A mayores, los recién casados podrían partir con la primavera. Un acto de buena voluntad, para presentar sus respetos al
konungar
con los mejores deseos de los asentamientos de Groenland. Formarían una comitiva que, sin duda, apaciguaría las ganas de revolver las colonias que pudiese tener el gobernante, especialmente si sabían aparentar una fidelidad a toda prueba y una fe inquebrantable. Aunque unos cuantos presentes, como había sugerido Thojdhild, serían la puntilla perfecta para convencer al rey de que, desde Groenland, se apoyaba su subida al trono.
Eirik y su esposa sabían que, en el juego de conveniencias y displicentes tiras y aflojas, el matrimonio de enviados podría ser retenido a modo de rehenes encubiertos, si es que en algún momento los detractores del
konungar
recuperaban el poder. Sin embargo, la pérdida de la joven pareja como represalia podría ser asumida por los groenlandeses siempre que la facción que consiguiese el poder supiese que, al menos en parte, las colonias de las
tierras verdes
seguían apegadas a las viejas costumbres y, por tanto, dispuestas a aceptar el nuevo cambio de poderes.
Era un buen compromiso entre ambos extremos posibles, aunque había inconvenientes. Incluso sumando las dos colonias no eran muchos los jóvenes casaderos, y menos aún los de familias relevantes que pudieran tener una cierta influencia en la corte de Nidaros. Además de la consideración de que no todos los candidatos resultarían prescindibles si las cosas finalmente se torcían.
Thojdhild era consciente de que, como ellos mismos, aquellos que habían seguido a su esposo hasta los nuevos territorios habían sido, en muchos casos, repatriados, exiliados, maleantes o desesperados. Pero había excepciones y Víkar, hijo de Starkard, era una de ellas. Un joven heredero promisorio, descendiente de una familia que podía hablar de sus antepasados hasta la décima generación sin caer en vergüenzas ni desasosiegos.
Y, como hombre leal a Eirik, a Starkard le bastaría contar con la promesa adecuada como acicate para ofrecer a su hijo. Quizá, brindándole convertirse en socio armador en algunas de las expediciones que el propio Eirik patrocinaba, Starkard aceptaría el papel de su hijo. Por lo que solo faltaba una novia adecuada, y la algarada de unas semanas antes le había dado a Thojdhild la idea.
Cuando la
husfreya
de Brattahlid intentó averiguar el porqué del alboroto que el veterano Bjarni había armado, Thojdhild descubrió que, a lo mejor, ya tenía una candidata adecuada para celebrar ese matrimonio propagandístico. Había tenido que interpretar la mezcolanza de rumores de los que por allí rondaban, pero al parecer, Starkard había insinuado que la sobrina de Bjarni, llegada desde la otra colonia, podía ser una moza casadera de interés para su hijo Víkar, y aunque al principio Bjarni se había relamido pensando en los beneficios que tal enlace le proporcionaría, cuando supo la dote que Starkard esperaba que fuera aportada por la novia, al viejo roñoso le faltó poco para sufrir una apoplejía, sabedor de que él, como patriarca, debería hacerse cargo de aquello que su hermano no pudiese cubrir.
Thojdhild se había hecho una rápida composición de lugar. Bjarni, temiendo que se le escapase la oportunidad de unir su familia a la de gentes tan influyentes, lamentó al instante no haber conseguido un mejor trato de su última venta: de haber pedido a Leif un pago mayor, podría cubrir la dote pretendida sin problemas. Y el exceso de alcohol en el vejancón avaro había hecho el resto.
La
husfreya
lo vio como una oportunidad, las cosas serían mucho más fáciles así: partiría con mitad del camino andado. Con las palabras adecuadas incluso podrían convencer a Starkard de que, en realidad, debería un favor. Y Bjarni se dejaría comprar encantado si podía asegurarse un pellizco para sí mismo. En cuanto a los novios, si la boda se concertaba, Thojdhild suponía que a los jóvenes, imbuidos por la fogosidad propia de su edad, les daría igual casarse por los antiguos ritos o bajo los auspicios de la fe del crucificado.
A Víkar lo conocía bien, lo había visto crecer. Sabría comportarse y resultaría un buen embajador para Groenland, con la apostura suficiente para hacer un papel digno en la corte de Nidaros, aunque también era cierto que, en ocasiones, resultaba algo impulsivo y, quizá, demasiado celoso del nombre de su familia, pues siempre se esforzaba en ahogar cualquier habladuría de la colonia que pusiese en duda las virtudes de los suyos, pero la
husfreya
también sabía que ese orgullo suspicaz por su linaje le haría obedecer en cuanto Eirik hubiese convencido a su padre. Además, había visto la lujuria contenida en los ojos de él al mirar a la sobrina de Bjarni, era obvio que el joven la deseaba, y eso haría todo mucho más fácil. Sin embargo, de Thyre apenas sabía nada, tenía la edad apropiada y le gustaba el arrojo que había demostrado al hacerse cargo de la hacienda de su tío. Aunque Thojdhild necesitaba conocerla mejor; Bjarni obedecería impelido por su avaricia, pero era necesario asegurarse de que la novia sabría comportarse si llegaba el momento.
—Estas serán las piedras que tensarán los hilos de tu propio telar —le dijo Thojdhild a la joven, examinándola como si mirase a un animal en una feria de ganado mientras sopesaba la faltriquera que llevaba al cinto con un ademán inconsciente.
Thyre evitó sonrojarse haciendo un esfuerzo por mantener la calma que resultó visible. Era consciente de que, al hablarle de tener su propia tejeduría, la esposa de Eirik estaba haciendo una referencia explícita al matrimonio.
—Tienes una edad en la que debes pensar en formar tu propia familia —insinuó la
husfreya
de Brattahlid—. Ya va siendo hora de que tengas un hogar con un umbral del que ocuparte…
Thyre se sentía confusa, pero puso todo su empeño en mantenerse impasible. En los últimos tiempos su tío había hecho insinuaciones respecto al matrimonio, y la joven era consciente de que, con sus inviernos, era habitual que se concertase un marido para ella. Pero no llegaba a sentirse cómoda con esa idea, en su interior burbujeaban ansias de libertad que se encogían ante la posibilidad del matrimonio. Y no le gustaba pensar que tendría que conformarse con el esposo que su tío, con el beneplácito de su padre, eligiera para ella.
La joven había acudido a Brattahlid porque Bjarni se lo había ordenado. Y, aunque se sentía cohibida por tener que presentarse de nuevo en la hacienda del Rojo tras haber estado allí por última vez para rogar que se aceptasen las disculpas enviadas por su tacaño tío, Thyre había obedecido.
Pero no le gustaba. Como una avalancha de nieve arrasando los bosques de una ladera, las obligaciones de su futuro inminente parecían dispuestas a borrar las ilusiones de su adolescencia, y se sentía fuera de lugar. En las últimas semanas, el viejo Bjarni la urgía una y otra vez a aceptar el hecho de que debía encontrar un hombre con el que casarse. Y esa mañana, su tío había añadido una piedra más al humilladero, Thyre debía ir a la hacienda de Eirik el Rojo para recoger las esteatitas taladradas que servirían para tensar la urdimbre de su telar, su primera aportación al ajuar de novia. Al parecer, Bjarni las había comprado para ella, encargando las mejor labradas de la extensa remesa de piedras que Eirik recibía cada pocas temporadas de las canteras del archipiélago Hjaltland, desde las que se enviaban a Groenland esteatitas talladas como cuencos, plomos para redes, volantes de huso, pequeñas lámparas y, por supuesto, pesos para telar.
Y ahora, para colmo, Thojdhild la sometía a un exhaustivo interrogatorio que resultaba intimidatorio.
—¿Cuántos inviernos tienes?
—Cumpliré diecinueve antes de las celebraciones del Jolblot —contestó la joven tímidamente.
—¿Y hasta cuándo te quedarás con tu tío?
Thyre dudó, sus padres no habían hablado con ella sobre su estancia en el Eiriksfjord. Se habían limitado a enviarla al asentamiento siguiendo las viejas costumbres, del mismo modo que ellos habían recibido a los hijos de Bjarni. Pero la joven tampoco tuvo tiempo de responder.
—Bueno…, bueno, ya hablaremos de eso. ¿Qué me dices de los pesos? ¿Te gustan? Supongo que sabes usarlos, ¿no?
La pregunta no tenía mucho fondo. Como cualquier otra muchacha nórdica, desde pequeña había sido aleccionada para cardar, hilar y tejer la lana de las ovejas y cabras, y para manufacturar el lino. Thyre se limitó a asentir intimidada por los penetrantes ojos oscuros de Thojdhild, que la escrutaban con intensidad, analizando cada gesto.
—¿Qué sabes del culto al crucificado? ¿Te he contado ya que la nueva fe tiene su propio rito para los casamientos?
Thyre solo había tenido oportunidad de hablar con la esposa de Eirik en la noche en que su tío había terminado por desbaratar la velada. Ocasión en la que Thojdhild se había mostrado como una anfitriona amable y complaciente, conversando solo sobre banalidades. Le había causado buena impresión. Sin embargo, ahora la
husfreya
lanzaba una cargante pregunta tras otra. Y, considerando las continuas referencias que su tío se había acostumbrado a hacer sobre el matrimonio, Thyre se dio cuenta de que, estando Bjarni viudo y careciendo de las habilidades sociales requeridas, como había demostrado, era probable que su tío hubiese hablado con Thojdhild para recibir consejo al respecto. Incluso puede que la mujerona estuviera ya actuando como alcahueta, imaginando posibles pretendientes, a tenor del examen al que la estaba sometiendo.
—¿Has podido hablar ya con el fraile Clom sobre el Cristo Blanco?
Cansada, Thyre se atrevió a sugerir una huida encubierta con la primera excusa que se le ocurrió.
—Debería irme, tengo… tengo que ayudar con los preparativos de la cena…
Thojdhild se tomó su tiempo antes de disimular malamente su aceptación. Tras un instante, ensanchando su sonrisa de grandes dientes cuadrados, le dio permiso a la joven para marchar.
—¡Claro! ¡Claro! Me alegro mucho de que hayamos podido hablar de nuevo, el otro día nos interrumpieron antes de que pudiéramos conocernos. Puedes irte, está muy bien que ayudes en las tareas, muy bien.
A Thyre, escamada, no se le escapó la marcada intención de la última frase. Le faltó muy poco para elevar una protesta, pero se mordió la lengua a tiempo y se apresuró a inclinarse para recoger el cesto en el que se amontonaban los roscos de esteatita para tensar la urdimbre del telar; solo para darse cuenta de que era una carga demasiado pesada para ella y terminar por quedarse medio agachapada, con los brazos estirados y el gesto contraído.
—¡Oh! Por supuesto, disculpa, buscaremos a alguien que te ayude…
Thojdhild miró de un lado a otro, pero solo había esclavas que, como había dicho Thyre, empezaban a preocuparse por el hogar y los pucheros. Y, antes de tener que verse privada de una de ellas, apareció una solución cruzando el umbral, Leif y su nuevo tripulante, el callado arponero que había venido con él desde Nidaros, cruzaban las hojas abiertas del portalón de la
skali
.
—Ulfr Brazofuerte te ayudará —dijo sonriendo, como si el sobrenombre del adusto ballenero lo diese todo por explicado.
Thyre, todavía agachada, se giró para ver a los recién llegados. Vio los ojos azules del ballenero abiertos de par en par por la sorpresa, y sonrió. Tras un instante de vacilación su gesto fue correspondido por otra sonrisa franca y la joven no pudo evitar que sus labios carnosos se abriesen enseñando blancos dientes bien alineados que resaltaron ante el rubor que le subió a las mejillas.
De lo que no se percató la pareja, demasiado ocupada mirándose, fue de que Thojdhild los observaba con suspicacia.
Solo unos pocos alisos se empeñaban en crecer, revirados por el viento y menguados por el clima, entre las rocallas de las costas, alejados de los eternos hielos. Sus hojas se habían marchitado con el otoño, y ahora que las noches crecían llenando las veladas de largas sesiones de cerveza y leyendas al amor de los fuegos de las
skalis
, se caían desnudando las ramas grises de los árboles, listas para soportar las nieves y las heladas.
Leif, inmerso en la excitante promesa de nuevos territorios tapizados de bosques que aguardaban ser descubiertos, se ocupaba de los preparativos del Gnod. Eirik presumía de los logros de su hijo y Thojdhild, interrumpida más a menudo de lo que quisiera con los desmanes del fraile Clom a causa del hidromiel, se ocupaba de aliviar las tensiones de la colonia. La
husfreya
, al tiempo que intentaba promover algunas conversiones al cristianismo, hilaba fino la estratagema que había ideado para presentar ante el
konungar
Olav una señal de buena voluntad desde las
tierras verdes
; lo que no estaba resultando nada sencillo por culpa de la avaricia desmedida de Bjarni. El viejo roñoso argüía una y otra vez que, siendo el tío de la cristiana y devota esposa que habría de transmitir los buenos deseos de las colonias al monarca, la dote bien habría de merecer ser recordada por su cuantía; lo que no mencionaba, y Thojdhild se daba cuenta de ello, era qué parte de aquel magnífico ajuar que aportaría la novia al matrimonio, para el que reclamaba el auxilio de los fondos de Brattahlid, escamotearía para sí mismo como soborno por ceder la mano de su joven y guapa sobrina.
Además, la pequeña iglesia que se estaba levantando se vería retrasada por la llegada de las nieves y, por el momento, las familias dispuestas a aceptar la fe del Cristo Blanco no eran tan abundantes como Thojdhild hubiera deseado para causar buena impresión en el radical Olav. Por el momento, lo único que marchaba según lo previsto era la aceptación del compromiso por parte del hijo de Starkard; el joven Víkar se había mostrado tan encantado con la idea como para hacer que Thojdhild temiese que tanta ansiedad le hiciese perder la compostura cuando los recién casados llegasen a Nidaros.
Aún más lentos que los progresos en el sencillo templo eran los de Assur en su empeño personal y, entre la distancia que debía cubrir y su escasez de medios, el hispano apenas había logrado poco más que unos cuantos montones de piedras y algunos maderos, dispuestos al lado de los cimientos que, con tanto esfuerzo, había cavado. Todo estaba ordenado y pulcro, pero cada día se le antojaba mucho menos de lo que necesitaba cuando empezaba a pensar en ello incluyendo a Thyre, cuya imagen era incapaz de alejar de sus sueños.
La joven, por su parte, dejaba que su imaginación volase preñada de ilusiones. Y, aun a pesar de las continuas indirectas descaradas de su propio tío y de Thojdhild, se permitía imaginar una vida en la que sus elecciones primasen sobre lo que sus mayores habían determinado para ella.