La rapidez con que se metían los corazones dentro de las estatuas había salpicado de sangre el interior de los dos templos, las paredes, los pisos y aun los techos estaban cubiertos con sangre ya seca. El exceso de sangre corría hacia afuera de las puertas, mientras que la piedra de sacrificios también la chorreaba, hasta que en toda la plataforma se chapoteaba en ella. También, muchos de los prisioneros que iban al encuentro de su destino, aunque lo hacían complacientes, involuntariamente vaciaban sus vejigas o intestinos en el momento de acostarse bajo del cuchillo. Los sacerdotes, quienes por la mañana se habían puesto sus vestimentas negras como buitres, dejando su pelo largo suelto y sin lavar, se movían entonces sobre sus ropas de color rojo y pardusco, rígidas por la sangre coagulada, los mocos secos y las plastas de excremento. En la base de la pirámide, los carniceros trabajaban frenéticamente. De Escorpión-Armado y de un buen número de otros campeones texcalteca habían cortado las cabezas, para ser cocidas hasta que sólo quedaran sus calaveras, que serían acomodadas en la vara punteada, especial para colgar las calaveras de los
xochimique
de más distinción y que se encontraba en la plaza. De esos mismos cuerpos cortaban también sus muslos, para ser asados para el festín nocturno reservado a los guerreros victoriosos. Cuanto más y más cadáveres llegaban dando tumbos hacia los carniceros, éstos cortaban sólo aquellas porciones escogidas y los restos eran enviados inmediatamente al zoológico de la plaza para alimento de los animales, o eran convertidos en cecina o ahumados para ser almacenados para posterior alimento de las fieras o para cualquier gente pobre que estuviera en la miseria o para los esclavos eficientes a quienes les era concedida esta distribución. La multitud de cuerpos mutilados fueron apresuradamente cargados por los muchachos ayudantes de los sacerdotes hasta el cercano canal, el que fluía hacia la avenida Tepeyaca. Fueron puestos dentro de grandes canoas de carga, y cuando todos estuvieron cargados, éstas fueron enviadas a diversos puntos de la tierra firme, hacia los viveros de flores de Xochimilco, para los huertos o las hortalizas que se encontraban alrededor de los lagos, en donde los restos de los cuerpos serían enterrados y utilizados como fertilizantes. Un pequeño
acali
acompañaba aparte a toda la flota de chalanas. Éste cargaba fragmentos y pedacitos de jade, pedacitos tan pequeños que no tenían ningún valor y cada uno de ellos sería puesto en la boca o en el puño de cada hombre muerto antes de ser enterrado. Nosotros nunca negábamos a nuestros enemigos vencidos ese talismán de piedra verde, el cual era necesario para su admisión en el más allá.
Y todavía la procesión de prisioneros seguía adelante. Desde la cumbre de la Gran Pirámide, la mezcla de sangre y de otras substancias corría como torrentes, tanto que después de un rato, el desagüe dispuesto en la escalera no podía evacuarlo todo. Esa cascada, como una viscosa caída de agua, empapaba los escalones hacia abajo, cayendo y agitándose sobre los cuerpos de los muertos y bañando los pies de la gente viva, llenándolos y haciendo que muchos de ellos resbalaran y cayeran. Fluía también hacia abajo de las paredes lisas de la pirámide por los cuatro costados. Esa sangre se esparció a través y se extendió completamente por El Corazón del Único Mundo. Aquella mañana, la Gran Pirámide estaba relucientemente blanca como la nieve que coronaba el pico del Popocatépetl, pero por la tarde se veía como un plato lleno de corazones de aves silvestres, al que un cocinero le hubiese puesto encima profusamente una pesada y roja
moli
, salsa. Parecía realmente lo que se estaba proveyendo: una gran comida para dioses de gran apetito.
¿Una abominación, Su Ilustrísima?
Lo que le provoca tan horror y náuseas, creo yo, es el número de hombres matados de una sola vez. Sin embargo, mi señor, ¿cómo puede usted tratar de medir la muerte, cuando es una entidad que no se puede evitar? ¿Cómo puede usted multiplicar una nadería por cualquier número conocido en aritmética? Cuando un solo hombre muere, es como si todo el universo viviente dejara de existir, en cuanto a lo que a él concierne. Asimismo, cada otro hombre o mujer dejan de existir para él; los que son amados y los desconocidos; cada criatura, cada flor, cada nube o brisa, toda sensación y emoción. Su Ilustrísima, el mundo y cada pequeña cosa muere todos los días, por alguien.
¿Pero qué dioses demoníacos, pregunta usted, podrían apoyar la matanza de tantos hombres, destruyéndolos indiscriminadamente? Bien, su propio Señor Dios, por una… No, Su Ilustrísima, yo no creo que esté blasfemando, o por lo menos no deliberadamente. Simplemente repito lo que me fue dicho por sus frailes misioneros, cuando me instruyeron en los rudimentos de la historia Cristiana. Si ellos dijeron la verdad, su Señor Dios una vez estuvo muy disgustado por la corrupción inclemente de los seres humanos que Él había creado, así es que Él los ahogó a todos con un gran diluvio. Y no sólo a los hombres culpables, sino también a toda cosa viviente y sin embargo inocente. Él dejó con vida, sólo, a un navegante y a su familia y una cantidad de criaturas para que repoblaran la tierra. Yo siempre he pensado que el Señor Dios seleccionó de una forma bastante curiosa a los humanos que preservó, ya que el navegante tema inclinación a ser borracho, y yo juzgo muy peculiar la conducta de sus hijos y de toda su progenie que siempre estaban riñendo por cualquier rivalidad. Pero no importa.
Nuestro Mundo también fue una vez totalmente destruido y tome nota de que también lo fue por una calamitosa inundación de agua, cuando los dioses estuvieron insatisfechos de los hombres que entonces lo habitaban. Sin embargo, nuestras historias se remontan más hacia atrás que las de ustedes, ya que nuestros sacerdotes nos han contado que este mundo ha sido previamente limpiado, arrasando a toda la raza humana en otras tres ocasiones: la primera vez fueron todos devorados por jaguares; la segunda, destruidos por tornados y huracanes; la tercera, por una lluvia de fuego que cayó del cielo. Estos cataclismos pasaron hace muchos eones de años, por supuesto, y aun el más reciente de todos, la gran inundación, fue hace tanto tiempo que ni siquiera nuestros más sabios
tlamatinime
pueden calcular la fecha precisa. Así es que los dioses han creado Nuestro Único Mundo cuatro veces, poblándolo con seres humanos y cuatro veces han declarado que la creación ha tenido algún error, borrándola y haciéndola otra vez. Nosotros aquí, todos nosotros los que vivimos, tratamos de contener el quinto experimento de los dioses. Pero de acuerdo a lo que dicen los sacerdotes, nosotros vivimos tan precariamente como vivieron aquellos infortunados, ya que los dioses algún día decidirán poner fin al mundo y volverlo a hacer de nuevo, así es que la próxima vez será devastado por medio de terremotos.
Y así como nosotros no sabemos cuándo será el próximo fin del mundo por los terremotos, tampoco sabemos cuándo atrajeron los hombres por primera vez en la tierra la furia de los dioses en la forma de jaguares, vientos, fuego e inundaciones. Sin embargo, parece seguro que ellos fallaron en alguna cosa, en dar suficiente honor y adoración y en ofrecer suficientes ofrendas de nutrimento a sus creadores. Es por eso que nosotros, en nuestro tiempo, tratamos lo mejor que pudimos por no ser mezquinos en esos aspectos. Así es, sí, nosotros matamos miles de
xochimique
en honor a TIáloc y Huitzilopochtli en aquel día de la dedicación de la Gran Pirámide. Pero trate usted de verlo desde nuestro punto de vista, Su Ilustrísima. Ningún hombre puede dar más que su propia vida. Cada uno de esos miles de hombres que murieron esa vez, hubieran muerto de todas maneras en algún otro tiempo. Y al morir como lo hicieron, sucumbieron por una causa buena, una causa noble y ellos lo sabían. Si me puedo referir a esos frailes misioneros otra vez, Su Ilustrísima, si bien no recuerdo sus palabras con exactitud, parece ser que entre los Cristianos hay unas creencias similares. De que ningún hombre puede manifestar más grande amor que dar su vida por sus amigos.
Sin embargo, gracias a la instrucción de sus misioneros, nosotros los mexica ahora sabemos esto, aunque cuando estábamos haciendo las cosas correctas, las llevamos a cabo por razones erróneas. Aunque me apena recordar a Su Ilustrísima que todavía hay otras naciones en estas tierras, que todavía no han sido subyugadas y absorbidas por el Cristianismo en los dominios de la Nueva España, en donde los no iluminados continúan creyendo que la víctima sacrificada sufre un breve dolor en su Muerte-Florida, antes de entrar a gozar de la felicidad, las delicias y la eternidad al más allá. Estos pueblos no saben nada del Señor Dios Cristiano, Quien no limita nuestra miseria en nuestras breves vidas en esta tierra, sino que también inflige el mundo del más allá llamado Infierno, en donde el dolor jamás termina, sino que es una agonía eterna.
Oh, sí, Su Ilustrísima, yo sé que el Infierno es sólo para la multitud de hombres débiles que merecen el tormento eterno, y que solamente son seleccionados unos pocos hombres rectos para ir a la gloria sublime llamada Cielo. Pero sus misioneros predican aun para los Cristianos, que el maravilloso Cielo es un lugar estrecho y difícil para entrar, mientras que el terrible Infierno es muy amplio y fácil de entrar. De todas formas, yo he asistido a muchos servicios religiosos en iglesias y misiones desde que fui convertido, y, si Su Ilustrísima excusa mi insólita sugestión, he llegado a pensar que el Cristianismo podría llegar a ser más atractivo para los paganos si sus predicadores pudieran describir los placeres del Cielo tan vivida y sabrosamente como presentan los horrores del Infierno.
Aparentemente a Su Ilustrísima no le importa escuchar mis opiniones, ni siquiera refutarlas o debatirlas, y en lugar de eso prefiere irse. Ah, bueno, yo no soy más que un Cristiano novato y probablemente presuntuoso al querer dar opiniones todavía inmaduras. Dejaré a un lado el tema de la religión para seguir hablando de otras cosas.
El festín de los guerreros se llevó a efecto en lo que entonces era la sala de banquetes en esta misma Casa de Canto, en la noche de la dedicación de la Gran Pirámide, y que tenía cierta relación indirecta religiosa, pero de las menores. Era una creencia que cuando nosotros los vencedores comíamos un pedazo de carne asada de los prisioneros sacrificados, entonces de alguna manera ingeríamos parte de la fuerza y del espíritu combativo de los hombres muertos. Pero estaba prohibido que cualquier «reverendo padre» comiera de la carne de su «bienamado hijo». Por tanto, ninguno podía comer de la carne de ningún prisionero que hubiera capturado, porque en términos religiosos esto sería tan irreverente como una relación incestuosa entre un verdadero padre y su hijo. Así es que, si bien todos los otros huéspedes se esforzaron por apoderarse de una tajada de carne del incomparable Escorpión-Armado, yo me tuve que contentar con un pedazo de muslo de algún campeón texealteca de menos mérito.
¿La carne, mis señores? Pues, estaba deliciosamente bien cocinada, con buenas especias y servida en abundancia en platos que llevaban a un lado frijoles, tortillas, jitomates asados y
como
bebida
chocólatl
y…
¿La
carne les da
náuseas
, mis señores? ¡Es todo lo contrario! Es la más sabrosa, suave y deliciosa al paladar. Y ya que este tema excita su curiosidad, les diré que la carne humana cocinada tiene casi el mismo sabor que la carne del animal que ustedes llaman puerco, la carne cocinada de los animales que ustedes han importado como cerdos. En verdad, que tienen una gran similitud en textura y sabor, lo cual ha extendido el rumor de que ustedes los españoles y sus cerdos están consanguíneamente relacionados, que ambos, españoles y puercos, propagan sus especies por mutuo intercurso, si no en un casamiento legítimo.
¡
Yya
no pongan esas caras, reverendos frailes! Yo nunca he creído ese rumor, pues me he dado cuenta de que sus cerdos son sólo animales domesticados en comparación con nuestros
coyametin
, jabalíes salvajes, de estas tierras, y yo no creo que ni siquiera un español podría copular con un
coyámetl
. Por supuesto que la carne de sus puercos es mucho más sabrosa y suave que la áspera y correosa de nuestros indómitos jabalíes. Pero la similar coincidencia de la carne de puerco y la humana es probablemente la razón por la cual la gente de la clase baja ha estado comiendo la de puerco con tanta avidez, y el porqué de que ellos le dieran la bienvenida a la introducción de los cerdos con más entusiasmo que, por ejemplo, la introducción de su Santa Iglesia.
Había muy poca concurrencia. Los invitados al banquete consistían la mayoría en campeones acolhua y guerreros que habían venido a Tenochtitlan con la comitiva de Nezahualpili. Había unos pocos campeones tecpaneca y nosotros los mexica éramos solamente tres: yo y mis inmediatos superiores en el campo de batalla, el
quáchic
Glotón de Sangre y el campeón Flecha Xócoc. Uno de los soldados acolhua que estaba presente era aquel soldado a quien le habían cortado la nariz en la batalla y cosido después, pero entonces se le había vuelto a caer. Él nos dijo, tristemente, que la operación del físico no había tenido éxito; la nariz se fue poniendo gradualmente negra y finalmente se cayó. Todos nosotros le aseguramos que no se veía mucho peor sin ella que cuando la tenía, sin embargo él era un hombre cortés y se sentó bien apartado del resto de nosotros para no estropear nuestro apetito. Para cada invitado había una
auyanimi
, mujer seductoramente vestida, para servirnos golosinas de los platones de comida, llenar las cañas para fumar
piciétl
y encenderlas por nosotros, llenar continuamente nuestros tazones de
chocólatl y octli
por nosotros y después retirarse con nosotros hacia unas pequeñas alcobas con cortinas que estaban alrededor de la sala principal, para el
ahuilnemiliztli
. Sí, puedo ver sus expresiones de desagrado, mis señores escribanos, pero eso era un hecho. El festín de carne humana y el subsecuente disfrute de copulación casual tuvieron lugar aquí exactamente, en estos muros ahora santificadamente diocesanos.
Debo confesar de que no recuerdo todo lo que ocurrió, porque yo fumé por primera vez un
poquíetl
esa noche, y más que cualquier otro bebí mucho
octli
. Antes yo había probado tímidamente el jugo fermentado del maguey, pero ésa fue la primera vez que fui lo suficientemente indulgente para embotar mis sentidos. Recuerdo que los guerreros ahí congregados se vanagloriaban mucho de sus hazañas en esa guerra reciente y en batallas pasadas, y que hubo muchos brindis por mi primera victoria y rápida promoción hacia un rango superior. En algún momento, nuestros Venerados Oradores Nezahualpili, Auítzotl y Chimalpopoca nos honraron con una breve aparición y brindaron con una copa de
octti
con nosotros. Tengo la vaga reminiscencia de haberle dado las gracias a Nezahualpili, borracho, servil y posiblemente incoherentemente, por su regalo en mercancías y moneda corriente, si bien no recuerdo su respuesta, si es que hubo alguna.