sacar provecho de la tierra, cuidar de unos cuantos animales, tener una existencia apacible.
Había dedicado largo tiempo a situar la huerta, planificar los campos que roturaría, idear los almacenes y graneros. Y, aunque sabía que faltaba mucho para lograr que todos esos sueños se materializasen, el simple hecho de tenerlos le otorgaba una paz que colmaba sus expectativas más íntimas.
En las últimas semanas Assur apenas había dejado de pensar en el futuro que planeaba. Aunque había una excepción que se empecinaba en interrumpir sus ensoñaciones haciéndose presente en sus noches: aquellos ojos del color de la miel.
Thojdhild llevaba con vanidad el apelativo de
pecho de knörr
, no en balde era una mujerona de grandes curvas que recordaban una exuberante juventud. Sus prominentes caderas testificaban el haber traído al mundo a los dignos hijos del mismísimo Eirik el Rojo, señor y descubridor de Groenland; un papel que Thojdhild asumía con orgullo. Activa e inquieta, era la esposa de un hombre que había forjado su camino desde el exilio, y ella sentía, con paciente ánimo, que las penurias y la vergüenza del destierro podían quedar atrás si, unidos como clan, sabían seguir adelante e imponerse allá donde otros no lo habían intentado jamás.
Envuelta en sus pardos cabellos, arreglados con pulcritud y recogidos con un garvín blanco, Thojdhild era una de esas matronas que siempre tienen a mano un currusco de pan que ofrecer a los nietos, unos trozos de plata con los que sacar de apuros a un hijo con problemas de liquidez, y unas palabras de consuelo y ánimo para un esposo entristecido por los avatares del destino. Era una mujer excepcional, llena de recursos y dotada del mismo buen humor y apacible ánimo que su hijo Leif parecía haber heredado. Pero también era una esposa decidida, celosa de su posición, y sabía perfectamente cuáles debían ser sus prioridades si quería seguir disfrutando de los logros de su marido. Y en eso era implacable.
Como
husfreya
de Brattahlid, ella colgaba las llaves de la hacienda de su cinto, y lo hacía con jactancia, a su parecer, se lo había ganado. Thojdhild llevaba largos años aceptando con animosa resignación los infortunios del destino. Y había soportado la azarosa aventura que había conformado su vida al lado del problemático esposo que las
nornas
habían dispuesto para ella. E incluso en las noches más duras, en las que no había encontrado desahogo, ella jamás se había permitido demostrarlo. Por duros que fueran los tiempos, Thojdhild siempre estaba dispuesta a servir una palabra de aliento a cualquiera que acudiese hasta ella buscando consejo o consuelo. Y, aunque a veces sombras de remordimiento amenazaban sus momentos de soledad, de cara a cualquiera que no fuese ella misma, Thojdhild jamás habría admitido semejantes tribulaciones. El aparentar era tan importante como el ser, y eso era algo que ella, como señora de Brattahlid, inmersa en el complejo juego de falsas cortesías, alianzas y pactos entre los emigrantes de Groenland, tenía muy claro. Tan obvio para ella como sus ansias de permanecer como figura dominante de las colonias.
Además, y procurando siempre no hacerse notar, Thojdhild sabía preocuparse de aquellos asuntos de los asentamientos para los que su esposo parecía no tener ojos u oídos. Porque aunque Eirik el Rojo pensaba que el comercio, las grandes expediciones o la gloria reclamada para sí mismo o los suyos eran lo único importante, su esposa comprendía que había muchos otros asuntos que atender si se deseaba mantener la prosperidad de aquellas
tierras verdes
. Por eso mismo, y buscando siempre el modo de que su esposo no perdiera jamás el protagonismo que ella le cedía con gusto, Thojdhild se preocupaba por conservar la buena sintonía de las relaciones entre los vecinos de ambos emplazamientos, de ofrecer soluciones de compromiso para las disputas por los lindes, y de hacer las veces de madrina, alcahueta, comadrona, tía cariñosa, suegra malcarada o cualquier otra tarea que se terciase. Ella había animado a su esposo a instaurar el
landman
en Groenland, y también a convencer a algunos de los personajes influyentes de las colonias para que se convirtiesen a la nueva religión de los partidarios del flamante
konungar
.
Thojdhild sabía bien que contentar a medias a un rey podía servir de tan poco como no contentarlo en absoluto, sin embargo, ella misma había sugerido ese compromiso. Mientras los platillos de la balanza no inclinasen el fiel definitivamente, no era seguro decantarse abiertamente por uno de ellos. Así, nadando y guardando la ropa a un tiempo, mientras Eirik se mantenía aferrado, en apariencia, a las viejas y paganas costumbres, como el mismo
landman
, ella se había preocupado de que todos supieran de su conversión a la fe del crucificado e intentaba que, al menos de puertas para fuera, algunas de las influyentes familias de los asentamientos hicieran lo mismo; esperando así que las noticias que desde Groenland recibiese el
konungar
Olav le sirviesen para pensar en aquellos asentamientos, si no como aliados fiables, al menos, no como enemigos, acérrimos defensores de los viejos tiempos y regímenes que, al negar al crucificado, negaban también la legitimidad del gobernante.
En ese propósito de mantener la achicadura por debajo de la línea de flotación Thojdhild había ideado algunas maniobras, como la construcción de la pequeña iglesia de humilde tepe que se estaba erigiendo en los límites de Brattahlid, o su propia conversión. Y ahora, aprovechando la ascendencia de algunas de las familias del asentamiento, la
husfreya
esperaba colmar las ansias religiosas y políticas de Olav Tryggvasson haciendo correr la noticia de que el próximo matrimonio entre hacendados influyentes de las
tierras verdes
se celebraría por el rito cristiano. Lógicamente, y ya había hablado sobre ello con el gordo fraile escoto, por si es que Olav requería de su enviado alguna referencia, la ceremonia sería cristiana solo en apariencia. En el fondo, parte de las viejas costumbres tendrían que seguir vivas para que las familias aceptaran sobrellevarlo, y el monje Clom no había encontrado quejas que formular, a fin de cuentas, el propio Eirik le había asegurado que si hacía lo que se le pedía, no echaría en falta ni una sola gota de hidromiel mientras estuviese en Groenland. Un soborno más que aceptable a cambio de unas pocas mentiras, como había reconocido el propio fraile.